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Schiller, Friedrich - El visionario Ed. Icaria 1986.pdf

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  • FRIEDRICHSCHILLER

    EL V I S I O N A R I ONOVI I A

    ICARIAJQitemm

  • Friedrich Schiller.Litografa segn el dibujo en tiza de Ludovike Simanowitz, 1793

  • FRIEDRICH SCH ILLER

    EL VISIONARIO

    Novela

    CAMAVIr ir tti/i

  • Traduccin del alemn Antonio Bueno

    La traduccin de la presente obra ha sido realizada con la ayuda de la institucin INTER NATIONES.

    Ttulo original: Der Geisterseher Primera publicacin en forma de libro: Editorial Goschen, Leipzig 1789.

    de esta edicinICARIA Editorial. S. A.Calle de la Torre. 14 - 08006 Barcelona

    Esta coleccin es propiedad de BOSCH Casa Editorial, S. A.

    Primera edicin: marzo 1986

    ISBN: 84-7426-115-5 Dep. legal: B-4177-86 Fotocomposicin: Rpid-Text Calle Xiquets de Valls. 3 - 08012 Barcelona Impresin y encuadernacin:Industrias Grficas ParejaCalle Montaa, 16 - 08026 Barcelona

    Impreso en Espaa Printed in Spain

  • INDICEPrimer Libro . . . Segundo Libro . . Dilogo filosficoTabla cronolgica de la vida de Schiller B ib lio g rafa ......................................

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  • PRIMER LIBRO

    Voy a relatar un acontecimiento que a muchos parecer increble, y del cual yo mismo fui en gran parte testigo ocular. Para aquellos pocos, que estn al corriente de ciertos sucesos polticos, les ofrecer caso de que estas hojas les encuentren todava en vida una oportuna aclaracin; e incluso sin esta clave ser quizs de importancia para los restantes, como contribucin a la historia del fraude y de la aberracin del espritu humano. Nos asombraremos ante el atrevimiento de los fines que la malicia es capaz de idear y proseguir; nos asombraremos ante la extravagancia de los medios que puede movilizar para asegurarse sus fines. La estricta y pura verdad dirigir mi pluma, pues cuando estas hojas vean la luz, ya no estar en este mundo y no tendr nada que ganar o perder a causa del informe que aqu doy.

    Fue en el viaje de vuelta hacia Kurland, en el ao 17** por la poca de carnaval cuando visit al prncipe de ** en Venecia. Nos habamos conocido en el frente de ** y ahora renovamos la relacin que la paz haba interrumpido. Como yo de todos modos deseaba ver lo notable de esta ciudad y el prncipe tan slo esperaba un envo de pagars para volver a **, me persuadi sin dificultad para que le sirviera de compaa y aplazara en tanto mi partida. Convinimos en no separamos mientras durara nuestra estancia en Venecia, y el principe tuvo la amabilidad de ofrecerme su propia vivienda en el Moro.

    Como quera vivir para s mismo y lo escaso de su renta tampoco le hubiera permitido sostener la nobleza de su rango, viva aqu en el ms absoluto incgnito. Dos caballeros, a cuya discrecin poda confiarse plenamente, eran junto a algunos leales servidores todo su squito. Evitaba la ostentacin ms por temperamento que por ahorro. Re

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  • hua las diversiones; a sus treinta y cinco aos de edad haba resistido a todos los atractivos de esta voluptuosa ciudad. Hasta ahora el bello sexo le haba resultado indiferente. Profunda seriedad y una apasionada melancola dominaban su carcter. Aunque tenaz hasta la exageracin. sus apetitos eran moderados; su eleccin lenta y tmida. sus apegos clidos y duraderos. En medio de una alborotada multitud caminaba solitario; cerrado en su mundo de fantasa era muy a menudo un extranjero en lo real. Nadie estaba mejor dotado que l para dejarse dominar sin por ello ser dbil. Una vez convencido era entonces firme e inquebrantable, y posea igualmente gran arrojo tanto para luchar contra un reconocido prejuicio como para morir por otro.

    Como tercer prncipe de su casa no tena perspectiva probable de gobernar. La propia ambicin no haba despertado nunca, sus pasiones haban tomado otro rumbo. Contento de no depender de ninguna voluntad ajena, no senta tentacin alguna de dominar sobre otros: la tranquila libertad de la vida privada y el goce del trato ingenioso delimitaban todos sus deseos. Lea mucho, aunque sin criterio; una educacin negligente y un temprano servicio en el frente haban impedido que la madurez llegara a su espritu. Al no sustentarse sobre base firme alguna, todos los conocimientos de los que en adelante se haba nutrido tan slo acrecentaron el embrollo de sus conceptos.

    Era protestante como toda su familia, por nacimiento, que no por reflexin, cosa sta que nunca haba llevado a cabo, a pesar de que en cierta poca de su vida haba sido un religioso apasionado. Que yo sepa nunca se ha hecho masn.

    Una noche, mientras pasebamos como de costumbre enmascarados y apartados por la plaza de San Marcos empezaba a hacerse tarde y el gento se haba disuelto cay el prncipe en la cuenta de que una mscara nos segua a todas partes. La mscara era un armenio e iba solo. Apuramos el paso y mediante frecuentes cambios en nuestro camino intentamos confundirle fue en vano, la mscara se mantuvo pegada a nuestros talones. Desde luego que no ha tenido usted aqu ninguna intriga?", me dijo finalmente el prncipe. En Venecia, los hombres casados son peligrosos. No estoy en relaciones con ninguna dama. di por respuesta. Sentmonos aqu y hablemos ale

    lo

  • inn. continu. Se me antoja que se nos toma por otros. Nos sentamos en un banco de piedra y esperamos a que la mscara pasara. Esta vino directamente hacia nosotros y. arrimndose al prncipe, tom asiento. Este sac el reloj y en voz alta me dijo en francs, al tiempo que se levantaba: las nueve pasadas. Vayamos. Nos estamosolvidando que nos esperan en el Louvre. Dijo esto solamente para apartar a la mscara de nuestro camino. Las nueve, repiti sta en la misma lengua, despacio y enfticamente. Felictese, prncipe (nombrndole por su verdadero nombre). l ha muerto a las nueve. Dicho esto se levant y se fue.

    Nos miramos consternados. Quin ha muerto? dijo finalmente el prncipe tras un largo silenco. Vayamos tras la mscara, dije, y exijamos una aclaracin. Repasamos todos los rincones de la plaza de San Marcos: la mscara haba desaparecido. Descontentos, volvimos a nuestra hospedera. De camino, el prncipe no me dirigi ni una palabra, caminaba apartado y solo y pareca librar una violenta batalla, y efectivamente fue as. como me confes ms tarde.

    Una vez en casa, abri por primera vez la boca. Desde luego es ridculo", dijo, que un demente perturbe con dos palabras la paz de un hombre. Nos deseamos buenas noches. y tan pronto como estuve en mi habitacin, tom nota en mi cuaderno del da y la hora en que todo haba ocurrido. Era un jueves.

    Al da siguiente por la tarde me dijo el prncipe: No nos damos una vuelta por la plaza San Marcos para buscar a nuestro enigmtico armenio? A pesar de todo me tiene intrigado el desarrollo de esta comedia." Yo estaba de acuerdo. Permanecimos en la plaza hasta las once. El armenio no apareci por ninguna parte. Sin mejor xito, las cuatro noches siguientes repetimos lo mismo.

    Cuando en la sexta noche abandonbamos nuestro hotel, tuve la ocurrencia si instintiva o intencionadamente, no recuerdo de notificar a los criados dnde se nos podra encontrar caso de que alguien preguntara por nosotros. El prncipe se dio cuenta de mi previsin y la aprob con gesto sonriente. Cuando llegamos a la plaza San Marcos, haba un gran gento. Apenas habramos dado treinta pasos, cuando repar de nuevo en el armenio, quien apresuradamente se abri paso en la aglomeracin

    ll

  • al tiempo que con los ojos pareca buscar a alguien. Estbamos precisamente a punto de alcanzarlo, cuando, sin aliento, el barn de F**, del squito del prncipe, vino hasta nosotros e hizo a ste entrega de una carta. Est sellada en negro, recalc. Hemos supuesto que era urgente. Estas palabras me golpearon como un rayo. El prncipe se coloc junto a una farola y comenz a leer. Mi primo ha muerto, exclam. Cundo? le interrump con vehemencia. Mir la carta nuevamente. El jueves pasado. A las nueve de la noche.

    No habamos tenido tiempo de reponernos de nuestro estupor, cuando ya estaba el armenio detrs de nosotros. Aqu ha sido usted descubierto, su excelencia, dijo al prncipe. Apresrese y vuelva al Moro. All encontrar a los diputados del senado. No vacile en aceptar el honor con que se le quiere dispensar. El barn de F** ha olvidado decirle que sus pagars han llegado. Se perdi entre la multitud.

    Corrimos hacia nuestro hotel. Todo se encontraba tal y como el armenio haba anunciado. Tres nobles de la repblica esperaban preparados para darle la bienvenida al prncipe y conducirle de gala oficial hasta la asamblea en donde le esperaba la alta nobleza de la ciudad. Apenas tuvo tiempo de darme a entender con una ligera sea que le esperase despierto.

    Volvi alrededor de las once de la noche. Serio y pensativo, entr en la habitacin y, una vez que hubo despachado al servicio, me tom la mano. Conde, dijo con las palabras de Hamlet. hay ms cosas en el cielo y sobre la tierra que en nuestras filosofas ni soaramos.

    Excelencia, respond, parece usted olvidar que se va a la cama enriquecido por una gran expectativa. (El difunto era el prncipe heredero, nico hijo del regente *** , que viejo y enfermo no tena ya esperanza de sucesin propia. Un to de nuestro prncipe, asi mismo sin herederos ni perspectivas de tenerlos, quedaba ahora slo entre ste y el trono. Menciono esta circunstancia, pues en lo que sigue se hablar al respecto.)

    No me lo recuerde", dijo el prncipe. Y si hubiera sido ganada para m una corona, tendra ahora ms que hacer, que pensar en esa pequeez... Si ese armenio ha dicho ms que simples conjeturas...

    Cmo es eso posible, prncipe?, intervine.

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  • Si as fuera, renunciara en favor de usted a todas mis aspiraciones sucesorias por un hbito de monje.

    La noche siguiente nos encontrbamos en la plaza San Marcos ms temprano que de costumbre. Un repentino chaparrn nos oblig a entrar en un caf donde se jugaba. El prncipe se coloc tras el asiento de un espaol y observ el juego. Yo fui hasta una habitacin contigua en la que le los peridicos. Al poco rato o alboroto. Antes de la llegada del prncipe, el espaol haba perdido continuamente, ahora ganaba en todas las cartas. Todo el juego haba cambiado sorprendentemente y la banca se hallaba en peligro de ser desfalcada por el apostador, cuyo afortunado giro le haba hecho ms audaz. El veneciano que tena la banca dijo en tono insultante al prncipe que perturbaba la buena suerte y que deba abandonar la mesa. ste le mir indiferente y permaneci; mantuvo la misma compostura cuando el veneciano repiti en francs los insultos. Este ltimo pensaba que el prncipe no entenda ninguna de las dos lenguas y, con risa llena de menosprecio se dirigi hacia los restantes: Dganme ustedes, seores mos, cmo podra hacerme entendible a este balor- do?". AJ mismo tiempo se levant y quiso agarrar al prncipe del brazo, ste perdi entonces la paciencia, cogi con fuerza al veneciano y lo lanz al suelo sin contemplaciones. Toda la casa se puso en movimiento. Con el alboroto entr precipitadamente e instintivamente le llam por su nombre. Tenga cuidado, prncipe, y aad irreflexivamente, estamos en Venecia. El nombre del prncipe produjo un silencio general del que pronto surgi un murmullo que me pareci peligroso. Todos los italianos presentes, apindose en corros, se hicieron a un lado. Uno tras otro abandonaron la sala, hasta que ambos nos encontramos a solas con el espaol y algunos franceses. Est usted perdido, excelencia, dijeron stos, si no abandona inmediatamente la ciudad. El veneciano, a quien ha tratado tan inconvenientemente, es rico y goza de buena reputacin; no le costara ni cincuenta cequis hacerle desaparecer de este mundo. Para seguridad del prncipe, el espaol nos ofreci llamara la guadia y acompaarnos personalmente hasta casa. Lo mismo queran hacer los franceses. An sin movemos, estbamos pensando lo que podamos hacer, cuando se abri la puerta y entraron algunos servidores de la inquisicin. Nos mostraron

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  • una orden del gobierno, que nos obligaba a ambos a seguirles sin demora. Bajo fuerte escolla nos condujeron hasta el canal. Ah nos esperaba una gndola en la que debamos tomar asiento. Antes de apeamos nos vendaron los ojos. Se nos condujo por una gran escalera de piedra y despus a travs de un largo y tortuoso pasillo por encima de bvedas subterrneas, segn conclu por los mltiples ecos que resonaban bajo nuestros pies. Finalmente llegamos ante otra escalera que descenda veintisis escalones. Aqu se abra una sala en donde se nos quit la venda de los ojos. Nos encontrbamos en un crculo de venerables ancianos, todos vestidos de negro; lienzos negros que colgaban por toda la sala, un silencio de muerte en la reunin y la escasa iluminacin; todo el conjunto produca una impresin espantosa. Uno de los ancianos, supuestamente el supremo inquisidor, se acerc al prncipe y, mientras el veneciano era conducido ante l, le pregunt con aire solemne:

    Reconoce usted a este sujeto por la misma persona que le ha insultado en el caf?

    S", respondi el prncipe.A continuacin, se volvi aquel hacia el preso: Es

    sta la misma persona que usted quera hacer matar hoy por la noche?"

    El preso respondi afirmativamente.Al instante se abri el crculo, y vimos con horror c

    mo le separaban al veneciano la cabeza del tronco. Se da usted por satisfecho con este desagravio? pregunt el inquisidor. El prncipe yaca sin sentido en los brazos de sus acompaants. Vyanse ahora, continu aquel con voz terrible dirigindose a m, y en el futuro juzgue usted menos precipitadamente sobre la justicia en Vcne- cia.

    Quin fue el secreto amigo, que por medio del rpido brazo de la justicia nos haba salvado de una muerte cierta, no lo podamos adivinar. Pasmados de susto llegamos a casa. Era despus de la medianoche. El ayudante de cmara de Z ** nos esperaba en la escalera con impaciencia.

    Qu bien que haya enviado recado!, dijo al prncipe al tiempo que nos iluminaba. De otro modo, una noticia que inmediatamente desde la plaza San Marcos trajo a casa el barn de F**. nos hubiera infundido el miedo ms mortal por usted."

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  • Recado? Cundo? No s nada de eso.Esta noche sobre las ocho. Mand recado de que no

    nos preocupramos en caso de que usted volviera tarde a casa.

    En esto me mir el prncipe. Quizs ha despachado usted esta diligencia sin mi conocimiento.

    Yo no saba absolutamente nada.Sin embargo, as debe ser, su alteza, dijo el ayuda de

    cmara, ya que aqu est su reloj, que usted hizo mandar por seguridad. El prncipe palp el bolsillo en el que sola llevar el reloj. Efectivamente, haba desaparecido, y reconoci aqul como el suyo. Quin lo trajo?, pregunt con perplejidad.

    Una mscara desconocida con ropas de armenio que se alej inmediatamente.

    Inmviles, nos miramos. Qu piensa usted?, dijo finalmente el prncipe despus de un largo silencio. Tengo aqu, en Venecia. algn oculto vigilante.

    La terrible escena de la noche caus al prncipe unas fiebres que le obligaron a guardar cama durante ocho das. En este tiempo, se llen nuestro hotel de propios y extraos atrados por la ya descubierta posicin social del prncipe. Cada uno a su manera buscaba la forma de hacerse notar y todos rivalizaban entre s por ofrecer sus servicios. El caso precedente con la inquisicin no fue nombrado nuevamente.

    Puesto que la corte de ** quera todava atrasar la marcha del principe, algunos cambistas de Venecia tenan instrucciones de satisfacerle importantes sumas. Contrariamente a su voluntad se vea en posicin de prolongar su estancia y, ante su ruego, tambin yo resolv posponer mi marcha.

    Tan pronto como estuvo en condiciones de poder dejar la cama, el mdico le persuadi para que se diera un paseo en barca por el Brenta con el fin de cambiar de aires. El tiempo era claro y la excursin fue bien recibida. Cuando estbamos por abordar la gndola, el prncipe ech en falta la llave de una pequea gaveta que contena papeles muy importantes. Inmediatamente volvimos para buscarla. Se acord con claridad de haber cerrado la gaveta el da anterior y de no haber salido desde entonces de la habitacin. Pero toda bsqueda fue en vano; tuvimos que renunciar para no perder ms tiempo. El prn

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  • cipe, cuya alma estaba por encima de toda malicia, la declar por perdida y nos pidi no hablar ms del asunto.

    El camino era sumamente agradable. Un paisaje de pintura que a cada vuelta del ro pareca superarse en riqueza y hermosura. El cielo ms limpio posible, que en pleno mes de febrero reproduca un da de mayo. Deliciosos jardines y casas de campo de muy buen gusto que, sin nmero, adornaban ambas orillas del Brenta. A nuestra espalda la majestuosa Venecia con cientos de torres y mstiles que brotaban de las aguas; todo ello nos ofreca el espectculo ms soberbio de la tierra.

    Nos abandonamos por completo al encanto de esta bella naturaleza, nuestro humor era del mayor contento, el propio prncipe perdi su seriedad y rivalizaba con nosotros con alegres bromas. Llegaban hasta nosotros los sones de una msica festiva cuando, a unas millas italianas de la ciudad, hicimos tierra. Vena de una pequea aldea en donde haba feria; all pululaba gente de todo tipo. Una cuadrilla de muchachas y muchachos jvenes, todos vestidos teatralmente, nos dio la bienvenida con un baile de pantomima. Esta era una creacin nueva: gracia y ligereza animaban cada movimiento. Antes de que el baile llegara a su fin. pareci como si a la dirigente del mismo, que representaba una reina, la agarrara de repente un brazo invisible. Se qued como sin vida y con ella todo el conjunto. Call la msica. En toda la reunin no se escuchaba un solo aliento, y all estaba ella, la mirada clavada en la tierra en profundo pasmo. De repente, en la furia del xtasis volvi en s, mir salvajemente en derredor: Un rey est entre nosotros, grit, se arranc la corona de la cabeza y la deposit a los pies del prncipe. Todos los que all estaban dirigieron entonces los ojos hacia l, largo tiempo inciertos sobre si haba algn sentido en esta bufonada. tanto haba ilusionado la emptica seriedad de aquella actriz. Un aplauso general interrumpi finalmente el silencio. Busqu al prncipe con los ojos. Me di cuenta de su no pequea turbacin y de su esfuerzo por evadirse de las inquisitivas miradas de los espectadores. Lanz dinero entre aquellos muchachos y se apresur a salir de la aglomeracin.

    Habamos dado unos pocos pasos, cuando un reverendo descalzo se abri paso entre la gente y se interpuso en el camino del prncipe. Seor, dijo el monje, dale a la ma-

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  • dona de tu riqueza pues necesitars de sus plegarias. Dijo esto en un tono que nos dej confusos. Desapareci arrastrado por el gento.

    Entretanto nuestro squito se haba engrosado. Un lord ingls, a quien el prncipe ya haba visto en Niza, algunos mercaderes de Livomo, un cannigo alemn, un presbtero francs con algunas damas y un oficial ruso se haban juntado a nosotros. La fisonoma de este ltimo tena algo absolutamente inslito que atraa nuestra atencin. Nunca en mi vida haba visto tantos rasgos y tan poco carcter, tan atrayente benevolencia junto a tan repulsiva frialdad conviviendo en la cara de un ser humano. Todas las pasiones parecan haber hecho all mella y, sin ms. haber desaparecido nuevamente. Nada quedaba a excepcin de la tranquila y penetrante mirada de un perfecto conocedor del alma humana que ahuyentaba todo ojo en el que se fijaba. Este extrao ser nos segua desde lejos y pareca tomar parte, aunque de forma indolente, en todo lo que ocurra.

    Nos llegamos frente a una barraca donde se jugaba a la lotera. Las damas jugaron y losdems seguimos su ejemplo; tambin el prncipe pidi un billete. Gan una tabaquera. Cuando la abri, vi que retroceda y se pona plido. La llave estaba adentro.

    Qu significa esto? me dijo el prncipe en un momento en que nos vimos a solas. Una fuerza mayor nos persigue. Lo omnisciente teje a mi alrededor. Un ser invisible, del que no puedo escapar, vigila todos mis pasos. Tengo que encontrar al armenio y sacar de l algo en claro.

    El sol se inclinaba hacia el ocaso, cuando llegamos ante el pabelln de recreo en donde la cena estaba servida. El nombre del prncipe haba engrosado nuestra compaa hasta diecisis personas. Aparte de los antes citados, tambin se haban arrimado a nosotros un msico de Roma, algunos suizos y un aventurero de Palermo que llevaba uniforme y quera hacerse pasar por capitn. Fue decidido quedarse all hasta la noche y regresar a casa navegando con antorchas. La charla en la mesa fue muy animada, y el prncipe no pudo dejar de contar el suceso de la llave que suscit la admiracin general. Se discuti a fondo sobre el asunto. La mayora de los all reunidos afirmaban que, sin duda, tras todas estas artes secretas se

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  • esconda un mero juego de manos; el presbtero, que ya haba trasegado mucho vino, desafi a todo el reino de los espritus; el ingls blasfemaba; el msico se haca cruces ante el diablo. Unos pocos, entre los que se contaba el prncipe, opinaban que sobre tales materias no se deban precipitar juicios; mientras tanto, el oficial ruso charlaba con las mujeres y no pareca prestar atencin a lo que all se discuta. Con el calor de la discusin nadie se dio cuenta de que el siciliano haba salido. Pasada una media hora volvi envuelto en un abrigo y se coloc tras la silla del francs. Usted ha expresado antes la osada de poder entrar en batalla con todos los espritus; quiere usted intentarlo con uno?.

    Venga esa mano! dijo el presbtero, si usted se encarga de hacerlo venir aqu.

    Eso quiero", contest el siciliano (dirigindose a nosotros), cuando nos hayan dejado estas damas y estos caballeros."

    Por qu? exclam el ingls. Un espritu valiente no se atemoriza a causa de una alegre reunin.

    Yo no respondo de lo que pase, dijo el siciliano.Por el amor de Dios! No! exclamaron las mujeres

    presentes en la mesa y se levantaron asustadas de sus asientos.

    Haga venir a su espritu dijo testarudo el presbtero; "pero advirtale de antemano que aqu hay hojas bien afiladas (en esto pidi la daga a uno de los huspedes).

    Puede usted actuar como le plazca cuando sea el momento", respondi framente el siciliano, "si despus le queda todava humor para ello. Entonces se volvi hacia el principe. Excelencia, le dijo, usted afirma que su llave ha estado en manos ajenas. Sospecha usted de alguien?

    No.Ni siquiera la ms leve intuicin?S tuve, por cierto, una ocurrencia.Reconocera usted a la persona si la viera ante s?Sin duda.Tir, entonces, el siciliano de su abrigo y extrajo un es

    pejo que sostuvo ante los ojos del prncipe.Es ste?El prncipe, asustado, dio un paso atrs.Qu ha visto? pregunt.

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  • Al armenio.El siciliano ocult de nuevo su espejo bajo el abrigo.

    "Era la misma persona que usted pensaba? preguntaron al prncipe todos los reunidos.

    La misma.Al or esto las caras se demudaron y se detuvieron'las

    risas. Todos los ojos se dirigieron llenos de curiosidad hacia el siciliano.

    Monsieur l'Abb. la cosa se pone seria, dijo el ingls; "le aconsejo que empiece a pensar en la retirada.

    Este tipo tiene el diablo en el cuerpo, grit el francs y sali corriendo de la casa, las mujeres se precipitaron entre gritos hacia la puerta de la sala, el msico las sigui, el cannigo alemn roncaba en un silln, el ruso permaneca como hasta entonces: sentado con aire de indiferencia.

    "Tal vez su intencin fuera solamente ridiculizar a un fanfarrn, reanud el prncipe una vez hubieron salido los otros, o quiere usted todava mantener la palabra que nos ha dado?

    Es cierto", dijo el siciliano. Con el presbtero no lo pensaba ciertamente, le hice la propuesta tan slo porque tena la entera certeza de que el cobardica no me tomara la palabra. La cosa es en s misma demasiado seria como para andarse con bromas.

    Por tanto usted admite que est en su mano el poder de...

    El mago call un largo rato en el que pareca escrutar con los ojos al prncipe.

    S, respondi finalmente.La curiosidad del prncipe estaba en su ms alto grado

    de tensin. Estar en contacto con el mundo de los espritus. haba sido una vez su pasin favorita, y desde la primera aparicin del armenio todas aquellas ideas que su razn ms madura haba rechazado desde haca tiempo, acudieron de nuevo a su cabeza. Se apart con el siciliano, y le escuch negociar con l muy interesadamente.

    "Ante s tiene usted a un hombre, continu, que arde de impaciencia por llegar a alguna certeza sobre esta importante materia. Yo le abrazara como a mi bienhechor, como a mi mejor amigo, que ha disipado mis dudas y apartado la venda de mis ojos. Querr usted hacerme acreedor de tan gran merecimiento?

    Qu exige usted de mi? dijo pensativo el mago.

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  • "Por ahora tan slo una prueba de su arte. Djeme ver una aparicin.

    A qu nos llevara tal cosa?As podra usted juzgar desde un mejor conocimiento

    de mi persona, si merezco o no enseanzas superiores.Le estimo en lo mejor, excelencia. Cierta fuerza escon

    dida en su rostro, que ni usted mismo conoce todava, me ha ligado a usted desde la primera mirada. Es usted ms poderoso de lo que cree. Puede usted disponer a placer de todo mi poder. Pero..."

    Hgame ver entonces una aparicin.Pero antes debo tener la certeza de que la peticin

    que me formula no proviene de la curiosidad. Aunque las fuerzas invisibles me obedecen, hasta cierto punto, es condicin sagrada que no profane los sagrados secretos, que no haga abuso de mi poder.

    Mis intenciones son las ms puras. Quiero la verdad.En eso dejaron el lugar donde estaban y se acercaron

    a una ventana alejada donde ya no les poda escuchar. El ingls, que tambin haba seguido la conversacin anterior, me llev aparte.

    Vuestro prncipe es un hombre de noble espritu. Lamento que trabe relaciones con un estafador.

    Todo depender, dije, de cmo salga el prncipe del asunto.

    Sabe usted? dijo el ingls. Ahora, el pobre diablo se est haciendo valer. No sacar su arte a relucir hasta no escuchar el tintineo de las monedas. Hay nueve de los nuestros. Hagamos una colecta y as mediante un alto precio le induciremos a la tentacin. Con esto se romper la crisma y se le abrirn los ojos a vuestro prncipe.

    "Estoy de acuerdo."El ingls lanz seis guineas en un plato y empez a

    hacer la colecta. Todos dieron algunos luises; el ruso, en particular, pareca estar sumamente interesado por nuestra propuesta, deposit en el plato un billete de cien ceques, prodigalidad que dej asombrado al ingls. Llevamos la colecta al prncipe. Tenga la bondad, dijo el ingls, de mediar por nosotros ante este caballero, que nos permitir asistir a una muestra de su arte, para que acepte esta pequea demostracin de nuestro reconocimiento." El prncipe deposit adems un precioso anillo en el plato y se lo alcanz al siciliano. Este reflexion unos segundos.

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  • Muy seores mos y protectores, comenz, tanta generosidad me confunde. Parece ser que no me conocen bien, pero corresponder a su peticin. Su deseo ser cumplido. (Mientras deca esto toc una campanilla). En lo que respecta a este oro, sobre el cual no tengo derecho alguno, me permitirn que lo deposite en el claustro benedictino ms prximo para obras de caridad. Este anillo lo conservar como un entraable smbolo que me har recordar a tan digno prncipe.

    Lleg el hospedero y le entreg el dinero al instante. No obstante, es un canalla me dijo el ingls al odo.

    Rehsa el dinero porque tiene todava mayor inters en el prncipe.

    O el hospedero est conchabado con l, dijo otro. Quin desea usted? pregunt el mago ahora al prn

    cipe.El prncipe reflexion un instante. Mejor, ya de entra

    da, alguien prominente, exclam el lord. Incite al papa Ganganelli. Al caballero le costar el mismo esfuerzo.

    El siciliano se mordi los labios. No debo citar a nadie que haya sido ordenado con los hbitos.

    Tanto peor, dijo el ingls. Tal vez nos hubiramos enterado de qu enfermedad muri.

    El marqus de Lanoy, tom entonces la palabra el prncipe, era brigadier francs durante la pasada guerra y mi amigo de mayor confianza. En la batalla de Hastin- beck le inflijieron una herida mortal, le trajeron a mi tienda de campaa donde muri al poco rato en mis propios brazos. Ya a las puertas de la muerte me atrajo hacia s. Prncipe, comenz, no volver a ver mi patria; sepa usted por eso un secreto del que nadie, excepto yo, posee la clave. En un convento junto a la frontera con Flandes vive una..., y en este punto expir. La mano de la muerte rompi el hilo de su discurso; quiero que l est aqu y escuchar la continuacin.

    Por Dios que es mucho lo pedido!, exclam el ingls. Le tendr por un segundo Salomn si soluciona esta tarea.

    Nos admiramos ante la inspirada eleccin del prncipe y le dimos nuestra unnime aprobacin. Entretanto andaba el mago con fuertes pasos de un lado a otro y pareca vacilar en lucha consigo mismo.

    Y eso fue todo lo que el difunto le encomend? Todo.

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  • "No hizo usted ms pesquisas ai respecto en su patria?"Todas fueron en vano.Haba conducido su vida, el marqus de Lanoy, de

    modo intachable?... No puedo convocar a todos los muertos."

    Muri arrepentido de los excesos de su juventud.Lleva usted consigo acaso algn recuerdo de l?S." (El prncipe llevaba efectivamente una tabaquera

    en la que haba un retrato de esmalte en miniatura del marqus, y que. durante la cena, haba dejado expuesto junto a s.)

    No deseo saberlo... Djenme solo. Usted ver al difunto.

    Nos requiri que nos trasladramos al otro pabelln hasta que l nos llamara. Al mismo tiempo, hizo sacar todos los muebles de la sala, y cerr con meticulosidad ventanas y postigos. Al hospedero, que pareca estar de mutuo acuerdo con l, le orden traer un recipiente con carbn encendido y de apagar, uno por uno, todo fuego que ardiera en la casa. Antes de que nos hubiramos ido, nos pidi a cada uno en particular palabra de honor de observar eterno silencio sobre lo que habamos de very escuchar. Todas las habitaciones de este pabelln fueron acerrojadas tras nuestra salida.

    Eran pasadas las once y un profundo silencio reinaba en toda la casa. Al salir, el ruso me pregunt si tenamos con nosotros pistolas cargadas. Para qu?, dije. Por si acaso, replic. Espere un momento, quiero echar un vistazo." Se alej. El barn de F** y yo abrimos una ventana que daba, enfrente, al otro pabelln; nos pareci entonces or susurrar a dos personas y un ruido como si alguien estuviera colocando una escalera. Se trataba tan slo de una suposicin y yo no me atreva a darla por cierta. El ruso volvi con un par de pistolas, despus de ausentarse una media hora. Le vimos cargarlas. Seran las dos, cuando el mago apareci de nuevo y nos inform de que ya era el momento. Antes de entrar se nos recomend quitarnos los zapatos y comparecer en medias, camisa y paos menores. A nuestro paso se echaron, como la primera vez, los cerrojos a las puertas.

    Cuando volvimos a la sala nos encontramos con un amplio crculo trazado de manera que pudiramos caber cmodamente en l todos los diez que ramos. Alrededor

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  • de l haban sido levantadas las tablas del suelo, de manera que estbamos prcticamente sobre una isla. Un altar, cubierto de un lienzo negro, se eriga en medio del crculo; bajo l se haba extendido una alfombra de raso rojo. Sobre el altar, una biblia caldea estaba abierta junto a una calavera y tambin un crucifijo plateado que all harba sido colocado. En lugar de velas, arda alcohol en un recipiente de plata. Un humo denso de incienso obscureca la sala hasta casi sofocar la luz. El exorcista estaba desvestido como nosotros, pero totalmente descalzo; en el cuello desnudo llevaba una cadena con un amuleto de cabello humano, en la cintura traa ceido un mandil blanco marcado con figuras simblicas y cifras secretas. Nos orden que nos cogiramos de las manos y que observramos un profundo silencio; nos indic, sobre todo que no hiciramos ninguna pregunta a la aparicin. Al ingls y a m (ante quienes pareca abrigar la mayor desconfianza) nos solicit para que mantuviramos dos dagas desenvainadas. en cruz y sin moverlas, una pulgada por encima de su coronilla, en tanto durara la ceremonia. Estbamos alrededor de l formando una media luna, el oficial ruso se apret contra el ingls y se coloc junto al altar. El rostro dirigido a oriente, se situ el mago sobre la alfombra, roci agua bendita hacia las cuatro regiones del mundo y se inclin tres veces ante la biblia. Medio cuarto de hora dur el conjuro, del que no entendimos nada; al final del mismo hizo una seal a aquellos que estaban prximos detrs de l para que le sujetaran firmemente del pelo. Entre las ms violentas convulsiones llam al muerto tres veces por su nombre, y la tercera vez alarg la mano hacia el crucifijo...

    De repente sentimos todos a un mismo tiempo un golpe como de un relmpago, que nos desmand las manos; sbitamente, un trueno estremeci la casa, sonaron todas las cerraduras, todas las puertas batieron a la vez, la tapa de la lamparilla se cay, la luz se apag y en la pared opuesta sobre la chimenea se mostr una figura humana en sangrante camisa, plida y con el rostro de un moribundo.

    Quin me llama?, dijo una voz hueca apenas perceptible.

    Tu amigo, respondi el exorcista, que honra tu memoria y pide por tu alma, entonces pronunci el nombre del prncipe.

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  • Las respuestas se sucedan entre largos intervalos.Qu quiere?, continu la voz.Escuchar tu confesin hasta el final, la que has co

    menzado en este mundo y no has concluido."En un convento junto a la frontera con Flandes vive...Entonces retembl de nuevo la casa. Las puertas se abrie

    ron de par en par bajo la accin de un violento trueno, un relmpago ilumin la habitacin y otra forma corprea, sangrante y plida como la anterior, pero de peor aspecto, apareci en el umbral. El alcohol comenz de nuevo a arder por s mismo y la sala se ilumin como anteriormente.

    Quin hay entre nosotros?, grit el mago horrorizado lanzando una mirada de pavor hacia los reunidos. A ti no te he llamado.

    La aparicin march con paso suave y majestuoso derecho hasta el altar, se coloc sobre la alfombra frente a nosotros y agarr el crucifijo. A la primera figura no la volvimos a ver.

    Quin me llama?", dijo esta segunda aparicin.El mago empez a temblar con violencia. El pavor y el

    asombro nos tenan paralizados. Alcanc una de las pistolas, el mago me la arrebat de la mano y dispar contra la imagen. La bala rod lentamente sobre el altar, y la imagen inmutable emeigi del humo. Entonces el mago se desplom desmayado.

    Qu significa esto?, exclam el ingls lleno de asombro queriendo darle una estocada a la figura. Esta le toc el brazo y el acero cay al suelo. Un sudor fro me baaba la frente. El barn F** nos confes poco despus que haba rezado.

    Durante todo este tiempo el prncipe se mantuvo impvido y en silencio, los ojos clavados en la aparicin.

    S! te reconozco, exclam finalmente lleno de emocin, eres Lanoy, eres mi amigo...? De dnde vienes?

    La eternidad es muda. Pregntame sobre mi vida pasada.

    Quin vive en el claustro que me habas mencionado?

    Mi hija.Cmo? llegaste a ser padre?Me duele que lo fui demasiado poco!No eres feliz, Lanoy?

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  • Dios ha juzgado.Puedo prestarte todava algn servicio en este mun

    do?Ninguno mejor que pensar en ti mismo!Qu debo hacer?En Roma lo sabrs. *Entonces sigui otro trueno, una nube de humo negro

    llen la habitacin; una vez se hubo desvanecido, no pudimos ya encontrar ninguna imagen. Empuj uno de los postigos abrindolo. Era de da.

    En esto el mago se recuper de su aturdimiento. Dnde estamos?, exclam al distinguir la luz del da. El oficial ruso se arrim a su espalda y le mir por encima del hombro. Fullero, le dijo con mirada terrible, "ya no vas a llamar a ningn otro espritu.

    El siciliano se volvi, lo mir detenidamente a la cara, profiri un grito y cay a sus pies.

    Todos a un tiempo miramos al supuesto ruso. El prncipe reconoci en l con facilidad los rasgos de su armenio, y la palabra, que balbuciente le urga, se le muri en la lengua. El espanto y la sorpresa nos tena como petrificados.

    Mudos y quietos tenamos nuestros ojos fijos en aquel misterioso ser que nos traspasaba con una mirada de secreta fuerza e intensidad. Un minuto dur este silencio... y otro. Ni un resuello en toda la reunin. Unos fuertes golpes en la puerta nos devolvieron de nuevo a nosotros mismos. La puerta cay destrozada en la sala e irrumpieron servidores de la ley con la guardia. Por fin damos con ellos, todos reunidos!, exclam, dirigindose a sus acompaantes. iEn nombre del gobierno!", nos grit. Estis detenidos. No habamos tenido tiempo de recobramos, que en un abrir y cerrar de ojos nos vimos rodeados. El oficial ruso, a quien desde ahora vuelvo a nombrar por el armenio, se llev aparte al capitn de la patrulla y, tanto como la confusin me permiti, pude discernir que le deca secretamente algunas palabras al odo y que le mostraba algo escrito. Tan pronto como le dej, el alguacil con silenciosa y respetuosa reverencia se dirigi hacia nosotros quitndose su sombrero. Dispensen ustedes, caballeros, dijo, que les haya confundido con este estafador. No quiero preguntar quines son ustedes, pero este caballero me asegura que tengo ante m caballeros de honor. Al mis

    25

  • mo tiempo dio seal a sus acompaantes de que nos soltaran. Orden que ataran y vigilaran estrechamente al siciliano. El pjaro est frito, remarc. Llevamos ya siete meses en su persecucin.

    Este ser miserable era realmente objeto de la desgracia. El doble susto de la segunda aparicin y esta imprevista invasin le haban rendido las fuerzas. Se dej atar como un chiquillo; tena los ojos abiertos de par en par, en un rostro sin vida, y sus labios se estremecan en callados temblores sin producir sonido alguno. De un momento a otro esperbamos que estallara en convulsiones. El prncipe sinti compasin de su estado y tom a su cargo influir ante el servidor de la justicia para su puesta en libertad. Se dio a conocer.

    Su excelencia, di jo el capitn, sabe usted acaso quin es la persona por la que usted tan generosamente intercede? El fraude que pensaba jugar con ustedes, es su crimen ms insignificante. Tenemos a sus cmplices. Dicen cosas horribles de l. Se puede dar por contento si le envan a galeras.

    En esto vimos al hospedero que, junto a otros habitantes de la casa, era conducido atado con cuerdas por el patio. Tambin a ste?, exclam el prncipe. Cules son sus culpas? Era su cmplice y encubridor, respondi el capitn de la guardia, le resultaba de gran ayuda en sus escenitas de magia y rateras, y comparta con l el producto de su rapia. Pronto se convencer, excelencia (dirigindose a los que le acompaaban). Hay que registrar toda la casa y traerme inmediata noticia de lo que se encuentre.

    El prncipe busc entonces con la mirada al armenio, pero ste no estaba ya presente; en la general confusin que esta invasin haba causado, haba encontrado el medio para alejarse inadvertidamente. El prncipe estaba desconsolado; quera enviar a toda su gente tras l; l mismo quera ir a buscarlo y arrastrarme a m consigo. Corr a la ventana; por el rumor que este suceso haba provocado, la casa estaba rodeada de curiosos. Era imposible pasar a travs del gento. Le comuniqu al prncipe lo siguiente: Si este armenio tiene seria intencin de ocultarse de nosotros, no hay duda ninguna de que conoce los escondrijos mucho mejor que nosotros y que todas nuestras pesquisas seran en vano. Mejor quedmonos

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  • aqu, excelencia. Tal ve? este alguacil nos pueda decir algo ms sobre l, algo que, si no he visto mal. ya le ha descubierto antes.

    Entonces camos en la cuenta de que todava estbamos sin vestir. Corrimos a nuestras habitaciones para lanzamos con rapidez en nuestros vestidos. En cuanto volvimoswel registro de la casa haba terminado.

    Una vez se hubo quitado de en medio el altar y removido las tablas de la sala, se descubri una espaciosa bveda, en la que poda colocarse cmodamente una persona, provista de una puerta que a travs de unas estrechas escaleras conduca hasta la bodega. En esta bveda se encontraron una mquina elctrica, un reloj y una pequea campana de plata, la cual, al igual que la mquina elctrica, tena comunicacin con el altar y con el crucifijo que sobre l estaba colocado. El postigo de una ventana que estaba directamente enfrente de la chimenea haba sido horadado y provisto de un pasador para que, como ya antes habamos presenciado, ajustando una linterna mgica en su abertura, se proyectara sobre la pared encima de la chimenea la imagen deseada. De la buhardilla y la bodega trajeron varios tambores de los que colgaban amarradas con cuerdas gruesas bolas de plomo, al parecer para reproducir el sonido de los truenos que habamos escuchado. Ai registrar las ropas del siciliano encontraron en un estuche diversos productos, como mercurio en redomas y botes, fsforo en un envase de vidrio, un anillo, que reconocimos al instante por magntico pues permaneci sujeto a una bolita de hierro, despus de atraerla desde una corta distancia; en los bolsillos de la levita un rosario, una barba de judo, pistolas de bolsillo y una daga. Veamos si estn cargadas!", dijo uno de la guardia cogiendo una de las pistolas y disparando contra la chimenea. )es$ Mara! exclam una voz cavernosa, precisamente la que habamos escuchado con la primera aparicin; acto seguido vimos un cuerpo sangrante salir de la chimenea y desplomarse. An no encuentras tu paz, pobre espritu?, exclam el ingls mientras los dems nos apartbamos asustados. Vuelve a casa, a tu tumba. Has aparecido como lo que no eras; ahora sers lo que pareciste.

    Jess Mara! Estoy herido, repiti la persona en la chimenea. La bala se le haba incrustado en la pierna derecha. Al instante se ocuparon de que la herida fuera vendada.

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  • Pero quin eres t, y qu mente diablica te ha llevado a donde ests?

    Un pobre monje descalzo, respondi el herido. Un caballero desconocido me ha ofrecido un cequi para que yo...

    Para que recitaras alguna frmula? Y por qu no te has largado entonces inmediatamente?

    Me tena que dar una seal de cundo deba irme; pero la seal no se produjo y cuando quise apearme haban quitado la escalera.

    Y qu deca la frmula que te haba enseado?Le sobrevino entonces un desmayo al herido, nada ms

    se le poda sonsacar. Cuando lo observamos de' cerca pudimos reconocer al mismo que la tarde anterior se haba interpuesto en el camino del prncipe y le haba hablado tan solemnemente.

    Mientras tanto el prncipe se haba dirigido al capitn de la guardia. Usted nos ha..." dijo, colocndole algunas piezas de oro en la mano, nos ha rescatado de las manos de un estafador, sin nosotros saberlo, y nos ha hecho justicia. Nuestro agradecimiento ser total si nos descubre quin era el desconocido que con tan slo un par de palabras nos ha puesto a todos en libertad.

    A quin se refiere usted?, pregunt el capitn de guardia con una mueca que mostraba con claridad lo intil de la pregunta.

    Me refiero al caballero en uniforme ruso, el que se apart unos momentos con usted, le ense algo escrito y le dijo algunas palabras al odo tras lo cual nos solt usted inmediatamente.

    Por tanto, ustedes no conocen a ese caballero?, pregunt nuevamente el alguacil. No perteneca a su crculo?"

    No", dijo el prncipe, y por motivos muy importantes deseara conocerle mejor.

    "Tampoco yo le conozco bien. Respondi el alguacil. Su mismo nombre me es desconocido, y hoy ha sido la primera vez que lo he visto en mi vida.

    Cmo? y en tan poco tiempo, mediante un par de palabras ha podido ejercer tanta autoridad sobre usted, como para esclarecer tanto su propia inocencia como la de todos nosotros?

    Sin duda, mediante una nica palabra.

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  • Y sta era?... Confieso que deseo saberla.Este desconocido, excelencia, mientras, sopesaba las

    monedas en su mano usted ha sido demasiado generoso conmigo como para mantener ante usted el secreto por ms tiempo... el desconocido era... un oficial de la Inquisicin.

    La Inquisicin! El!Y no otra cosa, excelencia... de ello he quedado conven

    cido con el papel que me ha mostrado.Ese hombre, dice usted? No es posible.Le dir ms. excelencia. Precisamente l ha sido la per

    sona por cuya denuncia he sido enviado aqu a detener al invocador de espritus.

    Nos miramos con todava mayor sorpresa.Ahora podemos comprender, exclam Finalmente el

    ingls, el porqu el pobre diablo del exorcista se comport con tal terror cuando le mir de cerca a la cara. Le reconoci como espa y por eso dio aquel grito y cay a sus pies.

    De ningn modo, exclam el prncipe. Ese hombre es todo lo que l quiera ser y todo lo que la ocasin le haga ser. Lo que realmente es. no lo sabe ningn mortal. Vean sino, cmo se derrumb el siciliano cuando le grit al odo: Ya no invocars a ningn otro espirituF Detrs hay mucho ms. Nadie me convencer de que alguien pueda asustarse de esa manera ante algo de carcter humano.

    Al respecto nos podr informar mucho mejor el propio mago, dijo el lord, si, aqu, este caballero, dirigindose al capitn, quiere facilitarnos la ocasin de hablar con su detenido.

    El capitn de la guardia nos lo prometi y concertamos con el ingls visitarlo puntualmente al da siguiente por la maana. Entonces nos encaminamos de vuelta a Vene- cia.

    Al rayar la maana ya estaba all lord Seymour (tal era el nombre del ingls), y poco despus apareci una persona de confianza, que haba enviado el capitn, para conducirnos hasta la prisin. He olvidado relatar que ya desde haca algunos das, el prncipe haba notado la ausencia de uno de sus cazadores, oriundo de Bremen, que le haba servido lealmente durante muchos aos y que se haba ganado su entera confianza. Si le haba ocurrido alguna desgracia o haba sido secuestrado o si simplemente se haba descarriado. nadie lo saba. Para esto ltimo no exista nin

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  • guna razn aparente pues en todo momento haba sido una persona tranquila y ordenada, y nunca se le conoci tacha ninguna. Todo lo que sus camaradas podan recordar era que en el ltimo tiempo haba estado muy melanclico y que en cuanto sacaba un rato libre visitaba un cierto claustro de frailes menores en la Giudecca, en donde frecuentaba la amistad de alguno de los hermanos. Esto nos llev a la sospecha de que tal vez hubiera cado en manos de los monjes y se hubiera hecho catlico; y como el prncipe pensaba con indiferencia sobre esta materia, tras algunas pesquisas infructuosas, dio el asunto por terminado. Cierto que le dola la prdida de aquella persona que siempre haba tenido a su lado durante las campaas militares, mantenindose fiel y que en tierra extraa no era nada fcil de reemplazar. Pues bien, hoy. cuando estbamos ya a punto de irnos apareci el banquero del prncipe que tena el encargo de proveer un nuevo criado. Le present un hombre de mediana edad bien educado y correctamente vestido que haba trabajado largo tiempo al serviciode un procuradorcomosecretario, hablaba francs y algo de alemn, adems estaba provisto de las mejores referencias. Su fisonoma era agradable y como por otra parte aclar que su salario dependera de la satisfaccin del prncipe con sus servicios, ste le dio el empleo sin demora.

    Encontramos al siciliano en una celda privada en donde, segn dijo el capitn, haba sido instalado por deferencia al prncipe, antes de ser enviado bajo los techos de plomo, para los que ya no exista acceso ninguno. Estos techos de plomo son las crceles ms terribles de Venecia; bajo el tejado del palacio de San Marcos, en donde los desgraciados criminales sufren hasta llegara menudoa la locura a causa del calor abrasador del sol que se concentra en la superficie de plomo. El siciliano se haba repuesto del lance del da anterior, en cuanto vio al prncipe, se puso en pie sumisamente. Tena aherrojados un pie y una mano, pero de tal manera que poda caminar libremente por la habitacin. Cuando entramos, el vigilante se alej de la puerta.

    Vengo, dijo el prncipe una vez habamos tomado asiento, deseando de usted aclaracin sobre dos puntos. Con respecto a uno est usted en deuda conmigo, y no le supondr perjuicio ninguno si me satisface respecto al otro.30

  • Mi papel ha terminado", replic el siciliano. Mi destino est en sus manos."

    Slo su total franqueza, respondi el prncipe, lo puede aligerar.

    Pregunte, excelencia. Estoy dispuesto a responder, pues ya no tengo nada que perder.

    Usted me hizo ver el rostro del armenio en su espejo. Cmo lo logr?

    Loque usted vio no era un espejo. Le enga una simple pintura a pastel sobre vidrio que representaba a un hombre en ropas de armenio. Mi rapidez, la poca luz. su propio asombro facilitaron el engao. La pintura la encontrar entre las otras cosas que fueron requisadas en la hospedera.

    Pero cmo poda conocer tambin mis pensamientos como para acertar sobre el armenio?

    Eso no era difcil, excelencia. Sin duda, estando a la mesa, se le habr escapado ms de una vez algn comentario, en presencia de sus criados sobre lo que pas entre usted y ese armenio. Uno de mis hombres conoci casualmente en la Giudecca a un cazador que est a su servicio, a quien poco a poco supo sonsacar todo aquello que saba era de mi inters.

    Dnde est ese cazador?", pregunt el prncipe. Le echo en falta, y con toda seguridad sabe usted sobre su fuga.

    Le juro que sobre el asunto no s lo ms mnimo, excelencia. Yo mismo no lo he visto en mi vida y jams ha tenido con l otras intenciones ms all de lo que le acabo de comunicar.

    Contine, dijo el prncipe.Slo por este medio tuve noticia sobre su estancia y sus

    encuentros en Venecia, y al momento me decid a hacer uso de ello. Usted puede ver, excelencia, que le soy sincero. Supe de sus preparativos para la excursin por el Brenta; me mantuve alerta y una llave que por casualidad se le escap de las manos, me dio la primera ocasin de probar mi arte con usted.

    Cmo? Por tanto, tambin en esto estaba confundido? La escena de la llave fue obra suya y no del armenio? La llave, dice usted, se me cay de las manos?

    Cuando sac la bolsa. Y yo aprovech el momento en que nadie me miraba para ocultarla rpidamente con el

    31

  • pie. La persona que le proporcion el billete de lotera estaba de acuerdo conmigo. Le hizo tirar de uno de los puos en donde no haba premio alguno y en cuya caja estaba la llave mucho antes de que usted la ganara.

    Ahora lo entiendo. Y el monje descalzo que se me abalanz en el camino y me habl tan gravemente?

    Era precisamente el hombre que, segn he odo, sali herido de la chimenea. Es uno de mis camaradas que ya me haba rendido algunos buenos servicios bajo ese hbito.

    Pero con qu fin urdi usted todo esto?Para tenerle la mente ocupada, y as crearle un estado

    de nimo que le sensibilizara para los prodigios que tena en mente para usted.

    "Pero el baile de pantomima que tom un rumbo tan extrao, por lo menos ste no formaba parte de su engao?

    A la chica que representaba la reina, la haba aleccionado previamente y su papel era obra ma. Presuma que a su alteza no le sera pequea la extraeza al ser reconocido en aquella plaza y, perdneme, excelencia, la aventura con el armenio me dio esperanza de que estuviera usted ya preparado para rechazar interpretaciones naturales y aspirar hacia ms elevadas fuentes en lo sobrenatural.

    En efecto, exclam el prncipe con una mueca de disgusto y al mismo tiempo de estupefaccin, en efecto, exclam, lanzndome una mirada, eso no lo esperaba.

    Pero, continu despus de un largo silencio, cmo produjo la imagen que apreci sobre el muro encima de la chimenea?

    Por medio de la linterna mgica que estaba instalada en el postigo de la ventana de enfrente, en el cual ya percibieron la abertura.

    Pero cmo pudo ser que ninguno de nosotros lo notara antes?, pregunt lord Seymour.

    Usted recordar, excelencia, que, cuando ustedes volvieron, un denso humo de incienso obscureca la sala. Al mismo tiempo haba tenido la precaucin de apoyar las tablas, que haban sido quitadas, contra la ventana donde estaba adosada la linterna mgica; de esta manera impeda que el postigo les saltara a la vista. Adems la linterna permaneci oculta mediante una corredera, hasta que

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  • todos hubieron ocupado su lugar y ya no era de temer, por parte de ustedes, ningn registro ms de la habitacin.

    A m me pareci, intervine, cuando estando en el otro pabelln mir por la ventana, or en las cercanas de la sala colocar una escalera. Fue as?

    As fue. Precisamente esa escalera encaramaba a-mi ayudante hasta la ventana en cuestin para dirigir desde all la linterna mgica.

    La imagen continu el prncipe, pareca tener realmente una ligera similitud con mi difunto amigo; especialmente en que l era muy rubio. Fue mera casualidad o, si no, de dnde sac el dato?

    Su excelencia recuerda que, durante la cena, haba colocado cabe s, sobre la mesa, una caja en la que haba el retrato en esmalte de un oficial en uniforme**1'. Le haba preguntado si no tena consigo algn recuerdo de su amigo, a lo que me respondi afirmativamente; de lo que conclu que bien poda tratarse de la cajita. Retuve bien en los ojos la imagen, y como tengo buena disposicin para el dibujo y mucha maa en hallar los parecidos, me fue cosa fcil darle a la imagen esa pasajera similitud que usted tom por cierta; y ms cuanto que las facciones del marqus saltan a la vista con facilidad."

    Pero la imagen pareca en efecto moverse...As pareca, pero no era la imagen sino el humo ilu

    minado por el brillar de la misma.Y el individuo que cay de la chimenea, responda

    por la aparicin?Precisamente l."Pero si apenas poda escuchar las preguntas.Esto no era necesario. Usted recordar, excelencia, que

    les prohib a todos terminantemente dirigir pregunta alguna al espectro. Lo que yo preguntara y l deba responder estaba ya concertado; y para que no ocurriera error ninguno, le permit que mantuviera largas pausas, que deba medir con los latidos de un reloj.

    Usted dio orden al hospedero de extinguir minuciosamente con agua todo fuego que ardiera en la casa; sin duda esto era para..."

    "Para evitar a mi hombre el peligro de asfixiarse, ya que las chimeneas de la casa estn comunicadas y yo no estaba muy seguro con respecto a vuestros acompaantes.

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  • Pero, cmo poda ser, pregunt lord Seymour, que su espritu se presentara ni antes ni despus de que lo necesitara?

    Mi espritu estaba, antes de que lo invocara, desde haca un buen rato en la habitacin; pero tan dbil aparicin no se poda ver mientras ardiera el alcohol. Cuando termin con el ritual de mi exorcismo, dej caer el recipiente donde flameaba el alcohol, la sala qued a oscuras y entonces se pudo percibir la figura en la pared que, ya desde haca tiempo, all se reflejaba."

    Pero en el preciso instante en que apareci el fantasma, notamos cada uno de nosotros una descarga elctrica. Cmo produjo usted eso?

    Ustedes descubrieron la mquina bajo el altar. Tambin vieron que yo me coloqu sobre una estera de seda. Les dispuse a mi alrededor en forma de media luna y cogindose de las manos; poco despus, indiqu a uno de ustedes que me cogiera por el pelo. El crucifijo de plata era el conductor y cuando lo toqu con la mano sintieron ustedes la descarga.

    Nos orden al marqus de O ** y a m, dijo lord Seymour. mantener cruzadas por encima de su coronilla dos espadas desnudas mientras duraba el exorcismo. Para qu?

    Nada ms que para mantenerlos a ambos, en quienes tena muy poca confianza, ocupados durante la totalidad del acto. Recordarn que les precis con insistencia que mantuvieran una pulgada de separacin; de este modo, al tener ustedes que estar vigilando esa distancia, estaban impedidos para dirigir su vista a donde a m no me interesaba. Por aquel entonces no haba reparado todava en mi peor enemigo.

    Reconozco", exclam lord Seymour, que eso se llama actuar con cautela. Pero, por qu tenamos que estar sin nuestros vestidos?

    Para dar una mayor solemnidad a la ceremonia y, mediante lo inusual, excitar mejor su fantasa.

    La otra aparicin no dijo palabra, observ el prncipe, qu hubiramos sabido de ella?

    "Casi lo mismo que escucharon despus. Pregunt a su alteza, no sin intencin, si me haba dicho todo lo que el moribundo le haba transmitido y si no haba hecho ms averiguaciones al respecto en su patria; esto lo consider

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  • importante, para no chocar contra hechos que pudieran contradecir la declaracin de mi espritu. Pregunt por ciertos pecados de juventud, si el difunto haba vivido intachablemente, y sobre la respuesta bas entonces mi invencin.

    Sobre este asunto, comenz el prncipe tras una pausa, me ha dado una aclaracin satisfactoria. Pero queda todava un detalle de importancia, sobre el cual deseo de usted una explicacin.

    Si est en mi mano, y...Ninguna condicin! La justicia, en cuyas manos est,

    no le preguntara con esta suavidad. Quin era ese desconocido, ante el que le vimos derrumbarse? Qu sabe de l? De dnde le conoce? Y, qu conexin tena con esa segunda aparicin?

    Excelencia...Cuando lo mir a la cara, lanz usted un fuerte grito

    y se desplom. Por qu? Qu significaba esto?Ese desconocido, excelencia... hizo una pausa, y con

    creciente inquietud sus ojos recorrieron nuestro grupo de uno en uno con mirada confusa. S. por Dios, excelencia, ese desconocido es un ser terrible.

    Qu sabe usted de l? Qu relacin tiene con usted? No espere poder encubrirnos la verdad.

    Me guardar muy mucho... pues quin me responde de que en este instante no est entre nosotros?

    Dnde? Quin?, exclamamos todos a un tiempo, y nos miramos medio sonriendo, medio espantados. Esto no es posible!

    Ah!, a esa persona, o quienquiera que sea. le es posible hacer cosas que son todava menos comprensibles.

    Pero, entonces? quin es? Cul es su origen? Armenio o ruso? Qu hay de verdad en lo que aparenta?

    Nada de lo que parece. Hay pocos caracteres, naciones, condiciones de los que no haya utilizado la mscara. Quin ser? de dnde viene? a dnde va? no lo sabe nadie. Que haya estado largo tiempo en Egipto y que all, como muchos afirman, se hiciera en una pirmide con su sabidura secreta, no soy yo quien lo niegue ni confirme. Entre nosotros se le conoce tan slo bajo el nombre del insondable. Por ejemplo, cuntos aos suponen ustedes que tiene?

    Juzgando por su apariencia extema, apenas puede haber llegado a los cuarenta.

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  • Y cuntos aos dira que tengo yo?Algo menos de cincuenta.As es. Y si ahora le digo que yo era un muchacho

    de diecisiete aos, cuando mi abuelo me refiri que haba visto a este hombre fantstico en Famagusta y que tena entonces precisamente la misma edad que ahora aparenta.

    Eso es ridculo, increble y exagerado.Ni un pice. Si no me sujetaran estos hierros, les pre

    sentara testigos, cuya honorable condicin no les dejara lugar a dudas. Hay personas de honor que recuerdan haberle visto al mismo tiempo en distintas partes del mundo. No hay punta de espada que pueda atravesarle, veneno que le afecte, fuego que le queme, no hay barco que se hunda si l se encuentra dentro. El tiempo mismo parece perder en l todo su poder, los aos no secan sus humores, y la edad no blanquea su pelo. Nadie le ha visto tomar comida, no existe mujer que haya sido tocada por l, el sueo no visita sus ojos; de todas las horas del da, slo una se conoce en la que pierde su propio dominio, en la que nadie le ha visto, en la que no despacha asuntos terrenales.

    Y bien?, dijo el prncipe, cul es esa hora?Las doce de la noche. Tan pronto como el reloj toca

    las doce deja de pertenecer al reino de los vivos. Est donde est se ve obligado a desaparecer; todo asunto que despache en esos momentos, debe interrumpirlo. Esa hora terrible le arrancara de los brazos de la amistad, en ella baja de su altar, en esa hora interrumpira incluso su agona. Nadie sabe adonde va entonces, ni lo que all emprende. Nadie se atreve a preguntrselo, y mucho menos a seguirlo; pues, tan pronto como tocan la temida hora, los rasgos de su cara se retraen en una seriedad tan ttrica y aterradora, que a todo el mundo le falta el coraje para mirarle a la cara o dirigirle la palabra. Un silencio de muerte acaba entonces con la conversacin ms viva, y todos los que se hallan a su alrededor esperan estremecidos su regreso, sin atreverse siquiera a moverse del sitio o a abrir la puerta por la que se ha marchado.

    Pero, pregunt uno de nosotros, a su vuelta no se nota en l algo inusual?

    Nada, aparte de que reaparece plido y quebrantado, ms o menos como alguien que ha pasado por una ope-

    36

  • racin dolorosa, o por una poca terrible. Algunos dicen haber visto gotas de sangre en su camisa; pero al respecto prefiero no opinar.

    Y no ha intentado nadie ocultarle la hora o, por lo menos, distraerle para que sta le pase inadvertida?

    Una sola vez, se dice, rebas el lmite. La reifiiin era numerosa, se haba prolongado hasta muy entrada la noche, todos los relojes haban sido, con intencin, puestos en hora falsa, y el fuego de la conversacin lo tena atrapado. Cuando se cumpli la hora, enmudeci de repente y se puso rgido, todos sus miembros permanecieron en la misma posicin en que le haba sorprendido el imprevisto suceso, sus ojos se paralizaron, su pulso no lata, todos los medios que se le aplicaron para reanimarlo resultaron infructuosos; permaneci en tal estado hasta que hubo transcurrido la hora. Entoces se reaviv repentinamente por s mismo, abri los ojos y cotinu en la misma slaba en la que se haba interrumpido. La turbacin general le delat lo ocurrido, y con terrible seriedad declar que se podan tener por afortunados de poder salir de aquello con tan slo un pequeo susto. Dej, sin embargo, la ciudad en donde esto haba ocurrido, y para siempre. La creencia general es que en esta hora secreta mantiene conversaciones con su dios tutelar. Otros creen que se trata de un muerto al que se le ha obligado a vagar entre los vivos veintitrs horas al da; en la ltima, sin embargo, su alma debe volver al submundo y, all, rendir cuentas ante su tribunal. Tambin muchos le tienen por el famoso Apolonio de Tyana, y otros incluso por el apstol san Juan, lo que significa, que tendra que permanecer as hasta el juicio final.

    Sobre un hombre tan extraordinario, dijo el prncipe, "es seguro que no escasean las suposiciones peregrinas. Hasta ahora usted ha hablado de meros rumores; sin embargo, la manera que tuvo de proceder hacia usted, as como la de usted hacia l, me parece que habla de una mutua relacin ms estrecha. No subyace aqu alguna historia especial en la que usted mismo se ha visto envuelto? No nos encubra nada.

    El siciliano nos mir con ojos llenos de duda y call.Si atae a alguna cosa, continu el prncipe, que us

    ted prefiere no hacer pblica, le aseguro en nombre de estos dos caballeros el ms absoluto silencio. Y ahora hable usted francamente y sin rodeos.

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  • Si puedo confiar, comenz el hombre tras un largo silencio, que ustedes no lo atestificaran en mi contra, quiero relatar un acontecimiento con ese armenio, del cual fui testigo ocular y que a ustedes no les dejar duda ninguna con respecto al secreto poder de esa persona. Pero se me debe permitir, recalc, omitir algunos nombres.

    No puede ser sin esta condicin?No, excelencia. Hay una familia envuelta en esta histo

    ria a quien debo mi discrecin."Escuchemos", dijo el prncipe.Har cosa de cinco aos, empez el siciliano, que

    en Npoles. donde practicaba mis artes con bastante fortuna, trab amistad con un cierto Lorenzo del M**nte, caballero de la Orden de San Esteban; joven y rico caballero procedente de una de las primeras familias del reino, quien me colm de favores y que pareca interesarse en gran medida por mis secretos. Me confi que el marqus del M ^nte, su padre, era aficionado en extremo a la cbala y que se sentira honrado al recibir en su propia casa a un sabio de mundo (como a l le gustaba llamarme). El anciano viva en una de sus posesiones junto al mar, aproximadamente a siete millas de Npoles. en donde, en casi total aislamiento, lloraba el recuerdo de un hijo querido, que un terrible destino le haba arrebatado. El caballero me hizo notar que podran necesitar de m para un asunto de vital importancia; para obtener, tal vez, de mi ciencia secreta una aclaracin sobre algo ante lo que todos los medios naturales se haban agotado infructuosamente. Recalc sobre todo que tal vez llegara el da en que tuviera razones para considerarme el autor de su paz y de su mxima felicidad en la tierra. No me atrev a preguntar ms concretamente, y el asunto se qued ah sin ms aclaraciones. Sin embargo las cosas sucedieron de la manera siguiente.

    Este Lorenzo era el hijo menor del marqus, y haba sido designado para la profesin religiosa; los bienes de su familia deban recaer en su hermano mayor. Jernimo, le as se llamaba el hermano, haba pasado varios aos ie viaje, y unos siete antes del suceso que ahora se relata, volvi a su patria para consumar un matrimonio con la nica hija de una casa condal vecina, la casa de C ***tti, matrimonio que ya haban acordado ambas familias desde el nacimiento, con el fin de unificar sus considerables bie-

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  • nes. A pesar de que esta unin era mera obra de la conveniencia paterna y de que los corazones de los prometidos no haban sido consultados en la eleccin, tambin stos mostraron su tcita aprobacin. Jernimo del M**nte y Antonia C ***tti haban crecido juntos, y la poca presin que se impuso en el trato de los dos nios, a. los que ya entonces se les consideraba como pareja, hizo nacer tempranamente un tierno entendimiento entre los dos, que mediante la armona de sus caracteres se afianz todava ms y que en los aos de madurez se convirti sencillamente en amor. La separacin de cuatro aos ms aviv que apag, y Jernimo volvi a los brazos de su novia tan fiel y apasionadamente como si nunca se hubiera separado de ellos.

    El entusiasmo del reencuentro no haba pasado todava y los preparativos de la boda se hallaban en su ms vivo despliegue, cuando el novio desapareci. Sola pasar a menudo noches enteras en una casa de campo que tena vista al mar. donde disfrutaba de vez en cuando de algn paseo en barca. Tras una de estas noches, ocurri que su ausencia se prolong anormalmente. Se enviaron embarcaciones tras l. se moviliz todo para buscarlo en el mar; nadie deca haberlo visto. No faltaba ninguno de sus criados, pues ninguno le haba acompaado. Vino la noche y no apareci. Vino la maana, el medioda, la tarde y de Jernimo nada. Ya se empezaba a dar cabida a las ms terribles suposiciones, cuando lleg la noticia: piratas de Argelia haban recalado haca unos das por aquella costa y secuestrado a algunos de los nativos. Inmediatamente se tripulan dos galeras que ya estn preparadas; el viejo marqus sube a bordo de la primera, decidido a liberar a su hijo con riesgo de su propia vida. Al tercer da por la maana divisan a los piratas, el viento les es ms propicio y pronto les dan alcance: llegan tan cerca. que Lorenzo, que se encontraba en la primera galera, cree distinguir seales de su hermano desde la cubierta enemiga. De repente una tormenta los separa de nuevo. Con esfuerzo se mantienen sobre las daadas embarcaciones: pero la presa ha desaparecido, y la necesidad obliga a atracar en Malta. El dolor de la familia no tiene lmite; desconsolado se arranca el viejo marqus los grises cabellos, se teme por la vida de la joven condesa.

    Pasan cinco aos de informaciones infructuosas. Se

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  • llevan a cabo averiguaciones a lo largo de toda la costa berebere; se ofrecen altsimas recompensas por la libertad del joven marqus; pero nadie se presenta para demandarlas. Finalmente qued la sospecha de que aquella tormenta que haba separado a las dos embarcaciones haba hundido al barco pirata y que toda la tripulacin haba muerto entre las olas.

    Por ms verosmil que fuera esta suposicin, le faltaba mucho para eliminar la incertidumbre, y nada justificaba abandonar totalmente la esperanza de que el extraviado no diera nuevamente seales de vida. Sin embargo, en el supuesto de que hubiera muerto, se extiguia con l la familia, o el segundo hermano deba renunciar a la vocacin eclesistica y asumir los derechos del primognito. A pesar de lo injusto y atrevido de semejante decisin, desposeer de sus derechos naturales a ese hermano posiblemente todava con vida, se pens que no se poda poner en juego una posibilidad tan remota frente al destino de una antigua y brillante dinasta que, sin esa disposicin, se extinguira si remedio. La afliccin y la edad aceleraban los pasos del marqus hacia la tumba; con todo nuevo intento frustrado se hunda la esperanza de encontrar al desaparecido; vea el ocaso de su casa que, tan slo con una pequea injusticia, poda evitar, caso de que se decidiera a favorecer al hermano menor a costa del mayor. Para satisfacer sus compromisos con la casa condal de C ***tti, slo necesitaban cambiar un nombre; con esto se cumpla del mismo modo el propsito de ambas familias, la condesa Antonia se tena que llamar esposa ya fuera de Lorenzo o de Jernimo. La dbil posibilidad de una reaparicin de este ltimo entraba en conflicto con la segura e inminente desgracia del absolutismo final de la familia, y el viejo marqus, que senta ms intensamente cada da la proximidad de la muerte, quera con impaciencia morir libre de este desasosiego.

    Quien ms obstinadamente luchaba contra este paso y lo demoraba, era aquel que sacaba con l mayor ganancia: Lorenzo. Indiferente a la tentacin de los innumerables bienes, insensible a la gentil criatura que debera ser entregada a sus brazos, se resista con el ms generoso escrpulo a despojar a su hermano, quien tal vez se encontraba con vida y que poda exigir la devolucin de su propiedad. No es acaso el destino de mi querido her

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  • mano', dijo, suficientemente terrible en esa larga prisin, que debo todava hacerlo ms amargo con un robo que mata todo lo que l ms quera? con qu corazn implorara al cielo por su regreso, si su mujer yaciera en mis brazos? con qu alta frente acudira a su encuentro, si finalmente un milagro nos lo devolviera? Y, caso d que l haya sido separado definitivamente de nosotros, de qu otra forma honraramos mejor su memoria, que conservando para siempre intacto el vaco que su muerte haya podido producir entre nosotros? qu mejor que ofrecer en sacrificio todas nuestras esperanzas ante su tumba, y lo que una vez fue, lo dejramos ah como un santuario?

    Pero todas las razones que encontr la sensibilidad fraterna no influyeron al marqus para reconciliarse con la idea de ver extinguirse una dinasta que haba florecido con los siglos. Todo lo que Lorenzo obtuvo fue un plazo de dos aos, antes de llevar al altar a la novia de su hermano. Durante este espacio de tiempo se reanud la bsqueda con el mayor celo. Lorenzo en persona emprendi diferentes viajes por mar, exponindose a varios peligros. No se ahorr gasto ni esfuerzo para encontrar al desaparecido. Pero tambin estos dos aos transcurrieron sin novedad ninguna, como los anteriores.

    Y la condesa Antonia?, pregunt el prncipe. No nos dice nada sobre su estado. Se resign sin ms a su destino? No lo puedo creer.

    El estado de Antonia era el de la ms terrible lucha entre deber y pasin, repugnancia y admiracin. La conmova la abnegada magnanimidad del amor fraterno; se senta obligada a respetar al hombre que nunca podra amar; desgarrado por sentimientos contradictorios, su corazn sangraba. Pero su aversin por el caballero pareca aumentar de intensidad, a medida que aumentaban las pretensiones de obtener su favor. Con profundo sufrimiento viva l la callada afliccin que consuma la juventud de ella. Una dulce compasin ocup inadvertidamente el lugar de la indiferencia con que la haba observado hasta entonces; pero este sentimiento traidor le enga, y una furiosa pasin comenz a dificultarle la prctica de su virtud, que hasta ahora se haba mantenido por encima de toda tentacin. Sin embargo, an a costa de su corazn cedi a la inspiracin de la nobleza de su alma: l era la nica vctima infeliz que asuma la defensa contra la

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  • arbitrariedad de su familia. Pero todos sus esfuerzos fracasaron; cada victoria que obtena sobre su propia pasin, le mostr ms digno de ella, y la generosidad con que la rechazaba tan slo reverta en que ella no encontrara ya disculpas para su propia rebelda.

    As estaban las cosas, cuando el caballero me convenci para que visitara su finca. Las clidas expresiones de mi protector me depararon una bienvenida que sobrepas todos mis deseos. No puedo dejar de mencionar aqu que me haba sido posible, mediante algunas notables operaciones, dar a conocer mi nombre entre las logias locales, lo que quiz contribuyera a acrecentar la confianza del viejo marqus y a aumentar hacia m sus expectativas. Hasta dnde llegu con l, qu caminos segu, dispnsenme de que se lo cuente; con la confesin que he puesto en su conocimiento, pueden ustedes aclarar todo el resto. Como saqu provecho de todos los libros msticos que se encontraban en la considerable biblioteca del marqus. pronto logr hablar con l en su propio lenguaje y poner mi sistema sobre el mundo invisible en armona con su pensamiento. Rpidamente crey en lo que yo quera, y hubiera hecho juramento con la misma conviccin sobre los ayuntamientos de los filsofos con tritones y slfides, como sobre un artculo del catlogo de los santos. Como adems era muy religioso y. en esta escuela su predisposicin para creer se haba desarrollado en grado sumo, mis historias encontraron en l fcil acogida; y al final le haba envuelto y enredado hasta tal extremo en misticismo, que ya no daba crdito a nada que fuera natural. En poco tiempo me convert en el apstol venerado de la casa. El contenido habitual de mis lecciones era la exaltacin de la naturaleza humana y el trato con los seres elevados, mi garante el infalible conde de Gabalis. La oven condesa, que desde la prdida de su amado viva ms en el mundo de los espritus que en el real y que a travs de exaltados vuelos de su fantasa, se senta atrada con apasionado inters por objetos de esa ndole, recogi con estremecimiento placentero las insinuaciones que yo lanzaba; incluso los criados de la casa buscaban algo que hacer en la habitacin cuando yo hablaba, para tratar de retener algunas de mis palabras, cuyos fragmentos despus ensartaban entre ellos a su manera.

    Deba llevar unos dos meses en esta finca nobiliaria.

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  • cuando una maana entr el caballero en mi habitacin. Una profunda afliccin se pintaba en su cara, todos sus rasgos estaban desfigurados, se dej caer sobre una silla con todos los signos de la desesperacin,

    Capitn, dijo, ya no puedo ms. Debo irme. Aqu no puedo resistir por ms tiempo.' ,

    Qu le ocurre, caballero? Qu tiene?Ah, esta terrible pasin! (Se levant con vehemencia

    de la silla y se lanz a mis brazos.) He luchado como un hombre. Ahora ya no puedo ms.

    Pero, de quin depende, querido amigo, sino de usted? No est todo en sus manos? Padre, familia...

    Padre! Familia! Qu significa eso para m? Quiero una mano forzada o un afecto voluntario? No tengo acaso un rival? Ah! Y cul? Tal vez un rival entre los muertos! Ah! Djeme! Djeme! Aunque fueraal fin del mundo. Debo encontrar a mi hermano.

    Cmo? Despus de tanto intento fracasado? puede usted todava esperar que...?

    Esperar! La esperanza hace tiempo que muri en mi corazn. Pero y en aqul? Qu importa si yo tengo esperanza? Soy feliz cuando todava un destello de esa esperanza brilla en el corazn de Antonia? Dos palabras, amigo, podran terminar mi martirio. Caso contrario, mi destino permanecer miserable hasta que la eternidad rompa su largo silencio y las tumbas sean mis testigos!

    Es por tanto esa certeza lo que le puede hacer feliz? Feliz? Ah, dudo que pueda volver a serlo! Pero la

    incertidumbre es la condena ms terrible! (Tras una pausa se calm y continu con melancola.) Si l viera mi sufrimiento! Puede hacerle feliz esa fidelidad que hace las miserias de su hermano? Tiene que consumirse un vivo por un muerto que ya no puede disfrutar? Si supiera mi suplicio (empez a llorar violentamente y apret su rostro contra mi pecho), quizs, s, quizs l mismo la conducira a mis brazos.

    Tan irrealizable es este deseo?.Amigo! Qu dice usted? Me mir perplejo.Por motivos mucho ms pequeos, conti nu, se han i n-

    miscuido los difuntos en el destino de los vivos. Sera toda la dicha terrenal de una persona... de un hermano...

    Toda la dicha terrenal! Ah, eso siento! Qu verdad ha dicho! Toda mi felicidad!

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  • *Y la paz de una familia en duelo, no va a ser causa legtima como para requerir el apoyo de los poderes ocultos? Cmo no! Si hay un asunto terrenal que d derecho a interrumpir la paz de los difuntos... a hacer uso de un poder...

    Por Dios, amigo! me interrumpi, no se hable ms. En otro tiempo, lo confieso, albergaba yo un pensamiento tal... se me antoja que le habl de eso... pero lo he de sechado hace largo tiempo como un propsito desalmado y aborrecible.

    Vean ahora, continu el siciliano, adnde nos condujo todo esto. Procur disipar los escrpulos del caballero, lo que en efecto consegu finalmente. Fue decidido citar al espritu del difunto para lo que establec un plazo de catorce das, para as. segn pretenda, prepararme adecuadamente. Transcurrido este tiempo, y una vez mis mquinas estuvieron convenientemente instaladas, aprovech una lgubre noche, en la que la familia estaba, como de costumbre reunida conmigo, para ganar su consentimiento, o mejor an. disponerlos sin que se dieran cuenta para que ellos mismos me lo pidieran. La situacin la tena ms difcil con la joven condesa, cuya presencia era, sin embargo, esencial; pero el exaltado vuelo de su pasin facilit las cosas, y quizs ms todava, el dbil rescoldo de esperanza de que el dado por muerto an viviera y no compareciera a la llamada. Desconfianza por la cosa en s, duda sobre mi arte, era la nica dificultad con la que no tena que luchar.

    Tan pronto como hubo consentimiento en la familia, se seal el tercer da para la obra. Plegarias que deban prolongarse hasta medianoche, ayuno, vigilia, retiro e instrucciones en mstica, unidos a la utilizacin de un cierto instrumento musical, todava desconocido, que ya en casos similares haba encontrado de gran efecto, eran los preparativos para este acto solemne, aceptado con tanto deseo, que el fantico entusiasmo de mis oyentes, aviv mi propia fantasa y aument no poco la ilusin con la que me tena que emplear a fondo en esta ocasin. Finalmente lleg la hora esperada.

    Adivino, exclam el prncipe, quin nos quiere mencionar ahora... Pero contine... contine.

    No, excelencia. El conjuro ocurri segn mis deseos. Pero, cmo? Dnde queda el armenio?

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  • No tema\ respondi el siciliano, el armenio aparecer a su debido tiempo.

    No entrar en la descripcin de la bufonada, pues me llevara demasiado lejos. Baste decir que satisfizo todas mis expectativas. El viejo marqus, la joven condesa junto a su madre, el caballero e incluso algunos familiares ms se hallaron presentes. Se pueden ustedes figurar que con el largo tiempo que yo haba pasado en aquella casa, no me falt ocasin para recoger la ms precisa informacin sobre todo aquello que ataa al difunto. Varios retratos que all encontr de l. me dieron la oportunidad de dar a la aparicin un engaoso parecido, y como slo permit al espritu hablar por seas, su voz no pudo despertar ninguna sospecha. El muerto apareci con tnica de esclavo de los bereberes y con una profunda herida en el cuello. Observarn dijo el siciliano, que aqu me apart de la suposicin general, segn la cual l haba muerto ahogado en las olas, ya que tena razones para pensar que precisamente lo inesperado de esta inversin aumentara notablemente la credibilidad de la visin; as como, al contrario, una escrupulosa aproximacin a lo natural me pareca mucho ms arriesgada.

    Creo que estaba usted en los cierto dijo el prncipe dirigindose a nosotros. En un desfile de apariciones extraordinarias. se me antoja que precsamete estorbara la ms verosmil. La facilidad para comprender las revelaciones presentadas desacreditara aqu tan slo el medio a travs del cual se ha llegado a ellas; la facilidad de inventarlas las hubiera hecho inmediatamente sospechosas; para qu incordiar a un espritu, si no se va a saber de l ms de lo que sin l, con la ayuda del mero sentido comn, se podra de antemano concluir? Pero aqu, la sorprendente novedad y complejidad de la revelacin es una garanta del prodigio que la consigue. Pues quin pondr en duda lo sobrenatural de una operacin si sta produce lo que fuerzas naturales no pueden producir?... Le he interrumpido, puntualiz el prncipe. Termine su historia.

    Formul la pregunta al espritu, continu ste, de si se contaba entre los vivos y si no haba dejado tras de s algo que le fuera querido. El espritu sacudi tres veces la cabeza y estir una de sus manos al cielo. Antes de marcharse, se quit un anillo del dedo que. tras su desaparicin. se encontr en el suelo. Cuando la condesa se lo

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  • llev a los ojos vio que era su anillo de alianza.Su alianza! exclam el prncipe con extraeza. Su

    alianza! Pero cmo la consigui?Yo... no era la autntica, excelencia... Yo la haba...

    Era solamente una copia.Una copia! repiti el prncipe. Para hacer la copia

    necesitaba la autntica, y cmo la consigui, puesto que con toda seguridad no se la quit el difunto jams del dedo?

    Eso es verdad, dijo el siciliano no sin muestras de confusin. pero a travs de una descripcin que se me haba dado de la autntica alianza...

    Que se la haba dado quin?Ya haca mucho tiempo, dijo el siciliano. Se trataba

    de un anillo de oro muy sencillo con el nombre de la joven condesa, creo... Pero usted me ha sacado del orden del relato.

    Cmo continu? dijo el prncipe con un gesto de insatisfaccin.

    Entonces todo el mundo se dio por convencido de que Jernimo ya no estaba con vida. Ese da la familia hizo pblica su muerte y se puso de luto oficial por l. La circunstancia del anillo tampoco dej dudas a Antonia y dio mayor nfasis a las pretensiones del caballero. Pero la profunda impresin que le haba producido la aparicin, la sumi en una peligrosa enfermedad que fcilmente hubiera frustrado para siempre las esperanzas de su amante. Una vez restablecida, se empe en tomar los hbitos, cosa que tan slo las insistentes objeciones de su confesor, en quien tena una confianza sin lmites, lograron quitarle de la cabeza. Finalmente el esfuerzo aunado de ese hombre y de la familia consiguieron su angustiado consentimiento. El ltimo da del luto deba ser el da feliz, pues el viejo marqus quera celebrarlo con la cesin de todos sus bienes a su legtimo heredero.

    Lleg el da y Lorenzo acogi a su temblorosa novia en el altar. Declinaba el da, una esplndida cena esperaba a los alegres comensales en una sala nupcial vivamente iluminada; una sonora msica acompaaba la alegra ms desenfrenada. El feliz anciano haba deseado que todo el mundo compartiera su alegra por lo que todas las entradas a palacio estaban abiertas, y todo aquel que celebraba su dicha era bien recibido. Entre esa algaraba...

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  • El siciliano se detuvo y un escalofro de expectacin nos cort el aliento.

    Pues bien, entre esa algaraba, continu, el que estaba sentado junto a m llam mi atencin sobre un monje franciscano que de pie, inmvil como una columna, de gran estatura, enjuto de carnes y rostro ceniciento, clavaba una mirada seria y triste sobre la pareja de novios. La alegra que por doquier se pintaba en todas las caras, pareca pasar por alto a ste; su gesto permaneca inmutable, como una esfinge entre figuras vivientes. Lo extraordinario de la escena que, por sorprenderme en mitad del regocijo general y por contrastar con todo lo que me envolva en aquel instante, produjo tan profundo efecto en m, que dej una imborrable impresin en mi alma; slo por ello estuve en posicin de poder reconocer la fisonoma del ruso (el cual, como ustedes ya han advertido, es una y la misma persona que su armenio) en los rasgos de aquel monje; reconocimiento que en otro caso hubiera sido imposible. Varias veces intent desviar los ojos de aquella aparicin amenazadora, pero involuntariamente volvan de nuevo a ella, encontrndola cada vez en la misma posicin que antes. Di un codazo a mi vecino, ste al siguiente; la misma curiosidad, la misma extraeza recorra toda la mesa; cesaron las charlas, se hizo un repentino silencio general. El monje continuaba de pie sin moverse y. como antes, clavaba una mirada seria y triste en la pareja de novios. Todos quedaron espantados con esta aparicin; la joven condesa vio reflejadas de nuevo sus propias aflicciones en la cara del extrao y se entreg, con callado placer, al nico objeto de la reunin que pareca compartir y entender su pena. Las gentes se dispersaron; haba pasado la medianoche, la msica perdi su bro, las velas ardan exanges hasta slo quedar unas pocas, las conversaciones susurraban cada vez en tono ms bajo; y la sala nupcial, lgubremente iluminada, se qued ms y ms desierta; el monje, siempre igual, permaneca de pie sin moverse, clavada la mirada triste y silenciosa en la pareja de novios.

    Se levanta la mesa, los invitados se dispersan aqu y all, la familia se junta en un ms estrecho crculo; el monje sin ser invitado permanece en ese estrecho crculo. No s a qu se deba que nadie le dirigiera la palabra; nadie lo hacia. Pronto se juntan las amigas alrededor de la temblorosa novia, que lanzando una mirada desampa

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  • rada, buscaba auxilio en el venerable forastero; el forastero no corresponda a la mirada.

    Los hombres se agruparon del mismo modo alrededor del novio. Un silencio contenido lleno de expectacin. Que estemos tan felices reunidos, comenz diciendo finalmente el anciano, que era el nico entre nosotros que no reparaba en el desconocido o que. cuando menos, no pareca sorprenderse ante l. Que estemos tan felices, dijo, y que tenga que faltar mi hijo Jernimo!.Acaso le has invitado y l dej de acudir? pregunt el monje. Era la primera vez que abra la boca. Le miramos atemorizados.

    i Ah! se ha ido al lugar de donde nadie vuelve, replic el viejo. Honorable seor, usted no me ha entendido. Mi hijo Jernimo est muerto.

    Quiz teme simplemente mostrarse en esta reunin, continu el monje. Quin sabe cmo podra aparecer, tu hijo Jernimo! haz que escuche la voz que escuch por ltima vez! Pide a tu hijo Lorenzo que le llame.

    Qu significa esto?, murmuraron todos. Lorenzo mud de color. No niego que a m se me empezaron a poner los pelos de punta.

    Entretanto el monje se haba acercado a la mesa de las bebidas, en donde cogi un vaso lleno de vino y se lo llev a los labios. En recuerdo de nuestro querido Jernimo! exclam. Aquel que quiso bien al difunto, que siga mi ejemplo.

    De dondequiera que usted sea, honorable seor, exclam finalmente el marqus, ha citado usted un nombre entraable. Sea bienvenido! Vamos amigos mos! (dirigindose a nosotros y haciendo que se tomaran los vasos), que no nos avergence un extrao! Por el recuerdo de mi hijo Jernimo!

    Nunca creo haber visto un brindis tomado con peor nimo.

    Ah queda todava un vaso lleno. Por qu se resiste mi hijo Lorenzo a tomar parte en este amistoso trago?

    Tembloroso, recibi Lorenzo el vaso de la mano del franciscano, tembloroso se lo llev a la boca. Por mi muy querido hermano Jernimo! balbuce y sudando lo coloc sobre la mesa.

    Esa es la voz de mi asesino, clam una terrible aparicin que de repente estaba en medio de nosotros. Llevaba

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  • sangrantes vestidos y estaba desfigurada por heridas espantosas.

    No me pregunten por lo que sigui, dijo el siciliano con todos los signos del terror en su rostro. Mis sentidos me abandonaron en el instante en que puse los ojos en la aparicin, cosa que tambin ocurri a todos los que all estaban presentes. Cuando nos repusimos, Lorenzo luchaba con la muerte; monje y aparicin se haban desvanecido. Entre convulsiones llevaron al caballero a la cama; slo el sacerdote acompa en su trance al agonizante y el desconsolado anciano le sigui pocas semanas despus a la tumba. Su confesin permanece encerrada en el pecho del cura que escuch sus ltimas palabras, y ningn otro ser viviente las conoce.

    No mucho despus de este suceso, ocurri que haba que limpiar un pozo que estaba oculto por la maleza en un patio detrs de la casa de campo y que haba estado cegado durante muchos aos; al remover los escombros se descubri un esqueleto. La casa en donde sucedi esto ya no existe; la familia M**nte se ha extinguido, y en un convento cercano a Salerno les ensearn la tumba de Antonia.

    Ven ahora, continu el siciliano al notar que an estbamos todos mudos y confusos, y que nadie quera tomar la palabra: vean ahora sobre qu se bas mi encuentro con ese oficial ruso o armenio. Juzguen ustedes, si no tena razones para temblar ante un ser que se haba interpuesto dos veces en mi camino de una manera tan espantosa.

    Respndame todava a una nica pregunta, dijo el prncipe levantndose. Se ha ceido en su narracin a la verdad en todo