Hohlbein Wolfgang - Leyenda de Camelot 1 - La Magia Del Grial

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    LA MAGIA DEL GRIAL(Triloga: "La Leyenda de Camelot", vol.1)

    Wolfgang Hohlbein & Heike Hohlbein

    2000, Die Legende von Camelot I. GralszauberTraduccin: Marinella Terzi

    * * 01 * *

    El monstruo era rpido. A pesar de su enorme tamao, se movatan gil como una comadreja y a sus negros, prfidos y relucientesojos no escapaba el ms mnimo movimiento de su vctima. Susdientes brillaban como puales afilados y sus espeluznantes garrasse hundan en el blando suelo del bosque mientras se dispona asaltar.

    El corazn de Dulac lati acelerado. Permaneca absolutamentequieto, sin atreverse a pestaear, ni siquiera a respirar, y su manoderecha agarraba la espada tan fuertemente que sus nudillosresaltaban como pequeas cicatrices blancas a travs de la piel.Todos los msculos de su cuerpo estaban en tensin. Observaba almonstruo desde el otro lado del claro con la misma concentracincon la que la bestia lo examinaba a l.

    No sabra decir cunto tiempo llevaban as, all quietos,mirndose fijamente.

    Con toda probabilidad, apenas unos instantes, pero a l leparecan horas. Y si interminable le resultaba aquel enervante tiempode espera, brevsima sera la pelea. Dulac lo saba. Un nico vistazoa los ojos del monstruo negro le haba confirmado que no iba avrselas en ningn caso con una fiera comn.

    Era el lobo ms grande que Dulac haba visto en su vida... Y yase haba topado con unos cuantos de esos feroces animales!

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    El animal deba de pesar aproximadamente como una persona ysus mandbulas podran arrancar un brazo de Dulac sin demasiadoesfuerzo, a pesar de la armadura que llevaba el joven. ste habavisto la velocidad que aquel monstruo impona a sus movimientos. Yno esperaba demasiado: que pudiera sobrevivir a la primeraacometida del lobo sera slo cuestin de suerte. Adems, el animalle menospreciaba. Seguramente lo tomaba por uno de esoscampesinos sin valor de los que, en los ltimos meses, se habracomido una buena docena larga.

    No iba a ponrselo tan fcil.Dulac y el lobo comenzaron a acecharse despacio, y l tuvo la

    absoluta certeza de que aquel lobo era cualquier cosa menos un loboal uso. Cuando regresara a Camelot y estuviera en presencia deArturo, en la sala de la Tabla Redonda, tendra una interesante

    historia que contar.Cuando regresara.No lo tena muy claro. Como caballero de la Tabla Redonda,

    Dulac estaba acostumbrado a pelear contra enemigos peligrosos, eincluso superiores en ocasiones. Pero aquel animal estabahechizado. Tal vez fuera un demonio, que se haba introducido en elcuerpo de un lobo, para causar estragos entre los hombres. Cuandoel monstruo se decidiera a atacar, lo hara rpidamente y con todo sumpetu. La batalla se decidira en la primera acometida.

    Como si hubiera ledo sus pensamientos, el lobo solt ungruido sordo y comenz a aproximarse hacia l. Sus belfos seentreabrieron y dejaron la dentadura al descubierto; un escalofrorecorri la espalda de Dulac. El brillo de maldad de los ojos delanimal se hizo mayor.

    --Ven de una vez, monstruo! --dijo Dulac--. No te tengo miedo.Puede que ests posedo por el diablo, pero yo soy un caballero dela Tabla. No nos dan miedo los demonios!

    El lobo no se qued muy impresionado ante aquellas palabras.Gru ms fuerte y se acerc con pasos sosegados; con toda

    probabilidad pretenda alcanzar la distancia adecuada para saltarsobre su objetivo. Dulac movi levemente la espada en su mano ytens los msculos para estar dispuesto en el momento del combate.El lobo iba a atacar. Ya...

    --Dulac!La voz cort como un latigazo los pensamientos de Dulac,

    todava lejana, pero estridente y airada.

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    --Dulac, haragn, no vales para nada! No hay vago ms vagoque t! Dnde andas ahora? Jugando con el perro hasta quellegue la noche?

    El chico pestae. El oscuro verdor del bosque que le rodeabadesapareci por completo y en su lugar surgi la pared de gastadostablones de un granero, por cuyos resquicios se colaba el viento. Lahierba dej paso a un suelo cubierto de paja medio podrida. Laespada de su mano se transform en una rama rota y tambin ellobo se redujo considerablemente de tamao, adoptando el aspectode un pequeo terrier bastante rooso, que no le llegaba a Dulacms all de la rodilla y que le observaba agitando la cola.

    --Por supuesto! Lo saba! --la puerta se abri de golpe yapareci Tander, se par delante de l y apoy con fuerza los puossobre los rodillos de grasa que tena en el lugar donde usualmente

    suelen estar las caderas. Dulac bajo el palo precipitadamente y sevolvi hacia el posadero calvo mientras intentaba esconder la ramatras la espalda, pero era demasiado tarde. Tander la haba visto ya yla expresin de su rostro se enturbi todava ms.

    --Sabes lo tarde que es, pedazo de intil? --grit--. Haamanecido hace rato. Ya tendras que estar en el castillo! El reytiene que esperar a la hora que a ti te apetezca llevarle la comida?

    No era una pregunta que esperara respuesta, ms bien setrataba del prlogo a una de esas bofetadas que Tander no tena

    reparo en repartir a voluntad, por muy avaro que fuera con la comidao el dinero. Dulac estaba preparado, as que no le result difcil bajarla cabeza y, de esa manera, sortear el golpe que el hombre le tenadestinado. Como saba lo traicionero que era el posadero, diorpidamente un paso hacia atrs. Y de no ser porque en esemomento estaba Lobo detrs de l, habra funcionado.

    As, sin embargo, Dulac tropez con el perrillo, extendi losbrazos desconcertado y finalmente se cay todo lo largo que era. Lapaja hmeda atenu algo el golpe, pero de todas maneras la partede atrs de su cabeza golpe el suelo de tal forma que, por un

    momento, el chico vio las estrellas.--Esto es el colmo! --se acalor Tander ms todava--. Le digo

    al zagal que se ponga a trabajar y qu hace l? Sigue perdiendo eltiempo! Espera, chico, que te voy a ensear lo que es bueno!

    Dulac saba lo que iba a llegar a continuacin, as que saltveloz hacia un lado. A pesar de ello, Tander le acert dos patadas enel muslo antes de que el muchacho pudiera incorporarse y se

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    arrastrara unos metros ms all.--Y ahora vete de una vez al castillo, antes de que traigas la

    desgracia sobre m y sobre mi familia! --grit Tander--. Es as cmome agradeces que te haya acogido y tratado como carne de micarne? Qu es lo que he hecho para que Dios me castigue de estemodo?

    Dulac podra haber respondido a aquella pregunta... pero noslo habra empleado el resto de la maana sino que, adems, lehabra cado encima una nueva somanta. As que se levant, le echuna mala mirada a Lobo y, dando un rodeo para no rozar ni siquieraa Tander, sali del granero. El terrier le sigui ladrando y moviendo lacola, mientras el posadero continuaba maldiciendo su destino a vozen grito a pesar de que ya no haba nadie que le oyera.

    Dulac parpade al salir y toparse con la clara luz de la maana.

    En una cosa haba dado Tander en el clavo: el sol ya estaba alto enel cielo. Iba a llegar tarde.

    Dej de correr y adopt un trote ligero que le ahorraba fuerzas.Tena un buen trecho por delante. El castillo de Camelot seencontraba al otro lado de la ciudad del mismo nombre, que, aunqueno tena muchos habitantes --por lo menos, en comparacin con lasciudades extranjeras de las que Arturo y sus caballeros hablaban aveces--, se extenda sobre una gran llanura, de tal manera que apaso tranquilo se tardaba ms de media hora en recorrerla.

    Dulac lo consigui en menos de cinco minutos.Desde la distancia ya vio que la gran puerta de doble hojapermaneca abierta y en el patio haba un ir y venir de gente.

    Aquello no era lo usual. El rey Arturo y sus caballeros no erannada tempraneros. Normalmente Dulac, Dagda y dos o tres criadosms eran los nicos cuyos pasos y voces se oan por las maanasen el castillo. Sin embargo, ahora, por lo menos una docena dehombres y mujeres corran por el patio, y cuando se acerc un pocoms, divis un caballo desconocido y lujosamente enjaezado.

    Visita.

    Y eso tambin era extrao. Muy a menudo llegaban viajeros aCamelot, pero raramente lo hacan sin anunciarse. Y nunca si setrataba de caballeros o nobles. Dada la riqueza de sus jaeces, elcaballo no poda pertenecer ms que a un rey. Dagda estarababeando de ira.

    Dulac atraves el umbral con dos rpidas zancadas y baj comoun rayo por las escaleras que desembocaban en la cocina y

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    dependencias afines. All todava estaba ms oscuro. La noche habadejado un rastro de frescor y, como siempre que bajaba a aquellugar, un escalofro recorri su cuerpo. Oficialmente las distintashabitaciones del oscuro stano estaban destinadas a la fresquera, ladespensa, la cocina y el dormitorio de Dagda, pero a veces Dulacsenta algo ms en ellas; algo muy antiguo que viva en las sombrasy en la piedra de los muros.

    El chico recorri algo encogido el pasillo de techo bajo, entr enla cocina y confirm sus peores sospechas. Sobre el fuego hervauna sopa en un enorme caldero. Concentrada bajo el techo habauna espesa humareda que provocaba la tos; y, junto a la olla, elpropio Dagda sujetando el cazo con su mano izquierda, remova ellquido una y otra vez. Con la otra mano iba aadiendo ingredientesal caldo hirviente. Era un hombre viejo y muy delgado, cuya espalda

    se haba ido encorvando debido al peso de los aos. El cabelloblanco le caa por los hombros, pero era tan fino ya, que la piel sevislumbraba por debajo de su cabeza. Su rostro pareca formadoslo por arrugas y pliegues, y su cuello era tan esculido que Dulac aveces se preguntaba por qu extrao motivo no llegaba a quebrarse.El chico nunca se haba atrevido a preguntarle por su edad, perosospechaba que por lo menos tena que ser centenario, si no ms.Todo en l denotaba vejez y, en ocasiones, sus movimientos eranincluso temblorosos. nicamente sus ojos no concordaban con

    aquella impresin, porque, a pesar de que estaban enterrados enuna red de numerosas arrugas diminutas, relucan tan claros ydespiertos como los de un hombre joven.

    Por lo menos, en otras ocasiones.Aquel da sus ojos estaban empaados y Dagda se vea mucho

    ms viejo que de costumbre. La tez de su cara haba adquirido untono gris y su nerviosa manera de moverse confera un aspectoquebradizo a su persona. Cuando Dulac entr en el cuarto, apenas leech una mirada huidiza, luego inclin la cabeza de nuevo sobre elcaldero de sopa.

    --Perdname, Dagda --dijo Dulac casi sin aliento--. S que hevenido tarde, pero...

    --Ahrrate tus disculpas y ms vale que me ayudes --le cortDagda--. Rpido, ponte tus mejores ropas y sirve un buen vino al reyy a su visitante.

    El muchacho se qued un momento sin saber qu hacer.Llevaba sus mejores ropas... que, por otro lado, eran las nicas que

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    tena. Hasta haca dos aos aquel tosco atuendo haba pertenecidoal hijo mayor de Tander, pero cuando se le qued pequeo, elposadero haba regalado los harapos, tan generoso como decostumbre, a su pupilo Dulac.

    --Qu ocurre? --pregunt Dagda--. Te has dormido? Coge elvino, rpido. Arturo no anda de muy buen humor. Creo que suvisitante no le ha trado buenas noticias.

    Dulac hizo lo que se le deca y se guard muy mucho deprotestar. Aquellas palabras sonaban a fuerte reprimenda dado elhabitual buen carcter de Dagda. Haba algo que no funcionaba.Dagda era una de las pocas personas de Camelot que se llevababien con l; tal vez incluso el nico amigo verdadero que tena. Perotambin de aquello tendra que preocuparse despus. Ahora erapreciso correr al saln del trono. Dagda tena razn: Arturo no estaba

    de buen humor cuando le despertaban tan temprano.Lobo quiso seguirlo, pero Dulac se lo impidi con una orden

    tajante. A Arturo no le gustaban los animales, y menos los perros.Vacilando bajo el peso de una bandeja repleta de viandas, abandonla cocina y se puso en camino hacia el saln del trono.

    Gracias a Dios el castillo de Camelot no era demasiado grande.Muchos de los viajeros que acudan por primera vez se extraaban,e incluso se decepcionaban, cuando vean el legendario castillo delrey Arturo y de sus caballeros, porque Camelot constaba de no

    mucho ms que las habitaciones privadas del rey y de su squito,una colindante torre viga de treinta metros de altura y una muralla degruesos muros que rodeaba el retinto. Sus paredes tampoco habansido construidas con oro, como deca la leyenda, sino con bastapiedra arenisca, que ms bien tena el color del estircol de gallina...por lo menos si se haca caso de las palabras de Dagda.

    Pero era un castillo, y aunque sus habitantes a menudo fueransin afeitar, olieran casi siempre mal y acostumbraran a beber ms dela cuenta, seguan siendo caballeros; y el mayor deseo de Dulac eraconvertirse un da en uno de ellos y ganarse un puesto en la Tabla

    de Arturo. Algn da, lo saba, llevara l tambin una armadura yrecorrera el mundo para luchar contra paganos y demonios, yasegurar la paz en su tierra.

    Respirando entrecortadamente, lleg al primer piso, en donde seencontraba el saln del trono. Sus pasos se hicieron ms pausados amedida que se acercaba a la sala. Las voces excitadas de Arturo,Gawain y otros caballeros de la Tabla alcanzaron su odo, pero

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    tambin la de un forastero, que hablaba en un dialecto difcil deentender y con un tono nada amistoso. Dulac camin ms despaciotodava y con los dedos de la mano izquierda se compuso el cabelloantes de penetrar en la sala.

    En aquel momento haba muy pocos caballeros en el recinto.Aparte de Arturo y Gawain, cuyas voces ya haba odo desde elpasillo, slo estaban sentados tres hombres ms en la gigantescamesa, que, sin embargo, poda llegar a tener capacidad para sesentacomensales. Se trataba de dos caballeros de la Tabla y un extranjeroalto, de cabello oscuro, ataviado con una lujosa armadura y una capagranate. Tena la cara ancha, la barba dura; y unos ojos fros que seposaron brevemente en Dulac cuando ste entr en la sala. Luegose gir hacia Arturo de nuevo.

    --Como os estaba diciendo, amigo mo --dijo Arturo mientras

    haca una seal a Dulac con gesto autoritario--, resultaabsolutamente imposible. La ley me lo prohibe.

    El rostro del hombre se ensombreci todava ms.--La ley?--La ley de la Tabla, querido Mordred --dijo Gawain en lugar de

    Arturo--. Por lo que parece, vos no habis odo hablar de ella, peroest en vigor en todo nuestro territorio.

    Mordred iba a rebatirle, pero Dulac ya se haba aproximado a lamesa y Arturo se le adelant:

    --Bebed un sorbo de vino

    --dijo

    --. La fama del vino de Camelotes grande y con su aroma en la garganta se conversa mucho mejor.

    La expresin de Mordred se endureci un poco ms y Dulacbaj rpidamente la vista y comenz a escanciar el vino. Arturo tomla primera copa, sus manos temblaban levemente. La noche anteriorDulac le haba estado sirviendo vino a l y a otros caballeros hastams all de medianoche, cuando Dagda lo mand por fin a su casa.Los ojos de Arturo estaban subrayados por unas oscuras ojeras y sutez mostraba un tono ceniciento. Tampoco Gawain y los otros tenanmejor aspecto.

    --La ley! Permitidme que me ra! --se acalor Mordred mientrashaca un gesto de rechazo a Dulac cuando ste iba a servir sucopa--. Una ley que vos mismo habis promulgado!

    --Y por eso tiene validez tambin para m --le aclar Arturo ybebi un trago--. Lo siento mucho, noble Mordred, pero ni vos nivuestros acompaantes podris traspasar las fronteras de Camelot.

    --Oh, claro, claro que podremos, rey Arturo --respondi Mordred

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    adoptando un tono ofensivo al llegar a la palabra rey.--Pero yo no puedo permitirlo --dijo Arturo con tranquilidad.Dulac no estuvo muy seguro de si haba ignorado el tono

    peyorativo de Mordred, o si, sencillamente, todava no estaba losuficientemente despierto para tomarlo en cuenta. Con excepcin deMordred haba ya servido todas las copas y, por tanto, no le quedabams que hacer all. Pero no abandono la sala, sino que se retir unoscuantos pasos y permaneci con la mirada baja y los odos atentos.

    --Por qu nos negis el derecho a pasar, Arturo? --quiso saberMordred--. No estamos en guerra con vosotros. No osdemandaremos ni alimentos ni tejado. Rodear las fronteras devuestro reino nos llevar tres semanas! Ese tiempo lo aprovecharnnuestros enemigos para prepararnos una emboscada. Si nos cerrisel camino, estis mandando a la muerte a cientos de nuestros

    soldados!--Es vuestra guerra, no la nuestra, Mordred --respondi

    Gawain--. Si os dejsemos pasar, tendrais la oportunidad de llevar ala muerte a numerosos soldados del ejrcito de Cunningham.

    --Vos...--Nuestra ley nos impide interferir en el destino de nuestros

    vecinos, Mordred --le interrumpi Arturo--. A no ser que nos pidanayuda.

    --Vuestra ley, No me hagis rer! --dijo Mordred con hostilidad--.

    Una ley que habis establecido vos! Sois el rey de este pas!Podis cambiar la ley cuando se os antoje.--Por supuesto que no --respondi Arturo y bebi un nuevo

    sorbo de vino--. Mirad a vuestro alrededor: veis esta mesa?Mordred estaba irritado, a pesar de eso sus ojos vagaron por la

    mesa, en la que haba quince sillas a cada lado. Encogi loshombros.

    --Y?--Imagino que habis odo hablar de la Tabla Redonda del rey

    Arturo? --pregunt el rey--. Bueno, sta es. En esta sala no hay

    ningn trono, a pesar de que es el saln del trono. En esta mesatodas las sillas son iguales, porque todos nosotros somos iguales.Cuando me siento aqu, no soy el rey, sino un igual entre iguales. Siincumplo una ley slo porque soy el rey, cmo podra demandar acualquiera de mis sbditos que la acatara?

    --Palabrera! --dijo Mordred con desdn--. Ya me avisaron deque intentarais embrollarme con las palabras --se levant--. Bueno.

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    Lo he intentado, he cumplido las reglas. Pero hay otras maneras.Cruzaremos vuestras tierras, Arturo, con o sin vuestro permiso.Mientras no intentis retenernos, no suceder nada. Si lo hacis,hablarn nuestras armas.

    --Mordred, os lo suplico! --dijo Gawain conciliador--. Este es unlugar de paz. Realmente habis venido hasta aqu paraamenazarnos? No puedo creerlo.

    Dulac s estuvo dispuesto a creerlo cuando levant la mirada yvio el rostro de Mordred. El guerrero permaneca de pie con la manoderecha sobre la espada de su cincho. Sus ojos brillabandesafiantes.

    --No amenazo. Slo digo lo que va a ocurrir. En una semananuestro ejrcito cruzar las fronteras del norte. No pensamosacercarnos ni a la ciudad ni al castillo. Pero si nos obligis,

    lucharemos para liberar nuestro camino.Sin una palabra de despedida, se dio la vuelta y sali de la

    estancia. Dulac tuvo la certeza de que habra dado un portazo si lapuerta no hubiera sido tan pesada.

    Gawain esper a que hubiera desaparecido, luego suspir y segir con cara preocupada hacia Arturo.

    --Podramos tomarlo casi como una declaracin de guerra.--Ves las cosas demasiado negras --contest Arturo. Bebi un

    sorbo y apur la copa de un segundo trago, luego alarg la copa en

    la direccin de Dulac--. Ms vino, chico. Y en lo que se refiere al talMordred, no es el primero que llega aqu y cree que puede

    impresionarnos con su ejrcito, con su reino o slo con su osada.Quin es, al fin y al cabo?

    Dulac llen la copa y Perceval respondi:--Nadie sabe a ciencia cierta quin es. Pero yo os puedo decir lo

    que es: desde hace un ao sirve a Denold, el rey de los pictos.--Y los pictos estn en guerra con Cunningham --aadi Gawain

    con tono preocupado.--Esa lucha no nos atae --dijo Arturo--. No vamos a

    inmiscuirnos.--Me temo que no es tan sencillo --suspir Perceval--. Si es

    cierto lo que he odo, Mordred marcha con un ejrcito de quinientoshombres contra Cunningham. Y su camino le traer a Camelot enmenos de un da a caballo --se ri levemente, pero su risa no sondemasiado divertida--. Me temo que las circunstancias s nosobligarn a inmiscuirnos, eso es lo que hay.

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    --Eso sin contar con que Cunningham es nuestro amigo --dijoGawain--. Si nos pide ayuda, debemos ofrecrsela --suspir conrotundidad--. Habr guerra.

    --Guerra? --Arturo ri, se levant y golpe con la rodilla elcanto de la mesa con tanto mpetu que el dolor le hizo tirar la copa ya punto estuvo de derribarle al suelo. Dulac salt hacia delanteintentando agarrar el recipiente, pero slo consigui rozarlo y ste sehizo aicos en el suelo--. Guerra? --repiti Arturo impresionado--.No hemos llegado tan lejos --apoy la mano izquierda sobre la mesa,coje unos cuantos pasos con expresin de dolor y sacudi lacabeza--. No, todava no hemos llegado tan lejos. Chico... limpia esaporquera. Y luego vete y dile a Dagda que tengo que hablar con l.

    * * 02 * *

    --Guerra? --Dagda sac el cazo lleno del caldero, prob lasopa caliente y su cara adopt una expresin de repugnancia--.Guerra? --dijo de nuevo--. Ese cabeza de chorlito lleva diez aossin pelear. Y cuando lo haca...

    --Yo no creo que Arturo quiera --dijo Dulac con precipitacin--.Pero Perceval y Gawain parecan muy convencidos.

    Dagda mir la olla con la frente fruncida, tir un puado de sal y

    removi con fuerza.--Gawain y Perceval son jvenes locos, con la sangre caliente, yno saben lo que realmente significa la palabra guerra --dijo--. No tepreocupes. Hablar con Arturo. No habr guerra.

    --Eso espero --respondi Dulac y salt con las rodillas dobladassobre el alfizar de la nica ventana que haba en la cocina. Estaba

    justo debajo del techo. Como la cocina se encontraba en el stanodel castillo, lo nico que poda ver desde all era el tosco empedradodel patio y algn zapato que iba y vena de vez en cuando. Era suasiento preferido cuando Dagda cocinaba. La sopa herva en el

    caldero sobre el fuego y toda la cocina se haba llenado de vapor. Elpoyete de la ventana era el nico lugar en el que se poda respirarsin problemas. Y desde el que se tena una panormica, no slo delstano, sino tambin de las escaleras, de tal modo que Dulacdescubra a quien entraba mucho antes que el propio Dagda. Ytambin con tiempo suficiente para saltar de nuevo al suelo ydisimular que estaba ocupado si apareca algn visitante sin

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    anunciarse. Si haba algo que Arturo odiaba todava ms quelevantarse temprano, era la holgazanera de la servidumbre.

    De momento no haba peligro. Arturo iba poco por all y aquelda seguro que no aparecera; seguira rompindose la cabeza consus caballeros tratando de imaginar qu les deparara el futuro. Y,mientras, el vino correra por la mesa...

    Con esos pensamientos la mirada de Dulac --no por primeravez-- se qued prendida del anaquel que Dagda haba colgado en lapared junto a la puerta. Contena una gran cantidad de recipientes,que iban desde sencillos vasos de estao hasta una lujosa copa deoro puro, decorada con abundantes piedras preciosas. Dagda lehaba explicado en una ocasin que Arturo haba trado cada uno deaquellos vasos de sus distintos viajes y, por tanto, todos tenan supropia historia. Unas las conoca Dulac, otras no; unas eran

    emocionantes, otras menos, y la mayora seguramente inventadas.Por encima de todas, a Dulac le interesaba la historia de una

    discreta copa negra. No era muy grande y estaba bastantedeteriorada, pues tena diversas mellas en el borde, como si alguienla hubiera utilizado como martillo... o como arma?

    Algo especial tena que haber ocurrido con aquel recipiente siArturo lo haba trado y Dagda lo haba colocado en el anaquel con elresto... Pero hasta entonces Dagda siempre se haba negado acontar su historia.

    Arrincon aquel pensamiento. En realidad, en aquel momentono era importante. Y pregunt de nuevo:--Guerra?--No tengas miedo --insisti Dagda mientras tiraba algo bastante

    grande en el caldero--. Guerra! Vaya tontera!Lobo gimote. Estaba sentado bajo Dulac, junto a la pared. Con

    las dos patas delanteras en el hocico, miraba con envidia el vaporque era incapaz de atrapar.

    --Eso espero --dijo Dulac--. Ese Mordred pareca hablar muy enserio.

    Dagda dej de remover la sopa.--Qu es lo que has dicho? --jade.--No creo que fuera una mera amenaza --insisti Dulac, pero

    Dagda lo interrumpi con un movimiento de cabeza, dej el cazo enel caldero y se aproxim hacia el chico con pasos rpidos.

    --Su nombre! Cmo le has llamado?--Mordred --respondi Dulac.

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    --Mordred! --el rostro de Dagda perdi cualquier rastro decolor--. Ests seguro?

    --Claro que estoy seguro --contest Dulac en tono contenido--.se era el nombre que le daban. Por qu?

    --Qu aspecto tena? --quiso saber Dagda, sin responder a supregunta. Mene la mano indignado--. Djate de tonteras y baja deuna vez. Respndeme: qu aspecto tena?

    El timbre de su voz hizo que Dulac obedeciera. No era raro queen los ltimos tiempos Dagda tuviera un comportamiento triste ymalhumorado, pero no recordaba haberlo visto nunca tan asustado.Sac rpidamente las piernas del alfizar y salt al suelo. Lobo gimiatemorizado y desapareci como un rayo.

    --Habla! --le exigi Dagda.--Muy alto --respondi Dulac--. Ancho de hombros. Creo que es

    muy fuerte.--Su cara --le interrumpi Dagda--. Cmo era su cara? Sus

    ojos!--Sus ojos? --Dulac no acab de comprender a qu se refera

    Dagda.--Cmo eran sus ojos? --Dagda casi grit--. Pinsalo bien!

    Tena los ojos de Arturo? Di!Los ojos de Arturo? En un primer momento Dulac slo pens

    en responder soltando una carcajada. Cmo iba a tener alguien los

    ojos de Arturo? Pero despus intent concentrarse para imaginar elrostro de Mordred, y cuanto ms lo pensaba... S, sin duda..., enellos... haba algo. No su aspecto. Pero haba algo en la mirada deMordred. Algo que le recordaba efectivamente al rey Arturo, aunqueantes no se hubiera percatado. No respondi, pero su silencio dio larazn a Dagda.

    --As que era l --murmur el anciano. Son... conmovido--. QueDios nos proteja. Ha regresado.

    --Quin ha regresado? --pregunt Dulac perplejo--. Mordred?Lo conoces?

    --Conocerle? --Dagda ri con amargura--. Claro, por supuestoque lo conozco. Y Arturo tambin lo conoce, aunque todava no losepa. Saba que un da vendra... pero, por qu precisamenteahora?

    Sacudi la cabeza y se dio la vuelta para volver al caldero. Depronto pareca muy cansado.

    --Lo... conoces --dijo Dulac titubeante--. Sabas que vendra?

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    --S --murmur Dagda.--Quien es ese hombre? --pregunt Dulac. Su corazn lata con

    fuerza--. Por qu te atemoriza tanto?--Porque supone un gran peligro --respondi Dagda, sin girarse

    hacia l--. Traer la desgracia sobre Camelot. Y a Arturo puede que,incluso, la muerte.

    --La muerte? --Dulac se asust de verdad--. No... no lo dicesen serio!

    --No he dicho nunca nada ms en serio --respondi Dagda--.Est escrito que ser as y de ninguna otra manera --mir a Dulac,lleno de tristeza y dolor--. De la mano de Mordred el rey Arturoencontrar la muerte --movi la cabeza con expresin cansada--. Yyo no estar all para socorrerle.

    --Por qu?

    --Porque voy a morir, bobo --contest Dagda.--Vas a morir? --Dulac abri los ojos desconcertado, pero

    Dagda hizo un gesto apaciguador con su mano derecha. Con la otraagarr el cazo y comenz a remover la sopa de nuevo.

    --No ahora --dijo--. No esta semana y tal vez ni siquiera esteao. Pero, mrame! Soy un hombre viejo. Mis fuerzas se apagan.Estoy enfermo y dbil. Cada vez olvido ms cosas, a veces hasta mecuesta recordar la receta de mi sopa y eso que llevo veinte aoscocinndola todos los das! Pronto no podr acompaar a Arturo en

    su batalla. Precisamente ahora que me necesita ms que nunca.--Entonces tienes que advertirle --dijo Dulac sintiendo unaespecie de liberacin. Las palabras de Dagda le haban asustadoinfinitamente, pero en realidad no le haba dicho nada nuevo. Dagdaera viejo, muy viejo. Era la persona ms vieja con la que se habatopado, y en algn momento iba a morir, por supuesto. Nadie vivaeternamente.

    --Advertirle? --pregunt Dagda despacio--. Pero, de que?--De Mordred --respondi Dulac sin comprender--. De que le va

    a intentar matar!

    --De Mordred...! --Dagda sonri con amargura--. Cmo podrayo, mi joven amigo? Dime: cmo puedo decirle a mi rey que supropio hijo ha venido para acabar con l?

    * * 03 * *

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    Dagda le haba dejado el resto del da libre, pero Dulac estabatan abrumado por todo lo que haba experimentado y, sobre todo,descubierto, que no pudo alegrarse por ello. Mientras regresaba a laposada a paso tranquilo, comprendi dolorosamente que apenassaba nada de Camelot, del rey Arturo, de los caballeros de la TablaRedonda, de la historia del castillo, de Dagda y... s, incluso de smismo. No saba siquiera qu edad tena. No conoca de dndeprovena, quines eran sus verdaderos padres y tampoco cmo sellamaba realmente. Desde que tena uso de razn viva con Tander,el dueo de la nica posada de Camelot.

    Dagda le haba contado que, haca cosa de diez aos, el propiorey Arturo y algunos de sus caballeros pasaron junto a un pequeolago, en cuya orilla descansaron un rato para que los caballosbebieran. De pronto oyeron el llanto de un nio, y cuando

    comenzaron a buscar, encontraron una extraa barca muydeteriorada y, entre los restos, un chiquillo de tres o cuatro aos,medio hambriento y parloteando en una lengua incomprensible. Labsqueda de los padres del nio result infructuosa, al igual que lade los otros ocupantes de la barca o la de algn rastro de suproveniencia, as que Arturo finalmente llev el nio a Camelot.Dagda, que se ocup del hurfano en los primeros momentos, lepuso el nombre de Dulac, asegurando que tena algo que ver con ellugar donde le haban encontrado, pero nunca se haba molestado

    en aclarar esa afirmacin, y fij arbitrariamente su edad en cuatroaos. Lo que tena por resultado que, ahora, ante la consabidapregunta sobre su edad, Dulac respondiera que catorce aos... peroque tambin podran ser quince o, incluso, trece. Qu ms daba?Tambin muchos de los caballeros de Arturo ignoraban su edad, ymuy pocos eran capaces de escribir su nombre... Al contrario queDulac, a quien Dagda le haba enseado a leer y escribir aos antes.

    Los primeros cuatro aos Dulac vivi y trabaj con la familia deTander, pues all lo llev Arturo. Tres de esos cuatro aos supusieronuna buena vida para Dulac. Como los dems miembros de aquella

    gran familia, tena que arrimar el hombro y participar de acuerdo consu edad en las faenas propias de una posada. Pero la mujer deTander muri y desde entonces el posadero se torn grun ytacao. Dulac tuvo que abandonar su pequea habitacin de labuhardilla y trasladarse al granero, en donde haca fro en invierno ycalor en verano, y el pequeo sueldo que Dagda le pagaba debaentregarlo enteramente. Si volva del trabajo a casa y todava haba

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    clientes en la taberna, se le exiga ayudar tras el mostrador e, inclusolos domingos, cuando todos estaban en la iglesia, tena quequedarse para limpiar la posada. A pesar de eso, Tander siempre leincrepaba que se vea obligado a alimentarle y que haber acogido aaquel nio bajo su tejado iba a ser causa de su ruina. Dulac estabaconvencido de que ya lo hubiera echado o vendido como un esclavosi no hubiera tenido que vrselas con la ira de Arturo.

    Sin embargo, Dulac no quera quejarse. Era una vida dura, peromejor que el destino de muchos otros que conoca, incluso en laciudad, y, adems, no iba a durar siempre. Un da --y algo le decaque ese da no estaba ya muy lejos-- se quitara esa vida de encimacomo si fuera un vestido viejo y se le revelara su verdadero destino.

    Tal vez descubrira incluso quines haban sido sus verdaderospadres, aunque no estaba muy seguro de querer conocerlos. Tena

    tan pocos recuerdos de ellos como de su vida antes del da en queArturo y sus caballeros lo haban encontrado. Pero sospechaba quesu comportamiento no haba sido el que se espera de unos padres.Dejar a su pequeo al arbitrio del destino, o de cualquierdesconocido que pasase por all... En realidad, tenan que haber sidorealmente crueles porque, aparte de los harapos que llevaba aquelda, lo nico que le haban legado eran dos finas y profundascicatrices en las orejas, como si le hubieran cortado la punta o se lahubieran quemado con un hierro candente. Qu padres haran eso

    con su hijo?Dulac estaba tan ensimismado en sus pensamientos que se diocuenta demasiado tarde de que haba cometido un error. Habaelegido el camino ms corto para regresar a casa, en lugar dealejarse en otra direccin y emplear la tarde libre en el bosquecercano o con alguno de sus pocos amigos, y ya era intil dar lavuelta, porque en ese mismo momento se abri la puerta de laposada y apareci Tander.

    Dulac se qued quieto y Tander parpade realmente asombradode verlo a esa hora tan temprana. Pero enseguida se recobr de la

    sorpresa. Antes de que Dulac pudiera idear una buena excusa parasalir corriendo, adopt la acostumbrada expresin avinagrada de surostro y le hizo seas con la mano.

    --Ya era hora de que vinieras --refunfu--. Qu haces ahparado papando moscas? Te crees que el trabajo se hace solo?--inclin la cabeza y sus ojos se estrecharon--. Qu haces aqu?No ser que te han despedido por ser un gandul?

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    --Dagda me ha dado la tarde libre --respondi Dulac haciendohincapi en el me, pero Tander pareci ignorarlo.

    --Seguramente no puede soportar tu vagancia --gru--. No mevengas un da diciendo que has perdido tu trabajo. No puedo teneraqu a alguien que no aporte su parte. Si pierdes tu puesto, te echode aqu, tenga o no el rey su mano protectora sobre ti. Y ahora, a lacocina! Tenemos huspedes que pagan por su alojamiento y sucomida. No como otros...

    Dulac no respondi, por si acaso. Qu podra decir? Fuera loque fuera, Tander lo utilizara como excusa para una nuevaandanada de insultos. Iba a marcharse cuando percibi unmovimiento en la casa, justo detrs del posadero. Una dama delgaday de pelo negro haba aparecido detrs del hombre. Estabademasiado sumergida en la sombra del zagun para que Dulac la

    viera con precisin, pero intuy que unos atentos ojos oscuros loexaminaban con curiosidad, y sinti que era muy hermosa.

    Tander volvi la cabeza y se mostr ligeramente turbado cuandovio quin estaba all. Mir a Dulac con precipitacin y le grit sin mscontemplaciones:

    --Vete de una vez! Qu haces ah todava? --emple un tonomucho ms reposado para dirigirse a la figura de atrs:-- Por favor,perdonad la insolencia del muchacho. Yo me encargar de azotarle.

    --No! --dijo ella. Pareca un poco asustada. Con un paso rpido

    sali hacia la luz.Su presencia dej a Dulac sin respiracin.De lo primero que se percat fue de que se haba equivocado de

    medio a medio en cuanto a su edad. No era una dama, tan slo unadoncella que, como mucho sera de su edad, probablemente mspequea. A pesar de ello, nunca haba visto un rostro tan hermoso.Tena el pelo negro, rizado, que le caa suelto sobre los hombros.Los ojos eran del mismo color y parecieron penetrar en l hasta sumisma alma.

    --No quiero que sea castigado --aadi la joven.

    --Pero os ha mirado, seora --dijo Tander.--Ms bien, me ha admirado, dira yo --respondi ella--. Qu

    mujer no se enorgullecera de sentirse admirada por un muchachoguapo, aunque la mayora no lo acepte. Cmo te llamas?

    --Du... lac --tartamude el joven, sin poder creer que aquellaaparicin ferica le dirigiera la palabra.

    --Dulac? Un nombre poco corriente... pero me gusta. De algn

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    modo encaja contigo. He odo bien? Trabajas en el castillo deCamelot?

    Dulac asinti. No consegua emitir ni una palabra.--Eso es un poco exagerado, noble Ginebra --Tander se dio

    mucha prisa en corregirla--. Slo es mozo de cocina. Aparte de ladespensa y el foso, no ha visto mucho ms de Camelot --a medidaque hablaba se inclinaba ms y ms, lo que no le impidi echar unamirada a Dulac que dej bien a las claras que todava pensaba en elcastigo--. No creis todo lo que dice. Es un nio y a los nios lesgusta fanfarronear.

    --Debe de tener la misma edad que yo, por lo menos --respondiGinebra burlona. Tander se inclin nuevamente--. Y con todo lo queha visto de Camelot, sabe ms del castillo del rey Arturo que yo --ydirigindose al propio Dulac, dijo:-- Has visto al rey alguna vez?

    --Le sirvo diariamente su comida --respondi Dulac impulsivo.Los ojos de Tander mostraron instinto asesino, pero Ginebra parecientusiasmada.

    --Tienes que contrmelo! --dijo nerviosa--. Hace tanto tiempoque deseo ver al famoso rey Arturo y a sus caballeros de la TablaRedonda, y t pasas cada da un rato a su lado!

    --Disculpad, noble Ginebra --dijo Tander--, pero al chico lonecesitan en la cocina. Y l no es compaa adecuada para vos. Unintil vagabundo, que slo por lstima dejo vivir bajo mi propio techo.

    Por un instante los ojos de Ginebra mostraron ira. No estabaacostumbrada a que la contradijeran. Y Dulac estuvo casi seguro deque con unas pocas palabras iba a poner a Tander en su lugar. Peroentonces la joven observ a Dulac de nuevo y una expresin amableregres a sus ojos.

    --Seguramente tienes razn... en lo que se refiere al trabajo--dijo--. No quiero que tenga complicaciones. Pero me alegrara deque fuera l quien nos sirviera la cena a mi esposo y a m. Podraser, posadero?

    Esposo?, pens Dulac incrdulo. Haba dicho esposo?

    --Por supuesto, seora --acat Tander--. l estar a vuestroservicio todo el tiempo que deseis.

    --Perfecto --respondi Ginebra--. Entonces hasta despus,Dulac. Ah, una ltima cosa --seal a Lobo--. Trae tu perro contigo.Es encantador.

    Se recogi levemente la falda, se dio la vuelta y desapareci enla casa. Tander esper a que no pudiera orle, luego se gir de golpe

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    hacia Dulac y lo mir lleno de odio.--Qu esperas echndole miraditas? --susurr para no ser

    odo--. Quieres que caiga la desgracia sobre nosotros?--Pero si yo no...--Sabes quin es? --le interrumpi Tander.--Ginebra?--Lady Ginebra! --corrigi Tander--. Es la mujer del rey Uther,

    desgraciado! Slo con que la miraras, podra costamos a todos lacabeza! Eso es lo que quieres? Ese es el agradecimiento que meprofesas por haberte acogido y ofrecido techo, comida y bebida?

    Dulac no haba odo hablar jams del rey Uther, pero no lo dijo.--Su mujer? --murmur incrdulo--. Pero... debe de tener los

    mismos aos que yo.--Hay reyes que son ms jvenes que t --le asegur Tander

    mientras comenzaba a frotarse las manos tan desesperado como siacabara de ver al verdugo--. Ahora ya sabes quin es. Comprtatecomo corresponde. Como sigas mirndola a los ojos en presencia deUther, nos cuelgan a todos. No podr ayudarnos ni tu amigo Dagda.Y no se hable ms, A la cocina! Lvate antes de servir las viandas.Y dile a Wander que te preste sus mejores ropas, no vayas aavergonzarnos delante de tan altas personalidades.

    * *04

    * *Dulac se haba ido a la cocina, como le haba ordenado Tander,

    y despus se haba dedicado a cortar lea, bajar al stano a buscarprovisiones y sacar agua del pozo. Emple casi una hora en disponerla mejor vajilla de plata de la alacena, y lavar y pulir todas sus piezascon agua y arena, hasta que parecieron recin bruidas y pudo versu reflejo en ellas; finalmente, ayud en la preparacin de losdistintos manjares y en la eleccin del vino que Tander quera ofrecera tan nobles comensales.

    A pesar de ello, el da pareca no tener fin. Cuando Tander entren la cocina y le indic que fuera a lavarse y ponerse la ropa limpia,tuvo la sensacin de que haba transcurrido una semana entera.

    Wander, el hijo mayor de Tander, no se sinti muyentusiasmado ante la idea de tener que prestarle su mejor traje, perosu padre acall su tmida protesta de la manera habitual: le peg unasonora bofetada que hizo brotar lgrimas de ira en Wander y el chico

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    acab saliendo de la casa dando un portazo. Por un momento, Dulacsinti alegra ante el mal ajeno, pero enseguida se tornpreocupacin. Estaba claro que Wander iba a vengarse antes odespus. Dulac no le caa bien y siempre aprovechaba cualquieroportunidad para humillarle o hacerle dao. En cuanto Ginebra yUther partieran, las cosas iran todava mucho peor.

    Pero nada iba a enturbiar su felicidad por volver a ver a LadyGinebra. Se ase a conciencia, se visti con la ropa que le habadado Wander y baj a la cocina.

    Haba oscurecido. En el comedor vecino sonaba la msica, seoan voces amortiguadas y, de vez en cuando, una risa cantarina,que provocaba en el corazn de Dulac saltos de placer. Era la voz deGinebra. Aunque slo la haba escuchado una vez, la reconoceraentre otras mil.

    --Lleva vino a nuestros huspedes! --le orden Tander,mostrando de nuevo un nerviosismo que ya haba estado a punto dehacerle volcar la jarra de plata cuando supervis la bandeja--. LadyGinebra acaba de preguntar por ti. Ni se te ocurra mirarla a los ojos.Si lo haces, te fustigar con el ltigo!

    Dulac asinti, tom la bandeja con ambas manos y entr en elcomedor.

    La gran sala, por lo comn bastante sucia, estaba por completotransformada. Las estrechas ventanas se haban cubierto con lienzos

    para no incomodar a unos huspedes de tan alta condicin con lavisin de la pobre ciudad y, sobre todo, para protegerlos de lasmiradas de curiosidad de fuera. Tander haba comentado queaquella noche la taberna estaba cerrada para cualquier otro cliente; apesar de eso, all haba otras personas adems de Ginebra y suesposo. A ambos lados de la mesa, dos criados con ricas vestidurasestaban al tanto para que ningn deseo de sus amos quedara sinatender, y dos soldados hacan guardia algo ms alejados.

    --Qu haces ah como un pasmarote? --silb la voz de Tanderen su odo--. Muvete de una vez, chico!

    Dulac se dio cuenta de que llevaba un buen rato parado bajo eldintel de la puerta. Dio un respingo, se puso rpidamente enmovimiento y balance la bandeja hasta la mesa. El posadero habaunido tres de sus sencillas mesas de madera para improvisar algoparecido a una mesa de banquete. Segua siendo tosca, pero muylarga. Uther estaba sentado en una cabecera, Ginebra en la otra.Dulac no os mirar a Ginebra directamente, pero tambin senta una

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    cierta timidez que le impeda fijar sus ojos en el rostro del rey.Mientras se aproximaba a la mesa con la cabeza inclinada, vio detodas formas que Uther era mucho mayor de lo que imaginaba. Trasla corta conversacin con Tander, no se habra asombrado deencontrarse con un hombre que pudiera ser el padre de Ginebra.Pero Uther era lo bastante viejo para ser, pura y llanamente, suabuelo. Uno de los dos guardianes que estaban junto al rey leimpidi el paso, pero Uther le hizo una sea y dijo:

    --No! Slo es un nio. No tendr ninguna intencin deenvenenarme --se ri despacio, hizo un gesto conciliador con lamano y tom la jarra de vino de la bandeja de Dulac. Antes de queuno de sus criados o el propio Dulac pudieran impedirlo, se sirvi lmismo un vaso de vino, lo cat, se agit exageradamente y dijo:-- Oquiz s? Posadero!

    Tander apareci al momento.--Seor? --pregunt nervioso.--ste es el mejor vino que tienes en tu bodega? --pregunt

    Uther.Por decirlo con ms precisin: era su nico vino; pero Tander

    respondi de todas maneras:--El mejor de los mejores, seor. Slo tengo unas cuantas

    cubas, reservadas para los huspedes ms especiales. El mismo reyArturo lo saborea cuando viene por aqu.

    --S. He odo que Arturo no rehusa jams un rato de placer--respondi Uther, confirindole a la frase un sentido mucho ms

    amplio. Bebi otro trago, agit su cuerpo de nuevo y puso el vasocon fuerza sobre la mesa--. Bueno, si no hay nada mejor... Trae ya lacomida.

    Dulac iba a darse la vuelta, pero Uther lo retuvo.--T no.--Seor? --respondi Dulac desconcertado. Haba hecho algo

    mal?--Eres el chico del que me ha hablado Ginebra? --pregunt

    Uther--. El que sirve en el castillo de Camelot?Dulac asinti, incapaz de decir una palabra.--Entonces cenars con nosotros --afirm Uther--. Ginebra est

    ansiosa de escuchar historias del rey Arturo y de los caballeros de laTabla Redonda... Y yo tambin, si he de decir la verdad. Puede ser,no?

    Tras la ltima frase, Tander, que casi se atraganta, se apresur

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    a contestar con una inclinacin de cabeza.--Por supuesto, seor. Lo que deseis --se dio la vuelta y se

    march cerrando la puerta tras de s. Dulac lo oy dando rdenes enla cocina.

    Uther ri en voz baja.--Eso le tendr un rato entretenido --dijo--. Mrame, chico.El muchacho levant la cabeza titubeando. El corazn le lata

    deprisa y los dedos le temblaban; escondi las manos entre lospliegues de su ropa para que los otros no lo descubrieran. No sesenta a gusto en su piel. Dios saba que no era la primera vez quese encontraba frente a un rey de carne y hueso, aun sin contar aArturo, pero s era la primera vez que iba a comer en su mismamesa. De algn modo tena la impresin de que no resultabaconveniente. Y adems all estaba Ginebra. Ni siquiera se haba

    atrevido a mirar en su direccin, pero intua la mirada de ella como elroce de una mano ardiente sobre sus omoplatos.

    --Como ordenis, seor--respondi apocado.Uther frunci el ceo, pero no dijo una palabra y Dulac emple

    unos cuantos segundos en lograr mirarlo atentamente.El rey Uther era realmente tan viejo como haba pensado al

    principio. Haca tiempo que haba rebasado los cincuenta, pero notena aspecto achacoso; los aos le haban otorgado una expresinsolemne y digna de respeto. Su cabello, bastante abundante an, era

    blanco y le llegaba hasta los hombros; la barba, del mismo color,estaba cuidadosamente rasurada y le confera un aire de nobleza.--Contento? --pregunt Uther un rato despus.--Seor?--Con lo que ves --le aclar el rey sonriendo--. Quiero decir:

    cumplo tus expectativas? Seguro que ests acostumbrado a verreyes y gente de la nobleza.

    --Claro, seor--respondi Dulac--. Es slo que... --se mordi lalengua para no seguir hablando, pero ya era demasiado tarde.

    Uther asinti.

    --Entiendo. Tras conocer a Ginebra, esperabas encontrarte a unpobre carcamal.

    --No, seor! --contest Dulac con celeridad, lo que era unamentira lisa y llanamente--. Me ha parecido... quiero decir... Vos...bueno, yo.

    --Por qu le mortificas tanto, Uther? --se meti Ginebra en laconversacin--. Se va a morir de miedo.

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    La joven se ri y Dulac, titubeando, se dio la vuelta hacia ella.Ginebra le pareci todava ms hermosa que al medioda.

    Llevaba el mismo vestido, pero fruncido a la cintura, y se habapuesto una diadema de oro. Si Dulac haba visto en alguna ocasinuna mujer que se ganara el ttulo de reina, era Ginebra en aquelinstante, a pesar de su juventud.

    Lo nico que no concordaba del todo con su distincin era elbrillo burln de sus ojos.

    --No dejes que Uther te tome el pelo --dijo--. A veces le gustaponer a las personas en apuros. Djale, Uther.

    La mirada desconcertada de Dulac fue de Ginebra a Uther yviceversa. Tena la impresin de que ambos se permitan con lalgn tipo de juego que no acababa de comprender.

    Gracias a Dios la puerta se abri en ese momento y Tander y

    sus dos hijos entraron para servir la cena. A la orden de Uthercolocaron un servicio ms en la mesa, lo que, si bien provoc en elposadero una mirada de horror, hizo nacer en Dulac un intensosentimiento de alegra. Nunca habra podido imaginar que fuera a serservido por Tander. Seguramente lo pagara amargamente, pero enaquel momento le daba lo mismo.

    --Bueno --dijo Uther, cuando ya estuvieron servidos y solos denuevo--. Hblanos de una vez de Camelot y del rey Arturo.

    Dulac titube, pero por fin empez a hablar del castillo y de la

    vida en la corte. Y una vez que logr sobreponerse, las palabrassalieron a raudales de su boca. Habl de Arturo y de susheroicidades, de los caballeros de la Tabla Redonda y de susbatallas, y de la ecuanimidad de las leyes de Camelot, que desdehaca una generacin velaban por la paz y la prosperidad delterritorio. Por supuesto, l no haba vivido en primera personaninguno de esos actos, ninguna de esas batallas, pero aquello no leimpidi narrarlos con todo tipo de detalles e, incluso, adornarlos conelementos de su propia cosecha. Uther le escuchaba en silencio lamayor parte del tiempo, y slo le interrumpi para realizar alguna

    pregunta, pero en ocasiones no poda disimular una sonrisa y un parde veces intercambi una significativa mirada con Ginebra.

    --Parece que te manejas bien en la corte --dijo, cuando Dulacllevaba por lo menos una hora hablando, si no ms.

    --Ya lo veis --respondi el chico con orgullo--. Slo soy un mozode cocina, pero casi siempre ando cerca de Arturo.

    --Los mozos de cocina y los criados suelen estar mejor

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    informados que los ministros y los generales --contest Uther--.Dime, Dulac, Dagda sigue cocinando para Arturo y sus caballeros?

    El muchacho asinti.--Conocis a Dagda?--Por supuesto --respondi Uther--. Cualquiera que haya estado

    en Camelot recuerda a Dagda y los exquisitos bocados que preparaen su cocina.

    --Vos... vos habis estado ya en Camelot? --pregunt Dulacperplejo.

    --Ms de una vez --respondi Uther--. Pero hace muchos aos.No me poda imaginar que Dagda todava viviera --sacudi lacabeza--. Entonces ya deba de tener casi cien aos!

    --Conocis al rey Arturo? --quiso cerciorarse Dulac, mirando aGinebra. Ella sonri y el brillo burln de sus ojos se reforz ms

    todava. Pero ni siquiera intent responder a la pregunta, se agachbajo la mesa para tirarle un trozo de carne a Lobo. Desde que habaentrado, Dulac no haba vuelto a ver al perro. El animal no habaparado de saltar y mover la cola alrededor de Ginebra y habacomido ms de su comida que ella misma.

    --Desde hace tiempo --confirm Uther por su parte--. Ni yomismo s ya cunto.

    --Pero, entonces, por qu os habis alojado aqu y no enCamelot? --se asombr Dulac.

    --Acabamos de nombrar una de las causas

    --respondi Uthersonriendo--. Las especialidades culinarias de Dagda. Tras la ltima

    vez que estuve en Camelot, pas tres meses sufriendo delestmago.

    S, Dulac saba a qu se refera. Uther haba tenido suerte sihaba salido de aquello tan slo con un ligero dolor de estmago.

    --Pero se no es el nico motivo --aadi Uther--. Arturo y yo nonos despedimos como amigos.

    --Qu ocurri? --pregunt Dulac e, inmediatamente, se sintiavergonzado porque a l no le iba ni le vena saber aquello, pero a

    Uther pareci no molestarle su curiosidad.--Eso es lo de menos --respondi sonriendo--. No somos

    enemigos, si eso es lo que temes. Pero en nuestros ltimosencuentros hubo... digamos: una disonancia. Es mejor que pasemosla noche aqu y maana continuemos viaje. Y ms ahora, que Arturotiene ya bastantes preocupaciones.

    --Preocupaciones?

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    --Mordred --respondi Uther.Dulac se asust.--Lo sabis?--Ha estado esta maana en Camelot --confirm Uther--.

    Aunque no nos hayas explicado nada de eso... Lo que, por otraparte, respeto en ti. Saber guardar silencio es una gran virtud.

    --Quin os lo ha dicho? --pregunt Dulac.Uther se ri.--No es ningn secreto que los pictos van camino del sur

    --contest--. Creo que Arturo era el nico que lo desconoca. Peromientras Dagda siga cuidndole, no tengo que preocuparme por l.

    --Sobre todo si Mordred y su ejrcito aceptasen una invitacin acomer en el castillo --coment Dulac.

    Uther se ri.

    --Eso es cierto. Y una buena manera de acabar, segn creo. Seha hecho tarde. Voy a retirarme.

    --Por supuesto, seor--Dulac se levant de un salto y Utherfrunci el ceo.

    --Qu pretendes?--Bueno, habis dicho que...--Yo iba a retirarme --le cort Uther--. No que t tengas que

    marcharte --seal a Ginebra--, Hasta ahora slo hemos habladonosotros, pero estoy seguro de que Ginebra tiene mil preguntas para

    ti. Admira profundamente a Arturo, lo sabas?--Vos... vos me vais a dejar con vuestra mujer a solas?--pregunt Dulac incrdulo.

    Uther ri en voz baja.--Eres un hombre de honor... o? Y no tienes que menospreciar

    a Ginebra. Es muy joven, cierto, pero est en posicin de defendersu virtud. Quedaos un rato a conversar tranquilamente.

    Se march. Y an hubo ms: para mayor desconcierto de Dulac,abandonaron la estancia no slo los dos criados, sino tambinambos soldados. Ginebra y l se quedaron a solas.

    --Crea que no se iba a cansar nunca --suspir Ginebra--. Utheres encantador, pero cuando empieza a hablar no hay manera de quetermine.

    En realidad, haba sido Dulac el que haba hablado mientrasUther escuchaba.

    --Yo... yo no acabo de comprender, seora --tartamude eljoven.

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    --Seora? --Ginebra arrug la frente--. Para de decir sandeces.--Pero vos sois una reina! --protest Dulac.--Porque mi marido es un rey, s --suspir Ginebra--. Pero

    puedes estar tranquilo. Uther es un rey, pero de los pocoimportantes.

    --De todas formas, vos sois su mujer--persever Dulac. Cadavez se senta menos a gusto. Por mucho que hubiera deseado volvera ver a Ginebra, lo cierto es que ahora su mxima felicidad habrasido desaparecer de all cuanto antes.

    --Eso es verdad --dijo Ginebra--. Pero no como t piensas.--No entiendo a qu os refers --confes Dulac.Se abri la puerta y Tander asom la cabeza.--Todo bien, seora?--Por supuesto --respondi Ginebra.

    --Pensaba que... como el rey Uther acaba de marcharse y...--Todava no estoy cansada --le interrumpi ella--. Vamos a

    quedarnos un rato ms a conversar. Pero te agradezco lasatenciones, si necesito algo ya te llamar.

    --De acuerdo, seora. Como mandis --Tander fue andandohacia atrs con la cabeza gacha y sali cerrando la puerta. AunqueDulac no pudo ver su cara, sinti con toda plenitud la ira de sus ojos.Ginebra le miro sacudiendo la cabeza.

    --Un hombre peculiar--dijo--. Te trata bien?--Siempre dice que me trata como a su propio hijo

    --respondiDulac con diplomacia--. Y es cierto.

    --Oh --dijo Ginebra--. Entiendo. Entonces, no es tu padre.--No conozco a mis padres --indic Dulac--. Seguramente estn

    muertos. Arturo me encontr de pequeo en el bosque y me trajoaqu.

    --Entiendo --repiti Ginebra y se qued mirando hacia la puertacomo si intuyera que Tander estaba al otro lado con la oreja apoyadaa la madera. De pronto, se levant con un movimiento rpido--. Tuperro est intranquilo --dijo--. Vamos afuera con l, antes de que

    ocurra algo malo.Lobo no necesitaba salir. Mova la cola junto a Ginebra, mientras

    miraba su plato con avidez a pesar de que Dulac estimaba queacababa de zamparse su propio peso en carne asada. Por fincomprendi. Ginebra sospechaba que estaban espindoles y querasalir para hablar sin ser molestados. Asinti con la cabeza y selevant, pero no tena la conciencia tranquila. No obstante su

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    aparente liberalismo, Uther era un rey y Ginebra su esposa. Unareina.

    Sin embargo, la sigui afuera sin rechistar. Aunque al dasiguiente, cuando se enterara, Uther slo arrugara el entrecejo,Tander le azotara sin contemplaciones... Pero la sola perspectiva depasar cinco minutos con Ginebra mitigaba todo lo dems.

    nicamente cuando ya estaban fuera y se haban alejadoalgunos pasos, se atrevi a decir:

    --Realmente, no s, seora, si es adecuado que...--Ginebra --le interrumpi ella--. Si vuelves a llamarme seora,

    me enfadar de veras. Y lo que es o no adecuado, lo decido yo. Al finy al cabo soy la reina y t slo un mozo de cocina.

    --Por supuesto, se... --comenz Dulac y pronto se corrigi:--Ginebra.

    --Aunque... --sigui Ginebra pensativa--. Si no conoces a tuspadres, podras ser un prncipe o algo similar. Tal vez tus padresfueran reyes. O bandidos.

    --Me estis tomando el pelo.--Por supuesto --dijo Ginebra sonriendo. Mir a su alrededor.

    Camelot estaba desierto. Tan slo haca dos horas que se habapuesto el sol, pero en la mayora de las casas haban apagado lasluces y todo permaneca en silencio.

    --La gente aqu se va siempre tan pronto a dormir? --pregunt.--S

    --respondi Dulac

    --. Es diferente all de dnde vens?Ginebra no contest, pero tuvo la impresin de que su rostro se

    ensombreca. Tal vez su pregunta haba removido algo en su interiorque le resultaba desagradable.

    Fue Lobo el que, sin saberlo, le salv de la incmoda situacin.Hasta aquel momento el perro no se haba separado ni un segundodel lado de Ginebra, pareca haber olvidado que exista Dulac. Depronto, se qued quieto, aguz las orejas y desapareci como el rayocon un aullido estridente. Un momento despus, tres gigantescosperros negros se interpusieron ladrando entre Ginebra y Dulac y

    salieron detrs del perrillo.--Ey! --dijo Ginebra asustada--. Qu es esto?--Los perros de los vecinos --la tranquiliz Dulac--. Se divierten

    persiguiendo a Lobo, pero nunca lo atrapan.--Se divierten? --pregunt Ginebra dubitativa--. No me ha

    parecido un juego precisamente.No lo era. Si cogan a Lobo, iban a acabar con l; lo saba. Y

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    tena remordimientos por no ayudar a su amigo. Pero le tranquilizabapensar que hasta ahora nunca lo haban alcanzado, a pesar de quela enemistad duraba desde que el terrier haba llegado. Lobo era tanpequeo que podra protegerse en cualquier agujero.

    --Eso espero --dijo Ginebra recelosa--. Que sea slo un juego,quiero decir.

    Por toda respuesta, Dulac sonri nervioso. Tuvo que dominarsepara no parecer atemorizado. Aparte de los tres perros de losvecinos tambin haba tres hijos de los vecinos, que se permitan amenudo el mismo tipo de juego. Dulac se haba ganado de ellos msde una tunda. Pero no estaban cerca. Seguramente yacan en suscamas durmiendo a pierna suelta.

    --Caminamos un poco? --propuso--. Lobo nos encontrar.--Lobo --Ginebra sonri--. No parece un nombre muy adecuado

    para l.--Porque es as de pequeo? --Dulac sacudi la cabeza--. No

    os dejis engaar por su tamao. Es muy animoso.--Ya lo he visto --respondi Ginebra.--La fuerza no vale para enfrentarse a un enemigo contra el que

    no se tienen posibilidades --afirm Dulac con un tono algo ms fuertede la cuenta--. Si no se puede vencer a un enemigo por la fuerza,hay que engaarlo con alguna argucia.

    --Proviene de ti esa sabidura? --pregunt Ginebra irnica.--De Dagda

    --respondi Dulac.--Dagda, ah, s... El coci...?

    --Es mucho ms que el cocinero de Arturo --respondi Dulac--.Cocinero, astrlogo, amanuense, cronista... Sencillamente, todo.

    --Entonces, espero que cumpla con sus otras obligaciones mejorque con las del caldero --Ginebra sinti un escalofro--. Uther explicahistorias de terror sobre la comida de Camelot.

    A Dulac le habra encantado contradecirla, pero no pudohacerlo. Las especialidades de Dagda eran tristemente clebres entoda la zona. Buena parte del sustento de Dulac corra a costa del

    castillo, pero no era extrao que el chico regresara a la posada conindigestin.

    --Tengo fro --dijo Ginebra un rato despus. Antes de que Dulacpudiera responder, se aproxim a l, le agarr del brazo y se apoyen su hombro--. As est mejor.

    Dulac sigui caminando, pero interiormente sinti que se iba aconvertir en estatua de sal. Ni en sus sueos ms ntimos se habra

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    atrevido a imaginar que Ginebra le tocara, pero al mismo tiempotena claro lo peligroso que aquello poda llegar a ser. Si llegaba aodos de Uther, poda costarle la cabeza. De todas maneras, no sesepar de su brazo como haba sido su primer impulso. Su cercanaresultaba maravillosa. Con mucho cuidado dijo:

    --No interpretis mal mis palabras, Ginebra, pero...De nuevo, ella lo interrumpi con su risa clara.--Tienes miedo de que mi marido te cuelgue de tus partes ms

    nobles.En ese castigo exacto no haba pensado, pero intuy que se

    acercara bastante a la verdad. Asinti perplejo.--No tengas miedo --dijo Ginebra--. Uther no es celoso.--No? --se asombr Dulac--. Si yo tuviera una mujer como vos,

    sera celoso.

    --Gracias por el cumplido --dijo Ginebra--. Pero nosotros nosomos... marido y mujer, sabes? No realmente. l podra ser miabuelo.

    --Lo s --dijo Dulac--. Pero vos misma dijisteis que era vuestroesposo.

    --Lo es --asegur Ginebra. Dulac ya no entenda nada--.Llevamos dos aos casados ante Dios y ante la ley.

    Dulac la observ desconcertado.--Pero si vos no... Quiero decir, si vosotros no... Bueno... Uther y

    vos, vosotros...--No, no lo hemos hecho y no lo haremos --Ginebra se ricuando descubri su creciente perplejidad. Dulac not que la sangreafloraba a su cara y que sus orejas se ponan como la grana.

    --Pero entonces, por qu se ha casado con vos? --se asombrel joven.

    --Para protegerme --respondi Ginebra, sbitamente seria--.Uther y mi padre eran buenos amigos. Lo conozco desde que nac.Hace tres aos mataron a mi padre.

    --Mataron? --pregunt Dulac asustado--. Quines?

    --Un hombre que jur acabar con toda mi familia --la voz deGinebra se hizo amarga--. Vinieron por la noche. Docenas dehombres nos atacaron sin misericordia. Nuestros soldados notuvieron ninguna oportunidad. Todos fueron asesinados, tambin mispadres.

    --Qu horror... --susurr Dulac--. Lo siento mucho.--Yo fui la nica superviviente --aadi Ginebra despacio--. Y

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    tambin habra muerto si Uther no me hubiera salvado. Me llev a sucastillo, pero el asesino de mis padres se present all y pretendique me entregase. As que Uther decidi casarse conmigo paraprotegerme. Esperaba que Mordred no comenzara una guerra...pues eso es lo que tendra que hacer para matar a la mujer de Uther.

    --Mordred? --se sorprendi Dulac--. Mordred, el hi... --semordi los labios para no seguir, pero ya era muy tarde. Ginebralevant la cabeza y le mir interrogante.

    --El hidalgo --respondi Dulac rpido--, el hidalgo que ha visitadoa Arturo esta maana.

    --S, ese Mordred --dijo Ginebra--. Yo no lo llamara hidalgo. Esun monstruo que no respeta la vida de un hombre. Uther dice quetiene parentesco con el diablo.

    --No os preocupis --dijo Dulac con conviccin--. Mientras estis

    en Camelot, no os ocurrir nada. Arturo os proteger.Ginebra sacudi la cabeza con tristeza.--Uther no le pedira ayuda a Arturo jams en la vida --dijo--.

    Nosotros permaneceremos slo esta noche en la ciudad. Maana aprimera hora continuaremos nuestro viaje.

    A pesar de que Dulac se dijo que no tena derecho a ello, sintiuna punzada de decepcin. Qu poda esperar? Que Ginebra y l...era absurdo.

    --Qu sucedi entre Uther y el rey Arturo? --pregunt un rato

    despus.--No lo s --respondi Ginebra--. Fueron buenos amigos, peroalgo ocurri. Uther no habla de eso. No habramos venido si Mordredy sus pictos no nos hubieran interceptado el paso.

    --Os persiguen?--No, ni siquiera saben que estamos aqu. Por eso maana

    saldremos temprano. Uther no quiere que Arturo se vea envuelto ensu lucha contra Mordred.

    Seguramente ya lo est, pens Dulac. A su mente acudiaquel hombre de cabello negro y aspecto rudo y un escalofro

    recorri su espalda. Fue incapaz de descubrir la causa de aquelsentimiento, pero intuy que con Mordred una gran desgracia secernera sobre Camelot y sobre sus habitantes.

    --Ya hemos intercambiado demasiados negros pensamientos.--Dijo Ginebra de pronto y, con un tono muy distinto, aadi:-- Tengoun ruego que hacerte. Querrs cumplrmelo?

    Si supiera lo que es, pens Dulac. En voz alta dijo:

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    --Claro.--Camelot --dijo Ginebra--. Quisiera ver Camelot.--Camelot? --el chico se qued parado--. Queris decir...?--El castillo --confirm Ginebra--. Quiero ver el castillo. La sala

    del trono del rey Arturo, y la famosa Tabla Redonda.--Yo... no s... --Dulac intent ganar tiempo.--Por favor! --implor Ginebra.--Es tarde --dijo el joven algo molesto--. Ya estarn todos

    durmiendo y... y...--Mucho mejor--le interrumpi Ginebra--. Slo quiero ver el

    castillo, no hablar con Arturo. Uther se enfadara mucho si lo hiciera.Seguro que conoces un camino para llegar al castillo sin ser vistos.

    --S lo conozco --dijo Dulac--, pero yo...--Me lo has prometido --se enfurru Ginebra.

    Realmente no lo haba hecho. Ni siquiera lo haba insinuado.Pero entonces ella le mir con sus hermosos ojos negros y su

    respuesta fue s.

    * * 05 * *

    No fue exactamente como haba dicho. La mayor parte deCamelot se encontraba en una profunda oscuridad y tambin los dos

    vigilantes de la puerta dorman plcidamente apoyados en suslanzas; era un truco que cualquier vigilante aprenda enseguida.Pero, en el primer piso, se vea una luz tras los cristales, y cuando sedeslizaron de puntillas a travs de la puerta, oyeron voces ycarcajadas.

    --El saln del trono --susurr Dulac indicndolo con un gesto dela mano--. Me temo que no voy a poder ensearos la TablaRedonda.

    --No importa --respondi Ginebra. Se qued parada y mir a sualrededor con ojos brillantes--. As que esto es Camelot. El famoso

    Camelot, El castillo del legendario rey Arturo! --alarg la mano yacarici admirada la tosca piedra de la bveda de entrada--. Habaodo que sus murallas eran de oro puro.

    --La gente exagera --respondi Dulac--. No todo lo que secuenta de Arturo y de Camelot es cierto --Ms bien casi nada,aadi en su pensamiento. Slo en su pensamiento.

    --Pero es Camelot --asegur Ginebra--. Desde que tengo uso de

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    razn deseaba ver Camelot. Y por fin estoy aqu.Dulac la observ con creciente nerviosismo. Los ronquidos de

    los vigilantes a su espalda eran tan altos que podran orse en todo elcastillo y estaba seguro de que, salvo Arturo y los caballeros de laTabla Redonda, no haba nadie ms despierto. A pesar de eso, cadavez estaba ms convencido de ser observado por unos ojosinvisibles. Haca rato que se arrepenta de haber cedido a la voluntadde Ginebra llevndola hasta all. Con la ilusin que le haba hechocumplirle su deseo... tena la sensacin de haber cometido una faltagrave. La desgracia se palpaba en el ambiente.

    --Es demasiado peligroso seguir--dijo--. Si Arturo o uno de loscaballeros nos descubren...

    --Afirmas que soy una amiga de la ciudad --termin Ginebra.Acababa de descubrir una condicin de su carcter que no le

    gustaba: era extrao que dejara a su interlocutor terminar algunafrase. Suspir con fuerza.

    --Por qu no me enseas dnde trabajas? --pregunt Ginebra.Dulac asinti titubeante. En el stano no haba nada interesante,

    pero por lo menos no exista el peligro de que fueran descubiertos.Hizo un gesto, adelant con pasos rpidos a Ginebra y, una vez quecruz la bveda, torci a la derecha; ella le sigui a corta distancia.

    Con la cabeza gacha y de puntillas, baj por las escaleras haciael stano. Contaba con que estuviera oscuro y en silencio, pero

    cuando empuj la puerta al final de los empinados escalones, seencontr con todo lo contrario: oy ruido y vio que de la habitacinvecina sala una flameante luz roja. Se qued parado.

    --Qu pasa? --pregunt Ginebra tras l.Dulac le indic con la mano izquierda que se quedara callada.--Dagda --murmur--. Todava est levantado. Maldita sea!

    Habra jurado que llevaba ya un buen rato durmiendo.--Dagda? --la voz de Ginebra no son nada inquieta, ms bien

    entusiasmada--. Puedo verlo?--Mejor no --susurr--. l... a veces se comporta de manera poco

    usual, sabes? Es un anciano.Ginebra reaccion justo como l esperaba: ignor su objecin y

    pas por su lado empujndole. Dulac alarg la mano para impedirlecontinuar, pero enseguida dej caer el brazo.

    --As que ste es el famoso caldero de Dagda! --Ginebra sehaba parado junto a la gastada olla de sopa y examinaba elrecipiente con los ojos muy abiertos. Estaba claro que Uther le deba

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    de haber contado muchas historias sobre las dotes culinarias deDagda.

    Hizo que s con la cabeza, gesticul indicndole que no hablaratan alto y se desliz de puntillas hasta la siguiente habitacin. La luzroja y los ruidos que no lograba identificar provenan de all.Cautelosamente, asom la cabeza... y se llev un susto de muerte.

    Dagda estaba sentado, de espaldas a la puerta, ante el vetustomueble que l llamaba su escritorio. Ante l reposaba un libroabierto, encuadernado en piel, como los que haba a docenas en suestantera.

    Pero no era un libro cualquiera.Las pginas del volumen brillaban con un fulgor amarillo y las

    letras llameaban en color rojo fuerte, como si fueran de fuego. Yparecan moverse.

    Y aquello no era lo ms inquietante.Todava ms increble era el espectculo que ofreca la pared de

    enfrente.All, en el lugar que normalmente ocupaban simples sillares y la

    puerta que llevaba al dormitorio de Dagda, bailaban ahora un puadode deslumbrantes llamas que crepitaban sin producir, sin embargo,ningn calor. Formaban una especie de portal, a travs del cualDagda poda echar un vistazo a un mundo, que resultaba tan sinsentido que no poda ser real: una llanura interminable poblada de

    rboles floridos y flores silvestres, ua fina lnea de plata de un ro,que se curvaba en mltiples meandros, serpenteaba hasta llegar aun horizonte de poderosas montaas coronadas por la nieve. Enprimer plano destacaban varios seres de lo ms estrafalario:unicornios blancos como la nieve; un nmero indefinido deminsculos puntos luminosos, que mirados con detenimiento setransformaban en elfos no mayores que una mano humana, ytambin otras criaturas que Dulac se senta incapaz de describir. Enla lejana, se intua ms que verse, una frgil formacin de plata yoro, quiz un castillo, quiz algo totalmente fuera de lo comn. Y por

    muy hermosa y fascinante que resultara esa visin, a Dulac leprodujo un miedo profundo.

    Ginebra apareci a su lado, abri los ojos con incredulidad y sepuso la mano en la boca, aunque a pesar de ello no pudo reprimir unpequeo grito.

    Dagda se sobresalt violentamente, como si hubiera recibido ungolpe. La imagen de la pared oscil; las llamas de sus bordes

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    crecieron y --Dulac pudo apreciarlo-- empezaron a despedir calor.Los unicornios que pastaban en la llanura se arremolinaronasustados y huyeron despavoridos a galope tendido. Y Dagda se diola vuelta en su silla con un movimiento increblemente rpido. Lasllamas volvieron a crepitar, se tragaron la visin del centro ydesaparecieron. Por un momento, del muro surgi una tonalidadplateada, casi invisible y, enseguida, se borr.

    --Qu...? --jade Dagda. Abri los ojos y los fij en Dulac,absorto--. Dulac? T?

    --S... seor--contest Dulac tartamudeando. Habra deseadoreducirse al tamao de un ratn o hundirse en el suelo.

    --Qu haces aqu? --le recrimin Dagda y se levant tandeprisa que su silla cay al suelo--. Y quin es esta muchacha?

    Seal a Ginebra, que segua al lado de Dulac con la misma

    expresin de asombro: los ojos abiertos de par en par, la manoderecha sobre la boca y la izquierda estirada en actitud de defensa.

    --Te he hecho una pregunta! --le conmin Dagda al no recibirrespuesta alguna. Dulac no recordaba haberle visto nunca tanenfadado.

    --Es Gi... --se domin rpidamente--. Gisela, una amiga. De laciudad.

    --Una amiga? --los ojos de Dagda se entrecerraron--. No sabaque tuvieras una amiga. Y cmo es que no la conozco si vive en la

    ciudad?--Acabamos de trasladarnos hace unos das --dijo Ginebra.Haba logrado sobreponerse, aunque todava estaba muy plida y sumirada iba una y otra vez hacia la pared donde haban visto aquellasextraas imgenes--. Es mi culpa --aadi--. No le castiguis, seor.l no quera, pero se lo he rogado tantas veces que al final me hadicho s.

    --A qu?La pregunta haba sido dirigida a Dulac, pero fue Ginebra quien

    contest:

    --Quera ver Camelot --dijo--. El castillo del rey Arturo.--Y, por supuesto, al viejo y chiflado mago de la corte --termin

    Dagda hurao.--l no os describi as --respondi Ginebra. Una sonrisa tmida

    ilumin su cara--. Dijo que erais un anciano sabio y muy carioso. Yun renombrado cocinero.

    Dagda hizo una mueca.

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    --Qu lstima. Me habra encantado creerte, pero seguro queeso ltimo no lo dijo.

    --Tal vez no con esas palabras... --acept Ginebra--. Pero elresto...

    --Tambin es una mentira --la interrumpi Dagda, pero en susojos haba un brillo divertido y la rabia haba desparecido de susfacciones. Por lo que pareca, le resultaba tan difcil resistirse alencanto de Ginebra como a Dulac--. Pero, en todo caso, una mentiracon buena intencin.

    Se agach con un gemido para recoger la silla, pero Dulac se leadelant. Mientras la levantaba, el chico mir con disimulo a la paredsobre la que haba visto las llamas y aquel mundo tan misterioso. Allno haba ahora nada ms que un muro de piedra tosca. Aquello nohaba sido ms que un truco, eso era todo. Dagda, un mago

    verdadero? Daba risa hasta pensarlo!Coloc la silla frente a la mesa y, de paso, examin el libro que

    Dagda haba estado leyendo. No haba nada raro en l. Era un libroms entre los muchos que posea. Valioso, pero no mgico.

    Y a pesar de eso... Haba habido algo ms. Por muy breve quehubiera sido aquel momento, haba visto algo, algo que haba salidodel portal para ir hacia el otro mundo; ms que verlo lo haba sentido.

    --No te quedes ah parado, Dulac --dijo Dagda de pronto--.Srvele a tu amiga un vaso de zumo de uvas. Te gusta el zumo de

    uvas, Gisela?--S, seor--respondi Ginebra enseguida.--Perfecto --dijo Dagda--. Tena miedo de no poderte agasajar

    como es debido. Pudiera ser que estuvieras acostumbrada a mejorescaldos.

    Ginebra intercambi una rpida mirada con Dulac antes deresponder:

    --Cmo se os ocurre, seor...--Tu vestido --dijo Dagda--. Es tan lujoso que podra ser el de

    una reina.

    --Ah, eso --dijo ella--. Yo tambin lo encuentro exagerado. Peromi madre dice que tengo que llevarlo por lo menos los primeros das.Para dar buena impresin.

    --Tu madre?--S, es modista, seor--dijo Ginebra--. Ella cose vestidos como

    ste.--Asombroso --Dagda movi la cabeza y se ri en voz baja--.

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    Bueno, s; no se te puede negar que tienes el don de la palabra.Dulac, viene ese zumo?

    Dulac se dio la vuelta y corri a buscar la bebida. Cuandoregres, Dagda se haba sentado de nuevo frente a su escritorio.Ginebra estaba junto a l y hojeaba el libro. Dulac sinti una levepunzada de celos. A l Dagda nunca le haba permitido haceraquello.

    --As que sois nuevos en la ciudad --dijo Dagda mientras Dulacpona dos vasos sobre la mesa y los llenaba con el lquido rojo deuna jarra.

    --S, efectivamente --afirm Ginebra--. Antes vivamos en elcampo, pero mis padres pensaron que aqu podran hacer mejoresnegocios.

    --Es curioso --Dagda tom un vaso, se lo pas a Ginebra, y

    cogi el otro, de tal manera que Dulac se qued sin ninguno--. Aveces me da la impresin de que aqu el tiempo no se mueve y, depronto, pasan muchas cosas juntas. T y tu familia, ya sois lossegundos que habis llegado a Camelot en poco tiempo.

    --S? --pregunt Dulac nervioso.--S. Hoy mismo ha llegado a mis odos que el rey Uther y su

    mujer estaban en la ciudad. No has odo hablar de la bella Ginebra?Es raro, viviendo como viven en la posada de Tander.

    --Puede... puede ser--tartamude Dulac--. He pasado todo el

    da en el granero y luego Tander me ha mandado cortar lea, hastaque se ha hecho de noche.--Pues te has perdido algo grande --dijo Dagda--. Dicen que la

    reina Ginebra todava es muy joven, pero que se ha convertido en lamujer ms hermosa de toda Inglaterra. Personalmente crea queexageraban. --Volvi la cabeza lentamente, mir a Ginebra conatencin y aadi:-- Pero sin duda lo ser en pocos aos.

    --No... no entiendo... --murmur Ginebra.--Por favor, nia! --dijo Dagda sonriendo--. De verdad creas

    que no te iba a reconocer? Te sent sobre mis piernas cuando no

    tenas ni un ao.--A m? --Ginebra abri ms los ojos.--Fui a menudo al castillo de tu padre --confirm Dagda--. No te

    lo cont nunca?--No --dijo Ginebra--. Y Uther tampoco.--Uther, s --suspir Dagda--. El viejo Uther. Es un hombre recto,

    pero no ha sido muy listo viniendo hasta aqu. No en tiempos como

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    stos.--No se lo diris a Arturo? --pregunt Ginebra atemorizada.--Qu te crees? --respondi el anciano. Sonaba algo

    ofendido--. Lo que hay entre Uther y l es cosa suya. No me mezclo--se gir en la silla--. Ha sido inteligente por tu parte no llevarla anteArturo. La habra reconocido sin duda y eso no habra trado ms quecomplicaciones. En este momento tiene otros intereses.

    --Mordred --supuso Dulac.Dagda asinti con la cabeza.--El hombre que atac el castillo de Uther y os expuls de

    vuestra patria, s --afirm Dagda mirando a Ginebra--. Ha estadoaqu. Pero no te preocupes. Arturo y sus caballeros lo mantendrn araya.

    Ginebra no pareci muy convencida. De todas formas, no

    continu con ese tema, sino que seal la pared de enfrente.--Eso que habis hecho... Era Avalon?--Slo ha sido un truco --respondi Dagda--. Un juego de manos

    para engaar los sentidos, una ilusin para la vista.--Pero pareca real.--Esa es la esencia del truco --explic Dagda--. Y t quieres

    volver a adularme, me parece a m. No ha sido bueno. Antes, yo eramuy bueno haciendo ese tipo de cosas, pero me he hecho viejo yestoy entumecido.

    --Me ha parecido muy convincente

    --asegur Ginebra

    --. Pero,era Avalon? Tengo razn?

    --Tal vez --contest Dagda.--Tal vez?--Tal vez --dijo Dagda de nuevo--. Nunca he estado all. Ningn

    mortal ha pisado el suelo de Avalon. Nadie sabe cmo es. O si existerealmente.

    --Todo el mundo sabe que Avalon existe! --protest Ginebra.--Que todo el mundo crea saber algo no provoca que eso sea

    real --contest Dagda con una sonrisa--. Este castillo, por ejemplo.

    Todo el mundo cree que sus murallas son de oro y, a pesar de eso,no es cierto.

    --Y la magia? --pregunt Ginebra--. Tampoco existerealmente?

    --Una pregunta inteligente --respondi Dagda--. La respuesta ess y no.

    --S y no?

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    --Todo depende del punto de vista --dijo Dagda--. Lo que a unole parece totalmente normal, otro lo ve como mgico, y viceversa.

    --Eso lo decs vos? --se asombr Ginebra--. Un mago?--Yo no soy un mago --dijo Dagda de nuevo--. S hacer unos

    cuantos trucos, eso es todo; ni siquiera los domino.--Lo que acabo de ver era bueno.Dagda encogi los hombros.--Tal vez sea este sitio --dijo--. Creo que si hay algo parecido a

    la magia es porque est ligada a un determinado lugar. En el mundohay lugares mgicos. O, por lo menos, lugares en donde reinanfuerzas que se nos escapan.

    --Y Camelot es un lugar de esos.--No Camelot --Dagda hizo un gesto con la mano libre--. Estos

    muros son mucho ms viejos que los que forman las torres y las

    paredes de Camelot. El castillo se construy sobre las ruinas de unafortaleza mucho ms antigua. Y antes de esa fortaleza haba aqu untemplo al que acudan las personas para adorar a sus dioses yofrecerles sacrificios, y antes otro ms, y otro y otro. Y cuando dentrode muchos aos Camelot caiga y se convierta en polvo y el nombredel rey Arturo sea olvidado para siempre, aqu se erigir otro lugarsagrado. Las personas sienten que un lugar es especial.

    Dulac escuchaba fascinado. En todos los aos que llevaba juntoa Dagda, jams haba averiguado tanto sobre la historia de Camelot

    como en los ltimos cinco minutos. Y ni siquiera se lo haba relatadoDagda.--Ahora tenis que marcharos --dijo Dagda de repente--. Es

    tarde. Uther se va a preocupar y Arturo podra aparecer. No puedeverte.

    --Tenis razn --dijo Ginebra con tristeza--. Lstima. Me habragustado hablar con vos un poco ms.

    --Quiz volvamos a vernos --dijo Dagda.--Imposible --respondi Ginebra--. Uther y yo nos marchamos

    maana temprano.

    --No --dijo Dagda--. No os iris --ignor la mirada desconcertadade Ginebra, se levant y se dirigi a Dulac.

    --Llvala de regreso --dijo-- y luego vete a la cama. Te necesitomaana muy temprano. Arturo ha ordenado que todos los caballerosse encuentren en la orilla del ro al alba, para ejercitarse con lasarmas.

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    * * 06 * *

    Hizo lo que Dagda le haba demandado. Llev a Ginebra por elcamino ms corto hasta la posada y se despidi de ella de la formams rpida posible para no sufrir. La observacin de Dagda le habadado esperanzas de que tal vez algn da volvera a verla, pero aunas no haba ninguna posibilidad de que pudieran ser algo ms queamigos. Aunque Uther--segn las mismas palabras de su esposa--fuera slo un rey de los poco importantes, l era un minsculo mozode cocina e, incluso, eso slo el tiempo que Arturo mantuviera sumano protectora sobre l. Entre Ginebra y l se abra un abismo queningn puente podra cruzar.

    Dulac haba regresado al granero y se haba tumbado sobre la

    paja, pero le cost mucho conciliar el sueo aquella noche. Habanocurrido demasiadas cosas para un solo da y, adems, no podadejar de pensar en Ginebra. A Dulac nunca le haban interesado laschicas (bueno, la realidad era que las chicas de Camelot jams sehaban interesado por l), pero Ginebra no se le iba de la cabeza.Cuando cerraba los ojos, vea su bello rostro y en el silencio de lanoche le pareca or la tonalidad de su voz y su risa cantarina. Lamisma paja sobre la que estaba echado ola al aroma de suscabellos.

    Mucho despus de medianoche cay en un sueo intranquilo(en el que, por supuesto, so con Ginebra) y del que despert contodo el cuerpo dolorido y nada descansado. Pero enseguida se diocuenta de que no volvera a dormirse; as que poda ir al castillo yayudar a Dagda. Cuando Arturo y sus caballeros se ejercitaban conlas armas, siempre haba despus numerosos rasguos y heridas dearma blanca que curar, y a veces cosas peores.

    Se levant, se sacudi la paja de la ropa y baj la escalera delsobrado donde dorma. Todava estaba muy oscuro y un vistazo alcielo le confirm que faltaba por lo menos una hora para la salida del

    sol. Si se pona ya en camino, iba a encontrarse a Dagda todavadormido cuando llegara a Camelot. Pero no quera regresar algranero.

    Dulac tena que rodearlo para tomar el camino ms directo alcastillo, y eso le hizo pasar por la parte trasera de la posada. Casicontra su voluntad levant la vista y sus ojos se quedaron prendidosde la ventana de la habitacin donde dorman Uther y Ginebra. Se

  • 8/3/2019 Hohlbein Wolfgang - Leyenda de Camelot 1 - La Magia Del Grial

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    imagin su rostro con tanta precisin que casi crey poder tocarlo.El corazn salt dolorosamente en su pecho. Eran esas las

    zozobras del amor?Se dijo a s mismo que deba apartar aquel estpido

    pensamiento de su cabeza, pero no lo logr del todo. En todo caso,se trataba de una experiencia nueva; al mismo tiempo amarga eincreblemente dulce.

    Como no tena prisa, se entretuvo en el camino yendo y viniendosin rumbo fijo. Lobo zigzagueaba dando saltos tras l, sala corriendoo desapareca por unos segundos cuando husmeaba algn rastrointeresante.

    De pronto se qued quieto, aguz las orejas y gruamenazador. De la oscuridad surgieron tres sombras, que se leparecan, slo que por lo menos eran cinco veces ms grandes. Los

    tres perros de los vecinos. No haban podido alcanzar a Lobo el daanterior y ahora lo estaban acechando. Lobo gru ms alto y mostrlos dientes, lo que no le impidi retroceder hasta protegerse tras laspiernas de Dulac. Los tres perros lo siguieron despacio ycomenzaron a separarse para rodearlo.

    --Desapareced! --grit Dulac enfadado--. Buscaos a alguien devuestro tamao si queris pelea!

    La respuesta de los perros fue un gruido a tres bandas y seaproximaron algo ms.

    --Ya basta

    --dijo Dulac tajante

    --. Desapareced si no querisganaros una buena patada.

    --Bueno, eso habr que verlo.Detrs de los tres perros aparecieron tres sombras mucho

    mayores y el corazn de Dulac peg un brinco. Eran los tres hijos delos vecinos, los dueos de los tres perros. Cmo demonios estabanlevantados a esas horas de la maana?

    Lobo gimi estridentemente y desapareci como el rayo, los trescanes salieron ladrando en su persecucin. Dulac hizo el amago desalir tierras de ellos, pero se qued parado cuando uno de los tres

    chicos le cort el camino. Los otros dos se acercaron despacio.--Bueno, bueno, as que queras patear a nuestros perros --dijo

    Mike, el hijo del panadero.--No, no iba a hacerlo --respondi Dulac--. Slo quera defender

    a mi perro.--Fjate, eso es lo mismo que queremos nosotros --se era Stan,

    el hijo del herrero, un tipo tosco y bruto que haba odiado a Dulac

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    desde el primer momento.--Como t mismo has dicho --tom la palabra Evan, el tercero en

    discordia--, cuando quieras pelea bscate a alguien de tu tamao.--No quiero pelearme con nadie --dijo Dulac. Realmente se

    debata entre dos fuegos. Se senta muy capaz de poner en peligro acada uno de aquellos chicos por separado, tambin a Stan, peroeran tres y estaban dispuestos a luchar.

    --No quieres? --pregunt Stan con una mueca. Coloc losbrazos delante del pecho y se aproxim dando pequeos saltitos--.Y qu pasa si nosotros s queremos?

    --Entonces, vosotros mismos --dijo Dulac altanero--. No voy adefenderme. No tengo ninguna oportunidad con vosotros tres.

    --Muy hbil --dijo Stan y se acerc algo ms mientras suscompaeros se separaban hacia los lados para cortarle la huida;

    igual que haban hecho antes sus perros con Lobo--. Te crees queyo soy un hombre de honor y te voy a dejar escapar?

    --En absoluto --respondi Dulac--. A lo dicho, no me voy adefender. Si os produce alegra luchar tres contra uno, adelante!

    Stan baj los brazos. Su rostro se ensombreci.--Contigo acabar yo solo! --grit y se abalanz sobre l.Era justamente lo que Dulac esperaba y estaba preparado. Stan

    era ms fuerte que l, pero tambin ms lento, y rabioso luchaba contanta consideracin como un toro bravo.

    Dulac le dej hacer, se escabull baj su salto y le peg unpuetazo en la nariz al mismo tiempo que le pona la zancadilla. Stanchill de furia y dolor, tropez torpemente y acab cayendo todo lolargo que era sobre el lodazal.

    Antes incluso de que llegara al suelo, Dulac lo rode para recibira Evan, que arremeta por la derecha, con una fuerte bofetada quemand al chico junto a Stan, pero l, por su parte, le dio un intensogolpe en la espalda, que le hizo doblarse sobre las rodillas. Dulac

    jade de dolor, pero no estaba nada sorprendido. No haba contadoni por un segundo con que los