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Roberto Zapperi, Adiós, Mona Lisa. La verdadera historia del retrato más famoso del mundo (fragmento)

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¿A quién representa la 'Mona Lisa'? ¿Para quién fue pintada? ¿Por qué se tejieron tantas leyendas en torno de la obra? La cuestión acerca de quién es la mujer con la sonrisa más famosa del mundo ha desconcertado a los historiadores y al público durante quinientos años, y sobre ese enigma se han poblado bibliotecas y se han provocado las más disparatadas interpretaciones. En este libro, Roberto Zapperi, uno de los más prestigiosos historiadores del arte, se propone dilucidar el misterio: a través de un relato deslumbrante, que comienza a principios del siglo XVI, narra la historia de la vida en la corte de Urbino y de las aventuras amorosas que allí se vivían; a través de un relato que involucra la vida de un niño nacido, fuera del matrimonio, en la curia papal y las actividades de Leonardo da Vinci en Roma, Zapperi hilvana hechos y recopila datos para contarnos para quién y cómo fue pintada la Mona Lisa, cómo Leonardo llevó consigo el cuadro cuando se instaló con un nuevo mecenas en Francia después de la muerte de quien le había encomendado la pintura y cómo la obra quedó allí hasta convertirse en la principal atracción del Museo del Louvre y en el retrato más famoso de la historia. En esta obra asombrosa, de rigor intelectual pero con ritmo de thriller y encanto de novela histórica, la verdadera historia de la Mona Lisa -de la pintura y de su modelo- encuentra su verdad en medio de tantas leyendas. Un relato fascinante al término del cual el lector puede, por fin, decir: adiós, Mona Lisa.

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Adiós, Mona Lisa

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Del mismo autor

El salvaje gentilhombre de Tenerife, Canarias, 2006

Römische Spuren. Goethe und sein Italien, Munich, 2007 Il ritratto dell’amata. Storie d’amore da Petrarca a Tiziano

(con I. Walter), Roma, 2006

Der schwangere Mann. Männer, Frauen und die Macht, Munich, 2004

Das Inkognito. Goethes ganz andere Existenz in Rom, Munich, 2002

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Roberto ZapperiAdiós, Mona LisaLa verdadera historia del retrato más famoso del mundo

difusión

Traducido por José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski

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Primera edición, 2010

© Katz EditoresCharlone 216C1427BXF-Buenos AiresCalle del Barco Nº 40, 3º D28004-Madridwww.katzeditores.com

Título de la edición original: Mona Lisa addio1ª edición en alemán: Abschied von Mona Lisa. Das berühmteste Gemälde der Welt wird enträtselt

© Verlag C. H. Beck oHG, Munich, 2010

ISBN Argentina: 978-987-1566-38-9ISBN España: 978-84-92946-18-1

1. Investigación Histórica. I. Burucúa, José Emilio, trad. II. Kwiatkowski, Nicolás, trad. III. TítuloCDD 907.2

El contenido intelectual de esta obra se encuentraprotegido por diversas leyes y tratados internacionalesque prohíben la reproducción íntegra o extractada,realizada por cualquier procedimiento, que no cuentecon la autorización expresa del editor.

Diseño de colección: tholön kunst

Impreso en el Uruguay por Pressur Corporation S. A.Hecho el depósito que marca la ley 11.723.

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AntecedentesGiuliano de Medici: infanciaEl exilioUrbinoPacifica BrandaniEl regreso a FlorenciaHermano del papa en RomaMatrimonioÚltimo viaje y muerte de GiulianoEl retratoLeonardo da Vinci en RomaMona Lisa o la GiocondaVasari y la cabeza de Mona LisaRafael y LeonardoIsabella Gualandi

ConclusiónNotasÍndice de ilustraciones

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Índice

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Antecedentes

El cardenal Luis de Aragón pertenecía a la más alta aristocracia italiana de comienzos del siglo xvi. Era de estirpe real, en cuanto hijo de Enrique, marqués de Gerace, quien era, a su vez, hijo natural del difunto rey de Nápoles, Ferrante de Aragón. Nació en Nápoles en 1474 y, en 1492, fue unido en matrimonio por su abuelo a Battistina Cibo Usodimare, sobrina del papa Inocencio VIII, la que murió poco después de la boda. El joven viudo ingresó entonces en la prelatura y, en 1494, fue nombrado cardenal por el papa español Alejandro VI Borgia, quien lo dotó con varios obis­pados y muchos beneficios eclesiásticos. Nuevos beneficios le fue­ron concedidos sucesivamente por los papas Julio II y León X, de manera que, hacia el fin de su vida en 1519, podía contar en su activo con las rentas de nueve obispados, casi todos en Italia me­ridional. En 1508, además, tras la muerte de la hermana de su abuelo, Beatriz de Aragón, viuda del rey de Hungría Matías Cor­vino, heredó la suma bastante considerable de 40.000 ducados.

Era un cardenal bien dotado de medios económicos, famoso por el fasto de su vida y muy conocido en Roma, donde obvia­mente se había establecido, atraído también por sus amantes. De una de ellas, que lo fue durante mucho tiempo, la cortesana Giulia Campana, tuvo una hija, cortesana a su vez, quien en su honor fue llamada Tulia de Aragón y así pasó a la historia. La hija gozó de una instrucción refinada, digna de la de su padre y

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permanecería célebre en los anales de la vida cortesana de Roma por el alto grado de su cultura y su conocimiento del latín. El cardenal era hombre de buena educación, de gustos refinados, de vastos intereses por las letras y las artes, y sabía incluso dibu­jar. Tal cual afirmó el holandés Cornelius de Fine, quien vivía entonces en Roma como él, el cardenal de Aragón resplandecía en la ciudad eterna por su cultura, pero también por su mece­nazgo, visto que mantenía y protegía a más de un literato.

En su calidad de cardenal, fue uno de los grandes electores de León X, de quien pasó a ser uno de los más cercanos confi­dentes, compañero habitual de cacerías y avezado organizador de sus batidas. En la corte conoció muy pronto al hermano del nuevo papa, Giuliano de Medici, con quien tejió relaciones de amistad al punto de que, en octubre de 1513, promovió su de­signación como rey de Nápoles. En septiembre de 1514, el papa lo nombró legado en la Marca. Sin embargo, con el pasar de los años, las relaciones entre ambos comenzaron a arruinarse y em­peoraron al extremo de que, en abril de 1517, Luis fue sospechoso de haber participado en la conjura organizada por el cardenal Alfonso Petrucci para matar a León X. La conspiración fue des­cubierta muy pronto, Petrucci ajusticiado y los otros cardenales que lo habían ayudado eliminados de varias maneras. Pero nin­guna medida fue adoptada contra el cardenal de Aragón, porque evidentemente no pudo probarse de modo alguno que se hubiese solidarizado con los conjurados. De hecho, a mediados de abril, se difundió la noticia de que intentaba realizar un viaje a Flan­des con el fin de rendir homenaje al rey de España y futuro emperador Carlos V, pariente suyo. Está claro que el prudente cardenal prefería cambiar de aire y, al alejarse de Roma, cortar por lo sano con las habladurías.

Partió en la última semana de abril y se dirigió a Ferrara para visitar a su primo, el duque Alfonso I de Este, hijo de su tía

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Eleonora de Aragón. Desde allí, el 8 de mayo de 1517, inició el gran viaje por Europa occidental. Fue a Austria, Alemania, los Países Bajos y Francia en un viaje de placer, dedicado a conocer países lejanos con particular detenimiento ante las obras de arte por las que tenía un gran interés. De este viaje, su secretario, el clérigo de Molfetta Antonio de Beatis, compuso un diario, en el cual anotó cotidianamente los lugares visitados y los encuen­tros con las personalidades más relevantes. Al regreso de la ex­cursión y tras la muerte del cardenal en 1519, De Beatis retornó a su ciudad natal de Molfetta. Allí, en 1521, cuatro años después del viaje, reelaboró sus apuntes en una versión orgánica que transcribió en dos códices por propia mano. La lengua adoptada fue el toscano con fuertes y continuas inflexiones dialectales de Nápoles y Apulia. Remitió el diario de viaje, fechado en Molfetta el 20 de julio de 1521, a Antonio Seripando, quien también había sido secretario del cardenal de Aragón.

El mayor interés del documento se encuentra en las obras de arte que el cardenal quería admirar y que el secretario describió y comentó. De tal suerte, cerca de Innsbruck, el prelado y la comitiva de unas cuarenta personas que componían su séquito, fueron a visitar la fundición que el emperador Maximiliano I había mandado instalar en Muehlau para fundir la estatua de bronce destinada a su monumento en la capilla imperial de la iglesia de corte en Wiener Neustadt. De Beatis anotó que el em­perador había hecho fundir ya las primeras once estatuas de sus predecesores y otros parientes de la casa de Habsburgo, obras que Antonio encontró muy hermosas. En Augsburgo, vieron el palacio de los Fugger, entre los más bellos de toda Alemania, adornado con mármoles preciosos, su fachada pintada con his­torias curiosas y el techo enteramente recubierto de cobre. En el convento de los carmelitas, había una capilla con pavimentos de mármol y de mosaico, y espléndidas pinturas en el altar. En

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Nuremberg, encontraron la corona de Carlomagno, “toda de oro y con muchas gemas muy preciosas”. En Maguncia dejaron los caballos y continuaron su viaje en dos barcas por el Rin. El trecho del río hasta Colonia suscitó una enorme admiración, tanta que De Beatis quiso describirlo atentamente:

Por ser esta vista del Rin desde el final de Maguncia hasta Colonia, la más bella que yo haya visto hasta ahora y no espero ver nunca de cualquier otro río que se quiera, me parece con­veniente y debido describirla. A una y a otra parte del dicho río, hay viñedos y a cinco millas de Maguncia las colinas a uno y otro lado están todas plantadas de viñas que se extien­den hasta tres millas italianas de Colonia. De media en media milla, también italianas, hay en una ribera y la otra doscien­tos treinta y cinco caseríos y quince sitios amurallados, de los cuales algunos pertenecen al arzobispo de Maguncia, otros al obispo de Colonia, al obispo de Tréveris y al conde Palatino, más varios castillos pequeños puestos sobre elevaciones y fortalezas según es costumbre en Alemania, que son propie­dad de privados gentilhombres.

El interés artístico volvió a prevalecer en Aquisgrán, donde visi­taron la catedral construida por Carlomagno y el cuerpo de éste reposaba en un sarcófago antiguo. Sucedió así que De Beatis se encontró describiendo por primera vez, sin saberlo, el precioso sarcófago del siglo ii d.C., historiado con la representación El rapto de Proserpina. En Bruselas, visitaron el Palacio del conde de Nassau, donde se conservaba una gran colección de pintores flamencos. De Beatis recordó algunos cuadros entre los más fa­mosos, como Hércules y Deyanira, de Mabuse, el Juicio de París, de Gossaert, y por fin, el grandioso cuadro de Jerónimo Bosch, las Delicias terrestres. Se trata de señalamientos rarísimos en la