Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

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    EL DIABLO

    UN FANTASMA

    HERBERT HAAG

    CONTROVERSIA

    13

    HERDER

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    Versin castellana de A L E J A N D R O E S T E B A N L A I O RROS

    d e la o b r a de IIBRBKBT HAA G ,

    Absthied

    vom

    Teufet,

    B e n z i n g e r V e r l a g , E i n s i e d e l n

    (g) Benzinger )erlag, Einsiedeln

    1969

    (g}

    Editorial lierder

    S. A.,

    Provenza

    38 ,

    Barcelona (Espaa)

    1973

    ISBN 84-254-0800-8

    E 8 P R O P I E D A D

    D b P B U o

    L K G A I B 34

    4 4 1 - 1 9 " 2

    Pf ll lSTED

    1N

    SpAIN

    G R A F B S A , j N po l e s 2 4 9 , B a i c e l o n a

    NDICE

    I. El enemigo es el diablo 7

    II .

    Se hizo semejantea los hombres . . . . 13

    III.

    Propenso al maldesde la adolescencia . . 19

    IV. Todos mueren

    en

    Adn

    27

    V. Y Satn incit a David 35

    VI.

    La envidia del diablo 43

    VII.

    No deis lugar al diablo 53

    VIII. Sali

    61

    IX. Muerte, dnde esttuvictoria? . . . . 67

    X .

    El

    ltimo Adn

    75

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    1

    EL ENEM IGO ES EL DIABLO

    Por todos lados llega hasta nosotros el clamor de

    la miseria en el mundo: la miseria de la guerra y de la

    fuerza brutal; la miseria de la injusticia social, de

    la pobreza y del hambre; la miseria de la enfermedad,

    la miseria de la duda, de la tentacin y de la desilu

    sin. Pero en definitiva, por encima de todas estas mi

    serias se cierne una: la miseria del mal, del mal en el

    mundo y del mal en nuestros corazones. Esta miseria

    podemos designarla tambin como la miseria de la

    muerte. En efecto, el mal como todos lo hemos ex

    perimentado ya dolorosamente no conduce a la vida,

    sino a la muerte. Y quien camina por este mundo con

    los ojos abiertos tropieza una y otra vez con el he

    cho de que el poder de la muerte surge con

    ms.

    fuer

    za que el poder de la vida.

    Que ello sea as, es ya bastante miseria. Pero esta

    miseria se presen ta todava con mayor agude za si plan

    teamos la cuestin: y esto por qu? F ren te al ma l

    tenemos siempre la sensacin indubitable de que aqu

    sucede algo que propiamente no debera suceder, pe-

    7

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    ro al mismo tiempo tenemos tambin con frecuencia

    la sensacin de que est pasando algo a que el hom

    bre de hecho no puede sustraerse. Sabemos que desde

    la redencin qued quebrantado el poder del mal.

    Pero este saber es en gran manera teortico, pues en

    realidad experimentamos constantemente la muerte y

    el pecado como un poder permanente. Y lo que quiz

    ms nos inquieta es el tener que preguntarnos: Pero

    ha cambiado algo en el mundo con la cruz de Jess?

    En qu consiste la redencin, en qu consiste la vic

    toria sobre el mal?

    No es posible hurtar el cuerpo a estas preguntas.

    A diario vuelven a surgir ante nosotros, atormentn

    donos y oprimindonos, y no sabemos cmo contes

    tar. Se debe esto nicamente a que somos incapaces

    de responder, o es que quiz no haya respuesta po

    sible?

    En todo caso, una cosa debemos asegurar desde el

    princ ipio: Cuand o nos servimos de los concepto s el

    mal, el poder del mal, nos referimos a una enti

    dad indeterminada, a algo meramente pensado, a algo

    que slo est en nuestras mentes; es necesario con

    vencerse de que el mal en s no existe. El mal

    slo existe en cuanto que toma cuerpo en una per

    sona, a causa del querer y del obrar de esta persona.

    No existe el mal, sino que existe el hombre malo, el

    hombre que hace algo malo.

    Hasta aqu no habr quien no est perfectamente

    de acu erd o Pero sigamos preguntando todava: C

    mo se le ocurre al hombre hacer algo malo? A qu

    se debe que sea un hombre malo? Me diris: Desde

    8

    luego, el mal en s no existe. Pero existe el malo,

    el maligno. ste es el mal en persona, la encarnacin

    del mal. Por l, por sus intrigas, sus maquinaciones y

    sus ardides adquiere poder el mal en la tierra. l

    siembra el mal en los corazones de los hombres.

    l los induce a hacer mal.

    Esta respuesta se apoyar en el testimonio de la

    Sagrada Escritura. Se ve ya confirmada por el relato

    del paraso. La serpiente, el diablo, tienta a la mujer,

    la incita al pecado. Por s misma no habra tenido

    Eva la idea de peca r (G en 3, 1-7). Y en el Nuevo Tes

    tamento leemos que Jess fue tentado por el diablo.

    Jess mismo habla constantemente del diablo. El dia

    blo es el enemigo que siembra cizaa entre la buena

    simiente de D ios (Mt 13, 39) y se lleva de los corazones

    de los hombres el buen grano de la palabra de Dios

    (Le 8, 12). As lo aprendimos ya en el catecismo:

    desde que los primeros padres se hicieron esclavos del

    diablo por el primer pecado, tiene l poder sobre los

    hombres y trata de perderlos en cuerpo y alma. Es

    verdad que Jess lo venci en la cruz; sin embaigo,

    toda vida cristiana en seguimiento de Jess como

    la vida de Je ss mismo es una lucha ince sante con

    el diablo.

    Por esto mismo tenemos tambin la costumbre de

    implorar la proteccin contra el demonio. Hasta hace

    pocos aos se rezaba todava la oracin siguiente al

    final de cada misa rezada: San Miguel Arcngel,

    defindenos en la lucha. S nuestra proteccin contra

    la malicia y las asechanzas del demon io... C on el po

    der de Dios precipita al infierno a Satans y a los

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    otros espritus malignos que van rondando por el mun

    do para la perdicin de las almas. No hay letana que

    no contenga una invocacin contra las asechanzas del

    demonio. En muchos cnticos religiosos y en muchas

    oraciones corrientes se implora la ayuda de Dios y de

    los santos en la lucha contra el enemigo maligno.

    Slo en Completas, que es la oracin nocturna del bre

    viario, se menciona tres veces al diablo.

    Ms an, en los mismos inicios de la vida cristia

    na, en el bautismo, est presente el demonio. Nada

    menos que tres exorcismos se contienen en el rito tra

    dicional del bautismo, y la renuncia expresa a Satans,

    a sus obras y a sus pompas forma parte de la renova

    cin de las promesas del bautismo en la solemnidad de

    la primera comunin y en la celebracin anual de

    la vigilia pascual. Desde la ms tierna edad se pone

    ante los ojos de los nios el tremendo y amenazador

    poder del diablo, y este miedo acompaa a muchos

    cristianos hasta el fin de su vida.

    De hecho parece que en la oracin y en la predi

    cacin de la Iglesia, como en la Sagrada Escritura, se

    expresa en forma convincente la creencia de que el mal

    viene del diablo. Pero es as en realidad? Esta pre

    gunta preocupa al hombre de nuestros das con una

    fuerza extraordinaria. El cristiano creyente no puede

    ni qui ere dar una respuesta a la gera. Por una part e

    est dispuesto a aceptar incondicionalmente la palabra

    de la Sagrada Escritura. Por otra parte sabe que los

    autores agrados, los escritores bblicos , aun estando

    indudablemente al servicio de la revelacin divina, no

    dejaban de ser hijos de su tiempo, y al pensar y al es-

    1

    cribir se basaban en concepciones que el Dios de la

    revelacin no quiso nunca imponer a la entera huma

    nidad venidera. As pues, no basta con sealar que la

    Biblia habla de Satans. Tenemos adems que pregun

    tar si tales aserciones bblicas forman parte de la

    doctrina de fe obligatoria de la Iglesia o son nicamen

    te elementos no obligatorios, pertenecientes a la idea

    del mundo propia del ambiente bblico.

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    SE HIZO SEMEJANTE

    A LOS HOMBRES

    Sea cual fuere la respuesta que se d a la pregunta

    de porqu hay mal en el mundo, en todo caso una

    cosa es cierta: la decisin de ha cer el bien o el mal

    est en manos del hombre. Dios cre al hombre libre,

    y el hombre debe optar con libertad por el bien. Desde

    luego, esto indica que el hombre puede optar tam

    bin por lo que no es bueno, por el mal. En esto se

    cifra la dignidad, pero tambin la miseria del hom

    bre,

    que constantemente se ve ante la alternativa de

    elegir entre el bien y el mal. Todos conocemos por

    experiencia el conflicto que se da en nuestros corazo

    nes y, en conexin con este conflicto, el halago y

    seduccin que incita al mal. A esta situacin damos el

    nombre de tentacin.

    La tentacin se funda en la naturaleza humana, en

    la libertad del hombre. Sin tentacin no hay verda

    dero ser de hombre. Esto puede servirnos ya de con

    suelo en las apreturas de la tentacin: sabemos que

    se trata de algo fundamentalmente humano. Nuestro

    tiempo parece tener un sentido completamente nuevo

    13

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    para lo humano. Quiere tomar en serio al hombre en

    su condicin creada, por lo cual pone empeo en en

    cuadrar razonablemente en el todo de la vida humana

    todas las manifestaciones de su naturaleza. Por esta

    razn, tampoco deberamos sentirnos ya tan descon

    certados ante el fenmeno de la tentacin. En efecto,

    esto concierne a la medula misma del ser humano; en la

    tentacin nos vemos interpelados en nuestra libertad.

    Ser hombre supone ser tentado, y ser tentado supone

    que uno es hombre.

    Por esta razn tambin Jess hubo de ser tentado.

    Para el seguidor de Jess es un consuelo en la tenta

    cin saber que tambin nuestro Seor fue tentado.

    Porque l era verdadero hombre, y ser tentado forma

    parte del ser de hombre. Se despoj de s mismo, to

    mando condicin de esclavo, hacindose semejante a

    los hombres: as se expresa la Iglesia apostlica en el

    himno de la carta a los Filipenses (2, 7), que es su gran

    diosa confesin de la verdadera y plena humanidad de

    Jess.

    La Sagrada Escritura refiere ms de una vez que

    Jess fue tentado. Segn los tres evangelios sinpti

    cos,

    le asalt la tentacin en dos momentos decisivos

    en su vida: al comienzo de su vida pblica y poco

    antes de su pasin. Sobre la primera prueba dolorosa

    leemos en san Ma rcos slo esta breve frase, ple trica

    de contenido: Luego, el Espritu lo impele al desierto.

    Permaneci en el desierto cuarenta das , s iendo tenta do

    por Satans (1, 12s). En Mateo y Lucas, esta noticia

    lapidaria fue desarrollada en las prolijas narraciones

    sobre la triple tentacin de Jess, de las cuales nos

    14

    es familiar principalmente la de Mateo, por leerse en

    la liturgia como evangelio del primer domingo de

    Cuaresma.

    En la historia de la pasin se nos informa tambin

    de una segunda y tremenda tentacin, que sobrevino

    a Jess poco antes de su pasin, en el huerto de G et-

    seman. Con tristeza y desaliento mortal dirige su

    oracin al Padre. Luego despierta a los discpulos y

    les dice que hagan lo mismo: Velad y orad, para

    que no entris en tentacin (Mt 26, 36-41). Porque,

    cmo podrn los discpulos salir a flote en la ten

    tacin, si a duras penas lo logra el Seor? Si alguien

    sabe lo que es tentacin, es Jess. Por eso invita tam

    bin a los discpulos a orar para que el Padre los

    exima de la tentacin, y en la oracin dominical les

    pon e esta peticin en los labios: No nos. lleves a la

    tentacin.

    Ahora bien, sera ciertamente falso considerar co

    mo excepciones las dos situaciones en que los Evange

    lios nos muestran a Jess en la tentacin. Ms bien

    parece que la tentacin acompa a Jess toda su

    vida. La carta a los Hebreos habla muy en general de

    las tentaciones de Jess: Porque no tenemos un sumo

    sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras de

    bilidade s, sino al contrario: ten tad o en tod o, como se

    mejante nuestro que es, pero sin pecado (4, 15) En

    todo fue tentado, en todos los terrenos y en todas for

    m as :

    en el ham bre y en la sed, en el fro y en la fatiga,

    en xitos clamorosos y en fracasos desalentadores, en

    la necesidad de amor, en la soledad y en la incom

    prensin de sus ms allegados, en la importunidad de

    15

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    las gentes y en la hostilidad de los dominantes. Ai dar

    Jess una ojeada retrospectiva a su vida, le aparece

    sta ni ms ni menos que como una nica tentacin

    continua da, y as testifica con gratitud a sus discpulos:

    Vosotros habis permanecido constantemente conmi

    go en mis pruebas; por eso, igual que mi Padre en

    favor mo de un reino, yo tambin dispongo de l en

    favor vuestro (Le 22, 28s).

    Como Jess mismo fue tentado, dice la carta a los

    Hebreos, as puede sentir com-pasin con nuestras

    tentaciones. En el texto original griego del Nuevo Tes

    tamento se usa aqu el verbo sympathein, del que vie

    ne nuestra palabra simpata, aunque nosotros usamos

    la palabra simpata en un sentido bastante desva

    do , entendiendo generalmente por simpata una cier

    ta inclinacin afectiva. En realidad, sympathein signi

    fica padecer-con (otro). Por consiguiente, slo se

    puede hablar en verdad de simpata cuando hacemos

    nuestro el dolor del prjimo. Para nosotros es suma

    mente consolador saber que Jess mismo pas ya por

    todas nuestras tentaciones. Sabe lo que es tentacin.

    Pero tambin sabe lo que es verse uno abandonado

    en la tentacin. Todava hace unos momentos acaba

    de decir con gratitud a sus discpulos: Vosotros ha

    bis permanecido constantemente conmigo en mis prue

    bas (Le 22, 28), y poco despus ellos se duermen

    mientras l lucha solitario contra la tremenda tenta

    cin. Por eso l no puede dejarnos solos en la ten

    tacin.

    Pero tiene todava hoy Jess necesidad de nues

    tra asistencia en la tentacin? Si acepta como pres

    t

    tado a l mismo el ms mnimo servicio de amor que

    prestamos a un semejante (cf. Mt 25, 40), sin duda

    debe decirse lo mismo de la asistencia y del sympa-

    thein, de la compasin en la tentacin. Asistir a un

    hermano o a una hermana en la tentacin es lo mismo

    que asistir al Seor, y esto se llama fidelidad de dis

    cpulo. Tal fidelidad viene recompensada por el Se

    or con la promesa: Vosotros habis permanecido

    constantemente conmigo en mis pruebas; por eso, igual

    que mi Padre dispuso en favor mo de un reino, yo

    tambin dispongo de l en favor vuestro.

    Asistir al prjimo en la tentacin es amor. Pero

    todava es mayor amor no convertirse uno en tenta

    cin para l. El que hace una injusticia a un semejante

    se vuelve tentacin para l, pues se siente tentado

    pagar injusticia con injusticia y a dar rienda suelta

    al odio, a la aversin, a la dureza de corazn y a la

    exasperacin. Por eso nos advierte tan gravemente Je

    ss que no demos ocasin de pecado a los pequeue-

    los.

    Ay de aquel hombre por quien viene el escn

    dalo (Mt 18, 7). No estamos llamados a causar pena

    al prjimo, sino a ayudarle. En la carta a los Roma

    nos escribe san Pablo estas bellas palabras: C ad a uno

    de nosotros procure complacer al prjimo para el

    bien, para la edificacin (15, 2).

    17

    u - i r * , . -i

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    3

    PROPENSO AL MAL

    DESDE LA ADOLESCENCIA

    Hemos reflexionado sobre la tentacin y hemos pre

    guntado por su sentido. Hemos visto que ser tentado

    es propio del ser humano. No seramos hombres nor

    males , autnticos , s i no tuviramos tentaciones , s i no

    conociramos la tentacin. Jess , como verdad ero hom

    bre que era, fue tambin tentado. Fue tentado en

    todo, como semejante nuestro que es , pero sin pecado

    (Heb 4, 15).

    En esta asercin tienen importancia para nosotros

    las ltimas palabras:

    sin pecado.

    Jess fue semejante a

    nosotros en el hecho de ser tentado. Pero era distinto

    de n osotros en cuanto que venci todas las tentaciones.

    Nunca tentacin alguna hizo caer a Jess en pecado.

    Ahora bien, sta es precisamente nuestra miseria, que

    la tentacin, aunque no siempre, con frecuencia nos

    lleva al pecado.

    Y es que no slo la tentaci n, sino tam bi n e l pe

    cado, forma parte de nuestra condicin humana. Sin

    pecado, no hay ser humano. Slo Jess pudo hacer

    esta pregunta: Quin de vosotros podr convencer

    n

    19

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    me de pecado? (Jn 8, 46). Nadie ms que l estaba

    exento de pecado. As pudo tambin salvar a la mujer

    adltera, lanzando a sus acusadores este reto: Aquel

    de

    vosotros

    que no tenga pecado, tire la primera pie

    dra (Jn 8, 7). No hubo quien tirara una piedra.

    Este destino humano se nos muestra ya en las pri

    meras pginas de la Biblia. Desde la infancia estamos

    familiarizados con la narracin del paraso: cmo Dios

    cre al hombre y a su mujer, cmo los llev al huerto

    de delicias, dejndolo enteramente a su disposicin, a

    excepcin de un rbol; cmo luego la tentacin se ofre

    ci al hombre y el hombre cay en la tentacin. Uno

    tras otro, sin interrupcin, se siguen los tres actos del

    drama: creacin, tentacin, pecado. Apenas creado,

    se ve el hombre tentado, y apenas tentado, peca.

    Con el hombre aparece tambin el pecado. El pe

    cado es la primera accin que la Biblia refiere del

    hombre. Desde el comienzo mismo es el hombre peca

    dor. Tal es el sentido del clebre versculo del salmo:

    En maldad fui formado, en pecado me concibi mi

    madre (Sal 51, 7).

    Lo ms curioso en el relato del primer pecado es

    que el hombre no tema la menor necesidad del fruto

    proh ibido. En el paraso tena lo que necesitaba para su

    felicidad. Pero todo esto no lo ve l ya: su mirada se

    fija en lo prohibido. En el Nuevo Testamento tenemos

    un ejemplo parecido en la parbola del hijo prdigo.

    Tambin l llevaba en casa de su padre una vida fe

    liz,

    sin preocupaciones. Pero entonces se le ocurre

    pedir descaradamente su herencia, pensando que fuera

    de la casa paterna gozar de mayor felicidad; luego.

    20

    demasiado tarde, reconoce cuan desatinadamente ha

    procedido (Le 15, 11-32).

    La misma afinidad de las ideas con la parbola

    neotestamentaria nos muestra que tambin en el relato

    del paraso nos hallamos ante una parbola. Esta his

    toria no tuvo nunca lugar en esta forma, no es una

    historia realmente acontecida. Nunca hubo en la tierra

    un paraso, nunca existi un estado de dicha serena

    e imperturbada, nunca hubo vida sin sufrimiento. Y,

    sin embargo, nos hallamos ante un relato verdadero; al

    igual que la parbola del hijo prdigo, si bien no re

    fiere un hecho histrico, es, con todo, una historia

    verdadera.

    Todas las parbolas son. relatos inventados

    y, no obstante, son relatos verdaderos. Nunca han

    acontecido, y acontecen todos los das. Por eso, tam

    poco Adn es un personaje histrico concreto, sino sim

    plemente el tipo del hombre. l es el hombre, tal co

    mo es, como ha sido y como ser siempre. El relato

    del paraso nos quiere mostrar esto: tal es el hom

    bre,

    tan fcilmente cae en la tentacin de pecar.

    La Sagrada Escritura no nos informa por tanto de

    un primer pecado histrico, de un pecado original. Na

    turalmente, algn pecado tuvo que ser el primero en

    la tierra. Pero de este pecado no sabemos nada: est

    envuelto en la oscuridad y en el olvido de los remotos

    tiempos primordiales. Lo que el relato del paraso

    quiere describirnos no es el primer pecado, sino sen

    cillamente el pecado del hombre, tal como ha sido, es

    hoy y seguir sindolo siempre.

    As tambin hay que descartar las conclusiones que

    desde antiguo estamos acostumbrados a sacar de este

    21

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    primer pecado. Lo penoso y caduco de la vida del

    hombre no tiene su origen en el pecado del primer

    hombre. El que el relato del paraso presente los dolo

    res del parto y la muerte corporal como castigo del

    pecado se explica como ropaje literario de la parbola.

    La Biblia no pretende formular enseanzas sobre la

    naturaleza fsica del hombre. Y sobre todo, no dice

    nada de que el hombre antes de la cada poseyera una

    inteligencia ms lcida y una voluntad ms fuerte,

    tal como lo han enseado la teologa dogmtica y el

    catecismo. Adn, tal como lo presenta la Biblia, no

    muestra ni lucidez de inteligencia ni fuerza de volun

    tad. Presta una fe ciega a los cuentos de Eva y de la

    serpiente y no opone la menor resistencia a la tenta

    cin. La constitucin fsica y moral del hombre no ha

    sido nunca ni ms ni menos que la que es hoy.

    Entonces, qu decir de su estado de justicia ori

    ginal? Segn la doctrina tradicional de la Iglesia, la

    primera pareja en el paraso estaba dotada de unos

    maravillosos y esplndidos dones de gracia. Ahora

    bien, Dios castig tan duramente a los primeros pa

    dres por el pecado, que perdieron la vida de la gracia

    no slo para s mismos, sino incluso para toda su des

    cendencia. Consiguientemente, s igui el mundo un

    rumbo completamente diferente del que Dios haba

    que rido y planeado. Con toda razn nos escandaliza

    mos ante la idea de tal castigo, que en modo alguno

    est en proporcin con la accin pecaminosa de un

    solo homlre. Sera verdaderamente cruel un Dios que

    no slo no diera al pecador la menor posibilidad de

    arrepentiniento, s ino que adems castigara a los ino-

    22

    centes descendientes del pecador, los repudiara y los

    dejara en un estado calamitoso hasta que por fin (qui

    zs al cabo de un milln de aos ) enviara al Reden

    tor para expiar el pecado de Adn. Este Dios crea

    dor sera adems un D ios curiosamente impo tente, cuyo

    mundo habra evolucionado diferentemente de como

    l tena previsto. Todas estas ideas proceden de la

    falsa suposicin de que en el relato del paraso se ha

    bla de un pecado histricamente primero.

    En realidad la situacin dichosa del primer hom

    bre (si siquiera se puede hablar legtimamente de un

    primer hombre) no difera en nada de la de todos los

    hombres po steriores. Con to do hom bre que viene a este

    mundo est Dios en una relacin de amor. En efecto,

    ninguna otra relacin entre Creador y criatura parece

    ra tener un sentido razonable. Ahora bien, el hom

    bre, en cuanto criatura, es tambin dbil. Cierto que

    Dios cre al hombre bueno, pero es propio de la natu

    raleza humana estar expuesta, como lo est a la enfer

    medad del cuerpo, tambin a la cada moral , al mal.

    Esto nos lo atestigua tambin la Sagrada Escritura

    cuando pone en boca de Dios estas indulgentes pala

    bras, a la vista del mun do pecad or: En re alida d el co

    razn humano es propenso al mal desde la adolescen

    cia (Gen 8, 21). El mal, la inclinacin a hacer el mal,

    es algo congnito en el hombre, el hombre lo lleva en

    el corazn. Del corazn salen las malas intenciones,

    homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos tes

    timonios, injurias (Mt 15, 19).

    Por consiguiente, el relato del paraso slo puede

    tener este sentido: Dios cre bueno al hombre, pero el

    23

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    13/42

    hombre, situado ante la tentacin, peca con una pro

    babilidad rayana en lo trgico. Aqu debemos tambin

    tener en cuenta que la Biblia no carga al demonio con

    la culpa del pecado. Se habla de tentacin por la ser

    piente. La serpiente me enga (Gen 3, 13), pero

    hubo de pasar tiempo hasta que se vio al demonio en

    la serpiente. De esto volveremos a hablar.

    Nos hallamos, por tanto, ante una verdad para nos

    otros inconcebible: Dios quera este mundo, en el que

    hay pecado. El homb re fue siempre pecador, y es siem

    pre pecador. No nos es posible eludir el pecado. Y,

    sin embargo, Dios mismo nos deja expuestos a este

    riesgo. sta es sin duda la cuestin que ms nos in

    triga y que nunca lograremos resolver totalmente. Ca

    da vez que interrogamos a nuestra conciencia sobre un

    pecado, nos da un doble testimonio. Cierto que en

    el pecado influyen tambin nuestra flaqueza y las cir

    cunstancias, pero, sea cual fuere el papel que hayan

    desempeado..., sin embargo, nos reconocemos siem

    pre culpables.

    Una y otra, flaqueza y culpa, estn implicadas en

    nuestro ser humano y en nuestra condicin de nios

    ante Dios. Dios nos deja la miseria del pecado, a fin

    de que se ponga de manifiesto que el que nos salva es

    Dios.

    Sin el pecado no sabramos quin es Dios. La

    parbola del hijo prdigo presenta esto en forma es

    pecialmente grfica. El modo y manera como el buen

    hijo mayor pide explicaciones a su padre muestra que

    todava no lo conoce (Le 15, 29s). No sabe realmente

    quin es su padre. En cambio, el hijo prdigo, que

    vuelve a asa, ha conocido a su padre. As es como su-

    24

    cede: el que no ha experimentado nunca lo que es

    volver a ser acogido en gracia por Dios despus de

    haber cado en desgracia, no conoce a Dios. Y si Dios

    no hubiese enviado a su Hijo al mundo (Jn 3, 17) y

    Jess no hubiese muerto en cruz por nuestros pecados,

    tampoco conoceramos al Padre. Nunca debemos es

    perar la salvacin de nuestras propias fuerzas. Debe

    aparecer completamente como obra de Dios. Dios

    escogi lo flaco, dice san Pablo, para avergonzar a

    lo fuerte..., para que ninguna carne se glore ante

    Dios.

    De Dios viene el que vosotros estis en Cristo

    Jess...para la justicia, la santificacin y la redencin,

    para que se cumpla lo que est escrito: Quien se glo

    re, glorese en el Seor (1 Cor 1, 27-31).

    25

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    4

    TODOS MUEREN EN ADN

    La tentacin y el pecado son inherentes a nuestro

    ser humano. Dios quiso este mundo, en el cual hay

    pecado. A estas aserciones tenemos sin duda que dar

    nuestro asentimiento con la inteligencia. Pero lo que

    nos cuesta gran trabajo es darles nuestro asentimiento

    con el corazn. Si Dios condena el pecado y lo casti

    ga, es que debe querer un mundo sin pecado. A pe

    sar de ello, debemos rechazar la idea de que el mundo

    haya resultado distinto de como Dios lo tena con

    cebido y planeado. Dios concibi y se represent el

    mundo desde su eternidad tal como result: un mun

    do pecador.

    Aunque, por otra parte, no menos cierto es tam

    bin que Dios quiere la salvacin de los hombres. En

    su plan salvfico debe por tanto tener tambin su ra

    zn de ser el pecado. Podemos atrevernos a decir que

    tambin el pecado sirve para la salvacin? Todos cono

    cemos textos solemnes de la Iglesia que no se arre

    dran ante esta asercin. El pregn pascual habk de

    la feliz culpa y hasta nos dice que necesario fue el

    27

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    pecado de Adn, que nos proporcion tal Redentor.

    En esta cuestin nos vamos a guiar por los enun

    ciados de la Sagrada Escritura, sobre todo del aps

    tol Pablo, aunque no es tan fcil seguir el hilo de sus

    ideas. Pablo, que siendo perseguidor de la Iglesia fue

    embestido en toda regla y avasallado por la gracia

    de Cristo, no se cansa nunca de ensalzar el poder y la

    excelencia de esta gracia. En su propia carne experi

    ment que el hombre sin esta gracia no lleva a cabo

    nada provechoso para su salvacin. Por la gracia

    de Dios soy lo que soy, confiesa san Pablo, y la

    gracia de Dios no ha sido vana en m.

    Pablo sabe muy bien que la gracia de Dios no

    excluye el esfuerzo humano, con ser bien cierto que

    se anticipa a ste. Por eso aade luego: He trabajado

    ms que todos, aunque no precisamente yo, s ino la

    gracia de Dios, que est conmigo (1 Cor 15, 10).

    Cuando se trata de la salvacin, el paso del hombre

    es siempre el segundo. El primer paso para nuestra

    salvacin lo da siempre Dios.

    Esto se aplica no slo a la salvacin de cada

    hombre en particular , s ino tambin a la salvacin del

    entero gnero humano. Los hombres , por sus propias

    fuerzas , slo habran producido pecado. Hemos visto

    que el relato del paraso muestra al hombre, desde un

    principio , como pecador: el homb re lleva el pecado

    en su mismo ser. Ahora bien, cuando Pablo ve en

    Adn la fuente de todo pecado, Adn es para l

    con

    forme a la interpretacin de entonces el primer hom

    bre histrico, y el pecado de Adn tambin el primer

    pecado histrico. Este manantial del pecado va fluyen-

    28

    do y acrecentndose, hasta formar una corriente cauda

    losa, una corriente de pecados que se extiende por to

    da la tierra.

    Esta concepcin le fue sugerida a Pablo por la

    Biblia misma. El Antiguo Testamento, empalmando

    con el relato del primer pecado, muestra en una serie

    de ejemplos cmo el pecado va adquiriendo cada vez

    mayor poder sobre la tierra. El primer ejemplo es el

    fratricidio de Can (Gen 4,

    1-16 .

    El fratricidio era para

    los antiguos semitas el mayor pecado que puede haber.

    Esto significa, por consiguiente, que una vez que los

    hombres se permitieron el primer pecado, perdieron

    todos los reparos y ya no se arredran ante nada. La

    cosa va tan lejos que Dios acuerda acabar con esta

    raza irremediablemente pecadora y volver a comenzar

    desde el principio con los hombres. Tal es el sentido

    del relato del diluvio. Pero la nueva humanidad no es

    mejor que la primera: sigue pecando como si tal cosa.

    Con ello se muestra que el hombre, por sus propias

    fuerzas , no puede llevar a cabo nada saludable, que

    Dios debe alumbrarle una corriente de gracia, ms

    poderosa que la corriente del pecado.

    De esta corriente de gracia es de la que bebe la

    humanidad entera. Brot para el mundo en la obra

    salvadora de Jesucristo. Si no hubiese existido el ma

    nantial del pecado en Adn, tampoco habra existido

    el manantial de la gracia en Jesucristo. Esto es lo que

    sorprende en la idea bblica de Dios , que el pecado no

    slo provoca el castigo de Dios, sino tambin su mise

    ricordia y su gracia. Y, lo que es ms: Dios no con

    trapone sencillamente a la medida del pecado una

    29

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    misma medida de gracia, s ino una mucho mayor. Dios

    se complace en hacer que su gracia sea mayor que el

    pecado. Dios es siempre el mayor. Esto entiende Pa

    blo cuando dice: Con la gracia no sucede lo mismo

    que con el pecado. En efecto, si por el pecado de uno

    solo murieron muchos, todava mucho ms copiosa

    mente se ha comunicado a muchos la gracia de Dios

    por un solo hombre, Jesucristo (Rom 5, 15).

    Pablo tiene predileccin por esta idea: Adn trajo

    la muerte, Cristo la vida. Lo que le importa aqu no es

    la descripcin del pecado, sino el elogio de la gracia

    que lo vence. En la primera carta a los Corintios, cuan

    do trata de la resurreccin de los muertos, escribe:

    Porque si por un hombre vino la muerte, tambin por

    un hombre ha venido la resurreccin de los muertos;

    pues como en Adn todos mueren, as tambin en Cris

    to sern todos vueltos a la vida (1 Cor 15, 21s). Cristo

    es el autor universal de la vida, junto al cual aparece

    Adn como el autor universal de la muerte.

    Esta ltima concepcin tiene algo chocante para

    nuestra mentalidad. Cuando Pablo presenta a Adn co

    mo autor de la muerte de todos los hombres , a qu

    muerte se refiere, a la del cuerpo o a la del alma? En

    algunos pasajes, como cuando habla de la resurreccin

    de los muertos, no cabe duda de que se refiere a la

    mue rte de l cuerpo. Todos pasan por esta mue rte por

    el hecho de haber pecado Adn. En este punto, Pablo

    es hijo de su tiempo. Antes hemos visto que esta con

    cepcin no es ya conciliante con nuestra idea del mun

    do y que, por tanto, tenemos derecho a abandonarla.

    En otros pasajes, en cambio, salta a la vista que

    30

    Pablo habla de la muerte del alma. Esto no resulta

    siempre del tenor verbal del texto, sino del contexto.

    As en el clebre pasaje de Rom 5, 12, que a lo largo

    de dos milenios de interpretacin cristiana ha dado pie

    a no pocos equvocos: Por un hombre entr el pe

    cado en el mundo, y por el pecado la muerte; y as la

    muerte pas a todos los hombres , porque todos peca

    ron. Despus de todas las reflexiones que han prece

    dido, no tenemos dificultad en captar el sentido de es

    tas palabras del Apstol: Por un hom bre entr el

    pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, ya

    que el pecado hace del hombre un muerto en el alma.

    El pecado fue extendindose sin cesar por la tierra;

    abarc a todos los hombres, y con l vino tambin la

    muerte del alma. Por eso dice san Pablo: As la muer

    te pas a todos los hombres.

    En este punto tienen especial importancia las l

    timas palabras del texto del Apstol: Porque todos

    pecaron. Los hombres no se ven implicados autom

    ticamente, ni contra su voluntad, en el pecado. Es ver

    dad que el pecado es contagioso, pero aun as cada

    cual se decide por su cuenta por el pecado y se hace

    pecador por su propia culpa. As lo hemos visto, en

    efecto, en nuestra meditacin sobre la tentacin. Dios

    cre al hombre libre, el hombre es el que tiene que de

    cidir si quiere hacer el bien o el mal.

    No se trata, pues , de que el hombre nazca ya peca

    dor, de que herede un pecado de sus antepasados

    o de Adn. Deberamos descartar de nuestro vocabula

    rio religioso el trmino pecado original. Incluso las

    palabras del salmo En maldad fui form ado , en pe-

    31

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    cado me concibi mi madre (Sal 51, 7) quieren decir

    nicamente que desde el nacimiento llevamos en nos

    otros una fuerte propensin al pecado, que sta es in

    herente a la naturaleza humana. Es, pues , equivocado

    decir que todo hombre nace pecador y que, por tanto,

    debe ser purificado del pecado en el bautismo. Ms

    bien existe c om o lo hemos visto anteriormente

    desde el comienzo de cada vida humana una relacin

    de amor entre Creador y criatura. Segn la concepcin

    tradicional, el sacramento del matrimonio apunta pre

    ferentemente a la transmisin de la vida. No podemos

    imaginar que el fruto de esta accin sacramental haya

    de ser necesariamente un pecador merecedor de con

    denacin. Cierto que el rito corriente del bautismo con

    tiene varias ceremonias de purificacin. stas, sin em

    bargo, estn tomadas del antiguo rito del bautismo de

    los adultos y han perdido el sentido en el caso del bau

    tismo de los nios; en general el bautismo de los nios

    ha de entenderse en funcin del bautismo de los adul

    tos , y no viceversa.

    En el Nuevo Testamento slo se habla del bautis

    mo de los adultos , y de ste debe arrancar toda teolo

    ga del bautismo. En todo caso, que el bautizando

    adulto es pecador es un hecho del que no cabe dudar.

    Todo hombre nace en medio de una sociedad de pe

    cadore s , en una c omunida d necesitada de salvacin,

    y en ella l mismo se hace pecador. Sin embargo, Dios

    no quiere abandonarlo a una suerte desesperada. El

    hombre debe ms bien venir penetrado del poder y la

    gloria de la gracia y nacer, o ms bien renacer, a la

    comunidad de salvacin. Esto tiene lugar en el bautis-

    32

    m o.

    El bautismo es la incorporacin del hombre a

    Cristo y su insercin en la comunidad de salvacin de

    la Iglesia.

    Del renacimiento o regeneracin habla tambin la

    Biblia en este contexto: Apareci la bondad de Dios

    nuestro salvador y su amor por la humanidad. No nos

    salv por las obras de justicia que hubiramos reali

    zado nosotros, sino, segn su misericordia, por el bao

    regenerador y renovador del Espritu Santo (Tit 3,

    4s ; cf. Jn 3, 3-8, 1 Pe 1, 23). Por eso tambin la litur

    gia de la vigilia pascual, la noche bautismal en la an

    tigua Iglesia, est tan llena de jbilo, ya que en ella

    la Iglesia hace el elogio de su propio seno materno, del

    que, con fecundidad no mermada, nacen los hijos de

    Dios a la vida en el Espritu. La gracia es ms fuerte

    que el pecado, la vida, ms fuerte que la muerte.

    33

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    5

    F

    SATN INCIT A DAVID

    Hemos tratado de reflexionar un poco sobre el

    fenmeno del pecado. Distamos mucho de haber lle

    gado al fin, y seguramente no llegaremos nunca. En

    efecto, el pecado llevar siempre consigo algo inexpli

    cable, misterioso. Hemos visto que no hay ni puede

    haber vida humana sin tentacin. Hemos visto tam

    bin que la tentacin, si no siempre, por lo menos con

    gran frecuencia lleva al pecado. Cmo explicar que

    el hombre propenda tan fcilmente a hacer el mal,

    siendo as que fue creado por un Dios bueno?

    En todo caso no podemos admitir algo que con

    tanta frecuencia se oye decir, a saber, que al hombre le

    resulta ms fcil el mal que el bien. Muchos de nos

    otros podrn decir sinceramente que con ms gusto

    hacen el bien que el mal. Y para gran parte de los

    hombres, la regla es el bien y la excepcin el mal.

    Pensemos tan slo en que la mayora de las gentes pa

    san el da desde la maana hasta la noche dedicados a

    un duro trabajo profesional y cumplen su deber a

    conciencia. A nadie se le ocurrir decir que durante es-

    35

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    19/42

    te tiempo la mayora hacen algo malo. Ni siquiera te

    nemos tanto tiempo para lo malo como para lo bueno.

    Pero sobre todo, tratndose de personas normales, el

    bien proporciona satisfaccin, mientras que el mal cau

    sa aversin.

    Por eso resulta tanto ms incomprensible que los

    hombres nos dejemos arrastrar una y otra vez a com

    portamientos desagradables, reprobables: a una pala

    bra inmisericorde que durante aos enteros puede roer

    el corazn de un semejante, a un egosmo fro y sin

    consideraciones, a una envidia monstruosa, a una des

    lealtad sin lmites. Despus nos preguntamos descon

    certados: Cmo ha sido esto posible? En todo caso,

    sabemos por triste experiencia que nunca estamos se

    guros de nosotros mismos, de no hacer el mal del que

    somos capaces.

    En tales situaciones volvemos a plantearnos una

    y otra vez la pregunta: De d nde viene este ma l? E n

    el Evangelio hallamos, s , una respuesta clara: Del

    interior, del corazn de los hombres, proceden las ma

    las intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, adul

    terios, codicia, maldades, engao, lujuria, envidia, in

    juria, soberbia, desatino; todo este mal viene del inte

    rior (Me 7, 21-23 par.). N o obstante los hombres no

    han cesado de preguntar cmo entra, pues, el mal en

    su corazn. El hombre se resiste a ser l mismo res

    ponsable de su mal obrar. Esto puede verse ya en el re

    lato del paraso. Cuando el hombre debe responder a

    Dios y darle una explicacin por lo que ha hecho, dice:

    La mujer que me diste por compaera me dio del

    rbol y com. No es difcil percibir aqu un reproche

    36

    contra Dios: la seductora viene de l. La mujer a su

    vez trata de excusarse: La serpiente me enga y

    com (Gen 3, 12s). Tampoco este comportamiento es

    privativo del primer hombre, sino que es propio del

    hombre a secas, tal como fue en todo tiempo y sigue

    siendo siempre. No tiene pues, nada de extrao que

    tambin nosotros busquemos en cada caso un cmplice

    de nuestro pecado.

    Una tentativa muy propagada, pero ligada a una

    idea anticuada del mundo d e descargar en alguna

    manera al hombre de la plena responsabilidad de su

    hacer pecaminoso, es insostenible y la hemos rechaza

    do ya anteriormente. Hemos visto que segn el testimo

    nio de la Biblia no hemos heredado el pecado de los

    progenitores de la humanidad. Por otra parte no es na

    da sorprendente el que, en vista de la apremiante fuer

    za de atraccin que posee el pecado, nos venga la idea

    de que aqu puedan entrar en juego siniestros poderes

    supraterrenos. De hecho, en la idea cristiana del mun

    do ha jugado gran papel el diablo como autor de la

    tentacin y del pecado. Como ya qued sealado al

    principio, la Sagrada Escritura misma es la que nos

    sugiere esta idea.

    En una de las consideraciones precedentes hemos

    reflexionado sobre las tentaciones de Jess. En el Evan

    gelio ms antiguo, el de Marcos, hemos hallado esta

    breve frase sobre el particular: Per man eci en el

    desierto cuarenta das, siendo tentado por Satans

    (1 , 13). En Mateo y Lucas se desarrolla esta notkia en

    una narracin bastante larga. Se habla de una triple

    tentacin de Jess por el diablo en el desierto, en el

    37

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    pinculo del Templo y sobre una montaa elevada.

    Satans va tan lejos, que incluso propone a Jess que

    le adore. Creemos justificado considerar esta narra

    cin como una amplificacin libre de la Iglesia primi

    tiva. La breve frase de Marcos no poda dejar satisfe

    chos a los cristianos y se quera saber ms sobre cmo

    haba sido tentado Jess. As, esta narracin no pue

    de ofrecernos garantas en todos sus detalles. Con to

    do , queda el enunciado formal de la Sagrada Escri

    tura, segn la cual Jess fue tentado por Satn. Su

    visaje asoma en las tentaciones de Jess, como tambin

    en nuestras tentaciones.

    No cabe la menor duda de que en el judaismo de

    los tiempos de Jess reinaba la creencia de que el mal

    se haba encarnado en un adversario personal de Dios.

    A las gentes de entonces no les atormentaba m enos que

    a nosotros la pregunta sobre el origen del mal en el

    mundo. Otros pueblos antiguos, sobre todo los persas,

    hallaban una fcil solucin del problema. Admitan

    dos dioses, uno bueno y otro malo. Del dios bueno

    viene todo el bien que hay en el mundo, del dios malo

    todo el mal. Los judos no ignoraban estas concepcio

    nes. Ms an: hoy da se puede comprobar que cier

    tos sectores judos estaban marcadamente influencia

    dos por ellas. En efecto, en el perodo de 538 a 331

    a.C. Palestina haba formado parte del gran imperio

    persa, por lo cual era inevitable que se establecieran

    contactos entre la teologa persa y la juda.

    No obstante, la va persa de solucin, por lo que

    hace al origen del mal, no era practicable para los

    judos. La religin juda era, en efecto, rigurosamente

    38

    monotesta. Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es ni

    co (Dt 6, 4): as reza el dogma fundamental de la fe

    juda incluso en nuestros das. Por eso los judos no

    podan en modo alguno admitir la idea de que adems

    de este nico Dios bueno pudiera haber todava un

    segundo dios, un dios malo. Con toda claridad expresa

    esto el profeta que ejerci su actividad en la comuni

    dad juda de Babilonia hacia fines del exilio, y al que

    llamamos Dutero-Isaas, porque sus orculos forman

    la segunda parte del libro de Isaas: Yo soy Yahveh,

    no hay ningn otro. Yo formo la luz y creo las tinie

    blas,

    yo doy la paz, yo creo la desdicha; soy yo. Yah

    veh, quien hace todo esto (Is 45, 7). El profeta

    insiste con tanto ahnco en que Dios crea tambin la

    desdicha, el mal, que emplea para ello el mismo verbo

    hebraicobara' que se halla en el relato de la creacin:

    Cuando Dios comenz a crear (bara') el cielo y la

    tierra... (Gen 1, 1).

    Con esta enunciacin se sita el profeta comple

    tamente en la lnea de la antigua teologa israelita.

    En el ambiente que rodeaba a Israel se contaba con

    una multiplicidad de dioses, a los que se atribua sin

    el menor reparo los vicios ms vergonzosos. Israel, en

    cambio, mostr la m ayor solicitud y tenacidad en man

    tener alejada de su Dios nico y santo hasta la menor

    sombra de pecado. Por otra parte, estaba tan conven

    cido de la accin universal de Yahveh en el mundo, que

    no se arredraba de poner de alguna manera en co

    nexin con la soberana de Dios hasta las malas accio^

    nes de los hombres. Ya conocemos el antiguo adagio:

    El corazn del hombre es propenso al mal desde su

    39

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    21/42

    adolescencia (Gen 8, 21), y tambin hemos visto qu

    sentido tiene: Dios dio al hombre por naturaleza una

    marcada proclividad hacia el mal. Ms an: los tem

    pranos telogos israelitas no tenan inconveniente en

    atribuir a Dios la misma instigacin al pecado. En el

    segundo libro de Samuel incita Dios a David a hacer

    e

    l censo de la poblacin, con lo que incurrira en grave

    pecado (24, 1).

    Posteriormente, un sentimiento religioso ms afi

    nado no pudo soportar esta idea. En el libro de Job,

    que data del siglo v o rv a.C, nos encontramos por

    tanto con la tentativa de no atribuir ya el mal direc

    tamente a Dios, sino a un ente sujeto a su poder, a

    Satn.

    La voz hebraica

    satn

    significa enemigo, adversa-

    n

    o y en primer lugar totalmente en sentido profano.

    Cuando el rey filisteo Akis quiere llevar consigo a la

    guerra al judo David, se oponen los prncipes filisteos

    a este proyecto haciendo notar: Podra suceder que en

    e

    combate se volviera nuestro adversario (satn)

    Sam 29, 4; cf. tambin 1 Re 5, 18). Pero de forma

    e

    special se llama satn al adversario en un juicio: el

    acusador (Sal 109, 6).

    Ahora bien, segn la concepcin israelita, tal acu

    sador existe no slo en los tribunales humanos, sino

    tambin en el divino. El ejemplo clsico de esta con

    cepcin es el comienzo del libro de J ob. El satn es

    alh uno de los hijos de Dios que forman el consejo

    celestial. Su residencia est por tanto en el cielo. Tiene,

    s i n e r

    *ibargo, la misin especial de tratar de descubrir

    e r

    la tierra las malas acciones de los hombres y de

    40

    acusar a los pecadores delante de Dios. Contra Job

    no tiene ninguna acusacin que presentar. Sin embar

    go , no se fa de l: Job slo es temeroso de Dios

    porque saca partido de ello. Entonces Dios autoriza

    a Satn a abrumar con pruebas a Job, slo con el fin

    de comprobar su fidelidad.

    Es digno de notarse que Dios azuza a Satn contra

    Job. l es quien pone a prueba a Job, l es quien des

    carga sobre Job las calamidades. As pues, tambin

    Job ora de esta manera cuando se ve despojado de

    todo:

    El Seor me lo dio, el Seor me lo quit

    (1, 21). No dice: Satn me lo quit. Tam bin para el

    autor del libro de Job es la vida un drama que se

    desarrolla slo entre Dios y el hombre. Satn no es

    en l ms que un simulacro. Se comprende, por con

    siguiente, que esta tentativa de descargar a Dios de

    la instigacin al pecado no poda satisfacer a la larga.

    Porque qu diferencia hay, a fin de cuentas, entre

    que Dios mismo sea el instigador y en que se sirva de

    un intermediario al mismo objeto?

    El paso inmediato necesario para salir de este di

    lema fue, por consiguiente, desvincular de Dios a este

    intermediario, alejarlo de Dios e independizarlo. En

    este punto conviene volver a la historia del censo de

    David. La Biblia nos ofrece dos versiones de este

    hecho, una ms antigua, en 2 Sam 24, y otra ms

    tarda en 1 Par 21. El cronista tom la materia his

    trica del libro de Samuel, que era bastante antiguo.

    Sin embargo, en la primera frase nos hallamos ya con

    una sorpresa. En lugar de Yahveh incit a David,

    como se lee en el texto de Samuel, el de los Paiali-

    41

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

    22/42

    pmenos reza: Y Satn incit a David. Satn ha

    pasado a ocupar el puesto de Yahveh. En l haba

    hallado la teologa juda una cabeza de turco. As

    tenemos ya a grandes rasgos la imagen de Satn que

    nos es familiar: Satn es quien induce al hom bre a

    pecar, entregndolo as a la clera divina.

    Pero no debemos olvidar que esta solucin slo

    fue un expediente tardo del Antiguo Testamento para

    ofrecer una explicacin en alguna manera plausible del

    mal en el mundo.

    42

    6

    LA ENVIDIA DEL DIABLO

    Las consideraciones que preceden nos han mostra

    do que la figura de Satn en el Antiguo Testamento

    no pasa de ser una solucin de emergencia. Brot de

    una exigencia religiosa del judaismo, que no poda

    conformarse con la idea de que el mal en el mundo

    deba hacerse remontar en definitiva a una disposicin

    divina. Lo cierto es que esta solucin no poda tam

    poco satisfacer. En efecto, incluso el Satn de la his

    toria de David en los Paralipmenos parece en alguna

    manera depender de Dios y obrar con su consentimien

    to.

    As pues , el paso inmediato tena que consistii en

    enviar a Satn a la tierra, e incluso debajo de la tierra.

    El Antiguo Testamento no nos habla en absoluto de

    esto. Qu se pensaba a este respecto en el pmblo

    judo en los dos ltimos siglos que precedieron a la era

    cristiana? De esto nos informan escritos judos extra-

    bblicos , los llamados pseudoepgrafos , y tambin el

    Nuevo Testamento.

    En la idea de Dios del pueblo israeltico judo se

    haba operado un cambio decisivo. En tiempos ms

    43

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

    23/42

    antiguos haba sentido Israel a su Dios como incesan

    temente prximo, como un Dios con el que los hom

    bres trataban lisa y llanamente. En cambio, en los

    ltimos siglos que precedieron a Cristo, Dios fue ale

    jndose cada vez ms. Se lleg a tal extremo, que incluso

    se evitaba pronunciar el nombre de Dios, que se sus

    titua por toda clase de perfrasis, por ejemplo, cielo.

    Este modo de hablar nos es familiar por los Evange

    lios. En lugar de Reino de Dios se dice en ellos con

    frecuencia Reino de los cielos.

    As, entre el Dios lejano y transmundano y los

    hombres haba surgido un inmenso espacio vaco. En

    tonces este espacio fue rellenado con seres intermedios

    que no eran ni Dios ni hombres: espritus. En los

    escritos tempranos del Antiguo Testamento habla Dios

    mismo con los hombres. Habla con Adn y con Eva

    en el paraso, habla con Abraham, con Moiss, habla

    con los profetas. En cambio, en los escritos ms tardos

    enva un ngel con el encargo de decir algo a los hom

    bres.

    Tambin en el Nuevo Testamento son ngeles

    los que anuncian el designio de Dios a los hombres:

    a Mara, a Jos, a los pastores de Beln, a las mujeres

    la maana de Pascua.

    A primera vista parece tratarse aqu de un enrique

    cimiento y elevacin de la idea de Dios. En efecto, es

    un Dios que impone respeto, un Dios que, como un

    general en jefe, manda a todo un ejrcito, a millones

    y millones de millones de ngeles... Pero, en realidad,

    con lo que nos encontramos es con un empobrecimiento

    de la idea de Dios. El Dios que est inmediatamente

    presente n todas partes en la tierra se ha convertido

    44

    en un Dios que se preocupa tanto de su soberana, que

    slo trata con los hombres por medio de mensajeros.

    Por otra parte, gracias a los espritus que entonces

    llenaban el espacio entre el cielo y la tierra, resultaba

    relativamente fcil resolver el espinoso problema del

    mal. El pensar judo no admita que pudieran existir

    juntos un dios bueno y uno malo. Pero por qu no

    podan existir juntos espritus buenos y malos? Con

    esto se ofreca una solucin prctica: El mal no viene

    de un dios malo, pero s de espritus malos.

    En realidad, con esto volva a surgir una nueva di

    ficultad: De dnde venan tales malos espritus? N o

    pueden ser eternos, puesto que slo Dios es eterno.

    Tienen por tanto que haber sido creados, pues todo lo

    que existe fuera de Dios ha sido creado por l. Ahora

    bien, puede el Dios bueno crear espritus malos? Si

    no se poda soportar la idea de que Dios hubiese creado

    al hombre con un corazn malo, haba que rechazar

    tambin la explicacin de que Dios hubiese creado

    malos espritus que ponen el mal en el corazn del

    hombre y lo inducen al mal. Slo quedaba por tanto

    una salida: Dios haba creado nicamente buenos es

    pritus. Slo que una parte de ellos haba pecado, Dios

    los haba castigado y repudiado, y stos eran ya los

    malos espritus.

    Cul haba sido ese presunto pecado de los nge

    les reprobos? Sobre este particular se acometieron en

    el pueblo judo toda clase de especulaciones, en que

    se daba rienda suelta a la fantasa. Una exposicin

    que goz de gran aceptacin pona el pecado de los

    ngeles en la concupiscencia carnal. Esta explicacin

    45

    despus de su pecado, ensearon a las hijas de los

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

    24/42

    se describe por extenso sobre todo en el primer libro

    de Henoc y en el libro de los Jubileos. Despus que

    Dios hubo creado a los hombres y stos tuvieron hijas

    hermosas, hubo ngeles que pecaron con las mucha

    chas de la tierra. Esta leyenda enlaza con la narracin

    mitolgica de G en 6, 1-4, segn la cual los hijos de

    Dios tomaron por esposas a las bellas hijas de los

    hombres, y de aquellas uniones nacieron los gigantes.

    Los ngeles que haban pecado fueron encadenados en

    castigo y tienen que aguardar en su calabozo hasta el

    da del juicio. Entonces sern arrojados al lago del

    fuego eterno:

    P or qu abandonasteis el cielo alto, santo y eterno,

    cohabitasteis con las mujeres,

    os mancillasteis con las hijas de los hombres,

    tomasteis esposas,

    hicisteis como los hijos de la tierra

    y engendrasteis gigantes?

    Erais santos, espirituales y vivais una vida eterna,

    y sin embargo os mancillasteis con sangre de mujeres,

    y con la sangre de la carne engendrasteis hijos,

    habiendo deseado la sangre de los hombres,

    y as produjisteis carne y sangre,

    como esos que son mortales y perecederos.

    Mas los gigantes, que de los espritus y de la carne

    fueron engendrados,

    sern llamados en la tierra espritus malos;

    en la tierra tendrn su morada (1 Hen 15, 3s. 8).

    En Hei 9, 8 se refiere que los ngeles pecadores,

    46

    hombres toda clase de pecados. El principal de los n

    geles pecadores recibe en algunos pasajes del libro de

    Henoc el nombre de Semyaza, en otros el de Azazel:

    Y a Rafael habl el Seor as:

    Ata a Azazel de pies y manos

    y arrjalo a las tinieblas.

    Haz un agujero en el desierto de Dudael

    y arrjalo dentro.

    Arrjale piedras tajantes y puntiagudas

    y cbrelo con tinieblas.

    Djalo habitar all para siempre

    y cubre su semblante para que no vea la luz.

    El da del gran juicio

    ser arrojado a la laguna de fuego.

    Porque la tierra entera han corrompido

    las obras de Azazel.

    Achcale a l todos los pecados (1 Hen 10, 4-6. 8).

    Esta concepcin se introdujo tambin en el Nuevo

    Testamento. En la epstola de Judas se habla de n

    geles que no conservaron su primaca, sino que aban

    donaron su propia morada, a los que Dios tiene guar

    dados para el juicio del gran da, con cadenas eternas,

    sepultados en tinieblas (v. 6). En la segunda carta

    de san Pedro se habla en un mismo contexto del peca

    do de los ngeles, de No y del diluvio, de la destruc

    cin de Sodoma y G om orra y de la salvacin de L ot, y

    de todo ello se saca la conclusin de que Dios castiga

    a los impos y salva a los justos (2 Pe 2, 4-9). As, de

    47

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    la historicidad del pecado y de la cada de los ngeles

    no sepuede juzgar diferentemente que de la historicidad

    de las narraciones del Gnesis que con esta ocasin se

    aducen. Adems, apenas si merece notarse expresamente

    que tales pecados carnales de seres espirituales son en

    s cosas imposibles y que por tanto slo se trata de

    puras invenciones. Sin embargo, esta concepcin tuvo

    un eco pavoroso en el mundo cristiano y acarre tor

    mentos incalculables a incontables personas inocentes,

    de lo cual tenemos un documento histrico espeluz

    nante en las persecuciones de brujas de la edad media.

    En algunos textos judos, empero, se halla tambin

    otra versin, segn la cual los ngeles malos, en cas

    tigo de su pecado, habran sido relegados a los espa

    cios que median entre el cielo y la tierra, es decir, a

    las regiones del aire. Tambin de esto tenemos un eco

    en el Nuevo Testamento. As en Ef 3, 10 y 6, 12 se

    habla de principados y potestades en las regiones ce

    lestes. En Ef 2, 2 se habla en singular del prncipe

    de la potestad del aire, del espritu que acta ahora

    entre los hijos de la rebelda. En efecto, segn los

    escritos judos, el mundo de los malos espritus tiene

    una cabeza monrquica. Es el adversario del orden di

    vino del mundo, el fautor del mal y del infortunio en

    el mundo, por lo cual se le da tambin el nombre de

    prncipe de este mundo. Sabemos que esta designa

    cin es corriente en el Evangelio de san Juan (Jn 12

    31;

    14,30 ;

    16,

    11). Una vez lo llama san Pablo el dios'

    de este mundo (2 Cor 4, 4).

    ademsIfT ^ ^J**

    f a n t o

    * judaica conoce,

    ademas del pecado de la concupiscencia, otra explica-

    48

    cin de la reprobacin de los ngeles, todava de peores

    consecuencias para el pensar cristiano. Esta explica

    cin tiene su punto de arranque en la doctrina del

    Antiguo Testamento, segn la cual Dios cre al hom

    bre a imagen suya. Ahora bien, Adnas comentaba

    ahora la leyenda, puesto que era imagen de Dios,

    haba sido creado con ms excelencias que los ngeles.

    Y no slo esto: Dios exiga adems a los ngeles que

    adoraran a Adn como a su imagen. Miguel y los n

    geles que estaban de su lado obedecieron. Satn, en

    cambio, y los ngeles que estaban a sus rdenes, se

    rebelaron y, en castigo, fueron arrojados del cielo a la

    tierra. Adn, por el contrario, sigue disfrutando de la

    felicidad del paraso. Satn, que por causa del hombre

    perdi sus excelentes prerrogativas, no puede ver con

    buenos ojos la felicidad de Adn. Est lleno de envidia

    y de rabia y procura seducirlo e inducirlo a desobedecer

    a Dios y as acarrearle la misma suerte que pesa sobre

    l.Con Adn mismo no tiene xito, pero s por medio

    de Eva.

    En el escrito pseudoepigrfico Vida de Adn y

    de Eva Satn describe el caso d esta forma:

    Y entonces se levant Miguel

    e intim a todos los ngeles:

    Adorad a la imagen de Dios, como lo manda el Seor

    Dios

    Y Miguel lo ador el primero.

    Entonces me llam y me dijo;

    Adora la imagen de Dios

    Yo dije: No tengo por qu adorar a Adn.

    Como Miguel me apremiara a adorar ,

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

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    le dije:

    Por qu me apremias?

    Pues yo no he de adorar

    al que es ms joven y menor que yo.

    Fui, en efecto, creado antes que l.

    Antes de que l fuera creado haba sido creado yo.

    l debera adorarme a m.

    Cuando los otros ngeles

    que me estaban subordinados oyeron esto,

    no quisieron adorarlo.

    Entonces dijo Miguel: Adora a la imagen de Dios

    Que si no lo haces ,

    luego entrar en clera el Seor Dios por tu causa.

    Yo dije:

    Si entra en clera contra m,

    pondr mi trono sobre las estrellas del cielo

    y ser como el Altsimo.

    Y el Seor Dios se irrit fuertemente contra m,

    y me desterr de nuestra gloria

    junto con mis ngeles,

    y as , de nuestras moradas

    fuimos expulsados a este mundo

    y lanzados lejos a la tierra por tu causa.

    Y en seguida nos entristecimos,

    porque habamos sido despojados de tanta gloria.

    Y el verte a ti tan gozoso y feliz

    nos constristaba.

    Con estucia envolv en mis redes a tu mujer

    y logr

    que t, de tu gozo y felicidad

    5

    fueras expulsado por su causa,

    como yo haba sido expulsado de mi gloria (w. 14-16).

    As se explica que en adelante se viera en el pecado

    del paraso una astucia de Satn y se identificara a

    ste con la serpiente. Y no slo este primer pecado se

    hace remontar a una tentacin del diablo, s ino tambin

    todo pecado humano. El diablo tiene envidia del hom

    bre por su paz con Dios , porque l no puede hallar

    paz. A esta ingenua concepcin cede tambin el autor

    del libro de la Sabidura cuando escribe: Por la en

    vidia del diablo vino la muerte al mundo (2, 24); la

    muerte, porque sta se hace remontar al pecado de

    Adn.

    Esta concepcin se apropi tambin la interpreta

    cin cristiana de la tentacin de Jess: si el demonio

    hubiese logrado hacer caer a Jess , habra acabado

    con la redencin de la humanidad. Pero ahora com

    prendemos mejor que no puede ser ste el verdadero

    sentido del relato. Los evangelistas trataron ms bien

    de presentar con la mentalidad de su tiempo la ten

    tacin de Jess y la buena prueba que dio de s El

    sentido de esta percopa se le escapara con toda segu

    ridad a un predicador que, partiendo de este texto,

    tratara de desarrollar una teologa del diablo. En efec

    to , toda la atencin est puesta en Jess y en el s

    que da a la voluntad del Padre. Satn personifica

    nicamente la otra posibilidad, el no. En todo tienpo

    han recurrido los escritores al medio de la personifi

    cacin, de la prosopopeya, para dar vida a la escena

    y dramatizarla. As el relato del paraso present la

    51

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

    27/42

    tentacin al comienzo del Antiguo Testamento mos

    traba el fatal desenlace mediante la decisin pecami

    nosa del primer Adn, as el relato de la tentacin al

    comienzo del Nuevo Testamento muestra el feliz des

    enlace en el triunfo del segundo y nuevo Adn, que

    es Cristo. Tanto el primer relato como el segundo

    muestran de qu manera el hombre, desde dentro, no

    debe decidirse y de qu manera debe decidirse.

    52

    7

    NO DEIS LUGAR AL DIABLO

    Despus de todo lo que se ha dicho hasta aqu, es

    de suponer que haya resultado claro que los enuncia

    dos del Nuevo Testamento sobre Satn no forman

    parte de la sustancia permanente del mensaje, sino

    nicamente de la idea del mundo propia de la Biblia,

    que no puede tener vigencia permanente. El Nuevo

    Testamento, al hablar del tentador, unas veces con

    serva la voz hebraica Satn (en la forma de Satans),

    y otras la traduce por la voz griega alablos. Diabolos

    significa en griego clsico calumniador. Del griego

    diabolos viene nuestra palabra espaola diablo. Al

    igual que el Nuevo Testamento, tambin en nuestra

    lengua usam os indistintamen te las dos voces: Satn

    (o Satans), derivado del hebreo, y diablo, tomado de

    la forma griega. Casi indistintamente hablamos tam

    bin del demonio (daimon).

    En el sentido de las categoras mentales del judais

    mo de entonces, aparece el diablo en el Nuevo Testa

    mento como el exponente del mal. Jess y los Aps

    toles pensaban en estas categoras, al igual que su

    53

    medio ambiente. As, del hombre malo se dice que

    los justos. Jess quiere acabar con esta idea. No existe,

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

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    tiene por padre al diablo (Jn 8, 44), que es hijo o

    criatura del diablo (Act 13, 10; 1 Jn 3, 8.10). Las

    malas obras se designan como obras del diablo (1 Jn

    3, 8). El diablo se lleva la palabra que se ha sembrado

    en los corazones de los hombres (Me 4, 15 par.). Sin

    embargo, el hombre debe resistir a las asechanzas del

    demonio (Ef 6, lis, etc.). Tales aserciones se han de

    entender en funcin de la idea religiosa del mundo

    del judaism o de entonce s. Satn es la personificacin del

    mal, del pecado. En todos los pasajes del Nuevo Tes

    tamento en que se habla de Satn o del diablo po

    dramos igualmente decir el pecado o el mal. Slo

    que la personificacin sirve para hacer ms intuitiva

    y grfica la idea que se quiere expresar. Lo mismo hay

    que decir acerca del mundo, del que habla san

    Juan (Jn 15, 18s; 17, 14). As pues, el mismo Nuevo

    Testamento usa alternativamente y con el mismo sen

    t ido:

    Satn, el diablo, el mu ndo, el pecado, el mal.

    El Nuevo Testamento no se interesa por una fi

    gura de Satn en cuanto tal. Su mensaje, su buena

    nueva dice ms bien que el mal no puede ya campar

    por sus respetos sin traba alguna, porque en Jess est

    cerca el reino de Dios . Algunas aserciones de los Evan

    gelios, que a primera vista parecen confirmar la creen

    cia de entonces en Satn, en realidad la impugnan.

    As cuando Jess dice: Vea a Satn caer del cielo

    como un rayo (Le 10, 18). Aqu se refiere Jess evi

    dentemente a la idea entonces todava dominante de

    que Satn puede algo en el cielo, que tiene acceso a

    Dios para acusar a los hombres e implorar poder sobre

    54

    al lado de Dios, la sombra figura de Satn.

    Lo que se ha dicho de la figura particular de Satn,

    se puede aplicar igualmente al complicado mundo de

    los malos espritus o demonios, de los que ya hemos

    hablado tambin. En tiempos de Jess se imaginaba

    el espacio sin lmites entre el cielo y la tierra poblado

    por seres intermedios: por buenos espritus, que indu

    can al hombre al bien, y por malos espritus que lo

    seducen y lo llevan al mal. Los malos espritus se lla

    man en el Nuevo Testamento demonios (daimones,

    daimonia) o tambin espritus (pneumata): espritus im

    puros, espritus malos.

    Sin embargo, el Nuevo Testamento pone evidente

    mente empeo en reprimir la creencia en los demonios,

    tan prolfica en aquella poca. Por lo regular habla

    de malos espritus en conexin con la curacin de

    enfermos y posesos. En el Evangelio de san Marcos,

    el primer milagro que hizo Jess en Cafarnam al

    comienzo de su vida pblica, es la curacin de un

    poseso. Con fuertes gritos sali el espritu del poseso,

    despus de haber zarandeado terriblemente al pobre

    hombre de ac para all (Me 1, 23-27). Los judos

    miraban la enfermedad como consecuencia del pecado,

    y el pecado lo atribuan a influjo de los malos esp

    ritus. Por eso es frecuente en el Nuevo Testamento

    mencionar simultneamente la curacin de eniermos

    y la liberacin de posesos por Jess: Curaba a los en

    fermos y expulsaba a los malos espritus (cf. Me 1,

    34 ,

    etc.). Incluso se dice que Jess cur a un epilptico,

    arrojando de l un demonio (Mt 17, 14-21 par.).

    55

    Conforme a las ideas de entonces, utilizaba Jess

    antigua nos regal un nuevo nombre del diablo, aparte

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    29/42

    fenmenos patolgicos llamativos como enfermeda

    des mentales, la epilepsia para demostrar a base de

    ellos en forma grfica el poder del mal y su propio po^

    der sobre el mal. Los relatos evanglicos sobre cura

    ciones de posesos tratan de presentar a Jess como el

    verdadero Salvador que salva a la humanidad de la

    miseria del pecado, pero tambin la salva del cons

    tante temor del diablo y de los demonios, propio de

    la creencia popular de entonces. Para Jess, Dios es

    el nico Seor del mundo. No quiere saber nada de

    una cuasi-co-regencia del diablo.

    Por consiguiente, cuando el Nuevo Testamento ope

    ra con los conceptos de Satn, diablo, malos espritus,

    demonios, en ello se reflejan sencillamente, como ya lo

    hemos visto, concepciones condicionadas por el tiem

    po .

    Por Jo dems, en la religin judaica la marcada

    creencia en Satn y en los demonios no fue ms que

    un episodio. Con razn ha vuelto a apartarse de ella

    el judaismo, y hoy da hace ya tiempo que esta creen

    cia no tiene ningn papel en la religin judaica. Con

    tanto mayor celo ha cuidado y cultivado el cristianismo

    esta problemtica herencia. Ha elevado incluso la doc

    trina sobre Satn a la categora de tema central de su

    predicacia y consiguientemente ha desfigurado en gran

    ma nera la buena nueva del reino de Dios, con virtindola

    en una mala nueva, en un mensaje terrorfico sobre

    el diablo.

    No slo la devocin popular, sino hasta la especu

    lacin teolgica ha seguido tejiendo la tela de las

    viejas leyendas judas. As, la teologa de la tarda edad

    56

    de los numerosos nombres pseudoepigrficos ya exis

    tentes:

    el nombre de Lucifer, sumamente propagado

    en la edad media y que todava es corriente en nuestros

    das.

    Dicha teologa puso el mencionado dicho de Je

    ss: Vea a Satn caer del cielo como un rayo, en

    conexin con la idea juda de una cada de los ngeles

    y al mismo tiempo con un dicho proftico figurado

    tomado del libro de Isaas, en el que la brusca cada

    del rey de Babilonia se compara con la cada de un

    lucero (Is 14, 12). En la versin latina de la Biblia,

    este lucero se traduce por lucifer, es decir, por el an

    tiguo nombre de la estrella de la maana. De esta

    manera estrella de la maana, lucifer, se convirti

    en el adalid de los ngeles cados.

    La fantasa de telogos posteriores empalm con

    la leyenda que tambin hemos mencionado, segn la

    cual Satn y sus ngeles se haban negado a venerar

    a Adn como a imagen de Dios. Tal fantasa llega

    hasta a saber que Dios no slo haba exigido a los

    ngeles que rindieran pleitesa a Adn, sino que la

    prueba haba consistido ms bien en que Dios les haba

    m ostra do la futura ecarnacin de su Hijo y les ha

    ba exigido que adorasen al Hombre-Dios, a (Visto.

    En tan descaminadas tentativas de capiar u*

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

    30/42

    no puede ser la de proponer como segura y obligatoria

    a las gentes de todos los tiempos y naciones, la creen

    cia en los demonios, del judaismo de entonces. Esto

    habra sido, ahora lo mismo que antes, slo una esca

    patoria, por cierto poco feliz, para explicar el origen

    del mal. En efecto, qu se habra adelantad o con ello?

    Slo se habra desplazado el problema, pero sin resol

    verlo. Incluso que Dios creara diablos, no slo es

    inconcebible, sino imposible. La doctrina del pecado

    y cada de los ngeles se basa en un mito. Finalmente,

    como se afirma con frecuencia que el pecado del hom

    bre presupone necesariamente un tentador, de igual

    modo habr que postular un tentador en el caso del pe

    cado de los ngeles, y sera el cuento de nunca acabar.

    El pecado es y seguir siendo un misterio, pero lo es lo

    mismo con el diablo que sin el diablo.

    Es verdad que con frecuencia se oye decir que el

    mayor y ms sutil ardid del demonio consiste en haber

    logrado que los hombres no lo tomen en serio. Tales

    voces se dejan or an una y otra vez en nuestros das

    y hasta se llega al extremo de poner en guardia di

    ciendo: Cuando se deja de creer en el diab lo se deja

    tambin de creer en Dios. A esto se responde senci

    llamente que Dios ocupa el centro de la Sagrada Escri

    tura, mientras que el diablo slo es una figura marginal.

    As pues, lo que nos importa no es saber si la

    Sagrada Escritura emplea las palabras Satn, diablo,

    malos espritus, demonios, sino preguntar qu quiere

    decir coi estas palabras. Ya hemos advertido que el

    concepto de diablo se emplea en el Nuevo Testam ento

    58

    encontramos con las palabras diablo o Satn,

    podemos leer igualmente pecado. No es el diablo,

    sino el pecado, el que impide que germine en nuestros

    corazones la palabra de Dios. Jess no quiere poner

    nos en guardia contra el diablo, sino contra el pecado.

    De esto no puede caber la menor duda.

    Lo mismo entiende tambin san Pablo cuando es

    cribe a su comunid ad en la carta a los Efesios: N o

    deis lugar al diablo (4, 27). No al diablo, sino al

    pecado deben cerrar su corazn: Desechad la men

    tira, hablad con verdad... No se ponga el sol sobre

    vuestra ira. El que roba, que no robe ms, s ino que

    trabaje haciendo el bien con sus propias manos. . . No

    disgustis al Espritu Santo... Desaparezcan de entre

    vosotros toda amargura y animosidad, y toda maldad.

    Sed, por el contrario, un os con otros , bon dadosos, com

    pasivos, perdonndoos mutuamente, como Dios os per

    don en Cristo (Ef 4, 25-32).

    Pero tambin podemos deducir otro sentido de las

    palabras No deis lugar al diablo: No perd is la

    tranquilidad con creencias en el diablo, sino tomad en

    serio el pecado, tomad en serio la gracia. No estamos

    situados entre Dios y el diablo, sino entre el pecado

    y la gracia. El pec ado y la gracia form an el tema de la

    historia de la salud. El pecado y la gracia son el tema

    de nuestra vida.

    59

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    I

    8

    SALI

    Entre el pecado y la gracia transcurre nuestra vida.

    Lo hemos visto en la precedente meditacin. Ya he

    mos visto que no hemos heredado el pecado, y que

    tampoco nos inducen a pecar el diablo o los malos

    espritus. No obstante, sigue preocupndonos la cues

    tin: De dnde, pues, viene el mal, de dnde viene

    el pecado, si el diablo no es su promotor?

    Seguramente, en ningn pasaje de la Biblia nos

    encontramos con el pecado en forma tan grfica y pe

    netrante como en los relatos de la ltima cena y del

    comienzo de la pasin de nuestro Seor. Estos hechos

    nos son familiares, no slo por la Sagrada Escritura,

    sino tambin por nuestra participacin en su solemne

    conmemoracin litrgica anual. Una y otra vez nos

    sentimos impresionados por el contraste entre la lumi

    nosa celebracin y las horas sombras de la tentacin

    y de la noche de la pasin de Jess.

    Lo que es el pecado en realidad se nos muestra

    con la mayor claridad en la figura de Judas. Judas for

    ma parte de la comunidad en el gape, aunque, como

    61

    dice el Evangelio, el diablo le haba metido en el co

    aade san Juan. Noche: Judas sale a la noche; de

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    razn la idea de entregar a Jess (Jn 13, 2). En medio

    del gape est con el pensamiento en otra parte, enca

    minndose a la ejecucin de su tenebroso plan. Jess

    le ofrece el bocado en seal de amistad. Y tras el

    bocado entr en l Satans... Y cuando tom el

    bocado, sali fuera inmediatamente. Era ya de noche

    (Jn 13, 27.30). Hasta aqu el Evangelio de Juan. Tam

    bin san Lucas refiere que Satans haba entrado en

    Judas , uno de los doce, de modo que se fue a tratar

    con los pontfices acerca de cmo podra entregrselo

    (Le 22, 3).

    Una vez ms volvemos a encontrarnos con la figura

    de Satn, del que queramos despedirnos definitivamen

    te .

    Una vez ms advertimos bien lo que se quiere

    decir: Jud as ha dado lugar al pecado en su corazn.

    En efecto, no es que la decisin de la traicin le hu

    biese venido de un momento a otro. Haca tiempo

    que daba vueltas a esta idea, haca tiempo que se

    haba distanciado interiormente de Jess y de su co

    munidad. El Evangelio nos habla de una repugnante

    codicia de Judas, que slo piensa en el lucro : E ra

    ladrn, y como estaba encargado de la bolsa, sisaba

    de lo que se depositaba en ella (Jn 12, 6). Haba

    pensado en s , en su mezquina utilidad, haba ido por

    sus propios caminos lejos de Jess, lejos de su

    comunidad As pudo decir Jess: Uno de vos

    otros es un diablo (Jn 6, 70). Y ahora, cuando aban

    dona la ntima comunidad de mesa con Jess para

    llevar a cabo su traicin, ahora consuma lo que haca

    tiemp o hab a comenzado: Sali. Era de noche,

    62

    la luz a las tinieblas, del calor al fro, de la gracia al

    pecado.

    Con esto hemos comprendido tambin ya lo que es

    propiamente el pecado. El pecado es lo contrario del

    amor. El amor es unin, comunidad. El pecado es un

    movimiento de alejamiento del prjimo hacia el propio

    yo, salida de la comunidad y paso al aislamiento y a

    la soledad, de la luz y del calor a la noche y al fro.

    De cada pecado que comete un hombre se podra

    decir: Sali. Era de noche. E l pecado significa salir

    de la comunidad, de la comunidad de la Iglesia, de la

    comunidad del matrimonio o de la amistad, de la co

    munidad de los hermanos, de la comunidad con los

    pobres y con los necesitados. Si caminamos en la

    luz... tenemos comunin unos con otros (Jn 1, 7).

    Quien ama a su hermano permanece en la luz

    (2,

    10). El que no ama, permanece en la muerte

    (3 , 14).

    Tambin en el Antiguo Testamento se entiende el

    pecado como una falta contra la comunidad. Incluso

    la ms antigua y breve ley de Israel, el Declogo

    aun en el caso en que originariamente hubiera po

    dido tener una forma diferente de la tradicional,

    expresa una total referencia a la comunidad (x 20,

    1-17; Dt 5, 6-21). Quien peca contra alguno de los

    mandamientos, se desentiende del orden de vida de la

    comunidad de Dios. Esto se aplica no slo a los seis

    mand amientos que fijan los deberes para con el prjimo ,

    sino tambin a los cuatro primeros, que conciernen a

    los deberes del hombre para con Dios. Quien sirve

    63

    a dioses extraos, quien profana el sbado, rompe los

    vivir solo consigo mismo. El pecado causa separacin,

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    vnculos con la comunidad. Por eso en el antiguo Is

    rael se castigaba con pena de muerte la transgresin

    de uno cualquiera de los diez mandam ientos: el peca

    dor se haba excluido de la comunidad del pueblo de

    Dios y consiguientemente deba quedar excluido. Una

    interpretacin ms tarda del Declogo, la ley deutero-

    nmica (Dt 16-26), aade todava a la sancin de la

    pena de muerte la siguiente advertencia: As b orrar s

    el mal de en medio de tu pueblo (Dt 13, 6 y passim).

    El pecado es una desercin de la comunidad y conduce

    a la noche de la muerte.

    Anlogamente, los profetas del Antiguo Testamento

    consideran que est en la luz el que edifica la comu

    nidad en el amo r: Si vistes al desnudo y no vuelves

    tu ros tro ante tu he rm ano; ... Si quitas de ti la opresin,

    el gesto amenazador y el hablar altanero, si das de tu

    pan al hambriento y sacias al indigente, brillar tu luz

    en la oscuridad y tus tinieblas sern cual medioda

    (Is 58, 7. 9s). De tal predicacin proftica brot el gran

    mandamiento del amor, que compendia ya anticipada

    mente la tica del Nuevo Testamento: Amars a tu

    prjimo como a ti mismo (Lev 19, 18).

    El amor crea vida y comunidad. El pecado causa

    separacin, enajenamiento, aislamiento. Destruye la

    vida y produce la muerte. Y este aislamiento lo pro

    duce el pecado por ambas partes. Incurre en aislamien

    to el que se sale de la comunidad del amor, como lo

    vemos en forma es pantosa en Judas. El que en su

    desesperacin se entregara a la muerte, es slo la l

    tima consecuencia de su salida. El hombre no puede

    64

    la separacin destruye la vida.

    Hemos dicho que este efecto se produce por ambas

    partes. El pecado causa aislamiento y crea peligro no

    slo en el que sale, sino tambin en el que queda aban

    donado. Cuando sali Judas se quedaron los apstoles

    en un principio con Jess. Pero ms tarde tambin

    ellos salieron. Los tres discpulos elegidos y prefe

    ridos se durmieron cuando Jess en G etseman implo

    raba asistencia. Poco despus le abandonaron todos y

    huyeron. Pedro se desentiende de l con su triple ne

    gacin. Jess queda solo y abandonado. Se encamina

    solo al viernes santo. El que sale no slo se vuelve

    solitario. Deja tambin solitario al otro, y no sola

    mente solitario, sino adems en peligro. En efecto, en

    su soledad y aislamiento est ms expuesto a las ase

    chanzas, a la tentacin, al pecado. Por eso el mismo

    Jess pidi ayuda a sus discpulos en G etseman.

    Como estamos viendo, se trata siempre de relacio

    nes personales: de la relacin personal del hom bre

    con Dios, con su semejante, con el hermano. Cuando

    aparto mi corazn del t y lo centro y mantengo en

    m mismo, eso es pecado. El pecado no viene de ningn

    Satn de fuera, sino de nuestro propio corazn. El

    enemigo no es el diablo, sino nuestro propio

    apego al yo, nuestro egosmo. Por eso tambin los

    mandamientos van dirigidos con toda claridad a nos

    otros: t ... , voso tros... haris esto o lo otro . Cada vez

    que tenemos que decidir si queremos hacer el bien

    o el mal, se trata de una decisin por el amor o contra

    el amor. Ahora bien, en el amor se trata siempre

    65

    necesariamente del t y del yo; en l no tiene nada

    9

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    que ver un tercero.

    Jess experiment dolorosamente cunta necesidad

    tiene el hombre de la comunidad de amor. Por eso,

    la noche misma en que sus discpulos lo abandonaron

    y lo dejaron en la ms amarga soledad, les dej como

    legado la cena de amor, creadora de comunidad. As

    entendemos ahora por qu este banquete debe consti

    tuir siempre el centro de la comunidad cristiana. En

    efecto, en este banquete se hace visible una y otra

    vez el amor, el amor del Seor, amor del que recibe

    la vida la comunidad de los discpulos; amor del Seor,

    que sabe que dicha comunidad no puede vivir sin

    este amor, por lo cual el Evangelio de san Juan ates

    tigua de l: Tras haber amado a los suyos que estaban

    en el mundo, los am hasta el extremo (13, 1). Ahora

    bien, la celebracin de la cena quiere hacer tambin

    visible el amor de la comunidad misma de los disc

    pulos. En esta sagrada cena debemos volver a penetrar

    nos ntimamente cada vez de que fuera de la com unidad

    no cumplimos el encargo del Seor. Evidentemente,

    tambin la comunidad puede proporcionarnos dificul

    tades y conflictos, en cuyo caso nos vemos tentados

    a desprendernos de ella y salir. Tenemos que repeler

    de nosotros esta tentacin. En efecto, de lo contrario

    saldramos al pecado y a la noche. El que permanece

    en la comunidad de los discpulos, permanece tam

    bin en el amor del Seor.

    66

    MUERTE,

    DNDE EST TU VICTORIA?

    Hemos visto que en nuestra vida estn en pugna

    la muerte y la vida. Dios cre al hombre bueno, pero

    dbil, por lo cual ste constantemente peca y con el

    pecado sirve a la muerte en lugar de servir a la vida.

    No tenemos ms remedio que reconocer que Dios , a

    ojos vistas, quiso poner en el mundo esta ley de la

    \ lucha, que, por consiguiente, no est en contradiccin

    con su plan creador.

    La misma creacin fsica ofrece ya esta imagen.

    En incontables manifestaciones se nos pone ante los

    ojos el misterio de la muerte. Si llamamos a la muerte

    misterio y co n raz n queremos dar a entender

    con ello que la muerte es para nosotros algo incompren

    sible. La muerte reina en toda la creacin y cada da

    se nos presenta en una y otra forma. Sin embargo, nos

    parecer que cuanto ms nos sale al paso la muerte,

    tanto menos la comprendemos. Cierto que tambin la

    vida rige toda la creacin, que est sujeta a la ley de

    la vida como lo est a la ley de la muerte. Pero nadie

    puede librarse de la impresin de que la ley de la

    67

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    des dimensiones: las guerras, las resoluciones, las

    ca rta a los Ro ma no s que por el pcc.ulo i nim l.i 11

    en el m und o, es qu e habla de la mu crio cu esc 'ululo

  • 7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma

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    contiendas civiles, que todava hoy extirpan pueblos

    enteros. No, tambin el pequeo mal de cada da

    hace profundas heridas y destruye la vida. Cuando una

    persona deja abandonada a otra, y la relega al aisla

    miento, lo que hace es destruir su vida. Cuando en el

    matrimonio una persona va por sus propios caminos,

    cuando un marido abandona a su mujer por otra, na

    turalmente destruye una vida que se haba edificado

    sobre la comunidad de amor. Se destruye tambin vida

    cuando una madre no deja margen para la vida propia

    de sus hijos, de modo que stos no pueden desarrollarse,

    se ven cohibidos, no alcanzan una verdadera vida en

    libertad. El que dispone de su semejante despticamen

    te , rompiendo unilateralmente un pacto; el que engaa

    a su semejante porque l es ms astuto, ms ducho

    y experimentado que el otro; el que comete fraude

    porque el otro tiene buena fe; el que aprovecha la situa

    cin apurada y la dependencia de su semejante y lo

    explota; todos stos destruyen la vida y se hacen cm

    plices de la muerte. Todo esto sucede cada da en mil

    y mil formas, sucede en medio de nosotros y sucede

    por medio de nosotros.

    Por consiguiente, entre el pecado y la muerte hay

    un a conexin ms estrecha d e lo que solemos c reer.

    Es cierto que pasadas generaciones , basndose en una

    interpretacin literal del relato del P