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Los deberes Pieza en un acto MARCOS GISBERT

Pieza en un acto MARCOS GISBERT - BUSCAUTORES · El deber de un hombre está allí donde es más útil. JoséMARTÍ,Cartas familiares (Epistolario) S’ilestvraiquel’hommeestlibredansunesituationdonnéeetqu’il

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Los deberesPieza en un acto

MARCOS GISBERT

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El deber de un hombre está allí donde es más útil.

José MARTÍ, Cartas familiares (Epistolario)

S’il est vrai que l’homme est libre dans une situation donnée et qu’ilse choisit lui-même dans et par cette situation, alors il faut montrer authéâtre des situations simples et humaines et des libertés qui se choisissentdans ces situations. Plongez les hommes dans ces situations universelles etextrêmes qui ne leur laissent qu’un couple d’issues, faites qu’en choisis-sant l’issue, ils se choisissent eux-mêmes1.

Jean-Paul SARTRE, Un théâtre de situations

I am a citizen of Auschwitz and a citizen of Hiroshima.Till there is justice there are no other places on earth: there are only thesetwo places2.

Edward BOND, A Writer’s Story (The Hidden Plot)

1 “Si es cierto que el hombre es libre en una situación dada y que se elige él mismoen y por dicha situación, habría entonces que mostrar en el teatro situaciones sim-ples y humanas, y libertades elegidas en estas situaciones. Sumerjan a los hombresbajo estas situaciones universales y extremas que no les dejan más que un par desalidas, hagan que, eligiendo la salida, se elijan ellos mismos”.2 “Soy ciudadano de Auschwitz y ciudadano de Hiroshima. Hasta que no se hagajusticia, no habrá más lugares en este mundo: solo habrá estos dos lugares”.

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No volver a la caverna

Hace poco, haciendo limpieza, encontré unas notas escritas a manoque tomé durante el visionado de diversas conferencias de GustavoBueno en una conocida web que aloja vídeos, muy posiblementemientras reunía documentación para la siguiente obra.

Ahí, decía don Gustavo –un gran sabio, y siempre convieneescuchar a los sabios– que es imposible hablar español sin filoso-far, ya que es un idioma impregnado de palabras filosóficas, talescomo sustancia, especie, categoría: “Es un hombre de categoría”.O: “Esto no tiene sustancia”. Y que tal condición proviene de laépoca de las Partidas, que ayudara a redactar otro sabio, Alfonso X.De ahí, continúa, que la Constitución española del 78, acogiéndosea su precisión semántica –o a su falta de ella, quiere puntualizar–,recoja la libertad de pensamiento “con tal de que no sea violento”,de que su expresión no sea por forma violenta. Aquí se esconde unametafísica dualista: el cuerpo y la mente, la violencia y el espíritu,como si pudieras pensar lo que quieras, pero no. Viene a ser comoFederico de Prusia cuando se refirió a sus vasallos: “Hemos llegadoa un acuerdo: ellos piensan lo que quieren, y yo hago lo que me dala gana”. La libertad es absoluta, pero comídanse. Esta es la ideo-logía dominante, y todo lo que conduzca a posibilidades pacifistasha de ser abrazado. La libertad pre-escolástica es elegir entre el bieny el mal. La libertad desde Rousseau y Kant es elegir tus propiasdecisiones. La libertad según Bueno –alineado con el pensamientode Spinoza, él mismo así lo reconoce– es la conciencia de la necesi-dad. De este modo se ha conseguido “matar la especie por el géne-ro”: decir de “unos violentos” que son “unos asesinos”, y así suce-sivamente. Una cosa es la violencia y otra bien distinta, la sedición.

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Me di cuenta entonces de que desde esta encrucijada conceptual,cruzando las coordenadas de lo posible y lo real intentaba abordarun personaje tan inquisitorio como el Matthew de esta obra, quien,a su vez desde su perspectiva milénica, llegaba al mundo, a nuestromundo, por primera vez. Siguiendo el modelo platónico, la idea deMatthew estaba ahí, flotando en el aire, como quien dice.

Seguí pasando las notas una a una. Las grandes ideas filosóficasse han inspirado siempre en la observación de instrumentos ópticos:desde la antorcha (motivo de la creación del mito de la caverna),luego los espejos, el estetoscopio, la fotografía, el cine y la televi-sión. Sí. El cine lo inventó Platón. Prácticamente todos los profeso-res de Filosofía han recurrido a él para explicar el mito de la caver-na. Ahora, todo ha explotado con internet y nadie sabe lo que vaa ocurrir. Cómo conjugar lo viejo y lo nuevo cuando ambas expe-riencias nos son tan cercanas; cómo “recorrer la áspera y escarpadasubida” (siguiendo la versión que Manuel Fernández-Galiano hacedel mito) que lleva de la “cavernosa vivienda subterránea” a la luzprimigenia, la que alumbra las cosas verdaderas, en lugar de la llamade antorcha que proyecta sus sombras. Toda una lección de espiri-tualismo que más tarde, como muchos otros símbolos e ideas, adop-taría el cristianismo. Bien mirado, internet es la democratización delconocimiento definitiva y abre la vereda perfecta para hacer indivi-dualmente tal recorrido.

Afirma luego Bueno, siguiendo estas notas desperdigadas, queEspaña es en sí misma un problema filosófico que nos desborda.Lo hace a raíz de la pregunta que formuló Ortega: “Dios mío, ¿quées España?”. Esta invocación a Dios no es necesaria a la hora depreguntarse, por ejemplo, qué es Suiza. Y es que la nuestra ha sidouna aventura histórica, literalmente, que no se puede definir en lostérminos de Suiza, o Eslovaquia. Una vez más, “el género mata laespecie” cuando altas instancias políticas resuelven cándidamente elproblema sentenciando que “España es Europa”. Vivimos sobre losrestos del naufragio de todos los grandes imperios (incluido el ame-ricano), pero en el gran océano en que vivimos esos restos son los

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que nos apoyan, y si no nos apoyamos en ellos, otros nos tragarán.Es un problema que no puede ser pensado, debe ser realizado en tér-minos históricos y construido desde sus propias ruinas. La segundalengua con más hablantes, un Siglo de Oro, la invención de la nove-la, un proyecto cultural y educativo de país (la Institución Libre),que, eso sí, se detuvo en el tiempo –quebrado por la furia y el trueno–,si estos y otros cientos de elementos no son suficientes, es que no haynada que construir. Si no existe, es imposible. Pero si es posible, tieneque existir.

Lo que caracteriza a los españoles no es un modo de ser (ya quelos modos de ser no existen: hay tantos) sino un modo de estar. Noser interiormente y buscarse en su esencia, sino estar hacia el exte-rior, estar a todos lados. No replegarse hacia su historia para tratarde sacar de ella la sabiduría, la razón o la conducta, sino estar conti-nuamente viendo con los ojos hacia fuera, tratando de asimilar, dige-rirlo todo, de estar controlando todo a la espera de que en cualquiermomento podamos tener la oportunidad de intervenir en una acciónrealmente universal. No es en vano que en el árbol genealógico todostengamos un general, un obispo y una puta. Pero vivimos en una eraen la que no podemos basar nuestra identidad en ninguna tradición.

Termina Bueno, según estas notas encontradas, con una de susmayores perlas: “España es un país sin bachillerato”. Nuestro filó-sofo riojano confiesa que la derrota de Alemania en 1945 lo desper-tó de su sueño idealista. La bomba atómica y el Holocausto son “elridículo final” (la fractura, la ruptura última) de la idea de progresoy de historia universal.

El rol del artista se ha invertido. En el pasado, el artista producíaficciones. Ahora estamos rodeados de ficciones; el artista debe pro-ducir realidad, o mejor, un artificio de realidad. Por ello, más quenunca, quizá solo nos quede mantener la dignidad de la teoría, delpensamiento, del lenguaje, de la palabra. Esta es la reflexión últimaque se me presentó mientras, cuidadosamente, guardaba de nuevolas notas en el fondo del cajón.

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Los deberes

Personajes

PEDRO: Profesor de Filosofía y Ética. Unos 45 años.

MATTHEW: Un alumno de Pedro. Tiene 18 años y es estadounidense3.

Espacio y tiempo escénicos

Un aula4 en un centro público de enseñanza secundaria. En la actua-lidad.

3 La cuestión del acento en el habla de Matthew no supone un obstáculo en lasubida dramática de la pieza. El único rasgo determinante en este plano es su totalbilingüismo. Los fenómenos que apenas tienen lugar son de transferencia o mez-cla lingüística (inserción de una palabra de una lengua en una frase de otra). Estoscambios de código ocasionales no han de nublar en modo alguno el alcance de losmedios y los fines del personaje.4 Siempre que la configuración de la sala lo permita, el público se incorporará alpatio de butacas como si accediera al aula justo antes de que el profesor comiencea dar la clase.

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Es el lento atardecer de un día cualquiera en cualquier ciudad. Laescena es parca y austera: una mesa en el centro con papeles yun maletín sobre ella, una o dos sillas, una ventana en el lateralizquierdo, una puerta allá en el otro. La ventana está revestida conlamas plegables cuyos resquicios segmentan sobre las paredes elsol del ocaso. Pedro imparte su lección al público, desde el otrolado de la mesa, frente a un libro de texto abierto.

PEDRO.— Bien, dicho esto... ¿Cuánto tiempo nos queda? Silencio.Silencio por ahí. Es la última hora del día y todos estamos can-sados, pero hay que hacer un esfuerzo. Voy a introducir muy porencima la segunda parte del tema nueve, con la que empezare-mos el próximo día. “La educación”. Veamos. A diferencia deRousseau, que habla del alumno motivado, habría un modo másde acceder a esa otra dimensión de la realidad que es el cono-cimiento. La clave está, una vez más, en Platón. Ernesto, dejala maquinita para más tarde... La geometría, según Platón, ponelas condiciones para que sea posible el conocimiento, la comu-nicación entre dos sujetos incomunicables, profesor y alumno.El vínculo entre ellos, o ellas, no estaría así basado en misteriosmetafísicos tales como Dios, o la naturaleza siglos después. Cin-tia, Carolina, dejad ya el móvil... Qué manía con los móviles...¿Hasta ahí bien? (Pausa) No contestéis todos a la vez, haced elfavor. En el diálogo del esclavo de Menón... tenéis un extractoaquí, al final de la página, le pide que se despoje de su perso-nalidad, de su yo, de su idion. Su primera pregunta es si hablagriego, no para que hable su idion, sino para tener un núcleocomún con el que poder comunicarse. Hoy, sin embargo, el yo,la psique, las emociones, llamadlo como queráis, rigen todos lossistemas de enseñanza; siguiendo las tesis de Comenius o deRousseau, que el alumno esté feliz, motivado. Esto sí os interesa,

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¿cierto? Vaya panda de pájaros estáis hechos... Pero según Pla-tón, sin ese vínculo geométrico que permita transmitir un enten-dimiento de la realidad, la disciplina de la filosofía no tiene sen-tido, porque es precisamente la que se acerca a ella. Aún iríamás lejos: no puede haber profesor si no es filósofo, en el senti-do de que es él quien introduce en los alumnos la interrogaciónpara avivar el fuego del conocimiento, para que cada uno por símismo no pueda dejar de avivarlo. Es una lucha constante. “Gue-rra es el padre de todas las cosas”, dice Heráclito; “a unos haceseñores, a otros hace esclavos”. La guerra es lucha constante. Elenemigo es la ignorancia.

Timbre de salida.

Está bien, hemos terminado. Nos vemos el próximo día.

También el espacio sonoro se llena durante unos segundos con elajetreo de sillas, pasos, griterío, emulando la salida del aula de unaveintena de alumnos. La frontalidad con el público se rompe cuan-do Matthew entra por boca de escenario para dirigirse a la puertade salida. Pedro ordena papeles sobre su mesa. Suena su teléfonomóvil. Contesta.

¿Sí, Miguel? (...) Sí, todo bien. Todo bien, de momento.

Tapa el altavoz con una mano y se dirige a Matthew, que estáa punto de salir por la puerta lateral.

¿Matthew?

MATTHEW.— Dígame, señor.

PEDRO.— Un minuto. Me gustaría... comentar el trabajo que entre-gaste ayer.

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MATTHEW.— Necesito ir al despacho de Miguel por... un asunto.Luego he quedado en el parque, con los chicos. Me están espe-rando fuera.

PEDRO.— Tengo a Miguel al teléfono. No es preciso que vayas aho-ra. Y los chicos pueden esperar.

Una mirada discrepante de Matthew. Saca su móvil y, mientrasescribe un mensaje, mira a Pedro de reojo. Este sigue hablandopor teléfono.

(...) Puede ser otro modo de solucionar las cosas, antes que perdertodos la cabeza. Hablando se entiende la gente. (...) De acuerdo, tetendré al corriente de todo.

Cuelga.

MATTHEW.— Usted dirá.

Pedro hurga en su maletín. Coloca sobre la mesa unos bolígrafos,goma de borrar, un encendedor de bolsillo. Finalmente, saca untaco de hojas, sostiene brevemente la mirada sobre ellas, hastaque da con la que busca y la extrae.

PEDRO.— A ver, lo tengo por aquí... Aquí está. La redacción es másque correcta. Las ideas están bien estructuradas. Algún fallo deortografía, aunque no lo tendré en cuenta por ahora. Hablaré conMariángeles, de Lengua, y reforzaremos ese punto. Parece que...parece que te estás integrando bastante bien en el grupo. El idiomano es ninguna barrera para ti. ¿Cuánto tiempo lleváis en España?

MATTHEW.— Alrededor de dos años. Hemos vivido en el sur hastaque nos trasladamos aquí definitivamente. Aunque he recibidoclases de Español desde que era niño. Mi abuela era de aquí. Soylo que en mi país llamamos “americano de tercera generación”.

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PEDRO.— (Viendo el trabajo del joven) Bien, bien. Veamos. Tienesunas ideas muy... particulares sobre este asunto.

MATTHEW.— ¿A qué se refiere?

Pedro le ofrece la redacción.

PEDRO.— Tú mismo. En voz alta.

Un gesto disconforme de Matthew aunque, a pesar de todo, asela hoja y lee casi con resignación.

MATTHEW.— (Papel en mano) “Pensar en los demás no siempre tie-ne por qué ser bueno de por sí. La sociedad ideal en la que todosavanzamos cogidos de la mano –cantando alegremente con unarcoíris al fondo en el horizonte, por exagerar la imagen–, sen-cillamente no es posible. Primero, porque siempre existirá gen-te que no esté de acuerdo con tus ideas. Es imposible que todoel mundo esté de acuerdo en todo, como demuestra la teoría delutilitarismo de John Stuart Mill. Segundo, porque no tiene senti-do ponerse en el lugar de alguien que te cae mal o tiene la mal-dad dentro. Por ejemplo, no tendría sentido ponerse en la piel deHitler para intentar entender lo que hizo, porque lo que hizo estu-vo muy mal. Tercero, es imposible conseguir una sociedad idealporque siempre hay un Estado que limita la libertad de las perso-nas, y aunque lo llevasen personas buenas, tarde o temprano aca-barían por poner leyes en contra de ellas, como dice Hobbes enel Leviatán. Por lo tanto, en conclusión, crear una sociedad ideales imposible porque las personas nunca se pondrían de acuerdo,y porque no se puede entender al otro cuando no nos entendemosa nosotros mismos”.

Pausa de situación.

Cree que soy un racista, ¿verdad?

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PEDRO.— Yo no he dicho eso.

MATTHEW.— Quería que hubiese un punto de vista en el trabajo. Nosolo repetir como un loro las cosas que dice usted en clase. ¿No estábien así?

PEDRO.— Sí, sí. Pero creo que no has sabido explicar bien lo quequerías decir. Estáis en una edad difícil. Es decir, eso, una edad enla que debéis cometer todos los errores posibles y aprender, paracuando lleguen los problemas reales de la vida adulta.

MATTHEW.— Entiendo. Quiere usted echarme el sermón. Escuche,no soy ese tipo de chico. Creo que obro bien en todo lo que hagoy es difícil hacerme cambiar de opinión. Pero si usted quiere,jugamos.

Silencio de situación.

PEDRO.— Está bien. Juguemos. (Pausa) ¿Eres racista?

MATTHEW.— En absoluto. Intento llevarme bien con todo el mundo.No soy como esos chicos blancos, como yo, que van de tolerantesy... ¿cómo dicen aquí?, guais, y luego en privado le dicen a unoque los árabes huelen mal. Todas las semanas viene una asisten-ta sudamericana a limpiar la casa y la tratamos de igual a igual.Que no se sienta mal. También me estoy haciendo muy amigo deElías, el ecuatoriano de clase.

PEDRO.— Es cierto. Últimamente os sentáis siempre juntos.

MATTHEW.— Creo que así se siente... cómo le diría, protegido. Ledoy seguridad y él me hace compañía. De cuando en cuando vie-ne a casa y echamos la tarde jugando a la Play. El resto de los chi-cos se meten con él. Los mismos que te hablan de los moros cuan-do estás a solas con ellos. El otro día comenzaron a lanzarle...

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¿Sabe? Cuando coges dos metros de papel higiénico, haces unabola y la mojas... se convierte casi en un arma arrojadiza. Comouna pelota de goma. Cuando hacen esas cosas, intento ponermeen medio y pararlos.

Silencio de situación.

PEDRO.— Volvamos a tu redacción.

MATTHEW.— Como quiera. Me ha preguntado si soy racista y tengoque decirle la verdad.

La suficiencia mostrada por el joven incomoda a Pedro.

PEDRO.— Eso es. Y deja de hablarme de usted, por favor.

MATTHEW.— En cierto modo, lo que le digo ahí es cierto, tal y comolo pienso: no se puede entender al que es diferente de ti. Allá enSan Diego, la ciudad de donde vengo, vivíamos en la misma fincauna familia árabe, una sudamericana, otra india, otra de italianosy otra que me parece que era de Rumanía. ¿Usted cree que puedoentenderlos a todos, con sus culturas, sus creencias, sus formas derelacionarse? ¿De comer y hacer el amor? ¿De ver la vida? ¡No!No nos conduciría a nada. Lo más que puedo hacer, como decíami papá, es crear una barrera de discreción. Hay cosas de ellosque no me gustan. ¿Les obligo a cambiar? ¡No! Eso sería lo racis-ta. De hecho, creo que racista es una palabra racista. Creamosuna barrera de discreción, de cordialidad, de cortesía, y que cadauno se las arregle con lo suyo. Amar al otro no es comprenderlo,ponerse en su piel, darle un abrazo... Menuda cursilería. De puer-tas adentro, que hagan lo que quieran con sus vidas.

PEDRO.— Y así tú, al mismo tiempo, también podrás hacer lo quequieras, ¿no?

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MATTHEW.— ¡Exactamente! Exactamente, así lo veo.

Silencio de situación. Pedro está a ojos vistas incómodo.

PEDRO.— No sé si estás enterado. El claustro de profesores se hareunido a mediodía para discutir... debatir... el asunto en el queestamos envueltos... en el que todos estamos envueltos. Nadiequiere sacar las cosas de quicio. Así que como medida preventi-va, y solo como medida preventiva, te hemos confiscado... hemosrequisado, solo temporalmente, la... el arma que ha aparecido estamañana en tu mochila.

MATTHEW.— ¡Lo sabía!

PEDRO.— Veamos, Matthew... La normativa escolar contempla laconfiscación de cualquier objeto si lo considera oportuno. Hastaque resuelva qué hacer.

MATTHEW.— Claro, señor. Aquí solo puedo comprar una para prac-ticar caza o tiro deportivo. Es un hecho.

PEDRO.— ¿Entonces?

MATTHEW.— En mi país es muy habitual, señor. América...

PEDRO.— ¿Te refieres a Estados Unidos?

MATTHEW.— Sí. En los Estados Unidos es un derecho constitucio-nal.

PEDRO.— Ya, pero es que no estamos en Estados Unidos. Esto no esAmérica. Aunque parece que muchos de vosotros actuáis como silo fuera. Algo ridículo, porque no lo es.

Silencio.

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La cosa se ha puesto muy tensa en la junta de profesores. Ningúnprotocolo contemplaba esta situación. Antonio, el nuevo deInglés, ha tenido que tomarse su ansiolítico antes de tiempo.Mariángeles ha comenzado a hablarnos en un grito, estaba fuerade control: “¡¿No os dais cuenta de que en cualquier momentopuede liarse a tiros contra todos nosotros?!”.

MATTHEW.— Eso sí es ridículo. Nunca haría una cosa así. Tengo milicencia americana desde hace años, y la autorización especial deuso para menores. Ni siquiera la necesito porque ya soy mayorde edad. Desde hace dos meses. Y afirmo que estoy en mi dere-cho a llevarla encima.

PEDRO.— Eso es mucho afirmar. Con la mayoría de edad ganas elderecho a voto, a firmar contratos, por ejemplo, a comprar o ven-der cosas, a emprender acciones judiciales o ser titular de nego-cios. En definitiva, a ser responsable de las consecuencias detodos tus actos. Pero decir que eso te da derecho a...

MATTHEW.— Es justicia universal. No debería depender de un paíso de otro. (Pausa)

PEDRO.— Pero estamos en un país civilizado. Bueno, quiero decir...Hay leyes, normas...

MATTHEW.— Dese cuenta, señor... Vivimos rodeados de armas:cuchillos para comer, cierto material escolar, el cable de los auri-culares, todos esos electrodomésticos con cuchillas y placas eléc-tricas, ese encendedor que tiene usted encima de la mesa... Inclu-so el coche en el que viene a trabajar todos los días es unamáquina de matar. ¿Significa eso que va usted a atropellar al pri-mero que pase? Lo mismo ocurre con mi Walther. Es solo cues-tión de grados, señor. Pero todo se reduce a lo mismo.

Pausa. Pedro, en su afectación, desconoce el tipo de contestaciónque han de generar las palabras del joven.

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PEDRO.— Podemos hablar con el director y no pasar a mayores.Pero tendrás que deshacerte inmediatamente de...

MATTHEW.— Uf. No saben nada.

PEDRO.— ¿No sabemos? Sabemos solo lo que tú quieras contar. Noquiero juzgarte, únicamente entender tus motivos. Y hay algo...falta algo en todo lo que dices. Puedes hablar sin miedo. En con-fianza. Aquí estás a salvo, por eso estoy yo aquí. Por eso te hepedido que te quedaras.

Larga pausa.

¿Por qué has venido al centro con un arma, Matthew?

Ante lo insorteable, a Matthew le sobreviene la primera de susconfidencias, a modo de trance o íntima revelación. Es la sola evi-dencia del hombre bueno cuando se sabe confundido.

MATTHEW.— ¡No tengo una explicación! Mire, ha sido... Siempreha sido así. Pequeños objetos de acero pesado que están por todaspartes desde que naces. Le confesaré una cosa. Las colecciono.Ya tengo veinte. La mayoría son reproducciones de modelos queya no se fabrican. Me gusta observarlas, todas ellas colocadasen línea tras el cristal del armero. Puedo pasarme horas delantede ellas. Imagino... aventuras. No soy de esos yanquis chalados,como los que salían a defender su tierra a escopetazos. Ningunabobada de esas. (Hace una pausa) Si supiera cómo las mimo, sonmis pequeñas reliquias, lo que me distingue de los demás. Losdomingos salgo con mi padre a practicar. Es lo que hago con él.Lo único que nos une. Después de cada disparo hay que limpiar-la. Quedan residuos y sedimentos en el interior del cañón. Al lle-gar a casa, cojo todas las que hemos usado, las desensamblo unaa una, corredera, varillas de guía, armazón. Lubrico el arma conaceite especial, y empujo el parche con disolvente, una y otra vez.

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Luego la restriego con una toalla de fieltro y un cepillo pequeño...y no hago daño a nadie. Todo el mundo tiene sus distracciones,¿no? Mi imaginación vuela entonces, y hace que me sienta mejor.

PEDRO.— De acuerdo. Estás muy familiarizado y tienes fácil accesoa ellas. Son... pequeños fetiches en un relicario. No hay ningúnproblema. También yo tengo los míos... supongo. (Hace una pau-sa) Aun así, hay algo que te ha impulsado a dar el salto. Una lagu-na que se me escapa. Quiero ayudarte, Matthew. Ayudarte a que,entre los dos, esta situación no termine en catástrofe.

Matthew, apartado, quizá de espaldas al profesor, sigue desvelán-dose.

MATTHEW.— Él siempre me insiste en tener cuidado cuando la uso.Apretar el gatillo es como pulsar el interruptor de la luz. Una vezhas disparado, es imposible hacer volver la bala atrás. Uso res-ponsable. Usted, en cambio, solo insiste en el lado negativo delproblema... Un día dijo en clase que no debíamos preguntarnos“¿Soy feliz?”, que la pregunta era: “¿Soy libre?”.

PEDRO.— Eso mismo, Matthew. ¿Crees que realmente has sido libreen lo que has hecho?

Un largo silencio, a modo de tregua. La última pregunta del profesorha desactivado los mecanismos de la represión. Ya no es un entornoenteramente hostil y el hilo de la confidencia podría alargarse.

MATTHEW.— Escuche, soy consciente de que mi forma de actuares... poco ortodoxa. Pero no pensaba hacer nada con ese trasto.

PEDRO.— ¿En ese caso?

MATTHEW.— Está claro que no ha visto usted a los más forzudos declase en plena acción. Si estuviese en mi lugar...

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PEDRO.— Ya he pasado por el instituto y he tenido tu edad, gracias,y no es una etapa por la que volvería a pasar...

MATTHEW.— ... si estuviese en mi lugar, no le desearía que la toma-sen con usted.

PEDRO.— Bueno, vemos que os dais collejas y os lanzáis unos enci-ma de otros en el patio, como pequeños bárbaros desatados. Peroquiero pensar que en el fondo son gestos de afecto, de camarade-ría. Los chicos haciendo de las suyas.

MATTHEW.— (Risa cuasigrotesca) Oh, Dios, no sabe usted nada. Loque hacen dentro de la escuela solo es un tanteo, una prueba paracomprobar cómo reaccionaremos fuera.

PEDRO.— ¿Qué ocurre fuera?

MATTHEW.— Todos los meses nos citan en una ladera escondida delparque central. Es una obligación. Quien no acude, ya puede pre-pararse para ser el objetivo durante todo el mes siguiente.

PEDRO.— ¿Qué ocurre ahí?

MATTHEW.— Peleamos. Puñetazos, patadas, mordiscos. Dos secolocan en el centro y el resto permanecemos en círculo, animan-do a nuestro favorito a gritos. El primero en sangrar o en des-mayarse, pierde. Ellos hacen de árbitros. Lo llaman “la pelea deperros”. A veces lo grabamos con el móvil y lo compartimos enel grupo...

PEDRO.— Es absolutamente intolerable. Tendré que informar deesto al director.

MATTHEW.— Vamos, señor. ¿En qué mundo vive? Se protege ustedtanto... como en una burbuja. Oiga, este sitio, el mundo... Vivimos

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en una jungla. Y hay que elegir si ser lobo o ser cazador. ¿Qué sepuede decir que es usted?

PEDRO.— Aún intentarás convencerme de que actúas por el bien dela humanidad.

MATTHEW.— Por supuesto. Así es. Le agradezco que haga un esfuer-zo por comprenderme.

PEDRO.— Vaya, ahora eres tú quien me evalúa.

MATTHEW.— No, no. Nada más lejos de mi intención, profesor.

PEDRO.— La pelea de... Esto es de locos. Está bien. Desisto. (Largaespiración) Creo que ya es momento de hablar en serio. De quehablemos sobre el claustro de urgencia que hemos tenido amediodía.

Matthew no responde.

A ver. En un principio había dos maneras de resolver esto, si esque hay alguna manera de resolverlo. Una era... Voy a intentarcontártelo así, veamos, con algo sencillo. Todos los años, el tutorde cada departamento debe preparar la memoria anual de su asig-natura, una especie de programa didáctico. Ahí se indican tam-bién las obligaciones, las competencias, las normas que debencumplir profesores y alumnos.

MATTHEW.— Los derechos y los deberes.

PEDRO.— (No sin cierto incomodo) Sí, los derechos y los deberes.Bien, el año pasado nos vimos en un pequeño apuro cuando unalumno copió durante un examen. Yo estaba vigilando, y te ase-guro que fue algo descarado. Él, por supuesto, negó la mayor. Lospadres incluso se quejaron al centro, diciendo que cómo iba su

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hijo a copiar en un examen. Era solo mi palabra contra la suya,y esto es lo extraño: el centro no pudo anular el examen ya que enningún lado de esa memoria anual se especificaba que los alum-nos no pudieran copiar. Según la normativa interna del centro,copiar en un examen no podía ser motivo de sanción. Parece quenos encontramos ante la absurda situación de que todo lo que noestá prohibido, está permitido.

MATTHEW.— No sé adónde quiere usted ir a parar.

PEDRO.— Bueno, lo que está ocurriendo hoy contigo nos sitúa anteel mismo dilema. A escala vesánica, claro está, pero mismo dile-ma. Si nos ceñimos a la normativa interna del centro, en nin-gún lugar está especificada la prohibición de que un alumno lleveencima...

MATTHEW.— Entiendo. Entonces van a devolvérmela, ¿no?

PEDRO.— Bueno, me temo que eso no es posible, Matthew. Un modode resolver esto, como intento decirte, sería acogernos a la nor-mativa del centro. Te abrimos un consejo disciplinar, pides discul-pas, desactivamos la... el trasto, como tú lo has llamado. Y todoqueda como una anécdota interna del centro. Aunque triste, unaanécdota.

MATTHEW.— ¿Qué otro modo hay?

PEDRO.— Bueno... sería no acogernos a la normativa del centro sinoa... cómo decirlo... a la legislación vigente.

MATTHEW.— ¿Van a denunciarme?

PEDRO.— No está descartado.

MATTHEW.— ¿!

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PEDRO.— No es la opción que yo elegiría, créeme. Primero heintentado convencer al claustro de que todo se resuelva comoun asunto interno. Pero era incontrolable. Ni uno solo de losprofesores podía hablar con claridad. Ya te he dicho que se haarmado mucho revuelo en la sala. Luego he considerado que lomás sensato era que nos sentáramos antes contigo. Hablar enun entorno cordial y sosegado, distendido, como tú y yo ahora.Hacerte entrar en razón. No creas que ha sido fácil convencerlos.Y hemos redactado esta carta...

Pedro extrae un sobre de su maletín y despliega la hoja.

La he redactado yo y, en general, el claustro ha aceptado a rega-ñadientes. (Mientras Matthew lee la carta) En ella declaras estartotalmente arrepentido por lo que has hecho y no volver a hacerlonunca más, y dejas el arma en manos del instituto. Nos ahorramosasí la denuncia y un consejo disciplinar que, por lo extremo delcaso, podría traer consecuencias nada deseables para la vida nor-mal del centro.

MATTHEW.— ¿Firmo, me voy a casa y aquí no ha ocurrido nada?¿Así no me expulsarán y no habrá denuncia? ¿Es eso lo que meestá diciendo?

Pedro asiente.

Me ha tenido entretenido todo este tiempo para que no saliese delinstituto. Ni siquiera del aula. ¡Me ha secuestrado!

PEDRO.— Bueno, yo no diría tanto. He intentado... Hemos intentadobuscar otro modo de... solventar el problema. Una tercera vía.Aquí la tienes. Firma y todo se quedará en un lamentable malen-tendido.

MATTHEW.— No quiero perder mi Walther.

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PEDRO.— Matthew, si no firmas la carta, todos salimos perdiendo.Obtendrás la expulsión inmediata, no sé qué será del arma perono augures nada bueno, y yo aquí habré fracasado. Por no hablarde la Dirección del centro... que sería fácil que acabara denun-ciando... No es más que un intento de resolver esta situación delmodo más pacífico posible.

Matthew lo observa durante unos segundos. Tras un silencio, cogeun bolígrafo y firma.

Es lo mejor para todos. Hay tantos elementos que están fuera detu control... Ahora vete a casa. ¿Qué es lo que más te gusta cuan-do quieres hacerte un regalo?

MATTHEW.— Una buena merienda nada más llegar. Gofres conchocolate. Y doble ración de nata. Con mucho cacahuete molido.Y sirope de fresa. He merendado muchas veces así con Elías.

PEDRO.— Vete a casa y hazte una de esas merendolas. Y olvídalotodo. Nosotros nos hacemos cargo.

Matthew está desconcertado. En el trayecto hacia la puerta lanzamiradas dubitativas a Pedro, que este a su vez responde con deci-dida afirmación. Sale. Pedro entonces libera una honda espiración.Se da unos segundos a sí mismo. Agarra el teléfono móvil y selec-ciona un contacto de su agenda.

¿Miguel? (...) Primer estadio superado. (...) Sí, ha firmado la carta.¿Te das cuenta? (...) Ahora hablamos con la familia, se la devol-vemos y hasta aquí llega el alcance de este asunto tan desagra-dable. (...) El Consejo Disciplinar habría sido un caos. Ima-gina la reacción del AMPA, por no hablar de la denuncia y laresonancia pública que habría podido tener. (...) No, no, ni hablar.Había que acabar con esto como quien resuelve una riña familiar.Creo que deberíamos mantener una reunión de urgencia mañana

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a primera hora, cuento yo la situación en el claustro, y por la tardenos vemos con la familia. (...) Sí, ha sido un día bastante intenso,pero ya ha terminado todo. (...) De acuerdo, sí, gracias. Adiós.

Cuelga. Comienza a reunir papeles. En ese momento suenan dosgolpes sobre la puerta. Honda extrañeza en Pedro. Matthew havuelto.

MATTHEW.— Disculpe, señor. Hay una cosa que no he terminado deentender. ¿Podría dejarme un minuto la carta de nuevo?

PEDRO.— Claro... Sí, cómo no...

Pedro le cede la hoja. Matthew lee con atención.

MATTHEW.— Aquí, en la parte final. Donde dice que será el centroel que decidirá qué hacer con mi Walther. ¿A qué se refiere exac-tamente? Porque no van a coger y tirarla a un contenedor sin más.Pensar en esto es lo que me ha hecho dudar. Dígame, ¿cómo pre-tenden deshacerse de ella?

PEDRO.— Bueno, esperamos contar con la ayuda de tu familia.

MATTHEW.— ¡Mis padres! No, no. Nada de eso. (Con ira creciente)Ha jugado sucio. Con sus frases de misionero de parroquia,“habla sin miedo, aquí estás a salvo”. ¿Sabe? Los sujetos comousted son los primeros de los que hay que protegerse. Son peli-grosos. ¡No, eso que dice no va a ocurrir!

Matthew hace trizas la carta. Pedro se lleva las manos a la cabeza.

PEDRO.— Esperaba que lo comprendieras por ti mismo. Pero cómopodía siquiera esperarlo. Deberías haber sido más astuto, ¿sabes?Decir por ti mismo que te arrepentías, que no sabías bien lo quehacías, que jamás volveremos a encontrar un arma en el centro.

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