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    Karl von Clausewitz

    De la guerra

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    El general prusiano Karl von Clausewitz, historiador especializado en temas blicos y destacado profundizador del fenmeno de la guerra, naci en 1780 en Burg, cerca de Magdeburgo (Alemania). Hijo de un miembro del ejrcito de Federico el Grande, ingres muy joven en la carrera de soldado. En 1801 sigui los cursos de la Academia Militar de Berln, bajo la direccin del general Gerhard von Scharnhorst, gran reorganizador del ejrcito prusiano. Despus fue nombrado ayudante de campo del prncipe Augusto de Prusia, junto al cual sirvi en el infortunado encuentro con las tropas de Napolen en Jena (1806). Cado en poder de los franceses, permaneci prisio-nero hasta 1809. Tras recuperar la libertad, actu como profesor en la misma academia militar berlinesa donde haba consolidado su experiencia, y con posterioridad asumi el cargo de jefe de seccin del Ministerio de la Guerra alemn. En 1812 decidi formar parte del ejrcito ruso. Tan dramtica iniciativa permite captar a las claras el concepto de la tica militar que Clausewitz posea, pues la confrontacin con su propio pas no constitua para l ms que el recurso de valerse de la guerra para liberar a aqul del dominio francs. Federico Guillermo III se haba visto obligado a someterse a la presin de Napolen, y Prusia se haba convertido en aliada forzosa de Francia. Clausewitz alimentaba la esperanza de que el zar Alejandro I redimira a su nacin de la atadura napolenica, y esa expectativa fue la que le impuls a ocupar el bando contrario a sus mismos compatriotas, con el fin de conseguir la anhelada liberacin. En efecto, la bata-lla de Leipzig signific la extincin de la influencia francesa sobre Alemania, y l, tras escribir, por encargo de otra gran personalidad militar prusiana, el mariscal de campo August von Gneisenau, el libro La campaa de 1813 hasta el armisticio, se incorpor de nuevo, en 1814, al ejrcito prusiano, con el que pudo asistir a la batalla triunfal de Waterloo. De 1816 a 1830 ejerci la direccin de la Academia Militar de Berln, la cual slo dej para ocupar un cargo en el Estado Mayor alemn. Falleci en 1831 en Breslau, fulminado por el clera, cuando contaba 51 aos. Su obra De la guerra, que le procurara la fama, tuvo una publicacin pstuma, a instancias de su viuda.

    De la guerra comprende ocho libros, de los que la edicin que se ofrece recoge integramente los tres primeros. De los libros IV y V se incluye un resumen del contenido, mientras que del libro VI, dedicado a La defensa, se reproducen los capitales captulos I, II, III y XXVI, y se hace lo propio con el libro VII, relativo al Ataque, del que se incluye el captulo XXII, no sin dar siempre noticia de lo omitido. Finalmente, del libro VIII, siguiendo la misma pauta, se ofrece el concluyente captulo VI, en sus dos partes.

    Se presenta de este modo la parte ms esencial de la obra de Clausewitz, cuya influencia sobre la concepcin de la guerra no slo constituy la base del pensamiento militar alemn hasta la ascensin al poder del nacionalsocialismo, sino que fue tenida en cuenta por un pensador marxista como Engels, y luego por gerifaltes de la misma tendencia, como Lenin o Mao Zedong, en la delineacin de su estrategia revolucionaria. No as por Stalin, quien, como vencedor de la Wehrmacht, no dud en rebatirla tajantemente.

    Sin embargo, la vigencia de las doctrinas de Clausewitz no ha cesado de ponerse de manifiesto en los numerosos estudios especializados que se les han dedicado y en el hecho de que hayan contribuido a asentar los principios que conforman la teora actual de la guerra.

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    ndice PREFACIO DEL AUTOR LIBRO I Sobre la naturaleza de la guerra Cap. I. En qu consiste la guerra? Cap. II. El fin y los medios en la guerra Cap. III. El genio para la guerra Cap. IV. Del peligro en la guerra Cap. V. Del esfuerzo fsico en la guerra Cap. VI. La informacin en la guerra Cap. VII. Las fricciones en la guerra Cap. VIII. Consideraciones finales al libro I LIBRO II Sobre la teora de la guerra Cap. I. Introduccin al arte de la guerra Cap. II. Sobre la teora de la guerra Cap. III. Arte de la guerra o ciencia de la guerra Cap..IV. Metodologa Cap. V. Crtica Cap. VI. De los ejemplos LIBRO III Sobre la estrategia en general Cap. I. La estrategia Cap. II. Elementos de la estrategia Cap. III. Las fuerzas morales Cap. IV. Las principales potencias morales Cap. V. Virtud militar de un ejrcito Cap. VI. La audacia Cap. VII. La perseverancia Cap. VIII. La superioridad numrica Cap. IX. La sorpresa Cap. X. La estratagema Cap. XI. Concentracin de fuerzas en el espacio Cap. XII. Concentracin de fuerzas en el tiempo Cap. XIII. Las reservas estratgicas Cap. XIV. La economa de fuerzas Cap. XV. El elemento geomtrico Cap. XVI. Sobre la suspensin de la accin en la guerra Cap. XVII. Del carcter de la guerra moderna Cap. XVIII. Tensin y reposo LIBRO IV. El encuentro LIBRO V. Las fuerzas militares LIBRO VI. La defensa

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    Cap. I. Ataque y defensa Cap. II. Las relaciones mutuas del ataque y la defensa en la tctica Cap. III. Las relaciones mutuas del ataque y la defensa en la estrategia Cap. XXVI. El pueblo en armas LIBRO VII. El ataque Cap. XXII. Sobre el punto culminante de la victoria LIBRO VIII. Plan de una guerra Cap. VI. A. Influencia del objetivo poltico sobre el propsito militar

    B. La guerra como instrumento de la poltica

    EPLOGO. Clausewitz en la actualidad

    PREFACIO DEL AUTOR

    Hoy en da, el hecho de que el concepto de ciencia no se resume de manera nica y esencial en un sistema o mtodo de enseanza no requiere sin duda ser puesto en claro. En una primera impresin, en la presente exposicin no se hallar ningn sistema y, en vez de un mtodo definitivo de enseanza, no se pondr en evidencia sino un cmulo de materiales reunidos.

    La parte cientfica que le corresponde radica en la intencin de poner a examen la esencia de los fenmenos que caracterizan la guerra, de demostrar de qu modo se vinculan con la naturaleza de las cosas. El autor no ha rehuido en todo caso establecer conclusiones filosficas. Sin embargo, en el momento en que ha percibido que el hilo de su pensamiento se apartaba de su objetivo, ha preferido romperlo y relacionarlo ms bien con los fenmenos que ataen a la experiencia. Porque de la misma manera que ciertas plantas no producen fruto ms que cuando no experimentan una sobrecarga excesiva, se requiere que las hojas y las flores tericas de las artes prcticas no crezcan demasiado, sino ms bien relacionarlas con la experiencia, que es su mbito natural.

    Constituira un error absoluto intentar servirse de los componentes qumicos de un grano de trigo para estudiar la forma de una espiga: ms fcil resulta acudir a los campos para ver all las espigas ya formadas. Jams la investigacin y la observacin, la filosofa y la experiencia deben menospreciarse o excluirse mutuamente: todas ellas encierran una garanta una para con la otra. Las proposiciones que se ofrecen en la presente obra y la estricta estructura de su necesidad interna tienen su fundamento en la experiencia o en el

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz concepto mismo de la guerra, considerado desde el punto de vista externo, de tal modo que no se ven privadas de base.1

    Quiz no resulte imposible establecer una teora sistemtica de la guerra, prdiga en ideas y de gran altura, pero el hecho cierto es que hasta el presente todas cuantas disponemos se apartan muy lejos de ese objetivo. Sin tomar en consideracin el espritu acientfico que las caracteriza, no constituyen ms que un hatillo de trivialidades, lugares comunes y sandeces que pretenden ser coherentes y absolutas. De ello cabe hacerse una idea con la lectura del siguiente prrafo de un reglamento referido a casos de incendio, debido a Lichtenberg:

    Cuando una casa es presa del fuego, ante todo hay que tratar de proteger el muro derecho del edificio de la izquierda; porque si se intentara, por ejemplo, proteger el muro de la izquierda del edificio de la izquierda, el muro de la derecha de la propia casa se encontrara a la derecha del muro de la izquierda, y como el fuego est a la derecha de ese muro y del muro de la derecha (porque suponemos que la casa est situada a la izquierda del incendio), el muro de la derecha estar ms cerca del fuego que el de la izquierda y el muro de la derecha de la casa podra ser destruido por el fuego si no fuese protegido antes de que el fuego alcance el muro de la izquierda, que est protegido; en consecuencia, algo que no est protegido podra ser destruido, y destruido ms rpidamente que otra cosa, incluso aunque no estuviera protegido; por lo tanto es preciso abandonar aqul y proteger ste. Para representarse la cosa, debemos notar adems: si la casa est a la derecha del incendio, es el muro de la izquierda y si la casa est a la izquierda, es el muro de la derecha.

    Para no provocar el cansancio del lector, sin duda hombre de espritu, con la relacin de otras paparruchadas como sta, y no restar sabor a lo que tengan de bueno, diluyndoselo, el autor se ha inclinado a presentar, como si de pequeos granos de metal puro se trataran, las ideas que largos aos de reflexin sobre la guerra, el trato con hombres inteligentes que la conocan y un considerable nmero de experiencias personales han hecho nacer y han quedado fijadas en su nimo.

    Este es el origen de los diferentes captulos que forman este libro, cuya unidad podr parecer dbil, si bien confo en que no carecern de cohesin interna. Tal vez no habr que esperar mucho tiempo para ver cmo un espritu superior al del autor sabe presentar, en lugar de estos granos dispersos, un conjunto fundido y exento de toda aleacin.

    1 No es este, por lo general, el caso de los cronistas militares, sobre todo de aquellos cuyo propsito es

    tratar de manera cientfica la guerra. Sera suficiente hacer referencia a los numerosos ejemplos en los que el pro y el contra de los razonamientos se fagocitan unos a otros, hasta el punto de no restar ni la cola, como en el caso de la fbula de los leones.

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    LIBRO PRIMERO

    SOBRE LA NATURALEZA DE LA GUERRA

    Captulo I

    EN QU CONSISTE LA GUERRA?

    1. Introduccin Nos proponemos considerar, en primer lugar, los distintos elementos que conforman

    nuestro tema; luego las diversas partes o miembros que los componen y, finalmente, el todo en su ntima conexin. Es decir, iremos avanzando de lo simple a lo complejo. Pero en la cuestin que nos ocupa, ms que en ninguna otra, ser preciso comenzar con una referencia a la naturaleza del todo, ya que aqu, ms que en otro lado, cuando se piensa en la parte debe pensarse simultneamente en el todo.

    2. Definicin

    No queremos comenzar con una definicin altisonante y grave de la guerra, sino limitarnos a su esencia, el duelo. La guerra no es ms que un duelo en una escala ms amplia. Si quisiramos concebir como una unidad los innumerables duelos residuales que la integran, podramos representrnosla como dos luchadores, cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad por medio de la fuerza fsica; su propsito siguiente es abatir al adversario e incapacitarlo para que no pueda proseguir con su resistencia.

    La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad.

    La fuerza, para enfrentarse a la fuerza, recurre a las creaciones del arte y de la ciencia. Se acompaan stas de restricciones insignificantes, que apenas merecen ser mencionadas, las cuales se imponen por s mismas bajo el nombre de usos del derecho de gentes, pero que en realidad no debilitan su poder. La fuerza, es decir, la fuerza fsica (porque no existe una fuerza moral fuera de los conceptos de ley y de Estado) constituye as el medio; imponer nuestra voluntad al enemigo es el objetivo. Para estar seguros de alcanzar este objetivo tenemos que desarmar al enemigo, y este desarme constituye, por definicin, el propsito especfico de la accin militar: reemplaza al objetivo y en cierto sentido prescinde de l como si no formara parte de la propia guerra.

    3. Caso extremo del uso de la fuerza

    Muchos espritus dados a la filantropa podran fcilmente imaginar que existe una manera artstica de desarmar o abatir al adversario sin un excesivo derramamiento de

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz sangre, y que esto sera la verdadera tendencia del arte de la guerra. Se trata de una concepcin falsa que debe ser rechazada, pese a todo lo agradable que pueda resultar. En temas tan peligrosos como es el de la guerra, las falsas ideas surgidas del sentimentalismo son precisamente las peores. Siendo as que el uso de la fuerza fsica en su mxima extensin no excluye en modo alguno la cooperacin de la inteligencia, el que se sirva de esta fuerza sin miramiento ni recato ante el derramamiento de sangre habr de obtener ventaja sobre el adversario, siempre que ste no acte del mismo modo. As, cada uno justifica al adversario y cada cual impulsa al otro a adoptar medidas extremas, cuyo lmite no es otro que el contrapeso de la resistencia que le oponga el contrario.

    Forzosamente tenemos que darle al tema este enfoque, ya que tratar de ignorar como elemento constitutivo la brutalidad porque despierta repugnancia significara una tentativa intil o algo peor.

    Si las guerras entre naciones civilizadas son presuntamente menos crueles y destructoras que las que enfrentan a unas no civilizadas, la razn estriba en la condicin social de los Estados considerados en s mismos y en sus relaciones recprocas. La guerra estalla, adquiere sus rasgos y limitaciones y se modifica de acuerdo con esa condicin y sus circunstancias. Pero tales elementos no constituyen una parte de la guerra, sino que existen por s mismos. En la filosofa de la guerra no se puede introducir en absoluto un principio modificador sin acabar cayendo en el absurdo.

    En las luchas entre los hombres intervienen en realidad dos elementos dispares: el sentimiento hostil y la intencin hostil. Hemos elegido el ltimo de ellos como rasgo distintivo de nuestra definicin porque es el ms general. Es inconcebible que un odio salvaje, casi instintivo, exista sin una intencin hostil, mientras que se dan casos de intenciones hostiles que no van acompaados de ninguna hostilidad o, por lo menos, de ningn sentimiento hostil que predomine. Entre los seres salvajes prevalecen las intenciones de origen emocional; entre los pueblos civilizados, las determinadas por la inteligencia. Pero tal diferencia no reside en la naturaleza intrnseca del salvajismo o de la civilizacin, sino en las circunstancias en que estn inmersos, sus instituciones, etc. Por lo tanto, no existe indefectiblemente en todos los casos, pero prevalece en la mayora de ellos. En una palabra, hasta las naciones ms civilizadas pueden inflamarse con pasin en un odio recproco.

    Vemos, pues, cun lejos nos hallaramos de la verdad si atribuyramos la guerra entre hombres civilizados a actos puramente racionales de sus gobiernos, y si concibisemos aqulla como un acto libre de todo apasionamiento, de tal modo que en definitiva no tendra que ser necesaria la existencia fsica de los ejrcitos, sino que bastara una relacin terica entre ellos, o lo que podra ser una especie de lgebra de la accin.

    La teora empezaba a orientarse en esta direccin cuando los acontecimientos de la ltima guerra nos hicieron ver un camino mejor.2 Si la guerra constituye un acto de fuerza, las emociones estn necesariamente implicadas en ella. Si las emociones no son las que dan origen a la guerra, sta ejerce, sin embargo, una accin de carcter mayor o menor sobre ellas, y la intensidad de la reaccin depende no del estado de la civilizacin, sino de la importancia y la permanencia de los intereses hostiles.

    Por lo tanto, si constatamos que los pueblos civilizados no liquidan a sus prisioneros, no saquean las ciudades ni arrasan los campos, ello se debe a que la inteligencia desempea un papel importante en la conduccin de la guerra, y les ha enseado a aqu-

    2 La guerra que enfrent a Alemania con Napolen. (N. del Ed.)

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz llos a aplicar su fuerza recurriendo a medios ms eficaces que los que pueden representar esas brutales manifestaciones del instinto.

    La invencin de la plvora y el perfeccionamiento constante de las armas de fuego muestran por s mismos, de manera suficientemente explcita, que la necesidad inherente al concepto terico de la guerra, la destruccin del adversario, no se ha visto en modo alguno debilitada o desviada por el avance de la civilizacin. Reiteramos, pues, nuestra afirmacin: la guerra es un acto de fuerza, y no hay un lmite para su aplicacin. Los adversarios se justifican uno al otro, y esto redunda en acciones recprocas llevadas por principio a su extremo. Es esta la primera accin recproca que se nos presenta y el primer caso extremo con que nos encontramos.

    4. El objetivo es desarmar al enemigo Hemos afirmado que el desarme del enemigo es el propsito de la accin militar, y

    ahora conviene mostrar que esto es necesariamente as, por lo menos en teora. Para que al oponente se so meta a nuestra voluntad, debemos colocarlo en una tesitura ms desventajosa que la que supone el sacrificio que le exigimos. Las desventajas de tal posicin no tendrn que ser naturalmente transitorias, o al menos no tendrn que parecerlo, pues de lo contrario el oponente tendera a esperar momentos ms favorables y se mostrara remiso a rendirse. Como resultado de la persistencia de la accin militar, toda modificacin de su posicin tiene que conducirlo, por lo menos tericamente, a posiciones todava menos ventajosas. La peor posicin a la que puede ser conducido un beligerante es la del desarme completo. Por lo tanto, si hemos de obligar por medio de la accin militar al oponente a cumplir con nuestra voluntad, tenemos o bien que desarmarlo de hecho, o bien colocarlo en tal posicin que se sienta amenazado por la posibilidad de que lo logremos. De ah se desprende que el desarme o la destruccin del adversario (sea cual fuere la expresin que escojamos) debe consistir siempre el objetivo de la accin militar.

    Pero no cabe considerar la fuerza como la accin de una fuerza viva sobre una masa inerte (el aguante absoluto no sera guerra en modo alguno), sino que es siempre el choque entre dos fuerzas vivas. En ese sentido, lo que hemos afirmado sobre el objetivo ltimo de la accin militar es aplicable a uno y otro bando. De nuevo nos hallamos aqu ante una accin recproca. Mientras no haya derrotado a mi oponente, tengo que albergar el temor de que sea l quien pueda derrotarme. Por tanto, no soy ya dueo de m mismo, sino que aqul me justifica, al tiempo que yo lo justifico a l. Es esta la segunda accin recproca que conduce a un segundo caso extremo.

    5. Caso extremo de la aplicacin de las fuerzas Si queremos abatir a nuestro oponente, tenemos que regular nuestro esfuerzo de

    acuerdo con su poder de resistencia. Tal poder se pone de manifiesto como producto de dos factores indisolubles: la magnitud de los medios con que el oponente cuenta y la fuerza de su voluntad. Ser posible calcular la magnitud de los medios de que dispone, ya que sta se basa en nmeros (aunque no del todo); pero la fuerza de la voluntad no se deja medir tan fcilmente y slo en forma aproximada, por la fortaleza del motivo que la impulsa. Si mediante esta apreciacin logrramos calcular de manera razonablemente

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz aproximada el poder de resistencia de nuestro oponente, podramos regular nuestros esfuerzos de acuerdo con dicho clculo y estar en disposicin de intensificarlos para obtener una ventaja o bien extraer de ellos el mximo resultado posible, en caso de que nuestros medios no fueran suficientes como para asegurarnos esa ventaja. Pero nuestro oponente proceder del mismo modo, y a tenor de ello se produce entre nosotros una nueva puja que, desde el punto de vista de la teora pura, nos conduce una vez ms a un punto extremo. Es la tercera accin recproca que se presenta, y el tercer caso extremo con el que nos encontramos.

    6. Modificaciones en la prctica

    En el mbito abstracto de las concepciones puras, el pensamiento reflexivo no descansa hasta alcanzar el punto extremo, porque es con casos extremos con los que tiene que enfrentarse, con un conflicto de fuerzas libradas a s mismas y que no obedecen a otra ley que la propia. Por lo tanto, si pretendemos deducir de la concepcin puramente terica de la guerra un propsito absoluto, que podamos tener presente, as como los medios a poner en uso, estas acciones recprocas mantenidas de forma continua nos conducirn a extremos que no sern ms que un juego de la imaginacin elaborado por el encadenamiento apenas entrevisto de sutilezas de la lgica. Si, al ceirnos estrechamente a lo absoluto, pretendemos librarnos de una tacada de la totalidad de las dificultades, y con rigor lgico insistimos en estar preparados para ofrecer en toda ocasin el mximo de resistencia y aportar el mximo de esfuerzo, esa intencin derivar en una simple norma carente de valor y sin aplicacin en la prctica.

    Asimismo, en el supuesto tambin de que ese mximo de esfuerzo sea una cantidad absoluta, fcilmente determinable, habremos de admitir no obstante que no resulta fcil que la mente humana se someta al dominio de esas elucubraciones. En muchos casos, el resultado redundara en un derroche intil de fuerza que se vera limitado por otros principios del arte de gobernar. Esto requerira un esfuerzo desproporcionado en relacin con el objetivo a fijar, devenido de imposible realizacin. Efectivamente, la voluntad del hombre no extrae nunca su fuerza de las sutilezas lgicas.

    Todo cambia de aspecto, empero, al pasar del mundo abstracto a la realidad. En la abstraccin, todo permaneca supeditado al optimismo; era preciso concebir que ambos campos no slo se inclinaran por la perfeccin, sino tambin por lograr conseguirla. Sucede esto siempre en la prctica? Las condiciones para ello tendran que ser las siguientes:

    1. Que la guerra fuera un hecho totalmente aislado; que se produjera de improviso, y sin conexin con la previa vida poltica.

    2. Que el conflicto blico dependiera de una decisin nica o de varias decisiones simultneas.

    3. Que su decisin fuera definitiva y que la consecuente situacin poltica no fuera tenida en cuenta ni influyera sobre ella.

    7. La guerra nunca constituye un hecho aislado

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    Al referirnos al primero de estos puntos hemos de recordar que ninguno de los dos oponentes es para el otro un ente abstracto, ni aun considerndolo como factor de la capacidad de resistencia, que no depende de algo externo, o sea, de la voluntad. Tal voluntad no constituye un hecho totalmente desconocido; lo que ha sido hasta hoy nos indica lo que puede ser maana. La guerra nunca estalla de improviso ni su preparacin tiene lugar en un instante. De ese modo, cada uno de los oponentes puede, en buena medida, formarse una opinin del otro por lo que ste realmente es y hace, y no por lo que tericamente debera ser y hacer. Sin embargo, debido a su imperfecta organizacin, el hombre suele mantenerse por debajo del nivel de la perfeccin absoluta, y as estas deficiencias, inherentes a ambos bandos, se convierten en un principio reductor.

    8. La guerra no consiste en un golpe insostenido El segundo de los tres puntos enumerados nos sugiere las observaciones que siguen.

    Si el resultado de la guerra dependiera de una decisin nica, o de varias decisiones tomadas simultneamente, los preparativos para esa decisin o para esas decisiones diversas deberan ser llevados hasta el ltimo extremo. Nunca podra recuperarse una oportunidad perdida; la sola norma que podra aportarnos el mundo real para los preparativos a efectuar sera, en el mejor de los casos, la medida de los preparativos que lleva a cabo nuestro oponente, o lo que de ellos alcanzramos a conocer, y todo lo dems tendra que quedar de nuevo relegado al terreno de la abstraccin. Si la decisin consistiera en varios actos sucesivos, cada uno de stos, con las circunstancias que lo acompaan, podra suministrar una norma para los siguientes y, as, el mundo real ocupara el lugar del mundo abstracto, modificando, de acuerdo con ello, la tendencia hacia el extremo.

    Sin embargo, si toda guerra tuviese que limitarse indefectiblemente a una decisin nica o a una serie de decisiones simultneas, si los medios disponibles para la beligerancia fueran puestos en accin a un tiempo o pudieran serlo de este modo, una decisin adversa tendera a reducir estos medios, y, de haber sido stos todos empleados o agotados en la primera decisin, no habra porqu pensar en que se produjera una segunda. Todas las acciones blicas que pudieran producirse despus formaran, en esencia, parte de la primera, y slo constituiran su persistencia.

    Pero tal como hemos visto, en los preparativos para la guerra el mundo real ocupa el lugar de la idea abstracta, y una medida real el lugar de un caso extremo hipottico. Cada uno de los oponentes, aunque no fuera por otra razn, se detendr por tanto, en su accin recproca, alejado del esfuerzo mximo y no pondr en juego al mismo tiempo la totalidad de sus recursos.

    Sin embargo, la naturaleza misma de tales recursos, y de su mismo empleo, torna imposible su entrada en accin simultnea. Estos recursos comprenden las fuerzas militares propiamente dichas, el pas, con su superficie y su poblacin, y los aliados.

    El pas, con su superficie y su poblacin, no slo constituye la fuente de las fuerzas militares propiamente dichas, sino que es, en s mismo, tambin una parte integrante de los factores que actan en la guerra, aunque slo sea aquel que proporciona el teatro de operaciones o tiene marcada influencia sobre l.

    Ahora bien, los recursos militares mviles pueden ser puestos en funcionamiento simultneamente, pero esto no concierne a las fortalezas, los ros, las montaas, los habitantes, etc., en una palabra, al pas entero, a menos que ste sea tan pequeo que la primera accin blica lo afecte totalmente. Adems, la cooperacin de los aliados no es algo que depende de la voluntad de los beligerantes, y con frecuencia resulta, por la

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz misma naturaleza de las relaciones polticas, que no se hace efectiva sino con posterioridad, cuando de lo que se trata es restablecer el equilibrio de fuerzas alterado.

    Ms adelante intentaremos explicar con todo detalle que esta parte de los medios de resistencia que no puede ser puesta en accin a un tiempo es, en muchos casos, una parte del total mucho ms grande de lo que podra pensarse y que, por lo tanto, es capaz de restablecer el equilibrio de fuerzas, aun cuando la primera decisin se haya producido con gran violencia y aqul haya sido alterado seriamente. Por ahora bastar con dejar sentado que resulta contrario a la naturaleza de la guerra el que todos los recursos entren en juego al mismo tiempo. Esto, en s mismo, no tendr que ser motivo para disminuir la intensidad de los esfuerzos en la toma de decisin de las acciones iniciales. Ya que un comienzo desfavorable significa una desventaja a la cual nadie querra exponerse por propia voluntad, dado que, si bien la primera decisin es seguida por otras, mientras ms decisiva resulte aqulla, mayor ser su influencia sobre las que la sigan. Pero el hombre suele eludir el esfuerzo excesivo amparndose en la posibilidad de que se produzca una decisin subsiguiente y, por lo tanto, no concreta ni pone en accin todos sus recursos a efectos de la primera decisin, en la medida en que hubiera podido hacerlo de no mediar aquella circunstancia. Lo que uno de los oponentes no hace por debilidad se convierte para el otro en base real y motivo para reducir sus propios esfuerzos y, as, de resultas de esta accin recproca, la tendencia hacia el caso extremo conduce una vez ms a efectuar un esfuerzo limitado.

    9. La guerra, con su resultado, no es nunca algo absoluto

    Finalmente, tengamos en cuenta que la decisin final de una guerra no siempre es considerada como absoluta, sino que el estado derrotado a menudo ve en ese final un mal transitorio al que cabe encontrar remedio en las circunstancias polticas posteriores. Es evidente que tambin esto minora, en gran medida, la violencia de la tensin y la intensidad del esfuerzo.

    10. Las probabilidades de la vida real ocupan el lugar de lo extremo y absoluto de la teora

    As, todo el acto de la guerra deja de estar sujeto a la ley estricta de las fuerzas

    impulsadas hacia el punto extremo. Dado que no se teme ni se busca ya el caso extremo, se deja que la razn determine en vez de ello los lmites del esfuerzo, y esto slo puede ser llevado a cabo de acuerdo con la ley de las probabilidades, por deduccin de los datos que suministran los fenmenos del mundo real. Si los dos oponentes no son ya abstracciones puras sino estados o gobiernos individuales, y si la guerra no es ya un desarrollo ideal de los acontecimientos, sino uno determinado de acuerdo con sus propias leyes, entonces la situacin real suministra suficientes datos como para determinar lo que se espera, la incgnita que tiene que ser despejada.

    De acuerdo con las leyes de la probabilidad, por el carcter, las instituciones, la situacin y las circunstancias que definen al oponente, cada bando extraer sus conclusiones respecto de cul ser la accin del contrario y, a tenor de ello, determinar la suya propia.

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    11. El objetivo poltico asume de nuevo el primer plano Requiere ahora de nuevo nuestra atencin un tema que habamos obviado, o sea, el

    que se refiere al objetivo poltico de la guerra. Hasta ahora, esto haba sido absorbido, por as decir, por la ley del caso extremo, por el intento de desarmar y abatir al enemigo. El objetivo poltico de la guerra debe aflorar nuevamente a un primer plano a medida que la ley pierde su vigor y la posibilidad de realizar aquel intento se aleja. Si toda la consi-deracin es un clculo de probabilidades tomando como base unas personas y unas circunstancias determinadas, el objetivo poltico, como causa original, tiene que asumir el papel de factor esencial en este proceso. Cuanto menor sea el sacrificio que exijamos de nuestro oponente, debemos esperar que sean tanto ms dbiles los esfuerzos que haga para realizar ese sacrificio. Sin embargo, cuanto ms dbil sea su esfuerzo, tanto menor podra ser el nuestro. Por aadidura, cuanto menor sea nuestro objetivo poltico, tanto menor ser el valor que le asignaremos y tanto ms pronto estaremos dispuestos a dejarlo a su arbitrio. Por ello, tambin por ello nuestros propios esfuerzos sern ms dbiles.

    As, el objetivo poltico, como causa original de la guerra, ser la medida tanto para el propsito a alcanzar mediante la accin militar como para los esfuerzos necesarios para cumplir con ese propsito. En s misma, esa medida no puede ser absoluta, pero, ya que estamos tratando de cosas reales y no de simples ideas, lo ser en relacin con los dos Estados oponentes. Un mismo objetivo poltico puede originar reacciones diferentes, en diferentes naciones e incluso en una misma nacin, en diferentes pocas. Por lo tanto, cabe dejar que el objetivo poltico acte como medida, siempre que no olvidemos su influencia sobre las masas a las que afecta. Corresponde considerar, por tanto, tambin la naturaleza de estas masas. Ser fcil comprobar que las consecuencias pueden variar en gran medida segn que la accin resulte fortalecida o debilitada por el sentimiento de las masas. En dos naciones y estados pueden producirse tales tensiones y tal cmulo de sentimientos hostiles que un motivo para la guerra, insignificante en s mismo, puede originar, no obstante, un efecto totalmente desproporcionado con su naturaleza, como es el de una verdadera explosin.

    Esto resulta cierto en relacin con los esfuerzos que el objetivo poltico pueda exigir en uno y otro estado y en relacin con el fin que pueda asignarse a la accin militar. Algunas veces puede convertirse en ese fin, por ejemplo, cuando se trata de la conquista de cierto territorio. Otras, el objetivo poltico no se ajustar a la necesidad de proporcionar un fin para la accin militar y en tales casos tendremos que recurrir a una eleccin de ese tipo, capaz de servir de equivalente y de ocupar su lugar para firmar la paz. Pero tambin en estos casos siempre se presupone que tiene que guardarse la consideracin debida al carcter de los estados interesados. Hay circunstancias en las que el equivalente debe tener mucha ms importancia que el objetivo poltico, si es que ste ha de ser alcanzado por su mediacin. Cuanto mayor sea la indiferencia presente en las masas y menos grave la tensin que se produzca en otros terrenos tanto de los dos estados como en sus relaciones, mayor ser el objetivo poltico, como norma y por su propio carcter decisorio. Hay casos en los que, casi por s mismo, constituye el factor determinante.

    Si el fin de la accin militar se erige en equivalente del objetivo poltico, aqulla disminuir, en general, en la medida en que lo haga el objetivo poltico. Ms evidente resultar esto mientras ms claro aparezca el objetivo. As se explica por qu razn, sin

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz que exista contradiccin interna, pueden producirse guerras de todos los grados en importancia e intensidad, desde la de exterminio a la simple vigilancia armada. Pero ello nos conduce a una cuestin de otro tipo, que deberemos analizar y explicitar.

    12. La suspensin de la accin militar no se ha explicado hasta ahora Es posible que una accin militar pueda ser suspendida, aun por un momento, sea

    cual fuere el carcter y la medida de las reclamaciones polticas hechas por cualquiera de los dos bandos, sea cual fuere la debilidad de los medios puestos a disposicin, o sea cual fuere la futileza del fin perseguido por esa misma accin? Es esta una pregunta que atae a la esencia misma del tema.

    Cada accin requiere para su realizacin cierto tiempo, que es lo que llamamos persistencia. Esta puede ser ms larga o ms corta, segn quienes acten en ella se muestren ms o menos rpidos en sus movimientos.

    No vamos a detenernos aqu en esto. Cada cual realiza las cosas a su manera, pero lo cierto es que la persona lenta no acta lentamente porque quiera emplear ms tiempo, sino porque, debido a su propia naturaleza, necesita ms tiempo, y si hubiera de hacerlo con mayor rapidez no lo hara tan bien. En consecuencia, ese tiempo depende de las causas subjetivas, o queda reflejado en la duracin real de la accin.

    Si a cada accin de la guerra se le reconoce una duracin, tenemos que admitir, por lo menos al pronto, que todo gasto de tiempo ms all de esa duracin, o, lo que es lo mismo, cualquier suspensin de la accin militar, parece ser absurda. En relacin con ello, tendremos que recordar siempre que la cuestin no se centra en el progreso de uno u otro de los oponentes, sino en el progreso de la accin militar como un todo.

    13. Existe nicamente una causa que puede suspender la accin, y esto parece ocurrir siempre tan slo en un solo bando

    Si dos bandos se han armado para la lucha, tiene que existir un motivo hostil que los

    haya impulsado a hacerlo. As, pues, mientras se mantengan en pie de guerra, es decir, mientras no hagan la paz, este motivo permanecer presente y slo dejar de actuar en cualquiera de los dos oponentes por una sola razn, la de que se prefiere esperar un momento ms favorable para la accin. Obviamente esta razn slo puede surgir en uno de los dos bandos, debido a que, por su propia naturaleza, se opone diametralmente a la del otro. Si a uno de los que ejercen la jefatura le conviene actuar, al otro le convendr esperar.

    Un equilibrio cabal de fuerzas no puede producir jams una interrupcin de la accin, porque una tal suspensin supondra necesariamente la minoracin de iniciativa del que tenga el propsito positivo, es decir, el atacante.

    Pero de concebir un equilibrio en el que quien asume la finalidad positiva, y por tanto el motivo ms poderoso, es al mismo tiempo quien dispone de menor nmero de fuerzas, de manera que la ecuacin surgira del producto de las fuerzas y de los motivos, aun as tendramos que afirmar que si no se vislumbra un cambio en este estado de equilibrio, ambos bandos tienen que firmar la paz. Pero de vislumbrar un cambio, ste redundara en

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz favor de uno de los bandos solamente y, por la misma razn, el otro se vera obligado a actuar. Constatamos, por tanto, que la idea de un equilibrio no puede justificar una suspensin de las hostilidades, pero sirve para fundamentar la espera de un momento ms favorable. Por ejemplo, supongamos que uno de los dos estados oponentes tiene un propsito positivo, o sea, el de conquistar un territorio del adversario que podra ser usado como moneda de cambio en la negociacin de la paz. Lograda esa conquista, se ha alcanzado el objetivo poltico; la accin ya no resulta necesaria y cabe tomarse un descanso. Si el oponente acepta el resultado, deber firmar la paz; en caso contrario, debe actuar. Si en ese momento cree que en un perodo de tiempo determinado se encontrar en mejores condiciones para hacerlo, entonces cuenta con razones suficientes como para posponer su accin.

    Pero desde ese momento, la necesidad de actuar parece por lgica recaer en su oponente, a fin de no darle tiempo al que se halla en desventaja para que se prepare para la accin. Todo ello, por descontado, en el supuesto de que tanto uno como otro bando tengan un conocimiento cabal de las circunstancias.

    14. La accin militar tendra de este modo una continuidad que de nuevo impulsara todo hacia una situacin extrema

    Si la accin militar estuviera realmente dotada de esa continuidad, todo sera empujado de nuevo hacia el caso extremo. Porque, adems de que tal actividad sostenida enconara an ms los sentimientos e impregnara al todo de un mayor apasionamiento y un mayor grado de fuerza elemental, tambin hara surgir, en la continuidad de la accin, un encadenamiento an ms fuerte de acontecimientos y una conexin causal ms conse-cuente entre ellos. En consecuencia, cada accin llegara a ser ms importante y, por lo tanto, ms peligrosa.

    Pero la experiencia nos dice que la accin militar rara vez, o nunca, presenta esta continuidad, y que en muchas guerras la accin asume la menor parte del tiempo, mientras que la inactividad ocupa el resto. Esto quiz no siempre constituya una ano-mala. La suspensin de la accin militar debe ser posible, es decir, no implica una contradiccin. Que esto es as y por qu ocurre as, lo mostraremos a continuacin.

    15. Surge aqu por tanto la evidencia de un principio de polaridad Al suponer que los intereses de uno de los que ejercen la jefatura son siempre

    diametralmente opuestos a los del otro, dejamos sentada la existencia de una verdadera polaridad. Ms adelante dedicaremos todo un captulo a este principio, pero mientras tanto nos parece oportuno hacer una observacin con referencia a ello.

    El principio de polaridad slo es vlido si, como tal, es la misma cosa, en la que lo positivo y su contrario, lo negativo, se destruyen mutuamente. En una batalla, cada uno de los bandos oponentes desea vencer, lo que constituye una verdadera polaridad, porque la victoria del uno resulta la derrota del otro. Pero si nos referimos a dos cosas diferentes entre las que exista una relacin comn objetiva, no sern las cosas, sino sus relaciones, las que posean polaridad.

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    16. El ataque y la defensa son cosas de clase distinta y de fuerza desigual. Debido a ello no pueden ser objeto de polaridad

    Si slo existiera una forma de guerra, digamos la que corresponde al ataque del

    enemigo, no habra defensa; ello es tanto como decir que si hubiera de distinguirse al ataque de la defensa slo por el motivo positivo que el uno posee y del que la otra carece, si los mtodos de lucha fueran siempre invariablemente los mismos, en tal empeo, cualquier ventaja de un bando tendra que representar una desventaja equivalente para el otro, existiendo entonces una verdadera polaridad.

    Pero la accin militar adopta dos formas distintas, la de ataque y la de defensa, que son muy diferentes y de fuerza desigual, como mostraremos ms adelante con detalle. La polaridad reside, pues, en que ambos bandos guardan una relacin, como es la decisin, pero no en el ataque o en la defensa mismos. Si uno de los comandantes en jefe deseara posponer la decisin, el otro debera desear acelerarla, pero, por supuesto, solamente en la misma forma de conflicto. Si a A le interesara no atacar a su oponente inmediatamente, sino cuatro semanas ms tarde, el inters de B se centrara en ser atacado inmediatamente y no cuatro semanas ms tarde. Se trata de una oposicin directa; pero no se desprende necesariamente de ello que a B le beneficie atacar a A de inmediato. Evidentemente, es algo muy distinto.

    17. El efecto de la polaridad es anulado a menudo por la superioridad que muestra la defensa sobre el ataque. Ello explica la suspensin de la accin militar

    Si la forma de defensa se muestra ms fuerte que la de ataque, como vamos a

    demostrar, se plantea la cuestin de saber si la ventaja de una decisin diferida es tan grande para el bando que se apresta a atacar como la de la defensa lo es para el otro. Cuando no lo es, no puede esa ventaja, mediante su contrario, superar ste e influir de ese modo en el curso de la accin militar. Comprobamos, por lo tanto, que la fuerza impulsiva inherente a la polaridad de intereses puede ser anulada por la diferencia existente entre la fuerza del ataque y la de la defensa, y dejar as de tener eficacia.

    Por lo tanto, si el bando para el cual el momento presente es favorable se muestra demasiado dbil hasta el punto de renunciar a la ventaja de permanecer a la defensiva, debe resignar se a afrontar un futuro menos favorable. Porque puede ser mejor librar un combate defensivo en un futuro desfavorable que uno defensivo en el momento presente, o que entablar la paz. Al estar convencidos de que la superioridad de la defensa (correcta-mente entendida) es muy grande, mucho ms de lo que al pronto podra parecer, se explica la notable proporcin que ocupan en la guerra los perodos carentes de accin, sin que esto implique necesariamente una contradiccin. Cuanto ms dbiles sean los motivos para la accin, tanto ms sern neutralizados por esa diferencia entre el ataque y la defensa. Por lo tanto, la accin militar ser impulsada con harta frecuencia a una pausa, que es en realidad lo que nos muestra la experiencia.

    18. Una segunda causa reside en el conocimiento imperfecto de la situacin

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    Todava existe otra causa que puede suspender la accin militar, y es la del conocimiento imperfecto de la situacin. Cada comandante en jefe slo tiene un conocimiento personal exacto de su propia posicin y no conoce la de su adversario ms que por informes inciertos. Puede cometer errores de interpretacin y, como consecuencia de ello, puede llegar a creer que la iniciativa corresponde a su oponente, cuando en realidad le corresponde a l mismo. Esta merma de conocimientos podra, en verdad, dar lugar tanto a acciones inoportunas como a inoportunas inacciones, y contribuir por s misma a causar tanto retrasos como aceleramientos en la accin militar. Pero siempre deber ser considerada como una de las causas naturales que, sin que im-plique una contradiccin subjetiva, puede llevar a la accin militar a un estancamiento. As como consideramos, sin embargo, que por lo general nos sentimos ms inclinados e inducidos a deducir que la fuerza de nuestro oponente es demasiado grande antes que demasiado pequea, ya que hacerlo as es propio de la naturaleza humana, tendremos que admitir tambin que el conocimiento imperfecto de la situacin en general deber contri-buir sensiblemente a detener la accin militar y a perturbar los principios en que se basa su direccin.

    La posibilidad de una pausa introduce una nueva reduccin en la accin militar, diluyndola, por as decir, en el factor tiempo, lo que corta el avance del peligro y aumenta la capacidad de restablecer el equilibrio de fuerzas. Cuanto ms grandes sean las tensiones que han determinado la explosin de la guerra y cuanto mayor sea, en consecuencia, la energa que se imprime a esta ltima, ms breves sern los perodos de inaccin; cuanto ms dbil sea el sentimiento hostil, ms largos sern aqullos. En efecto, los motivos ms poderosos acrecientan nuestra fuerza de voluntad y sta, como se sabe, constituye siempre un factor, un producto de nuestras fuerzas.

    19. Los perodos frecuentes de inaccin alejan an ms a la guerra del mbito de la teora absoluta y la convierten todava ms en un clculo de probabilidades

    Cuanto mayor sea la lentitud con que se desarrolle la accin militar y cuanto ms largos y frecuentes sean los perodos de inaccin, tanto ms fcilmente se podr rectificar un error. El comandante en jefe se aventurar a ampliar sus suposiciones y al propio tiempo se mantendr con mayor holgura por debajo del punto extremo que preconiza la teora, y basar todas sus deducciones en la probabilidad y la conjetura. En consecuencia, el curso ms o menos pausado de la accin militar dejar ms o menos tiempo para aquello que la naturaleza de la situacin concreta reclame por s misma, es decir, un clculo de probabilidades acorde con las circunstancias que concurran en el caso.

    20. El azar es el nico elemento que falta para hacer de la guerra un juego, y es de este elemento del que menos carece

    Lo que se ha expuesto hasta aqu nos ha mostrado cmo la naturaleza objetiva de la guerra hace de ella un clculo de probabilidades. Ahora slo se requiere un elemento ms para considerarla como un juego, y ciertamente ese elemento no le falta en absoluto: es el azar. Ninguna actividad humana guarda una relacin ms universal y constante con el azar como la guerra. El azar, juntamente con lo accidental y la buena suerte, desempea un gran papel en la guerra.

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    21. Tanto por su naturaleza subjetiva como por su naturaleza objetiva, la guerra se convierte en un juego

    Si reparamos ahora en la naturaleza subjetiva de la guerra, o sea, en las fuerzas

    necesarias para llevarla a cabo, se nos mostrar todava ms como un juego. El elemento dentro del cual se mueve la accin blica es el peligro; pero cul es, en el peligro, la cualidad moral que predomina? El valor. Este es por cierto compatible con el clculo prudente, pero el valor y el clculo son distintos por naturaleza y pertenecen a mbitos dispares del espritu. Por otro lado, la osada, la confianza en la buena fortuna, la intrepidez y la temeridad son todas manifestaciones del valor, y tales esfuerzos del espritu tienden hacia lo accidental, porque es su propio elemento.

    Vemos, pues, que, desde el principio, el factor absoluto, el llamado matemtico, no cuenta con ninguna base segura en los clculos del arte de la guerra. De entrada nos hallamos ante un juego de posibilidades y de probabilidades, de buena y de mala suerte, que hace acto de presencia en todos los hilos, grandes o pequeos, de su trama y es el responsable de que, de todas las ramas de la actividad humana, sea la guerra la que ms se parece a un juego de cartas.

    22. Cmo esto concuerda mejor, en general, con el espritu humano

    Aunque nuestro entendimiento se siente por lo general inclinado a asentarse en la certeza y la claridad, nuestro espritu es preso a menudo de la incertidumbre. En lugar de abrirse camino de la mano de la inteligencia por el estrecho sendero de la investigacin filosfica y de la deduccin lgica, prefiere moverse con lentitud, con la imaginacin puesta en el dominio del azar y de la suerte, a fin de llegar, casi de modo inconsciente, a un terreno donde se siente extrao y donde todos los objetos que le son familiares parecen abandonarlo. En lugar de sentirse aprisionado, como en el primer caso, por la necesidad elemental, goza ahora de toda una gama de posibilidades. Extasiado, el valor alza el vuelo, y la osada y el peligro se convierten en el elemento al que aqul se precipita, del mismo modo que un nadador audaz se arroja a la corriente.

    Tiene la teora que abandonar aqu ese punto y seguir satisfecha hasta establecer reglas y conclusiones absolutas? Si es as no tiene una aplicacin prctica. La teora debe tener en cuenta el elemento humano y destinar el lugar que les corresponde al valor, al arrojo e incluso a la temeridad. El arte de la guerra tiene que vrselas con fuerzas vivas y morales, de donde se deriva que lo absoluto y lo seguro le resultan inaccesibles; siempre queda un margen para lo accidental, tanto en las cosas grandes como en las pequeas. As como por un lado aparece ese elemento accidental, por el otro el valor y la confianza en uno mismo deben hacer acto de presencia y llenar el hueco abierto. Cuanto mayor sea el valor y la confianza en uno mismo, ms grande ser el margen que cabe dejar para lo accidental. Por lo tanto, el valor y la confianza en uno mismo son elementos absolutamente esenciales para la guerra. Y en consecuencia, la teora slo debe formular aquellas reglas que ofrezcan un libre campo de accin para esas virtudes militares ms necesarias y esclarecidas, en todos sus grados y variaciones. Hasta en la osada hay sabidura y prudencia, pero su apreciacin responde a una escala diferente de valores.

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    23. La guerra sigue siendo todava un medio serio para alcanzar un objetivo serio

    As es la guerra, as el jefe que la dirige y as la teora que le atae. Pero la guerra no

    constituye un pasatiempo, ni una simple pasin por la osada y el triunfo, ni el fruto de un entusiasmo sin lmites; es un medio serio para alcanzar un fin serio. Todo el encanto del azar que exhibe, todos los estremecimientos de pasin, valor, imaginacin y entusiasmo que acumula, son tan slo propiedades particulares de ese medio.

    La guerra entablada por una comunidad la guerra entre naciones enteras, y particularmente entre naciones civilizadas, surge siempre de una circunstancia poltica, y no tiene su manifestacin ms que por un motivo poltico. Es, pues, un acto poltico. Ahora bien, si en s misma fuera un acto completo e inalterable, una manifestacin absoluta de violencia, como hubo que deducir considerndola en su concepcin pura, en cuanto se pusiera de manifiesto por medio de la poltica ocupara el lugar de sta y, como algo completamente independiente de ella, la descartara y slo se regira por sus propias leyes. Algo parecido a lo que ocurre cuando se acciona una mina y no puede variarse su rumbo hacia otra direccin como no sea la marcada en el ajuste previo. Hasta ahora, tambin en la prctica esto ha sido considerado de esta forma, siempre que la carencia de armona entre la poltica y la conduccin de la guerra ha llevado a distinciones tericas de esta naturaleza. Pero tal idea es bsicamente falsa. Como hemos visto, la guerra, en el mundo real, no es un acto extremo que libera su tensin mediante una sola descarga; es una accin de fuerzas que no se desarrollan en todos los casos de la misma forma y en la misma proporcin, pero que en un momento preciso llegan a un extremo suficiente como para vencer la resistencia que les oponen la inercia y la friccin, mientras que a la par son demasiado dbiles para producir efecto alguno. La guerra constituye, por as decir, un embate regular de violencia, de mayor o menor intensidad y vehemencia, y que, a conse-cuencia de ello, libera las tensiones y agota las fuerzas de una forma ms o menos rpida o, en otras palabras, conduce al objetivo propuesto con mayor o menor rapidez. Pero siempre tiene una duracin suficiente como para ejercer, durante su transcurso, una influencia sobre ese objetivo, de modo que puede hacerlo cambiar en uno u otro sentido. En definitiva, puede durar lo suficiente como para estar sujeta a la voluntad de una inteligencia directora. Si es cierto que la guerra tiene su origen en un objetivo poltico, resulta que ese primer motivo, que es el que la promueve, constituye, de modo natural, la primera y ms importante de las consideraciones que deben ser tenidas en cuenta en la conduccin de la guerra. Pero el objetivo poltico no se convierte, por ello, en una regla desptica. Debe adaptarse a la naturaleza de los medios a su disposicin, y, de ese modo, cambiar a menudo por completo. Pero siempre deber ser considerado en primer trmino. La poltica, por lo tanto, asumir un papel en la accin total de la guerra, y ejercer una influencia continua sobre ella, hasta donde lo permita la naturaleza de las fuerzas explosivas que contiene.

    24. La guerra es una mera continuacin de la poltica por otros medios Vemos, pues, que la guerra no constituye simplemente un acto poltico, sino un

    verdadero instrumento poltico, una continuacin de la actividad poltica, una realizacin de sta por otros medios. Lo que resta de peculiar en la guerra guarda relacin con el carcter igualmente peculiar de los medios que utiliza. El arte de la guerra en general, y el

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz jefe que la conduce en cada caso particular, pueden determinar que las tendencias y los planes polticos no encierren ninguna compatibilidad con estos medios. Esta exigencia no resulta balad; pero, por ms que se imponga poderosamente en casos particulares sobre los designios polticos, debe considerrsela siempre slo como una modificacin de esos designios, ya que el propsito poltico es el objetivo, mientras que la guerra constituye el medio, y nunca el medio cabe ser pensado como desposedo de objetivo.

    25. Naturaleza diversa de las guerras

    Cuanto ms intensos y poderosos sean los motivos y las tensiones que justifiquen la guerra, ms estrecha relacin guardar sta con su concepcin abstracta. Cuanto ms encaminada se halle en la destruccin del enemigo, tanto ms coincidirn el propsito militar y el objetivo poltico, y la guerra aparecer ms como puramente militar y menos como poltica. Pero cuanto ms dbiles sean las motivaciones y las tensiones, la tendencia natural del elemento militar, o sea la tendencia a la violencia, coincidir menos con las directrices polticas; por tanto, cuanto ms se aparte la guerra de su trascendencia natural, mayor ser la diferencia que separa el objetivo poltico del propsito de una gue-rra ideal, y mayor apariencia tendr la guerra de ser poltica.

    Pero con el fin de impedir que el lector llegue a conclusiones errneas, es preciso hacer notar que por esa tendencia natural de la guerra entendemos solamente la tendencia filosfica, estrictamente lgica, y de ningn modo la de las fuerzas que realmente intervienen en el conflicto, hasta el punto de que, por ejemplo, deberamos incluir todas las emociones y pasiones de los combatientes. Es cierto que stas pueden, en muchos casos, ser avivadas hasta tal extremo que slo con dificultad cabr mantenerlas reducidas al campo poltico; pero por lo general no se plantea esta contradiccin, porque la existencia de emociones tan fuertes implica tambin la elaboracin de un gran plan que las englobe. Si este plan se dirige tan slo hacia un objetivo vano, la agitacin emotiva de las masas ser tan dbil, que en todo caso necesitar ser alentada antes que contenida.

    26. Todas las guerras tienen que ser consideradas como actos polticos En relacin con nuestro tema principal, podemos apreciar que, si bien es verdad que

    en cierta clase de guerras la poltica parece haber desaparecido por completo, mientras que en otras aparece de forma bien definida, cabe afirmar, sin embargo, que unas son tan polticas como las otras. Efectivamente, si consideramos la poltica como la inteligencia del Estado personificado, entre las combinaciones de circunstancias que deben ser tenidas en cuenta en los clculos debemos incluir aquella en que la naturaleza de las circunstancias provoca una guerra de la primera clase. Pero si el trmino poltica no es entendido como un conocimiento amplio de la situacin, sino como la idea convencional de una aagaza cautelosa, astuta y hasta deshonesta, contraria a la violencia, es en este caso cuando el ltimo tipo de guerra correspondera, ms que el primero, a la poltica.

    27. Consecuencias de este punto de vista para la comprensin de la historia de la guerra y para los fundamentos de la teora

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    En primer lugar vemos, pues, que en toda circunstancia tiene que considerarse a la guerra no como algo independiente, sino como un instrumento poltico. Tan slo si adoptamos este punto de vista podremos evitar caer en contradiccin con toda la historia de la guerra y hacer una apreciacin inteligente de su totalidad. En segundo lugar, este mismo punto de vista nos muestra cmo pueden variar las guerras de acuerdo con la naturaleza de las motivaciones y de las circunstancias de las cuales aqullas surgen.

    El primer acto de discernimiento, el mayor y el ms decisivo que llevan a cabo un estadista y un jefe militar, es el de establecer correctamente la clase de guerra en la que estn empea dos y no tomarla o convertirla en algo diferente de lo que dicte la naturaleza de las circunstancias. Este es, por lo tanto, el primero y el ms amplio de todos los problemas estratgicos. Ms adelante, en el captulo referente a la planificacin de la guerra, procederemos a examinarlo con mayor detencin.

    Contentmonos por ahora con haber expuesto el tema y establecido, al hacerlo, el punto de vista principal desde el cual deben ser examinadas tanto la guerra como su teora.

    28. Conclusin para la teora La guerra no es, pues, no slo un verdadero camalen, por el hecho de que en cada

    caso concreto cambia de carcter, sino que constituye tambin una singular trinidad, si se la considera como un todo, en relacin con las tendencias que predominan en ella. Esta trinidad est integrada tanto por el odio, la enemistad y la violencia primigenia de su esencia, elementos que deben ser considerados como un ciego impulso natural, como por el juego del azar y de las probabilidades, que hacen de ella una actividad desprovista de emociones, y por el carcter subordinado de instrumento poltico, que la inducen a pertenecer al mbito del mero entendimiento.

    El primero de estos tres aspectos interesa especialmente al pueblo; el segundo, al comandante en jefe y a su ejrcito, y el tercero, solamente al gobierno. Las pasiones que deben prender en la guerra tienen que existir ya en los pueblos afectados por ella; el alcance que lograrn el juego del talento y del valor en el dominio de las probabilidades del azar depender del carcter del comandante en jefe y del ejrcito; los objetivos polticos, sin embargo, incumbirn solamente al gobierno.

    Estas tres tendencias, que se ponen de manifiesto al igual que lo hacen muchas diferentes legislaciones, se asientan profundamente en la naturaleza de la cuestin y, al mismo tiempo, varan en magnitud. Una teora que rehuyera tomar en cuenta cualquiera de ellas o fijara una relacin arbitraria entre ellas incurrira en tal contradiccin con la realidad que por este solo hecho debera ser considerada como nula.

    El problema consiste, pues, en mantener a la teora en equilibrio entre estas tres tendencias, como si fueran stas tres polos de atraccin.

    En el libro que trata sobre la teora de la guerra nos proponemos investigar la manera de resolver tal problema del modo ms concluyente. Esa definicin del concepto de la guerra se convierte para nosotros en el primer rayo de luz que ilumina los fundamentos de la teora, que evidenciar por vez primera sus rasgos principales y nos permitir distinguirlos.

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    Captulo II

    EL FIN Y LOS MEDIOS EN LA GUERRA

    Al haber determinado en el captulo anterior la naturaleza compleja y variable de la guerra, corresponde ahora considerar qu influencia ejerce sta sobre el fin y los medios de la guerra.

    De inquirir, en primer trmino, cul es el propsito hacia el cual debe encaminarse la guerra total, de modo que sea el medio adecuado para alcanzar el objetivo poltico, nos encontramos con que aqul es tan variable como lo son el objetivo poltico y las circunstancias particulares de la guerra.

    De comenzar atenindonos, una vez ms estrictamente, a la teora pura de la guerra, estamos obligados a decir que el objetivo poltico debe ser situado realmente fuera de la esfera de la guerra. En efecto, siendo la guerra un acto de violencia para obligar al enemigo a acatar nuestra voluntad, entonces, en cada caso, todo depender slo y necesariamente de derrotar al enemigo, es decir, de desarmarlo. Este objetivo, que se deduce de la teora pura, pero que cuenta en realidad con muchos casos similares, ser examinado ante todo a la luz de esa realidad.

    Ms adelante, cuando consideremos la planificacin de una guerra, abordaremos con mayor detencin lo que significa desarmar a un estado; pero ahora tenemos que diferenciar en principio tres cosas que, como tres objetos generales, incluyen todo lo dems: son las fuerzas militares, el territorio y la voluntad del enemigo.

    Las fuerzas militares tienen que ser destruidas, es decir, deben ser situadas en un estado tal que no puedan continuar la lucha. Aprovechamos la ocasin para aclarar que la expresin destruccin de las fuerzas militares del enemigo debe ser siempre interpretada nicamente en este sentido.

    El territorio debe ser conquistado, porque de un pas pueden extraerse siempre nuevas fuerzas militares.

    Pero, a pesar de que se hayan producido estas dos cosas, la guerra, es decir, la tensin hostil y el efecto de las fuerzas hostiles, no puede considerarse como finalizada hasta que la voluntad del enemigo no haya sido sometida. Es decir, hasta que el gobierno y sus aliados hayan sido impelidos a firmar la paz, o hasta que la poblacin haya sido sometida. En efecto, aunque se cuente con una posesin completa del pas, el conflicto puede estallar nuevamente en el interior o mediante la ayuda de los aliados. Sin duda esto puede suceder tambin despus de firmada la paz, pero ello demostrar tan slo que no todas las guerras admiten una decisin y una componenda completas. Incluso en este caso, la firma de la paz extingue siempre, por su mera eclosin, una serie de chispas que pueden haber permanecido ocultas, y las tensiones se aflojan porque el nimo de aquellos que se sienten abocados a la paz, de los que siempre abundan en todas las naciones y en todas las circunstancias, se aparta por completo de la idea de resistencia. Sea como fuere, hay que considerar siempre que con la paz se llega a un fin, y que con ella la guerra finaliza.

    De los tres puntos que hemos enumerado, las fuerzas militares son las destinadas a la defensa del pas. El orden natural marca que son ellas las que deben ser destruidas primero; luego habr que conquistar el territorio, y, como resultado de estos dos triunfos y de la fuerza que entonces se posea, el enemigo ser impelido a firmar la paz. Por lo

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz general, la destruccin de las fuerzas militares del adversario se produce de manera gradual y es sucedida de inmediato por la conquista del pas en una medida pertinente. Estos dos hechos reaccionan por lo comn uno respecto del otro, ya que la prdida de territorio contribuye a debilitar a las fuerzas militares. Pero este orden no es en absoluto indispensable y no siempre ocurre as. Las fuerzas enemigas, incluso antes de haber sido debilitadas de modo notable, pueden retroceder al extremo opuesto del pas, o bien penetrar en territorio extranjero. Cuando esto ocurre, por tanto, una gran parte, o incluso todo el pas, puede ser conquistado.

    El desarme del enemigo, como objetivo de la guerra considerado en abstracto, y ltimo medio de alcanzar el objetivo poltico, en el cual deben englobarse todos los dems, de ningn modo se produce siempre en la prctica, ni es condicin necesaria para la paz. De ninguna forma, por lo tanto, se le puede tericamente dar la categora de ley. Existen un sinnmero de tratados de paz que fueron concluidos antes de que cualquiera de los dos bandos pudiera considerarse desarmado, e incluso antes de que el equilibrio de fuerzas hubiese sido alterado de forma ms o menos evidente. E incluso la observacin de los casos reales nos induce a admitir que en toda una serie de ellos, especialmente en los que las fuerzas del enemigo son evidentemente ms fuertes, la derrota comportara un juego vano de ideas.

    La razn por la cual el objetivo de la guerra, segn la teora, no siempre concuerda con la guerra real, reside en la diferencia existente entre ambos, a la cual nos hemos referido en el captulo anterior. Segn la teora pura, una guerra entre Estados de fuerza desigual evidente quedara abocada a un absurdo y, en consecuencia, no sera posible. La desigualdad en la fuerza fsica no tendra que ser mayor, todo lo ms, que lo neutralizable por la fuerza moral, y esto no significara mucho en Europa, en nuestra situacin social actual. Por lo tanto, si es un hecho probado que ciertas guerras se producen entre estados de podero desigual, esto se debe a que, en la realidad, la guerra tiende a alejarse en gran medida de nuestra concepcin terica original.

    Existen dos motivos que inducen a firmar la paz, susceptibles, en la prctica, de substituir la imposibilidad de ofrecer mayor resistencia: el primero es lo aleatorio que pueda resultar el xito y el segundo, el precio excesivo que haya que pagar por l.

    Como se ha explicado en el captulo anterior, la guerra tiene que verse libre, desde el principio hasta el fin, de la ley estricta de la necesidad interna, y someterse al clculo de probabilidades. Ello ser tanto ms evidente cuanto ms se adapte a las circunstancias de las que ha surgido, o sea, mientras menos entidad tengan los motivos para ello y para las tensiones existentes. Siendo as, cabe perfectamente concebir que incluso el motivo para firmar la paz puede surgir de un clculo de probabilidades. En la guerra no es necesario, por lo tanto, luchar hasta que uno de los bandos sea derrotado, y cabe suponer que, cuando las motivaciones y las tensiones son dbiles, una ligera probabilidad, apenas perceptible, es suficiente como para hacer que el bando que se halla en desventaja ceda en sus propsitos.

    En caso de que el otro bando estuviera convencido de antemano de ello, entra en la lgica que se esforzara tan slo en inclinar tal probabilidad a su favor, en lugar de preocuparse por obtener la derrota completa del adversario.

    La consideracin del gasto de fuerzas que se haya hecho y del que todava se requiera influir tambin en la decisin de firmar la paz. No siendo la guerra un acto de pasin ciega, sino que est dominada por el objetivo poltico, la entidad y la importancia de ese

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz objetivo determinan la medida de los sacrificios que hay que realizar para obtenerlo. Lo cual se refiere no solamente al alcance de esos sacrificios, sino tambin a su duracin.

    En consecuencia, tan pronto como el gasto de fuerzas sea tan grande que el objetivo poltico no lo compense, ese objetivo tender a ser abandonado y el resultado lgico ser la paz.

    Vemos, pues, que en las guerras en las que un bando no puede desarmar completamente al otro, los motivos para la paz emergern y desaparecern en ambos frentes a tenor de las probabilidades de ulteriores xitos y del gasto de fuerzas que se re-quiera. Si los motivos son igualmente fuertes en ambos bandos, se harn patentes en medio de sus diferencias polticas. Lo que ganarn en fuerza en un lado lo perdern en el otro. Cuando la suma de su adicin sea suficiente, el resultado ser la paz, pero, como es lgico, con ventaja para el bando cuyos motivos sean ms dbiles.

    A estas alturas, pasamos adrede por alto la diferencia que indefectiblemente debe originar en la prctica el carcter positivo o negativo del objetivo poltico. Si bien ello asume la mayor importancia, como mostraremos ms adelante, aqu tenemos que atenernos a una consideracin ms general, porque las intenciones polticas originales varan mucho en el transcurso de la guerra y al final pueden ser totalmente diferentes, precisamente porque estn condicionadas en parte por los xitos que se obtienen y sujetas por otra a los resultados aleatorios.

    Surge ahora el problema de cmo se puede influir sobre la probabilidad de xito. En primer lugar, se puede conseguir, como es lgico, utilizando los mismos medios aplicados para derrotar al enemigo, es decir, la destruccin de sus fuerzas militares y la conquista de su territorio, si bien ninguno de ellos sera igual a este respecto como cuando se utilizaran con este objetivo. El ataque a las fuerzas enemigas ser algo muy distinto si tratamos de reforzar el primer golpe con una sucesin de otros hasta alcanzar la total destruccin, o bien si nos contentamos con una victoria destinada tan slo a quebrantar el sentimiento de seguridad del enemigo, hacindole percibir nuestra superioridad y suscitando as la desconfianza en su futuro. Si esta es nuestra intencin, proseguiremos con la destruccin de las fuerzas enemigas solamente hasta donde sea necesario para el logro de ese propsito. De manera anloga, la conquista de territorio enemigo resultar una medida diferente, y el objetivo no consistir en derrotar al adversario. Si tal fuera nuestro objetivo, la destruccin de las fuerzas enemigas sera una accin realmente efectiva y la apropiacin de sus territorios sera mera consecuencia de ello. El hecho de apoderarse de esos territorios antes de que las fuerzas contrarias hayan sido desmembradas tiene que ser siempre considerado slo como un mal necesario. Por otro lado, si nuestro propsito no fuera el de derrotar por completo a las fuerzas enemigas y si tenemos la conviccin de que el enemigo no busca, sino que incluso teme llevar la lucha a un terreno sangriento, el hecho de apoderarse de una parte de su territorio, parcial o completamente desguarnecido, constituir en s mismo una ventaja. Y si esta ventaja es suficientemente grande como para que el enemigo desconfe del resultado final, habr que considerar entonces sta como una va ms corta hacia la paz.

    Veamos ahora otros medios especiales de influir sobre la probabilidad de xito sin recurrir a la derrota de las fuerzas enemigas, es decir, aquellas actividades que surten efecto inmediato sobre la poltica. Si es posible realizar acciones tendentes a desbaratar las alianzas del enemigo o volverlas ineficaces, a atraer nuevos aliados a nuestro bando, a estimular las actividades polticas en nuestro favor, y otras parecidas, resultar fcil concebir entonces que tales actividades pueden acrecentar la probabilidad de xito y

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz convertirse en una va mucho ms corta para el logro de nuestro objetivo que el que puede implicar la derrota de las fuerzas enemigas.

    La segunda cuestin es cmo influir sobre el desgaste de esas fuerzas del enemigo, o sea, cmo hacer ms costoso el precio de sus xitos. El desgaste de las fuerzas enemigas reside en la merma de su poder, o sea, en su destruccin, as como en la prdida de territorio, por lo tanto, en su conquista por nuestra parte.

    Un examen ms preciso pondr de nuevo en evidencia que el significado de cada uno de estos trminos tiende a variar, y que cada operacin difiere en su carcter segn el objetivo que tenga en perspectiva. Aunque estas diferencias sean por regla general nimias, ello no debe ser motivo de asombro, ya que en la prctica, cuando los motivos carecen de fuerza, resulta a menudo que los matices diferenciales ms insignificantes son decisivos a la hora de escoger tal o cual mtodo de aplicar la fuerza. Por ahora slo nos interesa mostrar que, bajo ciertas condiciones, existen otras vas posibles para alcanzar nuestro objetivo, no siendo ni contradictorias, ni absurdas, y ni siquiera errneas.

    Adems de aquellos dos medios, se pueden tambin llevar a cabo tres maneras especiales de acrecentar en forma directa el desgaste del enemigo. En primer trmino aludiremos a la invasin, es decir, la ocupacin del territorio enemigo, no con el pro-psito de permanecer en l, sino para exigir una contribucin sobre l o para devastarlo. El objetivo inmediato no es aqu ni la conquista del territorio enemigo ni la derrota de sus fuerzas, sino solamente el de causarle dao en un sentido general. La segunda va es la que dirige nuestra accin con preferencia hacia all donde cabe causar mayores daos al adversario. Nada resulta ms fcil que concebir dos direcciones distintas en las que pueden ser empleadas nuestras fuerzas, la primera de las cuales debe ser preferida si nuestro objetivo es derrotar al enemigo, mientras que la otra es ms ventajosa si no constituye esa nuestra intencin. A tenor de nuestro modo de expresarnos, la primera sera considerada como la forma ms militar, mientras que la segunda sera la ms poltica. Pero, desde un punto de vista ms elevado, ambas son igualmente militares, y cada una resultar efectiva si se adapta a las condiciones presentes. La tercera va, sin duda en mayor grado la ms importante, debido al gran nmero de casos en que se aplica, es el desgaste del enemigo. Elegimos esta expresin, no slo para dar con ella una definicin verbal, sino porque la representa exactamente, y no es tan figurada como de pronto parece. La idea de desgaste en una lucha implica un agotamiento gradual del poder fsico y de la voluntad del adversario por la prolongada continuidad de accin.

    Ahora bien, si por nuestra parte queremos sobrevivir al enemigo en esa continuidad de la lucha, debemos limitarnos a fijar objetivos lo ms modestos posibles, porque es evidente que un objetivo de altos vuelos exige un gasto de fuerzas mayor que uno pequeo. El objetivo ms modesto que podemos plantearnos, empero, es la resistencia pura, es decir, una lucha sin ninguna intencin positiva. En este caso, por tanto, nuestros medios sern utilizados casi al mximo y la seguridad de xito ser mayor. Hasta que punto es posible perseverar en este modo negativo de actuar? Evidentemente, no hasta llegar a la pasividad absoluta, porque un simple aguante cesara de ser un combate; pero la resistencia es algo activo, y mediante ella es posible que la destruccin causada surta efecto, hasta el punto de lograr que el enemigo abandone su intento. Este ser nuestro nico propsito en cada caso aislado, y en ello residir, en rigor, el carcter negativo de nuestra intencin.

    Sin duda la intencin negativa, en su accin aislada, no tiene la misma eficacia que una accin positiva realizada en el mismo sentido, siempre, por descontado, que esta ltima sea victoriosa; pero precisamente la diferencia en su favor es la de lograr el xito

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz con mayor facilidad que la positiva, y, en consecuencia, ofrecer mayor seguridad. Lo que pierde en eficacia en su accin aislada puede ser recuperado con el tiempo, esto es, con la continuidad de la lucha; por tanto, esa intencin negativa, que constituye la esencia de la resistencia pura, es tambin el medio natural de sobrevivir al enemigo en la continuacin de la lucha, o sea, de rendirlo por cansancio.

    En ello reside el origen de la diferencia entre ofensiva y defensiva, tema dominante en todo el mbito de la guerra. Sin embargo, en su anlisis no cabe ir aqu ms all de la observacin de que esa intencin negativa encierra todas las ventajas y las formas ms potentes de combate que aparecen como propias de la defensiva, en las cuales queda englobada esa ley filosficodinmica que establece una relacin constante entre la magnitud y la seguridad del xito. Ms adelante procederemos a resumir estas consideraciones.

    Por tanto, si la intencin negativa, o sea, la concentracin de todos los medios en una resistencia pura, permite alcanzar una superioridad en el combate, y si esto resulta suficiente para equilibrar cualquier ventaja que pueda haber adquirido el enemigo, entonces la simple continuidad del combate ser suficiente para conseguir, de forma gradual, que la prdida de fuerzas sufrida por el enemigo llegue a un punto en que su objetivo poltico no tenga una adecuada compensacin, y en este punto tender por tanto a abandonar la lucha. Este mtodo de agotar al enemigo es el que caracteriza el gran nmero de casos en los que el ms dbil se impone ofrecer resistencia al ms fuerte.

    Federico el Grande nunca habra podido derrotar a la monarqua austraca, en la guerra de los Siete Aos, y de haber intentado llevarlo a cabo a la manera de Carlos XII habra termina do inevitablemente en el desastre; pero la inteligente destreza con la que economiz sus fuerzas, durante siete aos, hizo ver a las potencias aliadas que se le oponan que el gasto de fuerzas que estaban realizando superaba en gran medida el nivel que se haban fijado al comienzo, y firmaron la paz. Vemos, pues, que en la guerra existe ms de una va para alcanzar nuestros objetivos; que en ello no siempre est necesariamente implicada la derrota del enemigo; que la destruccin de las fuerzas del adversario, la conquista de sus territorios, su simple ocupacin, o invasin, las acciones dirigidas directamente a afectar las relaciones polticas y, finalmente, la espera pasiva del ataque enemigo, son todos ellos medios, cada uno en particular, que cabe utilizar para doblegar la voluntad del adversario, de acuerdo con las circunstancias especiales que concurren, al tiempo que nos permiten esperar ms de uno que del otro. A ello todava cabe agregar toda una serie de objetivos, a modo de medios ms breves de lograr nuestro propsito, que podramos denominar argumentos ad bominem. En qu momento del curso de la vida humana no dejan de aparecer estos destellos de personalidad, que superan todas las circunstancias materiales? Y a buen seguro no pueden dejar de aparecer en la guerra, donde la personalidad de los combatientes desempea un papel tan significativo, ya sea en los despachos como en el campo de batalla. Slo nos limitamos a sealarlo, pues nos parecera una pedantera tratar de clasificarlo. Con la inclusin de stos, puede afirmarse que la cantidad de vas que cabe emprender para alcanzar el objetivo deseado se eleva al infinito.

    Con el fin de no subestimar el valor que entraan esas diversas vas ms cortas para la consecucin de nuestros fines, ya sea por considerarlas simplemente como raras excepciones, ya por sostener que los cambios que ocasionan en la direccin de la guerra son insignificantes, slo debemos tener en cuenta la diversidad de objetivos polticos que pueden ser causa de una guerra, o medir la distancia que separa una lucha a muerte por la existencia poltica, de una guerra en que una alianza forzada o dudosa la convierte en un

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz deber desdeable. En la prctica, entre ambas pueden existir un gran nmero de gradaciones. Si rechazamos una de stas, con el mismo derecho podemos rechazarlas todas, es decir, podemos dejar de ver por completo el mundo real.

    En general, tal es la sustancia del fin a perseguir en una guerra. Dediquemos ahora nuestra atencin a los medios. Uno solo es el que existe: es el combate. Cuales fueren las diferencias que presente en su forma, cuan lejos se mantenga de la explosin de odio y de animosidad propia del encuentro cuerpo a cuerpo, cualesquiera que sean los factores que se le agreguen y que no sean en realidad formas del combate mismo, en la concepcin de la guerra resulta siempre implcito que todos los efectos que en ella puedan manifestarse tienen su origen en el combate.

    Que esto ser siempre as, a pesar de la diversidad y complicacin que ofrece la realidad, es algo que puede ser probado por una va muy sencilla. Todo cuanto ocurre en la guerra, lo hace mediante las fuerzas militares; all donde se emplea una fuerza, es decir, hombres armados, la idea del combate tiene que prevalecer necesariamente por encima de todo.

    Por tanto, todo cuanto se relaciona con las fuerzas militares y, en consecuencia, todo lo que pertenece a su creacin, mantenimiento y empleo, es propio de la actividad de la guerra.

    La creacin y el mantenimiento constituyen, evidentemente, slo los medios, mientras que el empleo corresponde al objetivo a perseguir.

    En la guerra, el combate no es una lucha de individuos contra individuos, sino un todo organizado que integran muchas partes. En este gran conjunto tienen que diferenciarse unidades de dos tipos: una, la determinada por el sujeto, la otra, por el objeto. En un ejrcito, las masas de combatientes constituyen siempre nuevas unidades, cuyos miembros forman una ordenacin superior. El combate que llevan a cabo cada uno de esos miembros da lugar, en consecuencia, a unidades ms o menos diferenciadas. Adems, el propsito del combate y por lo tanto, su objetivo convierte a ste en una unidad.

    Cada una de estas unidades que se diferencian en el combate se distinguen con el nombre de un encuentro.

    Siendo as que la idea de combate tiene como fundamento el empleo de fuerzas armadas, entonces el empleo en general de estas fuerzas no es otra cosa que la determinacin y la ordenacin de cierto nmero de encuentros.

    De modo que toda actividad militar se refiere necesariamente a los encuentros, ya sea en forma directa como indirecta. El soldado es reclutado, vestido, armado, adiestrado, se le hace dormir, comer, beber y marchar, solamente para combatir en el lugar indicado y en el momento oportuno.

    En consecuencia, si todos los hilos de la actividad finalizan en el encuentro, podremos tambin aferrarlos todos cuando dispongamos los preparativos de los encuentros; los efectos provienen solamente de estos preparativos y de su ejecucin, y nunca proceden en forma directa de las condiciones que los han motivado. Ahora bien, en el encuentro, toda actividad est dirigida a destruir al enemigo, o, ms bien, de privarle de su capacidad de luchar, ya que esto es inherente a su concepcin. La destruccin de las fuerzas contrarias constituye siempre, en consecuencia, el medio de alcanzar el objetivo que busca el encuentro.

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    Tal objetivo puede ser asimismo la simple destruccin de las fuerzas del enemigo; pero esto no es, de ningn modo, necesario, y puede adoptar tambin una forma bastante diferente. Ya que, por ejemplo, como hemos sealado, la derrota del enemigo no constituye el nico medio de alcanzar el objetivo poltico, pues hay otras cosas que pueden conformar el objetivo de la guerra, se desprende de ello que esas cosas pueden convertirse en objetivos de actos blicos aislados, y, por tanto, en objetivos tambin de esos encuentros.

    Pero ni siquiera esos encuentros, que, como actos subordinados, estn destinados, en el estricto sentido de la palabra, a la derrota de las fuerzas enemigas, precisan tener como objetivo inmediato la destruccin de stas.

    Si tomamos en consideracin la compleja organizacin que entraa una gran fuerza armada, y la cantidad de detalles que entran en accin en cuanto se la emplea, percibiremos que el combate de una fuerza tal tiene que corresponder tambin a una organizacin compleja, con partes subordinadas las unas a las otras y que actan correlativamente. Es posible que surja, y tiene que surgir, cierto nmero de objetivos aislados que en s mismos no persiguen la destruccin de las fuerzas del enemigo y, que, aun cuando contribuyan sin duda a esa destruccin, no lo harn ms que indirectamente. Si, por ejemplo, se ordena a un batalln desalojar al enemigo de una cota o de un puente, la ocupacin de esa posicin es, por norma, el objetivo real, y la destruccin del enemigo apostado en ella ser una cuestin de nivel secundario. El objetivo se alcanza de igual manera si el enemigo puede ser desalojado mediante una simple escaramuza, pero esa co-ta o ese puente sern ocupados nicamente con el propsito de causar ms tarde una destruccin mayor a las fuerzas del enemigo. Si as es como se presenta en el campo de batalla, debe ocurrir en mayor medida en todo el mbito de la guerra, en donde no se trata solamente de la oposicin de un ejrcito contra otro, sino de la pugna entre un estado, una nacin o un pas contra otro. Entonces habr que multiplicar notablemente el nmero de relaciones posibles, y, en consecuencia, el de combinaciones. La diversidad de los preparativos se ver aumentada y, por la misma graduacin de los objetivos, cada uno subordinado al otro, el medio original se alejar todava ms del objetivo final.

    Es muy posible, por tanto, que, por muchas razones, el objetivo de un encuentro no se cia a la destruccin de las fuerzas enemigas o de aqullas que se nos oponen directamente, sino que esto se ofrezca slo como un medio. En tales casos, no se tratar de lograr una destruccin completa, puesto que el encuentro no ser entonces ms que una prueba de fuerza. La destruccin no tiene valor en s misma, sino por sus resultados, es decir, por la decisin que entraa.

    Pero en los casos en que las fuerzas sean muy desiguales, unas y otras pueden ser medidas por simple clculo. Entonces cabe que no haya encuentro, y la fuerza ms dbil se dar inmediatamente por vencida.

    Si el objetivo de un encuentro no busca siempre la destruccin de las fuerzas enemigas en combate y si es posible alcanzar aqul sin que el encuentro se produzca, por el simple clculo de sus resultados y de las circunstancias que podran llegar a concurrir, ser dado comprender cmo pueden emprenderse campaas enteras sin que en ellas desempee el encuentro real un papel significativo.

    Cientos de ejemplos en la historia, de la guerra demuestran que as puede ocurrir. No nos detendremos a considerar cuntos han sido los casos en que se produjo una decisin incruenta justificada, es decir, que no encerraron una contradiccin manifiesta, y dedicaremos nuestra atencin a determinar si algunas de las imputaciones fundamentadas

  • Librodot De la guerra Karl von Clausewitz resisten la crtica, ya que todo cuanto nos interesa ahora es establecer la posibilidad de que ocurra un semejante tipo de desarrollo blico.

    En la guerra se dispone de un solo medio: el encuentro. Pero este medio, debido a las mltiples vas por las que puede ser empleado, nos conduce a esa diversidad de senderos que da lugar a la multiplicidad de objetivos, hasta tal punto que parecera que no hubiramos ganado nada. Pero no es este el caso, ya que de esta unidad de medios proviene un hilo que podemos observar en su recorrido por toda la trama de la actividad blica y que es la que la mantiene realmente unida.

    Anteriormente hemos considerado la destruccin de las fuerzas enemigas como uno de los objetivos que cabe buscar en la guerra; pero no hemos hablado de la importancia que debe asignrseles en relacin con los otros objetivos. En casos determinados, esto depender de las circunstancias y es por un principio general por lo que hemos dejado sin determinar su valor. Ahora nos referiremos de nuevo a este tema y analizaremos el valor que forzosamente hay que atribuirle.

    En la guerra, el encuentro es la nica actividad efectiva; en l, la destruccin de las fuerzas oponentes es el medio para alcanzar el fin. Esto es as, aun cuando en realidad no llegue a producirse el encuentro, ya que, sea como fuere, en la raz de la decisin yace el supuesto de que tal destruccin debe ser llevada a cabo sin paliativos. As, la destruccin de las fuerzas del enemigo constituye la piedra fundamental de todas las combinaciones que descansan sobr la actividad blica, al igual que el arco descansa sobre sus pilares. En consecuencia, todas las acciones se llevan a cabo sobre la base de que, si la decisin por la fuerza de las armas hubiera de tener una traduccin en los hechos, habra de ser una decisin favorable. En la guerra, la decisin por las armas equivale, tanto en las operaciones grandes como en las pequeas, al pago al contado en las transacciones comerciales. Por remotas que sean estas relaciones, por ms que las liquidaciones rara vez se pro