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Hermann von Helmholtz, Ewald Hering y la visión del color:
¿Una controversia sobre estilos de razonamiento?
Trabajo presentado para optar por el título de
Magíster en Filosofía
Escuela de Ciencias Humanas
Maestría en Filosofía
Universidad del Rosario
Presentado por:
Juliana Gutiérrez
Director:
Carlos Alberto Cardona
Semestre II de 2018
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Herman von Helmholtz, Ewald Hering y la visión del color:
¿Una controversia sobre estilos de razonamiento?
Resumen: En la segunda mitad del siglo XIX, en el campo de la óptica fisiológica, se
desarrolló una fuerte controversia entre Hermann von Helmholtz y Ewald Hering.
Dentro de la fisiología de la percepción visual, varios temas exigían atención, entre ellos,
la percepción del color. Para abordar este fenómeno, los dos buscaron definir los
siguientes elementos: (i) ¿cuáles son los procesos fisiológicos y físicos que permiten la
visión del color?; (ii) ¿cómo, a partir de unos colores primarios, podemos obtener el
resto?; (iii), ¿cuáles son las relaciones de similitud o de diferencia entre los colores que
observamos?, y, además, ¿cuáles son los criterios para definir estas relaciones? Tanto
Helmholtz como Hering propusieron distintas teorías sobre el correlato fisiológico de la
percepción del color y distintas cartografías para dar cuenta de las relaciones entre
colores (i.e. distintas gramáticas de colores). En este artículo, defenderé que la
controversia entre los dos autores versaba sobre principios muy profundos. Las tensiones
entre los autores pueden entenderse como diferencias en estilos de razonamiento que
emergen de diferentes presuposiciones. Particularmente, quiero sugerir que los
desacuerdos pueden vincularse a las discusiones sobre cómo debían ser estudiados los
fenómenos vitales en el contexto de los movimientos “románticos” en el campo de la
medicina, la biología y la fisiología en Alemania durante la primera mitad del siglo XIX.
Palabras clave: controversia científica, visión del color, óptica fisiológica, estilos de
razonamiento, presuposiciones
Introducción
El estudio de las controversias dentro del ámbito de la ciencia ha cobrado gran
importancia desde la segunda mitad del siglo XX. Durante mucho tiempo se creyó que la
ciencia no podía ser controversial; esto no porque en la ciencia no hubiese conflictos o
diferencias, sino más bien porque la ciencia era considerada precisamente como aquella
práctica que establecía métodos claros para resolver dichas diferencias. Así pues, si había
algún conflicto, era claro que alguna de las partes (o ambas) tenía que estar incursionando en
algún error que podía ser corregido. Pensábamos que la naturaleza tenía una forma de ser
independiente de nosotros y que ésta podía ser conocida a partir de métodos claros y correctos
de observación, experimentación y razonamiento (Cf., Pera, 2000, 50). Esta visión de la
práctica científica ha sido fuertemente cuestionada. Ahora muchos han abandonado esta
postura y ponen en duda la idea de que la naturaleza es un libro abierto que tiene una única
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manera correcta de ser leída y conocida. Hay distintas formas de abordar el mundo, formas
que pueden ser empíricamente equivalentes; hay muchos compromisos, creencias e intereses
de los investigadores que pueden estar jugando un papel fundamental en las maneras de
investigar el mundo y en las imágenes que nos formamos de él. Desde este punto de vista, en
la ciencia ya el desacuerdo no es algo desafortunado o extraño que debe ser superado; más
bien, parece ser algo constitutivo y continuo en la práctica científica (Cf., McMullin, 1987,
50).
En el momento en el que comenzamos a concebir la ciencia como una práctica donde
el desacuerdo juega un papel estructural (esto es, donde los científicos pueden tener diversas
creencias sobre cómo es el mundo sin que alguno de ellos tenga que estar equivocado o ser
irracional), entender cómo surgen las diferencias y cómo son resueltas se volvió un tema de
gran interés. En ese orden de ideas, en vez de entender las controversias científicas como
producto del error de algún individuo o grupo de individuos a la hora de observar los hechos,
o incluso como un error de inferencias a la hora de formular una teoría, podemos verlas como
conflictos cuyas raíces pueden llegar a ser más profundas. Buscar cuáles son estas raíces se
vuelve fundamental. En distintas controversias, las fuentes del desacuerdo y las maneras de
llegar a un consenso pueden ser muy diversas; tomar algún caso de estudio e intentar
identificar sus características puede ser iluminador. Esto es precisamente lo que me gustaría
hacer en este texto; tomaré una controversia y trataré de identificar en qué punto surgieron
los conflictos o las diferencias.
En la segunda mitad del siglo XIX, en el campo de la óptica fisiológica, se desarrolló
una fuerte controversia que permeó notablemente la forma de abordar problemas e
investigaciones. Esta controversia se ha presentado generalmente como un desacuerdo entre
dos bandos o enfoques teóricos, innatismo y empirismo. Cada uno de los bandos contaba con
grandes defensores: Hermann von Helmholtz (1821-1894) como empirista y Ewald Hering
(1834-1918) como innatista. Por un lado, el innatismo pretendía explicar gran parte de
nuestros fenómenos de la percepción visual a partir de características fisiológicas innatas de
nuestros órganos receptores. El empirismo, por otro lado (a pesar de que también pretendía
explicar algunos de los fenómenos de nuestra percepción visual a partir de aspectos
fisiológicos) le daba una gran importancia a la historia de la experiencia del individuo como
determinante en muchos de los aspectos de nuestra visión. Ahora bien, esta distinción entre
innatismo y empirismo no era tajante; más bien, consistía en una cuestión de grado (Cf.,
Turner, 1994, 123): ¿qué tanto alcance se le quiere dar a aspectos fisiológicos innatos o a
aspectos adquiridos a partir de la experiencia a la hora de explicar la percepción visual?
Según la respuesta, se era innatista o empirista. Dentro del análisis de la percepción visual,
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varios temas exigían atención y aclaración, entre ellos: (i) la percepción de la distancia y el
espacio; (ii) por qué vemos una sola imagen en los puntos donde concentramos nuestra
atención a pesar de que vemos con dos ojos y, además, cómo es el espacio o el lugar donde
vemos de manera unificada (horóptero); y (iii) la percepción del color. En todos estos temas
la polémica entre Helmholtz y Hering era patente. En palabras de Turner,
Helmholtz, Hering y sus escuelas estuvieron en desacuerdo alrededor de muchos
asuntos, el principal de ellos siendo el sentido en el cual podría decirse que el ojo posee
y necesita una mente con la cual ver. Alrededor de este tema, ellos discutieron la base
de la capacidad humana para percibir visualmente el espacio y localizar objetos en ese
espacio visual. ¿Es esta capacidad innata y presente en el nacimiento (la posición
innatista) o es gradualmente adquirida a través del aprendizaje y la experiencia
individual y mediada por procesos inferenciales (posición empirista)? La cuestión de la
mente del ojo afectó el desacuerdo de las dos escuelas sobre los probables mecanismos
receptores que subyacía a la visión del color. ¿Consisten estos en tres mecanismos
produciendo respectivamente las sensaciones de tres colores fundamentales que luego
son psicológicamente mezclados para producir el amplio rango de la experiencia de
color? ¿O será que consisten en tres conjuntos de receptores antagónicos, produciendo
respectivamente las sensaciones de negro-blanco, rojo-verde y azul-amarillo? ¿Puede la
mente del ojo, al elegir entre estas alternativas, verídicamente juzgar la naturaleza
primitiva o compuesta de estas sensaciones? ¿Será que la experiencia y procesos
inferenciales subyacen al fenómeno de contraste y adaptación, o son estos producidos
por mecanismos fisiológicos directos en la retina? […] Las interpretaciones antagónicas
de estas escuelas emergieron de profundos y divergentes compromisos metodológicos
y, finalmente, de concepciones diferentes de la naturaleza de la vida y de la función
orgánica. (Turner, 1994, 3-4)
Estoy de acuerdo con Turner en su afirmación de que las tensiones entre los dos
autores emergieron de diferencias metodológicas y concepciones distintas sobre la naturaleza
de su objeto de estudio. Ahora bien, ¿cuáles eran esas diferencias metodológicas? ¿Y cuáles
eran, además, las concepciones que cada uno tenía de la vida y de aquello que buscaban
estudiar? Considero que revisando un caso particular de la controversia es posible sacar a la
luz esas tensiones profundas que el comentarista menciona. Por esta razón, en el presente
trabajo tomaré el caso de la visión del color y analizaré cómo Helmholtz y Hering llevaron a
cabo su investigación y postularon sus teorías. De este análisis podremos tener herramientas
para caracterizar la controversia de otra manera distinta a “empirismo vs innatismo”, lo cual
dará luces para incluso estudiar otros aspectos de las discusiones entre los dos científicos.
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¿Qué tipos de preguntas se formulaban en los estudios sobre la visión del color? ¿Qué
fenómenos se querían explicar y describir? Algunas de las principales cuestiones eran las
siguientes: ¿Cómo podemos dar cuenta de la gama completa de colores sin olvidar que ella
incluye colores adicionales al los señalados en el espectro electromagnético visible? Y,
adicionalmente, ¿cómo se relacionan estos colores entre sí? Para solucionar estas cuestiones,
se debían definir varios elementos: (i) ¿cuáles son los procesos fisiológicos y físicos que
permiten la visión del color? (ii) ¿cómo, a partir de unos colores primarios, podemos obtener
el resto? Y (iii), ¿cuáles son las relaciones de similitud o de diferencia entre los colores que
observamos?, y, además, ¿cuáles son los criterios para definir estas relaciones? Cualquier
teoría que se propusiera debía, a su vez, explicar fenómenos como la constancia del color en
los objetos, el daltonismo, los contrastes simultáneos, las imágenes remanentes, entre otros.
Los principales exponentes de cada uno de los bandos propusieron distintas teorías sobre el
correlato fisiológico de la percepción del color y distintas cartografías para dar cuenta de las
relaciones entre colores. No obstante, las vías por las cuales llegaron los dos bandos a
formular sus propuestas parecen seguir un método muy distinto. Al indagar sobre cómo fue
la manera en que ellos formularon las preguntas y abordaron a su objeto de estudio, quiero
proponer que las diferencias entre los dos no sólo eran sobre aspectos teóricos (i.e., innatismo
y empirismo) sino, más bien, sobre aspectos estilísticos (haciendo referencia a los “estilos de
razonamiento” de Ian Hacking) y presuposiciones mucho más profundas.
Con este objetivo en mente, la estructura del artículo será la siguiente. En las primeras
dos secciones, expondré un breve contexto sobre la controversia, presentaré razones por las
cuales sería interesante resistirse a la caracterización clásica de la polémica e indicaré las
categorías que utilizaré para sacar a la luz las diferencias entre los autores, a saber, los estilos
de razonamiento de Ian Hacking. En el tercer apartado, presentaré brevemente cómo era el
contexto particular en el cual se encontraba la medicina y las ciencias de la vida en Alemania
a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. En la cuarta sección, presentaré las
posturas de Hering y Helmholtz en torno a la visión del color, los argumentos para formular
sus teorías y las posibles consecuencias que se siguen de ellas; adicionalmente, resaltaré las
diferencias estilísticas de los dos. Finalmente, sacaré a la luz las posibles razones por las
cuales estas diferencias se presentaron; mostraré que las diferencias en estilos de
razonamiento se deben a presuposiciones muy profundas sobre el fenómeno de la vida y la
manera como este debe ser estudiado.
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I. La caracterización de la controversia como “empirismo vs innatismo”
Como ya se había dicho, la controversia entre estos dos personajes se presentó cómo
una discusión entre empirismo e innatismo. Así pues, en un principio, parece ser que el
principal punto de quiebre era hasta qué punto el ojo necesitaba de una mente (o mejor, de
una conciencia) para poder ver. Esta forma de caracterizar la controversia se debe,
principalmente, al mismo Helmholtz (Cf., Turner, 1994, 80). Helmholtz, en el tercer volumen
de su tratado sobre óptica fisiológica y en algunas otras conferencias, es el que caracteriza el
corazón de la controversia entre estos dos extremos. En el primer capítulo titulado “A
propósito de la percepción en general” del tercer volumen del tratado, Helmholtz expone la
discusión en las siguientes palabras:
[…] generalmente puede ser difícil determinar cuánto de nuestras apercepciones
derivadas del sentido de la vista se deben directamente a la sensación o cuánto de ellas,
por otro lado, se debe a la experiencia y al entrenamiento. El punto principal de
controversia entre varios investigadores de este territorio está también conectado a esta
dificultad. Algunos están dispuestos a conceder a la influencia de la experiencia el mayor
alcance posible, y a derivar de ella, especialmente, toda noción de espacio. Esta postura
podría ser llamada teoría empírica [empiristische Theorie]. Otros, por supuesto, están
obligados a admitir la influencia de la experiencia en el caso de ciertas clases de
percepciones; sin embargo, respecto a ciertas apercepciones elementales que ocurren
uniformemente en el caso de todos los observadores, ellos creen que es necesario asumir
un sistema de apercepciones innatas que no se basan en la experiencia […]. En
contraposición a la postura anterior, esta podría ser llamada la teoría innatista
[nativistische Theorie] de las percepciones de los sentidos. (Helmholtz, 1866/1962, v. 3,
10)
La postura empirista, entonces, es aquella que adopta como predisposición
metodológica conceder lo que más se pueda a la influencia de la experiencia y del
aprendizaje: “Por lo tanto, cualquier cosa que pueda ser superada [u obtenida] por factores
de la experiencia, debemos considerarla como ella misma siendo producto de la experiencia
y del entrenamiento. Al observar esta regla, encontraremos que son meramente las cualidades
de las sensaciones las que deber ser consideradas como sensaciones puras reales.”
(Helmholtz, 1866/1962, v. 3, 13). Esta perspectiva concibe a las sensaciones como signos del
mundo exterior que luego somos capaces de interpretar y de organizar gracias a la experiencia
y a la memoria (Cf., Helmholtz, 1868/1995, 177). En ese orden de ideas, lo que realiza un
sujeto para poder organizar su percepción visual es lo que Helmholtz llama “inferencias
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inconscientes”: i.e., procesos inconscientes de asociación (o inducción) entre sensaciones
pasadas (Cf., Helmholtz, 1866/1962 v. 3, 26-27).
Por otro lado, siguiendo la caracterización de Helmholtz, la postura innatista pretende
negar (en lo que más se pueda) cualquier papel de la experiencia, postulando mecanismos
fisiológicos para poder explicar fenómenos que podrían ser explicados mucho más
claramente en términos de leyes psicológicas (Cf., Helmholtz, 1878/1995, 357). Para el autor,
el innatismo tiene que asumir una armonía preestablecida entre las leyes de lo mental y las
leyes del mundo exterior, mientras que, para el empirismo, la correspondencia entre lo mental
y el mundo exterior se adquiere a partir de aprendizaje y experiencia (Cf., Helmholtz,
1868/1995, 177). Según Helmholtz, el innatismo no logra explicar los fenómenos de nuestra
percepción visual; lo que hace es sencillamente postular innecesariamente procesos
fisiológicos innatos (que incluso van en contra de los principios y leyes de la física) para dar
cuenta de los fenómenos que pretenden abordar (Cf., Helmholtz, 1866/1962 v. 3, 17). En sus
palabras,
La teoría empírica intenta probar, al menos, que otras fuerzas no son necesarias para
[el origen de las percepciones] más allá de las ya conocidas facultades de la mente,
incluso a pesar de que estas fuerzas continúen sin ser explicadas completamente. Ahora,
generalmente en la investigación científica es útil la regla de no hacer una nueva
hipótesis siempre y cuando hechos conocidos parezcan adecuados para la explicación
y la necesidad de nuevas suposiciones no haya sido demostrada. Por esto consideré
obligatorio preferir la postura empírica. Todavía menos intenta la teoría innatista dar
una explicación del origen de nuestras imágenes perceptuales; pues simplemente se
sumerge en el medio del asunto asumiendo que ciertas imágenes perceptuales pueden
ser directamente producidas por un mecanismo innato cuando ciertas fibras nerviosas
son estimuladas. (Helmholtz, 1866/1962, v. 3, 17. Énfasis propio)
Y, sólo unas líneas más adelante, el científico asocia a Hering con esa posición rival: “En su
más reciente desarrollo [de la teoría innatista], especialmente formulada en términos de E.
Hering, hay un hipotético espacio visual subjetivo donde las sensaciones de las distintas
fibras nerviosas son supuestamente registradas de acuerdo a ciertas leyes intuitivas.”
(Helmholtz, 1866/1962, v. 3, 17).
Hering siempre se opuso a dicha caracterización. La oposición entre empirismo e
innatismo señalada por Helmholtz no era una oposición real; tanto los llamados “empiristas”
como “innatistas” concedían espacio a mecanismos fisiológicos innatos y a la experiencia.
En sus palabras, “Helmholtz llamó a mi visión “innatista” en comparación a la que él
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defiende, la cual él llama “empirista”. Estas designaciones no son en absoluto adecuadas,
pues convierten un punto menor en el asunto principal. Entre “innatismo” y “empirismo” no
hay ninguna diferencia fundamental, solamente una diferencia de grado.” (Hering, 1878, 3).
Desde el punto de vista de Hering, el centro de la discusión era la tensión entre lo que él
identificaba como una tendencia espiritualista y una tendencia fisiológica. La primera
tendencia buscaba restringir el reino de lo innato para poder dar un espacio más amplio y
libre al espíritu humano. Aquellos que defendían dicha postura, a la hora de verse en
problemas para poder explicar ciertos fenómenos, apelaban ‘al alma’, ‘al juicio’ o a la
‘conciencia’ a la manera de deus ex machina para poder eliminar las dificultades. En ese
orden de ideas, al no poder explicar ciertos fenómenos sensoriales a partir de la física y la
química, muchos se inclinaban por esta “fisiología espiritualista”. Para Hering, los
“empiristas”, siguiendo la distinción de Helmholtz, tenían preferencia por dicha tendencia
(Cf., Hering, 1878, 3).
La segunda tendencia, por el contrario, veía a los fenómenos de la conciencia como
condicionados y apoyados en procesos orgánicos; por lo tanto, los fenómenos sensoriales
debían tener, siempre, algún correlato fisiológico que pudiera dar cuenta de ellos. Esta
postura buscaba hacer una fisiología de la conciencia o, mejor, una psicología fisiológica
(Cf., Turner, 1994, 122-123). En palabras de Hering, “[a]sí considerados, los fenómenos de
la conciencia aparecen como funciones de cambios materiales de la substancia organizada, y
viceversa. […] Ayudada por esta hipótesis, la fisiología moderna puede traer el fenómeno de
la conciencia al dominio de su investigación sin abandonar la tierra firme del método
científico” (Hering, 1897, 4-5). Teniendo en cuenta lo anterior, para Hering, la división entre
empirismo o innatismo era, en un principio, irrelevante; la brecha entre las tendencias
fisiológicas y espiritualistas era la fundamental.1 Mientras que la primera dirección buscaba
inferir las leyes de la conciencia a partir de procesos orgánicos y materiales, la otra tomaba
la salida fácil y explicaba estos fenómenos a partir de ciertas particularidades o habilidades
del alma.
Ahora bien, en el caso particular de la visión del color, ¿puede entenderse la polémica
en términos de la caracterización clásica, i.e. empirismo vs innatismo? En mi opinión,
mientras que para el estudio de la percepción del espacio la caracterización podía ser
iluminadora, para la controversia sobre la visión del color no resulta adecuada. Aunque
1 La postura de Hering estaba fuertemente vinculada a las teorías de fisiólogos como Gustav Fechner. Lo
interesante es que el mismo Fechner estaba bastante cercano a posturas monistas como la de Spinoza y
Schelling. En otras palabras, Fechner defendía algo cercano a un panpsiquismo: el mundo entero estaba
animado o tenía aspectos mentales (Cf., Fechner, 1836/ 2005), (Cf., Heidelberger, 1993).
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ciertas explicaciones en torno a fenómenos como imágenes remanentes o contrastes
simultáneos sí pueden separarse entre estos dos bandos, la razón por la cual los autores
prefirieron ciertos mecanismos fisiológicos para el color en vez de otros no se puede aclarar
entendiendo la polémica como una contraposición entre empiristas e innatistas. Las
diferencias pueden ser mucho más fuertes, y pueden rastrearse incluso hasta aspectos
estilísticos de la investigación y no meramente a las distintas teorías propuestas sobre cómo
vemos.
Los principales exponentes de cada uno de los bandos propusieron distintas teorías
sobre el correlato fisiológico de la percepción del color y distintas cartografías para dar
cuenta de las relaciones entre colores. Sumado a esto, las vías por las cuales llegaron a
formular sus propuestas parecen seguir un método muy distinto. En el caso de Helmholtz,
primero se definen las variables mínimas con las cuales se pueden establecer las
combinaciones de todos de los colores del espectro fenomenológico. Para hacerlo, parte del
modelo matemático propuesto por Newton (1717/1977), acoge los sofisticados trabajos
matemáticos de Grassmann (1854) y se remite a la información empírica recogida por
Maxwell (1855). Luego se propone cuáles podrían ser los correlatos fisiológicos sensibles a
cada uno de estos estímulos físicos con los cuáles se puede dar cuenta de la visión del color.
En el caso de Hering, retomando una tradición iniciada por Goethe, su método parece seguir
la siguiente máxima: hay que ir al fenómeno mismo y descubrir el protofenómeno o
fenómeno primordial que subyace al fenómeno que se está estudiando. En ese orden de ideas,
la investigación primero parte de un análisis fenomenológico del color, esto es, hay que
estudiar el color como cualidad visual para definir las variables fenomenológicas o
psicológicas mínimas con las cuales podemos dar cuenta de toda la gama de colores
observables; después, se propone cuáles son los correlatos fisiológicos que correspondan o
que expliquen estas variables. Adicionalmente, cada uno de estos caminos determina
cartografías o gramáticas diferentes. Helmholtz, por su lado, propone tres colores primarios,
verde, rojo y violeta, con los que se pueden obtener el resto de colores y, además, defiende
la hipótesis de que en nuestro aparato receptor hay tres componentes o elementos, cada uno
sensible a uno de estos tres estímulos (Cf., Helmholtz 1860/1962, v. 2). Hering, por otro lado,
propone cuatro colores cromáticos primarios, a saber, rojo, verde, amarillo y azul, y dos
colores acromáticos primarios, a saber, blanco y negro. Estas seis sensaciones se organizan
en pares de opuestos: rojo-verde, amarillo-azul, y blanco-negro. La hipótesis de Hering
consiste en que nuestro aparato receptor debe contar con tres elementos o procesos que
corresponden a cada uno de estos pares opuestos (Cf., Hering 1964).
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¿Se deben estos desacuerdos a cuestiones sobre empirismo e innatismo, o podríamos
indicarlos como síntoma de una diferencia más fundamental? Creo que es posible inclinarse
por la segunda opción. Adicionalmente, si analizamos las distancias entre ambos autores a la
hora incluso de identificar el origen de sus discusiones, de pronto podemos poner en duda la
caracterización que prevaleció. A mi modo de ver, el desacuerdo entre ambos autores puede
ser expresión de tensiones muy profundas en torno a la manera como los fenómenos de la
conciencia y los fenómenos vitales deben ser estudiados, tensiones que fueron transversales
en la fisiología del siglo XIX en Alemania.
Por un lado, en la obra de Helmholtz podemos identificar una postura materialista y
reduccionista que se oponía fuertemente a cualquier forma de vitalismo: este autor se puso el
objetivo de explicar, hasta donde más se pudiera, fenómenos vitales y sensoriales a partir de
las herramientas de la física o de la química (Cf., Cranefield 1957; Temkin 1946):
Los fisiólogos, entonces, deben esperar encontrarse con una conformidad incondicional
a las leyes de las fuerzas de la naturaleza en sus investigaciones concernientes a los
procesos vitales; deben dedicarse a la investigación de procesos físicos y químicos que
se dan en el organismo. (Helmholtz, 1869/1995, 217)
Por otro lado, en los trabajos de Hering vemos una postura fuertemente escéptica
frente al reduccionismo sugerido por Helmholtz. Hering consideraba contradictorio estudiar
la vida a partir de nuestros conocimientos sobre lo inerte:
Dejemos de considerar la fisiología meramente como una física y química aplicada y
evitemos así motivar la oposición justificable de aquellos que consideran como una tarea
ociosa el buscar una explicación exhaustiva de lo vivo a partir de lo muerto. La vida
puede ser completamente entendida únicamente a partir de la vida, y una física y una
química que sólo han emergido del dominio de la naturaleza inanimada, y que por lo
tanto sólo aplican a la naturaleza inanimada, son adecuadas únicamente para la
explicación del tipo de cosas que son comunes para lo vivo como para lo muerto.
(Hering, 1900, 169)
La tesis que defenderé en el artículo es que es posible considerar que estas diferencias
metodológicas, o mejor, estilísticas (siguiendo el concepto de “estilo de razonamiento”
propuesto por Ian Hacking) respondían a diferencias profundas que no sólo se limitan a si se
era innatista o empirista sino, más bien, a distintas concepciones sobre qué es el fenómeno
de la vida, qué es el fenómeno de la conciencia y cómo esto debe ser investigado. En ese
orden de ideas, la controversia creció a partir de “profundos y divergentes compromisos
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metodológicos y, principalmente, de concepciones dispares sobre la naturaleza de la vida y
la función orgánica” (Turner, 1994: 4).
II. “Estilos de razonamiento” como categoría para entender la controversia
¿Qué es, entonces, un estilo de razonamiento? Un estilo de razonamiento ofrece o
delimita qué proposiciones tienen sentido, i.e., cuáles son los candidatos a ser verdaderos o
falsos; indica, también, cómo es que podemos llegar a la verdad de estas proposiciones (Cf.,
Hacking 1992). Así pues, los estilos no son sólo maneras de justificar; éstos señalan qué
puede estar sujeto a confirmación, verificación o justificación, sobre qué cosas podemos
hablar, cómo es que se puede hablar de dichas cosas y, sumado a esto, qué puede contar como
una razón o evidencia a favor de la verdad de alguna proposición.
No hay enunciados que sean candidatos a ser verdaderos, ni objetos independientemente
identificados sobre los cuales estar en lo correcto, anterior al desarrollo de un estilo de
razonamiento. Cada estilo introduce muchas novedades incluyendo nuevos tipos de:
- Objetos
- Evidencia
- Enunciados, nuevas formas de ser un candidato a verdad o falsedad
- Leyes o modalidades
- Posibilidades (Hacking, 1992, 11)
Hacking, retomando algunos de los estilos identificados por el historiador Alistair C.
Crombie2, lista los siguientes (aunque la lista no es exhaustiva y muchos nuevos estilos
pueden ser agregados):
(i) Postular sistemas axiomáticos similares a los que utilizaron los matemáticos
griegos (estilo geométrico).
(ii) Elaborar estrategias experimentales para controlar postulados y para hacer
exploraciones apoyados en la observación y medición (estilo experimental).
(iii) Construir de manera hipotética modelos analógicos (estilo analógico).
(iv) Ordenar la variedad a partir de comparación y taxonomía (estilo taxonómico).
(v) Analizar regularidades de poblaciones con ayuda del cálculo estadístico y el
cálculo de probabilidades (estilo estadístico).
2 Crombie introduce el concepto de “estilo de pensamiento” para hacer referencia no tanto al contenido de las
teorías científicas que se han postulado en la historia del pensamiento científico en Europa sino, más bien, para
hacer énfasis en los métodos que ha seguido la tradición científica en Europa. Su trabajo más conocido son los
tres volúmenes titulados Styles of Scientific Thinking in the European Tradition (1994).
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(vi) Realizar una derivación histórica de desarrollos genéticos (estilo “evolutivo).
y finalmente, Hacking agrega otros dos estilos a la lista, a saber,
(vii) el estilo del laboratorio
(viii) el estilo algorítmico.
Según Hacking, cada uno de estos estilos introduce posibilidades y formas de llegar
a la verdad de enunciados que sólo cobran sentido dentro de un estilo. Ellos no son contrarios,
ni opuestos ni inconmensurables. Son sencillamente diferentes e incluso pueden ser llamados
a la investigación de un mismo proyecto (Cf., Hacking, 1992b, 137). En ese sentido, los
estilos no son equivalentes a esquemas conceptuales o a paradigmas; pueden incluso estar
íntimamente conectados. Los estilos de razonamiento, más bien, pueden verse como
determinantes a la hora de entender cuáles son los estándares de evidencia de una comunidad,
cuáles son sus métodos, sus formas de justificar, sus maneras de investigar, sus maneras de
hacer preguntas y las posibles respuestas a esas preguntas (en este último aspecto se ven
involucrados elementos como, por ejemplo, sobre qué cosas podemos hablar falsa o
verdaderamente).
A pesar de que los estilos no son excluyentes, contradictorios u opuestos entre sí, si
nos encontramos con diferencias a este nivel, las disputas pueden llegar a tener características
muy peculiares que las alejan de otros tipos de enfrentamientos científicos. Si dos científicos
o grupos de científicos difieren en el estilo que se presupone para poder abordar un mismo
objeto, estos diferirían precisamente sobre aquello que puede ser dicho con sentido (es decir,
qué es una proposición científica y qué es mera especulación), sobre aquello que puede contar
como evidencia ( i.e. si una proposición está bien justificada o no), sobre los métodos de
experimentación, sobre qué cosas pueden postularse para poder ofrecer explicaciones, y,
finalmente, sobre qué objetos podemos hablar. En el artículo defenderé que los conflictos
entre Hering y Helmholtz pueden ser comprendidos en términos de diferencias sobre estilos,
los cuales finalmente tienen consecuencias en (i) qué preguntas deben hacerse; (ii) qué
respuestas pueden darse; (iii) cómo se puede llegar a esas respuestas; (iv) qué cuenta como
una evidencia fuerte o una razón válida para sostener una respuesta; (iv) qué objetos en el
mundo pueden postularse. Y, indagando mucho más hondo, estas tensiones estilísticas
pueden deberse a presuposiciones sobre los objetos o fenómenos que se están estudiando.
A mi modo de ver, mientras que ambos estaban de acuerdo con utilizar un estilo
experimental, Helmholtz seguía también un estilo analógico al cual Hering se oponía. Ambos
estaban en el marco de la emergencia de la fisiología experimental y el rechazo a la manera
como se había hecho fisiología y medicina en Alemania (Cf., Rothschuh, 1973). La filosofía
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natural y el romanticismo a finales del siglo XVIII y en la primera mitad del siglo XIX
tuvieron un gran efecto en las ciencias de la vida tales como la biología, la medicina y, entre
esas, la fisiología. Como respuesta a estos movimientos, durante la segunda mitad del siglo
se desarrolló una nueva forma de estudiar los fenómenos vitales. Pero en esa transición
muchas preguntas seguían abiertas, por ejemplo, “¿cómo deben llevarse a cabo
experimentos?”, o “¿qué variables son las que se deben controlar?” o “¿qué fenómeno es el
que se está tratando de elucidar?” seguían siendo problemáticas. Así pues, en el marco del
establecimiento de un estilo dentro de una ciencia particular, grandes preguntas y problemas
pueden surgir acerca de cómo es que la comunidad debe llevar a cabo su actividad. Hering y
Helmholtz se dividen en ese punto. El primero exigía estudiar el fenómeno de tal forma que
fuese éste el que diese indicaciones para poder organizarlo y, además, reclamaba un estatus
especial a muchos de los fenómenos que estaban involucrados con la vida. El segundo, en
cambio, permitía la introducción de modelos ideados por las matemáticas y la física para
organizar los fenómenos estudiados y demandaba una unidad de la ciencia en la manera de
explicar en el ámbito de lo orgánico y de lo inorgánico. Por lo tanto, Helmholtz, además de
seguir un estilo experimental como Hering, seguía también un estilo analógico. Hering, en
cambio, se resistía profundamente a imponer modelos de la física a fenómenos que, según él,
exigían herramientas y categorías propias. Estas tensiones pueden verse en el caso de los
estudios sobre la visión del color. Opino que, si entendemos la controversia en estos términos,
muchos puntos del debate pueden ser elucidados; creo, además, que puede llegar a ser más
iluminador que entender los conflictos en el sentido de empirismo vs. innatismo.
Ahora, ¿cuáles son los rasgos particulares del estilo experimental y el estilo
analógico? Por el momento ofreceré una descripción muy superficial. El estilo experimental
puede caracterizarse así: (i) los investigadores producen situaciones donde pueden controlar
(o incluso reducir) la complejidad de los fenómenos a estudiar; (ii) dichas situaciones deben
poder ser reproducidas o repetidas por otros científicos; y (iii) deben contar con testigos
confiables y competentes. El estilo analógico tiene los siguientes rasgos: (i) se parte de un
modelo que organiza el fenómeno a estudiar y (ii) dicho modelo es el que indica cuáles son
las variables a tener en cuenta; indica también (iii) qué preguntas hacer; (iv) qué tipo de
explicaciones pueden ofrecerse y (v) qué tipo de descripciones pueden hacerse. Uno de los
objetivos será identificar estas características en los métodos de los dos autores. En la
siguiente sección expondré brevemente el contexto en el que se encontraba la fisiología en la
primera mitad del siglo XIX, los cambios y transformaciones que se dieron en la segunda
mitad del siglo y el lugar que Helmholtz y Hering ocuparon.
14
III. Contexto de la medicina y la biología en Alemania a principios del s. XIX y
la emergencia de la fisiología experimental
Fisiología “romántica” y Naturphilosophie a principios del siglo XIX.
El contexto de la medicina (y, en general, de las ciencias de la vida como la biología
y la fisiología) en Alemania durante este período fue bastante particular. Para muchos, este
período es caracterizado como un momento donde la especulación y el oscurantismo
contaminaron las ciencias de la vida en Alemania (Cf., Risse, 1976, 72). Por ejemplo, Karl
E. Rothschuh (1973) caracteriza este período de la siguiente manera: “Todo el período fue
caracterizado por una tendencia a derivar la teoría y la práctica médica a partir de
consideraciones filosóficas sobre la naturaleza en vez de la experiencia. La misma actitud
también fue manifestada en todas las ciencias naturales.” (155).
Una preocupación fundamental de la época era tratar de encontrar fundamentos
sólidos para la medicina y la biología de la misma forma como éstos ya se habían ofrecido
para la física (Cf., Risse, 1972). En medio de estas preocupaciones, en Alemania se dio un
intento por fundamentar la medicina a partir de presupuestos filosóficos, en especial, de los
conceptos de la Naturphilosophie de Friedrich Schelling. Este acercamiento filosófico, según
algunos, en vez de controlar los eventos y los fenómenos a estudiar, se dedicó a tratar de
especular, si se quiere, sobre la naturaleza profunda de dichos fenómenos (Cf., Rothschuh,
1972, 165). No obstante, es posible poner en duda algunos aspectos de esta caracterización.
Muchas cosas valiosas se produjeron en este período, entre ellas, los estudios adelantados en
electricidad animal, en morfología y fisiología comparada, en embriología, en psicología y,
lo que en este momento más nos interesa, en fisiología de los sentidos (Cf., Rothschuh, 1965).
Ahora bien, este período no sólo dejó ideas o conceptos que podían ser iluminadores; lo que
intentaré mostrar es que también estableció ciertas máximas metodológicas a la hora de
abordar algunos de estos fenómenos, las cuales se infiltraron en las investigaciones en el auge
de la fisiología experimental.
Cómo los principios de la Naturphilosophie de Schelling fueron utilizados en la
práctica de la medicina y de muchas otras disciplinas científicas es un tema amplio que
excede el espacio de este artículo. Sin embargo, me arriesgaré a identificar algunos aspectos
que más tarde cobrarán importancia: (i) desde esta perspectiva se asumía que la naturaleza,
en todos sus ámbitos, era orgánica; (ii) se pensaba que las leyes que rigen a la naturaleza eran
las leyes de un espíritu o inteligencia que subyace a todos los fenómenos y eventos. En ese
orden de ideas, la naturaleza parecía estar regida por una inteligencia cuyas leyes nosotros
podíamos desentrañar. Bajo esta presuposición, se consideraba posible llegar a la estructura
15
última del mundo: un ejercicio juicioso de introspección al mismo tiempo que un ejercicio
de observación podía permitirnos identificar cuáles son las estructuras o aquello profundo
que subyace al fenómeno que se quiere estudiar. En palabras de Schelling, “Dado que hay en
nuestro espíritu una añoranza infinita a organizarse a sí mismo, también en el mundo exterior
debe revelarse a sí misma una tendencia general a la organización.” (Schelling, 1797; citado
en Morgan, 1990, 31).
Schelling buscaba demostrar a través de argumentos extensos y apelación a la práctica
científica que los principios básicos dados objetivamente en la naturaleza eran
isomórficos con aquellos actos delineados subjetivamente en el yo. Él pensaba que esta
simetría podría ser modelada claramente y entendida a través de las producciones del
genio estético. Entonces, cuando el biólogo o el médico o el naturalista de disposición
Shellingneana habría de explorar a la naturaleza […] él descubriría allí el otro reino del
yo, donde las fuerzas eran familiares y la mente encontraría su doble desplegado de la
forma más bella. (Richards, 2002, 116)
La creencia de que el espíritu intuía en sus productos únicamente su “propia naturaleza
auto-desarrolladora” significaba para Schelling que las propiedades del espíritu eran
expresadas en la naturaleza y estaban allí para ser vistas por el Naturforscher
(literalmente, investigador de la naturaleza). (Morgan, 1990, 31)
Ahora bien, el fenómeno de la vida es precisamente el fenómeno donde más vemos
un comportamiento inteligente; las leyes y las estructuras de este fenómeno podían estar a la
mano si lo estudiábamos con cuidado y si, precisamente con este ejercicio de introspección,
podíamos identificar las leyes y la organización que nosotros le damos con nuestra mente.
De esta manera, era posible obtener un marco verdadero para el mundo natural y, en este
caso, para la medicina. ¿Cómo, entonces, se hacía fisiología desde este punto de vista? ¿Qué
hacía un fisiólogo, un médico o un biólogo? La tarea fundamental era dar cuenta de las leyes
y de la naturaleza profunda que subyace al fenómeno de la vida, y para lograr esto, el método
parecía ser el siguiente (haciendo eco de las sugerencias de Goethe): debemos ir al fenómeno
mismo e identificar ese fenómeno primordial o protofenómeno; a saber, identificar esa
estructura o aspecto que hace que, en cierto sentido, algo se presente como se presenta. El
que indica cuál es la naturaleza o la forma de aquello que se estudia no es un científico que
se acerca con modelos previos sobre su objeto de estudio, sino, más bien, el objeto mismo
que se pretende estudiar: es una conversación constante entre el fenómeno y el investigador
lo que, al final, permite emerger esa estructura que puede iluminar y organizar al fenómeno
que se quiere comprender. Luego de llegar a este punto, no hay que hacer nada más (Cf.,
Goethe, 1818/2006, §§175-177).
16
Dicho de otra manera, lo que debía hacer un científico o investigador de la naturaleza
no era imponer estructuras o modelos anteriores al fenómeno para poder comprender. En
pocas palabras, es el ojo inocente y desprevenido el que da el fundamento adecuado para una
ciencia natural (Cf., Knight, 1990, 17). Dado que las leyes de la vida eran acordes a las leyes
de una mente, entonces también con un proceso de introspección y de observación (una
retroalimentación entre el fenómeno y el sujeto), se podía dar cuenta de la estructura profunda
de dicho fenómeno. Según el mismo Helmholtz, el médico de inicios del siglo XIX “creía
que tenía que lidiar con un ser animado por un alma frente al cual un pensador, un filósofo,
y un hombre inteligente debía oponerse.” Investigar al organismo (o a un ser humano) por
medios mecánicos “era una investigación que el médico con una clara visión mental no
necesitaba.” (Helmholtz, 1877/1995, 318-319). Esta teoría filosófica de la naturaleza
apoyaba la viva convicción de que el investigador natural que podía sondear las
profundidades de la naturaleza podía, eventualmente, llegar al fondo de las cosas (Cf.,
Richards, 2002, 134). “Únicamente el Naturphilosoph con un acceso a la verdad sobre el
espíritu absoluto podía decir lo que la Naturaleza era. Las ciencias menores sólo podían llegar
a lidiar con los símbolos de esa realidad.” (Morgan, 1990, 33).
Emergencia de la fisiología experimental
Estos principios que guiaron a la actividad científica generaron que la investigación
sobre algún fenómeno se viese más como un ejercicio filosófico y de observación y no como
un ejercicio de intervención controlada sobre los fenómenos. De ahí que, en numerosas
ocasiones, este período de la medicina y de las ciencias de la vida fuese caracterizado como
oscuro y especulativo. Por esta razón, muchos científicos respondieron fuertemente en contra
del proyecto científico de la medicina y la fisiología. Para algunos, atar la investigación a
aspectos restringidos únicamente a la filosofía y a la especulación parecía ir en contra del
desenvolvimiento y progreso que se estaba dando en otras ciencias como la física y la
química. Lo que se debía hacer, más bien, era tomar el modelo de estas ciencias, sus métodos
y sus conceptos, para ver hasta dónde podíamos llegar a comprender los fenómenos que se
querían estudiar. Johannes Müller (1801-1858), fisiólogo de la primera mitad del siglo XIX,
fue uno de los mayores exponentes de este movimiento. Müller no fue sólo un fisiólogo con
grandes aportes sino, además, un científico con un gran número de discípulos que luego iban
a ocupar las plazas de fisiología en grandes universidades de Alemania (Cf., Rothschuh,
1973, 203). En otras palabras, su impacto no sólo fue por sus investigaciones sino, también,
por el gran número de científicos que pasaron por sus laboratorios y aulas y que luego iban
a marcar el ritmo de lo que se debía hacer en fisiología. Entre esos, se encontraban el mismo
Helmholtz, Ernst Brücke (1819-1892) y Emil du Bois Reymond (1818-1896), quienes serían,
17
junto con Carl Ludwig (1816-1895), los que luego promoverían fuertemente el proyecto
reduccionista de poder dar cuenta del mayor número de fenómenos vitales en términos
únicamente físicos y químicos (Cf., Cranefield, 1957).
Müller fue un gran promotor del uso de la observación cuidadosa de fenómenos
controlados con ayuda de instrumentos (tales como el microscopio) en la investigación
fisiológica. Se concentró, entre muchos otros ámbitos, en fisiología de la percepción. En sus
investigaciones tomó herramientas de la física, la química y de la matemática; no obstante,
en consonancia con algunos aspectos tomados precisamente de aquella tendencia de la cual
se quería alejar, defendió siempre la particularidad de los fenómenos vitales y de la necesidad
de estudiar dicho fenómeno sin pretensiones reduccionistas. Para él, debía haber algún
principio o fuerza vital que explicase este comportamiento, el cual no era observable en los
objetos de estudio de la física y la química (Cf., Rothschuh, 1972, 198-199).3
Adicionalmente, a la hora de hacer experimentos, abogaba por una postura que podría ser
similar al llamado de Goethe de permitir que los fenómenos, ellos mismos, diesen las pautas
y las directrices sobre qué podemos decir de ellos. En ese orden de ideas, Müller es un
promotor de la experimentación, pero no una que fuerza a la naturaleza a responder lo que
uno quiere que ella responda. Müller se aleja de la Naturphilosophie en el sentido de querer
buscar evidencia empírica para poder hacer afirmaciones sobre el mundo y ver con sospecha
un trabajo únicamente especulativo; sin embargo, sigue cercano a ella al considerar que a
través de la observación cuidadosa es posible develar la estructura profunda del fenómeno.
Bajo este presupuesto, la experiencia y el fenómeno nos dirá qué podemos decir de nuestro
objeto de estudio; no sirve tomar conceptos o abstracciones para poder organizar aquello que
estamos estudiando de antemano. Esto se logra evidenciar en la siguiente cita:
Nada es más fácil que llevar a cabo una serie de estos supuestamente llamados
experimentos. En efecto, uno puede siempre interrogar a la naturaleza a la fuerza y ella
nos dará una respuesta en su angustia. Pero nada es más difícil que la interpretación
correcta de la naturaleza, nada más duro que planear un experimento verdaderamente
válido. Nosotros consideramos que el objetivo principal de la fisiología contemporánea
es mostrar y asumir estos obstáculos. […] La contemplación simple y discreta de la
naturaleza y ser capaz de reconocer la cosa correcta, la verdad de las apariencias, esa
3 Du Bois-Reymond describía la posición de su profesor en las siguientes palabras: “Los organismos son
susceptibles de acciones físicas y químicas, pero la forma como estas entidades vivas reaccionan a las
influencias inorgánicas es marcadamente diferente. Agentes físicos se transmiten entre ellos cierto movimiento,
y los elementos químicos interactúan entre ellos para formar un tercer componente. En contraste, cuando estos
estímulos físico-químicos excitan nuestro organismo, ellos sólo pueden provocar la apariencia de una propiedad
orgánica: la energía vital.” (Du Bois-Reymond, 1860; citado en Rothschuh, 1973, 199).
18
debería ser la meta relevante para ambos el naturalista y el fisiólogo. Bajo estas
circunstancias, deje a su mente experimentar lo que ella quiera, pues ésta sentirá más de
lo que es aparente a los sentidos en los objetos bajo estudio. De igual modo que
experiencias y observaciones son derivadas de ideas preconcebidas, estos fenómenos
sensibles formarán otras ideas. En verdad, la experiencia se convierte en el fermento
generador de la mente. Pensamiento abstracto acerca de la naturaleza no es el área
adecuada para la investigación fisiológica, pues el fisiólogo debe experimentar la
naturaleza para poder desarrollar pensamientos sobre ella. (Müller, 1824; citado en
Rothschuh, 1973, 197-198)
Podemos ver entonces cómo un estilo (el estilo experimental) se estaba estableciendo,
pero en ese punto muchas diferencias comenzaron a gestarse. Los discípulos de Müller
(Helmholtz, Brücke y Du Bois-Reymond, entre otros) comenzarán a concebir la posibilidad
de hacer una fisiología experimental que no solo pudiese adaptarse a los estilos de
experimentación de las ciencias de la física y la química sino, más aún, que pudiese tomar
los conceptos y las leyes de la física y la química para poder explicar los fenómenos vitales.
Helmholtz estudió medicina en Berlín durante los años 1838 y 1842; cuando comenzó
a estudiar tenía 17 años. A pesar de tener más inclinaciones por la física, las dificultades
económicas y la posibilidad de recibir una beca para hacer sus estudios médicos lo impulsó
a seguir ese camino (Cf., Turner, 1994, 35). Durante estos años, Helmholtz fue formado en
el marco del romanticismo y la Naturphilosophie. No obstante, tuvo la oportunidad de
estudiar con aquellos que buscaron alejarse de dichos movimientos, entre esos, Johannes
Müller. Luego de trabajar como médico en el ejército por seis años (1842-1848), logró
renunciar a su carrera militar y volver a Berlín para trabajar con Müller. En este entorno,
Helmholtz se interesó por la fisiología de la percepción y por el abordaje físico-químico de
los fenómenos vitales. Helmholtz no sólo siguió los impulsos de Müller de hacer una
fisiología experimental con métodos cuidadosos de observación, sino que, además, promovió
el ejercicio de una investigación fisiológica de la mano de la física y de la química. La
fisiología debía tomar no sólo herramientas de dichas ciencias sino, además, intentar entender
sus fenómenos en los términos que estas ciencias dictaban. Helmholtz, en este espíritu,
caracteriza la tarea comenzada por Müller y desarrollada por él y sus colegas de la siguiente
manera: “El médico debe ser capaz de construir todo sobre un conocimiento de los procesos
físicos si quiere adquirir una base científica verdadera para su actividad práctica.” (1877,
325).
Hering era 13 años menor que Helmholtz. Ingresó a la escuela de medicina a los 19
años en Leipzig donde también tuvo la oportunidad de ser formado en un contexto donde la
19
medicina, a pesar de seguir permeada por todo el entorno aquí reseñado, estaba buscando
posicionarse como una ciencia experimental y donde la fisiología ya se estaba acercando a
las demandas establecidos por personas como Müller. Aunque no fue discípulo directo de
Müller, Hering siempre explicitó la influencia que las ideas defendidas por Müller tuvieron
sobre él; más aún, insistía en ser él el verdadero seguidor de la tradición comenzada por
Müller y denunció la distorsión que otros habían hecho de él (entre esos, Helmholtz). A pesar
de ser más joven y no contar con el prestigio de Helmholtz, Hering desde muy temprano
comenzó a expresar sus diferencias de manera intensa.4La mayor parte de su carrera
académica la desarrolló en Praga, donde estuvo desde 1870 a 1895.5 Esto generó que, en
cierto sentido, Hering estuviese muy alejado de la actividad y la dinámica científica en la que
Helmholtz se estaba desenvolviendo; así pues, durante muchos años estuvo en la periferia
del epicentro de la producción científica.
Hering acogió las ideas de Müller e insistió en que, a pesar de la necesidad de tomar
las herramientas y el rigor experimental adelantado en física y en química, el estudio de la
vida requería de otros conceptos y de otros modelos de explicación diferentes a los utilizados
para estudiar la materia inorgánica. En vez de centrarse en los procesos físicos que se dan en
el cuerpo (o, si se quiere, en vez de centrarse en la manera como interactúan las partes de una
máquina), lo importante es captar el sentido de los movimientos y de los acontecimientos que
se dan en esa máquina. Sólo así será posible identificar cuáles son las leyes que guían a los
procesos orgánicos (Cf., Hering, 1897, 4). En ese orden de ideas, parece ser que Hering estaba
reclamando algo que puede hacer eco de ciertas máximas de los médicos y biólogos de inicios
del siglo e incluso del mismo Müller: aquello que estamos observando debe ser lo que nos
dicta la pauta de cuáles son sus estructuras y cómo podemos hablar de ello; la observación
cuidadosa del fenómeno puede, en efecto, develar estas estructuras y los significados que le
subyacen.
Como se puede ver, ambos autores hacían parte de una generación que estaba
reclamando una transformación en el ámbito de la fisiología: para ellos, era necesario una
fisiología experimental. Sin embargo, en medio de esta transformación, Helmholtz sugirió
tomar los modelos de la física para poder llevar a cabo su investigación. Hering, en cambio,
consideraba que los fenómenos vitales debían ser estudiados con conceptos y categorías
autónomos. A lo largo de lo que sigue del artículo, mostraré, con el estudio sobre las teorías
4 En 1860, sólo con 27 años, publicó su trabajo Beiträge zur Physiologie [contribuciones a la fisiología], donde
expresó sus reservas con Helmholtz en torno a la visión binocular. 5 Durante casi 25 años Hering trabajó en Praga como colega de Ernst Mach. Mach incluso estuvo de acuerdo
en muchos de los aspectos defendidos por Hering y, adicionalmente, adelantó investigaciones en torno a las
sensaciones de manera muy similar a Hering y Gustav Fechner.
20
sobre la visión del color, cómo estas diferencias pueden manifestarse y cómo pueden
entenderse. En la siguiente sección me centraré, entonces, en las teorías propuestas por ambos
autores.
IV. La visión del color y las teorías de Helmholtz y Hering
En los estudios sobre la visión del color, tres preguntas eran fundamentales: (i) ¿qué
procesos fisiológicos y físicos de nuestro aparato receptor permiten la visión de colores,
teniendo en cuenta que los colores no son propiedades de los objetos sino, más bien, algo que
emerge a raíz de la manera como los objetos (y la luz que ellos reflejan) nos afectan?; (ii)
¿cómo es posible obtener toda la gama de colores que observamos, teniendo en cuenta de
que los colores observables no se reducen a la franja visible del espectro electromagnético?;
y (iii) ¿cuáles son las relaciones de similitud o de diferencia entre los colores que
observamos?, y, además, ¿cuáles son los criterios para definir estas relaciones? Para
responder estas cuestiones, los autores siguieron la siguiente agenda: los dos construyeron
cartografías o espacios del color donde se ilustraba la manera como los colores están
relacionados entre sí; los dos sugirieron un correlato fisiológico que pudiese explicar por qué
vemos colores partiendo de las variables con las que construyeron su cartografía; y,
adicionalmente, los dos llevaron a cabo experimentos (o se valieron de evidencia empírica
recogida por otros) para poder defender sus hipótesis. Es en la manera como ambos autores
llevaron a cabo esta agenda que se puede evidenciar las tensiones que quiero resaltar. A
continuación, presentaré las propuestas de cada uno de ellos.
Hermann von Helmholtz
Helmholtz, en el momento de presentar su teoría sobre la visión del color, tiene varios
puntos de partida. En primer lugar, Helmholtz asume una teoría ondulatoria de la luz: al
descomponer la luz blanca con ayuda de un prisma, podemos observar distintos rayos con
diferentes longitudes de onda, los cuales, al afectar nuestro órgano de la visión, generan la
sensación de distintos colores. Esta gama de colores que observamos cuando la luz pasa por
un prisma es lo que conocemos como el espectro electromagnético (Cf., Helmholtz,
1860/1962 v. 2, 61; Cf., Helmholtz, 1869/1995, 154). En palabras de Helmholtz, “[e]n
general, entonces, la luz, que consiste en ondulaciones de distintas longitudes de onda,
produce diferentes impresiones sobre nuestro ojo, a saber, impresiones de distintos colores.”
(Helmholtz, 1968/1995, 154); “[l]as diferentes sensaciones de color en el ojo dependen de la
frecuencia de las ondas de luz de la misma manera como las sensaciones de tono dependen
de la frecuencia de las ondas de sonido.” (Helmholtz, 1860/1962, v. 2, 76). Adicionalmente,
21
los rayos de distintas longitudes de onda, o mejor, rayos de luz “homogénea” o de un solo
color (Cf., Helmholtz, 1869/1962, v. 2, 62), pueden combinarse generando la sensación de
otros colores del espectro e incluso colores que no estaban ahí en un principio (i.e. el
púrpura).6 Helmholtz se remite al instrumento ideado por Newton (1717/1977), a saber, el
círculo de colores, para representar en un espacio todos los colores observables, cuáles son
sus relaciones de vecindad y de qué formas podemos obtener mezclas de colores. Helmholtz
acoge dicho círculo teniendo en cuenta las modificaciones y la evidencia empírica
introducidas por Grassmann (1854) y Maxwell (1855).
¿En qué consiste el círculo de Newton? Newton propone representar los colores del
espectro prismático en una curva cerrada (él se imaginó una circunferencia), la cual se une
por el rojo y el violeta a través del púrpura (Figura 1). En la circunferencia se encuentran los
colores más puros o “saturados”, y en la mitad del círculo se ubica el blanco, pues éste
supuestamente es el resultado de la combinación de todos los colores del espectro. Con este
círculo de color, es posible determinar el lugar de todo color compuesto asignando pesos o
cantidades a los colores simples que están en la combinación. En palabras de Newton, “todos
los colores que forman la luz en el universo y que no dependen del poder de la imaginación,
o son los colores de las luces homogéneas o se componen a partir de ellos según la regla
expuesta en el problema anterior [i.e. el círculo de color].” (1717/1977, prop. VII, teor. V).
Newton define siete colores simples intentando establecer una analogía entre la serie de
colores y la escala musical que tiene siete tonos: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y
violeta. Cada color simple ocupa en la circunferencia un arco proporcional al espacio que
ocupa en el espectro, y en la mitad de cada arco se ubica el centro de gravedad. Trazando una
línea recta entre los dos colores que deseamos combinar y, además, asignando los pesos de
cada color, podemos determinar el “centro de gravedad” de la combinación. Si trazamos una
línea que va desde el centro del círculo pasando por el centro de gravedad del color
compuesto hasta la circunferencia, el punto donde corta dicha línea indica el matiz o tono del
color compuesto. La distancia que hay desde el centro de gravedad de la combinación hasta
la circunferencia indica el grado de “intensidad” o de saturación del color; mientras más
alejado se encuentre del centro, más puro e intenso es y, mientras más cerca del centro, más
pálido. Es importante aclarar que todos los matices del espectro se pueden obtener mezclando
pares de colores; no es posible obtener un nuevo matiz (por fuera del espectro) mezclando
más de dos colores simples.
6 Así pues, Helmholtz hace la distinción entre colores compuestos y colores simples: por ejemplo, es posible
tener un naranja “puro” u homogéneo cuando aislamos los rayos del espectro que producen esta impresión y,
adicionalmente, podemos tener un naranja compuesto al combinar distintos rayos de luz con diferentes
longitudes de onda. Es importante señalar que, fenomenológicamente, un sujeto no puede diferenciar entre un
color simple y uno compuesto (Cf., Helmholtz, 1962, v. 2, 120).
22
ºFigura 1. Círculo de Color de Newton7
Sumado a esto, Helmholtz se remite al trabajo de Grassmann (1854) y muestra que el
mismo diagrama de Newton puede ser construido partiendo de tres variables involucradas en
cualquier percepción de color, a saber, (i) saturación, (ii) tono y (iii) brillo o luminosidad
(Cf., Helmholtz, 1860/1962 v. 2, 132).8 Finalmente, también haciendo alusión a los estudios
de Maxwell (1855), Helmholtz defiende que es posible representar este mismo espacio de
color a partir de tres colores primarios, (los cuales se eligen arbitrariamente; la única
condición es que con la mezcla de dos colores no pueda obtenerse el tercero) (Cf., Helmholtz,
1869/1962 v. 2, 134, 141). Las cartografías construidas, ya sea a partir de tres colores
primarios o a partir de las tres variables mencionadas, son equivalentes al instrumento
propuesto por Newton. Así las cosas, la carta de color se puede construir con mínimo tres
variables, ya sean tres colores primarios o las tres variables presentes en cualquier percepción
del color (i.e. saturación, tono y luminosidad). Con todos estos elementos, el autor se pone
en la tarea de construir un espacio del color.
El espacio se construye partiendo de un triángulo; en cada vértice del triángulo están
ubicados tres colores primarios (Figura 2). Siguiendo el método de los centros de gravedad,
se deben ubicar todos los colores producidos a partir de los tres primarios. En ese orden de
ideas, todos los colores que se puedan obtener mezclando los colores A y B están ubicados
en la línea AB; los que se pueden obtener mezclando A y C están ubicados en la línea AC y
los que se obtienen mezclando B y C están ubicados en la línea BC. Gran parte de los colores
que se obtienen a partir de A, B y C se ubican en el interior del triángulo. No obstante, algunos
7 Tomada de Newton (1717/1977), p. 137 8 Grassmann mostró que el método de los centros de gravedad de Newton es equivalente a la construcción de
un espacio vectorial de tres dimensiones. En ese orden de ideas, la cartografía se construye o bien erigiendo un
sistema de coordenadas de tres dimensiones, o eligiendo tres muestras de color erigidos como primarios para
componer el resto de colores.
23
colores, como se verá más adelante, pueden ubicarse por fuera del triángulo. Los colores
exteriores al triángulo se conciben a partir de “masas” negativas asociadas a los colores
primarios; es decir, yo podría combinar - cantidad de A, cantidad de B, cantidad de C,
para obtener un color compuesto con cantidad M, i.e., -A+B +C = M. Ahora bien,
¿cómo se pueden interpretar las masas negativas asignadas a un color primario? Si acogemos
esta ecuación, simplemente podemos reescribirla de tal forma que el coeficiente negativo
asignado a A quede positivo al pasarlo al otro lado, i.e., B +C = M+A: cantidad de B
y cantidad de C producen un color con cantidad e M y cantidad de A.
En la figura 2, el color ubicado en el punto D a medio camino entre A y B se obtiene
mezclando la misma cantidad de los colores A y B. Mientras más cantidad (o peso) se agregue
de, digamos, A, entonces el centro de gravedad de la combinación se ubicará más cerca de A
(pues ese es el lugar es donde tendría que ubicarse el apoyo de una balanza para equilibrar
los pesos). Si, por ejemplo, se quiere obtener un nuevo color E agregando cantidades de color
C al color compuesto D, se traza una línea recta DC y se ubica el centro de gravedad de
acuerdo a la cantidad de color que se agregue de C y D. En el interior del triángulo están
representados la mayoría de los colores compuestos por los colores A, B y C. Con este mismo
método, también se puede determinar la ubicación de todos los colores que quedan por fuera.
Si queremos ubicar un color F obtenido a partir de la mezcla de E y un color M por fuera del
triángulo, trazamos el segmento EM y seguimos el mismo método. Si la cantidad de M es
muy pequeña, entonces el color F todavía estará ubicado en el interior del triángulo. Si la
cantidad de M va aumentando, podremos determinar la ubicación de todas las combinaciones
que contienen a M en el segmento EM, incluso si se encuentran por fuera del triángulo; este
sería el caso del color H
Figura 2. Triángulo de colores9
9 Tomado de Helmholtz (1860/1962, v. 2), p. 134
H
24
Si tomamos el círculo de Newton e insertamos el triángulo de color, podremos
identificar qué colores se producen a partir de tres colores primarios (Figura 3.) En la figura,
vemos que gran parte de los colores que se obtienen a partir del violeta (V), del rojo (R) y del
verde (G) están ubicados en el triángulo VRG; los que se obtienen a partir del azul cian (C),
rojo (R) y amarillo (Y) están ubicados en el triángulo RYC. En una primera aproximación, se
puede tener la expectativa de tener los colores saturados agrupados en una circunferencia; si,
además, todos los colores están a la misma distancia del blanco, entonces el blanco debería
ubicarse en el centro del círculo.10
Figura 3. Círculo de color y triángulo de color11
Helmholtz escoge el violeta, el rojo y el verde como los colores primarios para hacer
la carta de colores. No hay nada en los colores del espectro que indique que unos en particular
deben ser los colores primarios; en ese sentido, la carta podría ser construida con cualesquiera
tres colores que estén más o menos alejados entre sí en el espectro prismático y que a partir
de la mezcla de dos no sea posible obtener el tercero. Helmholtz elige esos tres motivado por
las observaciones y los descubrimientos sobre el daltonismo (pues ahí se puede ver cierto
protagonismo del verde y del rojo) (Cf., Helmholtz, 1860/1962, v. 2, 145).
Tenemos entonces un instrumento matemático que nos da la pauta para determinar
cómo debemos construir una carta a partir de información empírica. Como veremos, dicha
información nos hará abandonar al círculo esperado por Newton. Para comenzar a recoger
evidencia, muchas cosas se deben definir, como, por ejemplo, el concepto de “cantidad de
color” y, luego, identificar cuánto se necesita realmente de cada color para conseguir una
combinación en particular. En palabras de Helmholtz,
10 Es importante aclarar que más adelante, luego de recolectar información empírica, la expectativa de recoger
a los colores saturados en una circunferencia y de ubicar el blanco en el centro tendrá que abandonarse. 11 Tomado de Helmhotlz (1860/1962, v. 2), p. 142
25
El instrumento de Newton para exhibir las leyes de la mezcla de colores a través del
método utilizado para construir centros de gravedad era pensado originalmente
sencillamente como una forma de imagen matemática para expresar gráficamente una
gran cantidad de hechos; la justificación para él era que los resultados encontrados a
través de este proceso eran cualitativamente compatibles con realidades experimentales,
incluso a pesar de que ellas no habían sido probadas cuantitativamente. (Cf., Helmholtz,
1860/1962, v. 2, 140)
Con esto en mente, Helmholtz formula como hipótesis un espacio como el exhibido
en la figura 4. En dicha figura, ya es claro que el círculo de Newton está deformado. La curva
cerrada de los colores saturados ya no es una circunferencia y el blanco ya no estaría ubicado
a la misma distancia de todos los colores saturados, pues para obtener un blanco a partir de
un amarillo verdoso y un violeta, se necesita muy poco violeta y mucho más amarillo
verdoso; esto ubicaría al blanco mucho más cerca del amarillo que del violeta. A pesar de
estas diferencias, hay elementos fundamentales que se mantienen: (i) la curva de colores
saturados es una curva cerrada; (ii) el blanco sigue ocupando un lugar protagónico, y (iii) hay
pares de colores que se pueden mezclar para obtener el blanco (colores complementarios).
Figura 4. Cartografía de Helmholtz12
¿Cómo se logra construir el espacio a partir de información empírica? El ejercicio
consiste en determinar dónde estaría ubicado un color particular en ese espacio; para hacerlo,
es necesario identificar qué tanta “cantidad” de cada uno de los colores primarios es necesaria
para obtener el color en cuestión. En ese sentido, los experimentos deben permitir controlar
variables como “cantidad de color” de manera precisa y, adicionalmente, preguntarle a un
observador en qué momento, a partir de una mezcla particular, logra observar un color
determinado. Para ello requerimos un experimentador manipulando cantidades de colores (es
12 Tomada de Helmholtz (1860/962, v. 2), p. 139. Como se puede ver, en la cartografía de Helmholtz se
abandona la circunferencia de la representación inicial de Newton. Sin embargo, se siguen manteniendo la ley
de la combinación de colores y, además, el método de los centros de gravedad.
26
importante aclarar que esto no puede llevarse a cabo mezclando pigmentos, pues en estos
casos tenemos fenómenos de absorción y no mezclas de luces) y, adicionalmente, que haya
un observador reportando qué color ve. Maxwell llevó a cabo este tipo de experimentos tanto
con discos de colores como con luces “homogéneas”. Para fines del artículo, sólo reconstruiré
uno de los experimentos.13 El experimento realizado con discos de colores consiste en lo
siguiente (Figura 5). Primero, se construye un disco de tal forma que en el centro se tenga un
círculo con el color que se quiere producir; en la parte externa del disco asignamos áreas de
los colores que queremos combinar. Si queremos obtener un gris a partir de la mezcla de los
tres colores primarios, el disco debe hacerse de esta manera: en el interior del disco hay un
círculo con una parte negra y otra blanca; en la región externa del disco asignamos una parte
verde, otra roja y otra azul. Las cantidades de cada color pueden ser modificadas (esto es, el
área que ocupan en el disco puede aumentar o disminuir). Segundo, el experimentador pone
a girar el disco rápidamente de tal forma que el observador no vea un disco con parches de
colores sino que vea, tanto en el interior como en la parte exterior, colores homogéneos.
Tercero, el experimentador le pregunta al observador si logra distinguir entre el color del
interior del disco (que ofrece sólo distintas tonalidades de gris) y el color del exterior (que
puede a veces tender al verde, a veces al rojo y a veces al azul). Si el observador todavía
distingue entre ambas áreas del disco, el experimentador tiene que ir modificando las
cantidades de colores hasta que el sujeto ya sea incapaz de distinguir entre los dos colores y
contemple al disco como si fuese todo de un solo color (a saber, alguna tonalidad de gris).
Figura 5. Discos del experimento de Maxwell14
A través de este experimento, es posible obtener ecuaciones como la siguiente
'37 R + '27 U + '36 V= 28 B + 72 N
13 El experimento con discos de colores, en comparación a los experimentos con luces, tiene varias desventajas,
entre ellas, los fenómenos de absorción. Maxwell era consciente de estas dificultades, y desarrolló técnicas
profundas para poder descontar los efectos producidos por absorción. 14 Tomado de Maxwell (1855), p. 299.
27
En esta ecuación, se establece que 37% de rojo, 27 % de ultramarina (azul) y 36% de verde
producen un gris compuesto por 28% de blanco y 72% de negro. El experimento se puede
realizar luego con distintos colores en el interior del disco (como, por ejemplo, un naranja) y
con los tres colores primarios en el exterior del disco y hacer la pregunta de cuánto se necesita
de verde, de rojo y de azul para que cuando el disco comience a girar rápidamente el
observador sea incapaz de distinguir entre el naranja exterior y el naranja interior. Con la
información recolectada, el experimentador debe ir construyendo un espacio siguiendo este
procedimiento.
Ahora bien, debido a que es posible construir un espacio de color con todos los
colores observables a partir de tres colores primarios, Helmholtz, siguiendo la propuesta de
Thomas Young (1802), se aventura a sugerir una hipótesis fisiológica sobre la visión del
color: podemos suponer que en la retina contamos con tres tipos de fibras, cada una sensible
a cierto rango de longitudes de onda y con “picos” de sensibilidad: unas principalmente
sensibles a las longitudes de onda correspondientes al rojo, otras a las correspondientes al
verde y otras a las correspondientes al violeta (Cf., Helmholtz, 1860/1962 v. 2, 143-144).
“Cuando hablamos de reducir los colores a tres colores fundamentales, esto debe entenderse
en un sentido subjetivo y como siendo un intento de rastrear las sensaciones de color a tres
sensaciones fundamentales.” (Helmholtz, 1962, v. 2, 143). Supongamos que los colores
prismáticos son representados en una línea horizontal tal y como aparecen en el espectro
(Figura 6): la curva 1 representa el grado de excitación de las fibras sensibles al rojo, la curva
2 indica el grado de excitación de las fibras sensibles al verde y, finalmente, la curva 3
muestra el grado de excitación para las fibras sensibles al violeta. Las curvas exhibidas fueron
formuladas por Helmholtz a manera de hipótesis; luego éstas se pueden determinar
empíricamente gracias a los experimentos como los de Maxwell: por ejemplo, el color
ubicado en O se obtiene con la cantidad de rojo indicada en la curva 1, la cantidad de verde
indicada en la curva 2, y la cantidad e azul ubicada en la curva 3. En ese orden de ideas, a la
hora de estar observando ese color naranja, se excitan principalmente las fibras sensibles al
rojo, en menor medida las fibras sensibles al verde y, finalmente, muy poco las fibras
sensibles al azul.
28
Figura 6. Grados de excitación de los tres tipos de fibras en la retina15
A partir de esta hipótesis, Helmholtz logra explicar la cantidad de colores observables: todos
se obtienen a partir de la combinación de las sensaciones producidas en los distintos tipos de
fibras:
La luz roja pura estimula las fibras sensibles al rojo fuertemente y las otras dos fibras
débilmente, dando así la sensación de rojo.
La luz amarilla pura estimula las fibras sensibles al rojo y las fibras sensibles al verde
moderadamente y las fibras sensibles al violeta débilmente, dando así la sensación de
amarillo.
La luz verde pura las fibras sensibles al verde fuertemente, y las otras dos clases de fibras
débilmente, dando así la sensación de verde.
La luz azul pura estimula las fibras sensibles al verde y al violeta moderadamente y las
fibras sensibles al rojo débilmente, dando así la sensación de azul.
La luz violeta pura estimula las fibras sensibles al violeta fuertemente y las otras dos
clases de fibras moderadamente, dando así la sensación de violeta.
Cuando todas las fibras son estimuladas igualmente, la sensación es blanca o matices
pálidos. (Helmholtz, 1860/1962, v. 2, 142)
En síntesis, si analizamos la metodología seguida por Helmholtz para formular su
teoría, podemos identificar los siguientes pasos. En primer lugar, Helmholtz parte de un
modelo matemático ideado por Newton; dicho modelo le indica cómo organizar el fenómeno
a estudiar y las variables a tener en cuenta. En segundo lugar, Helmholtz plantea situaciones
experimentales (y cita particularmente los experimentos de Maxwell) para poder representar
gráficamente en un mapa cada color observable a partir de tres colores primarios. Finalmente,
dado que con el instrumento fue posible construir empíricamente una cartografía de todos los
colores observables a partir de tres colores fundamentales, esto abre el camino para poder
postular en la retina tres tipos de receptores o fibras correspondientes a cada color
fundamental. Como se puede ver, Helmholtz sigue dos estilos: (i) un estilo analógico donde
15 Tomado de Helmholtz (1860/1962, v. 2), p. 143
29
se establece un modelo que organiza el fenómeno con un número determinado de variables
(en este caso, tres colores); y (ii) un estilo experimental donde se controlan las variables
indicadas por el modelo para poder producir cada color observable. Sumado a esto, el autor
se limita a postular mecanismos que vayan acordes a las teorías físicas y químicas. En efecto,
las tres fibras que el autor postula no tienen un poder o proceso particular; sencillamente son
estimuladas en distintos grados por una causa externa (i.e., determinadas longitudes de onda
de un rayo de luz particular). En ese orden de ideas, las propuestas de Helmholtz en un
principio siguen siendo acordes a lo que se conoce sobre el funcionamiento de células
nerviosas y a las teorías físicas y químicas del momento.
Ewald Hering
Al igual que Helmholtz, Hering construye una cartografía de colores y formula una
hipótesis fisiológica para explicar la visión del color teniendo en cuenta las variables
identificadas en esa carta. Sin embargo, Hering se distancia de Helmholtz en aspectos
cruciales. Por un lado, el autor no parte de un instrumento o modelo para poder organizar el
fenómeno; más bien, el fenómeno mismo es el que da la pauta de cómo debe ser organizado
y qué variables son las fundamentales. Por otro lado, la naturaleza física de la luz que
estimula al órgano receptor y que genera la sensación de color es completamente puesta entre
paréntesis; lo importante es entender qué tipo de procesos están sucediendo en nuestro órgano
receptor que pudiesen explicar la manera como se nos presentan los colores y la forma como
estos se relacionan entre sí. Según Hering, Helmholtz, al concentrarse en la luz de la misma
forma como otros se centraron en mezclas de pigmentos, se limita a estudiar una causa
externa cuando en realidad el objeto de estudio es otro, a saber, los procesos fisiológicos en
el ojo que producen la contemplación de un color en la conciencia: “uno no debería permitir
que los medios y los métodos con los que un color es producido influyan en los juicios sobre
el color como tal.” (Hering, 1872/1964, 49).
Para Hering, entonces, el fisiólogo debe comenzar su investigación partiendo del
color como cualidad visual, esto es, como fenómeno psicológico. Así pues, incluso si
conocemos aspectos físicos sobre la naturaleza de la luz, el autor exige ignorar esto mientras
adelantamos la investigación (Cf., Hering, 1872/1964, 21). Lo que debe investigar a
profundidad el fisiólogo son las variables fenomenológicas de la percepción del color y, a
partir de ahí, inferir el posible correlato fisiológico que debe haber para que dicha percepción
sea posible.
Lo que deseamos es clasificar la gran multiplicidad de colores para obtener una
perspectiva sistemática de ellos y designaciones para ellos de tal forma que al lector se
30
le ofrezca una expresión comprensible y lo más precisa posible para cada color, y así él
pueda reproducir mentalmente cualquier color con exactitud. Para hacer esto debemos
ignorar por completo las causas y las condiciones de su excitación. Para un agrupamiento
sistemático de colores lo único que necesitamos es el color mismo. (Hering, 1872/1964,
24; énfasis propio)16
Hering puede seguir este orden en su investigación como fisiólogo debido al siguiente
principio heurístico: el fenómeno de la conciencia puede llegar a ser considerado como un
espejo del mecanismo fisiológico de nuestros órganos sensoriales; por lo tanto, la tarea es
hacer una psicología fisiológica o, mejor, una fisiología de la conciencia. En palabras del
autor, “el fenómeno de la conciencia es una función de cambios materiales de la substancia
organizada, y viceversa. Ayudada por esta hipótesis, la fisiología moderna puede traer el
fenómeno de la conciencia al dominio de su investigación sin abandonar la tierra firme del
método científico.” (Hering, 1897, 6).
Con este punto de partida, Hering se propone a identificar las variables
fenomenológicas con las cuales podemos dar cuenta del color y construir un espacio. En ese
orden de ideas, lo primero que establece Hering es que los colores pueden ser divididos entre
colores cromáticos (los colores del espectro) y colores acromáticos (negro, blanco y la escala
de grises). Los colores acromáticos pueden describirse a partir de dos variables opuestas, i.e.
blanco y negro. Cualquier color que se encuentre en el intermedio puede descomponerse en
tanta cantidad de blanco y tanta de negro. Así las cosas, estos colores pueden representarse
en una serie cuyos extremos son el blanco y el negro; la ubicación de todos los grises
intermedios puede determinarse si se específica la cantidad de negro y la cantidad de blanco
que tiene cada uno. (Figura 7)
16 Analizando este punto de partida, es importante tener en cuenta las posibles conexiones con los trabajos de
Goethe. Goethe tuvo un fuerte impacto sobre Müller y sus trabajos en torno a la percepción. Hering, siguiendo
los pasos de Müller y también la formación de la época, pudo haber estado más cercano a los métodos esbozados
por el poeta que el mismo Helmholtz. En sus estudios sobre el color, Goethe, lanzándose contra Newton, hace
la demanda de realizar la observación de una forma diferente: en vez de armar castillos en el aire y alejados de
aquello que se pretende estudiar, y en vez de armar sistemas para luego aprehender el mundo, una conversación
entre el fenómeno a observar y el observador debería ser la guía para identificar las estructuras profundas de la
naturaleza. Aquello que da la pauta, las variables del análisis y las descripciones válidas, son “el fenómeno
mismo”. El investigador debe hacer observación cuidadosa para identificar a la base lo que Goethe llama
“protofenómeno”.
31
Figura 7. Serie de colores acromáticos17
Los colores cromáticos, según Hering, pueden describirse a partir de mínimo cuatro
variables: rojo, verde, amarillo y azul. Para defender la prioridad de estos cuatro colores,
Hering da el siguiente argumento. Imaginemos que los colores cromáticos son representados
en un círculo cerrado de tal forma que haya la menor diferencia posible entre colores
adyacentes. Si comenzamos a observar el círculo partiendo del rojo, podemos observar que
el rojo poco a poco va adquiriendo algo de amarillo hasta que, finalmente, nos encontramos
con un amarillo que parece no tener rastros de rojo o, mejor dicho, con un amarillo puro. Si
continuamos observando los colores del círculo, vamos observando amarillos con alguna
cantidad de verde hasta que nos encontramos con un verde puro completamente libre de
rastros de amarillo. Al continuar, vemos que el verde va adquiriendo algunos visos de azul y
desemboca finalmente en un azul sin ninguna huella de verde. Finalmente, este azul va
adquiriendo algunos trazos de rojo, pasa por el morado y finalmente llega a un rojo puro,
donde no es posible identificar visos de azul. Con esta observación, para Hering es evidente
que podemos describir todos los colores cromáticos a partir del rojo, verde, amarillo y el azul.
Sumado a esto, Hering da otra razón para ver estos colores como primarios. Según él, si
partimos el círculo de colores cromáticos a la mitad pasando por dos colores primarios como,
por ejemplo, el amarillo y el azul, podemos identificar una mitad como una serie de colores
que comparten el rojo y la otra como una serie de colores verdosos. Lo mismo sucede si
dividimos el círculo pasando por el rojo y el verde. Esto, para Hering, no sucedería si
partiéramos el círculo pasando por otros colores distintos de los primarios (Cf., Hering,
1872/1964, 42-43). (Figura 8).
17 Tomado de Hering (1872/1964), p. 35
32
Figura 8. Círculo de colores cromáticos.18
Adicionalmente, Hering sostiene que los colores se organizan en pares de opuestos: verde-
rojo y amarillo-azul. Según el autor, no es posible partir el círculo a la mitad y explicar las
series de colores de cada hemisferio a partir de los dos colores extremos, pues estos colores
intermedios sólo compartirían una propiedad cromática. Por ejemplo, si cortamos el círculo
pasando por el azul y el amarillo, toda la serie de colores del amarillo al azul compartirían
únicamente una propiedad cromática, i.e. el verde o el rojo, pero no compartirían tanto al
azul como el amarillo. Lo mismo sucedería si cortamos al círculo pasando por el rojo y el
verde. Por lo tanto, no es posible describir un color como azul amarilloso o como rojo
verdoso. El círculo entonces lo podemos concebir como dividido en cuadrantes, cada
cuadrante es una serie de colores cromáticos que puede ser descrita con dos variables (las
series de los colores rojos amarillos, los colores amarillos verdes, los colores verdes azules y
los colores azules rojos). Finalmente, es posible identificar colores cromáticos velados, esto
es, colores que pueden estar mezclados con blanco, negro o con algún gris intermedio entre
estos. Estos colores velados pueden ser representados como un triángulo donde uno de los
vértices es el color cromático (e.g. rojo) y los otros dos vértices son el blanco y el negro.
(Figura 9). Si juntamos estas distintas representaciones (el círculo de color, la serie de colores
acromáticos y el triángulo de colores velados), podemos obtener un espacio de color como
el representado en la figura 10.
18 Tomada de Hering (1872/1964), p. 49
33
Figura 9. Triángulo de colores velados19
Figura 10. Espacio de color
Como se puede ver, Hering construye una gramática en la cual da cuenta de cómo se
relacionan y se organizan los colores a partir de seis variables que, según él, son puramente
fenomenológicas. A partir de los seis colores negro, blanco, rojo, verde, amarillo y azul, es
posible describir todos los colores que observamos; en ese orden de ideas, si le dijésemos a
alguien que se imagine un color verde amarilloso velado por blanco, la persona podría
concebirlo. Adicionalmente, la cartografía sugerida por Hering no da lugar a descripciones
tales como “rojo verdoso” o “azul amarilloso”, pues precisamente estos colores no serían
concebibles o imaginables para nadie. Por esta razón, las seis variables se organizan en tres
pares de opuestos: negro-blanco, rojo-verde y amarillo-azul.
Con esta construcción en mente, Hering luego acoge el principio heurístico ya citado
y formula su hipótesis fisiológica: si fenomenológicamente identificamos estas seis variables
19 Tomada de Hering (1872/1964), p. 51
34
y, además, vemos que éstas están organizadas en pares de opuestos, entonces nuestro aparato
receptor debe contar con tres mecanismos, cada uno correspondiente a una relación de
oposición. Cada mecanismo consiste en procesos de asimilación y des-asimilación, los
cuales son controlados por procesos de auto-regulación y de interacción recíproca de la
retina de nuestro aparato receptor frente a los diversos estímulos del mundo exterior (Cf.,
Hering, 1872/1964, 107-113, 173). Los colores corresponden a las proporciones o razones
entre estos procesos antagonistas que se dan en nuestro aparato visual. Hering ve estos
mecanismos como presentes y constituyentes de cualquier forma de vida. Según él, en todo
fenómeno vital se presentan casos donde los organismos aprehenden algo y lo hacen parte de
sí mismos y, adicionalmente, fenómenos donde los organismos desechan o se separan de
ciertos materiales que consideran como ajenos.20 Los dos procesos de asimilación y des-
asimilación son inseparables, y ellos “constituyen los procesos metabólicos esencialmente
desconocidos de la sustancia vital y ocurren simultaneamente en todas sus partes más
diminutas. Por lo tanto, esta sustancia no representa algo fijo y pasivo sino algo que está
siempre internamente más o menos en movimiento o auto-activándose.” (Hering, 1888, 35).
Para el autor,
si asumimos que esta misma actividad metabólica en la sustancia visual es el correlato
somático [o fisiológico] de los colores del campo visual, surge la posibilidad de
ensamblar toda una cantidad de hechos que han sido hasta ahora recogidos, sin ninguna
integración, bajo un punto de vista unitario y comprensivo. (Hering, 1964, 107)
En el caso de los colores acromáticos, los procesos de asimilación y des-asimilación
y los fenómenos de regulación y de interacción recíproca entre las diversas partes de la retina
funcionan de la siguiente manera. Si, por ejemplo, el espectador es sometido a un estimulo
del tipo D [D-estímulo], verá un color acromático cercano al blanco. Dado que todas las
sustancias vivas tienen la capacidad de regresar a un estado previo al estímulo por su
capacidad de auto-regularse y buscar equilibrio, mientras más grande sea el estímulo
recibido, mayor será la disposición del organismo para llevar a cabo el proceso contrario. En
20 La propuesta de Hering tiene muchos aires de familia con la teoría de Goethe que valen la pena resaltar. En
su teoría de los colores, Goethe, al abordar el tema de los colores fisiológicos, afirma lo siguiente respecto al
comportamiento de la retina: “La retina, después de haber sido afectada por la luz o la oscuridad, se encuentra
en dos estados diferentes, los cuales son completamente opuestos entre ellos.” (Goethe, 1818/2006, §5). En
otros parágrafos más adelante, el autor dice lo siguiente después de sus observaciones: “Creemos que esto es
prueba de la gran excitabilidad de la retina, y de la resistencia silenciosa que todo principio vital está obligado
a exhibir cuando algún estado particular o inmutable se le presenta. Así, inspiración ya presupone la expiración;
así, cada sístole es una diástole. Es la fórmula universal de la vida que se manifiesta a sí misma acá como todos
los otros casos. Cuando la oscuridad se le presenta al ojo, éste demanda luz y viceversa: esto muestra su energía
vital, su adecuación a recibir las impresiones del objeto, precisamente al tender espontáneamente a un estado
opuesto.” (§38).
35
ese orden de ideas, si se quita el D-estímulo, el observador tendrá una mayor disposición para
la asimilación; en otras palabras, se aumenta su A-disposición o, mejor, se aumenta la A-
excitabilidad. Ahora bien, un estímulo D no sólo afecta la disposición o la excitabilidad del
área que está afectando. Según el autor, si cierta parte de la retina es estimulada de tal forma
que la asimilación sea mayor que la desasimilación, i.e. A>D, (o viceversa, A<D), esto induce
en los alrededores de la parte estimulada un incremento en los procesos de desasimilación y
una reducción en los procesos de asimilación (o viceversa); esto con el propósito de asegurar
el equilibrio de todo el campo somático (Cf., Hering, 1872/1964, 173).
En el caso de los colores cromáticos, estos procesos de oposición (o de fuerzas
opuestas), funcionarían de la siguiente forma. Hering asigna valencias a los distintos rayos
de luz dependiendo, no de su longitud de onda sino, más bien, del tipo de sensación cromática
que generan. En ese sentido, si una luz genera la contemplación de azul, dicha luz tiene una
valencia azul y, adicionalmente, en nuestro aparato visual hay una fuerza generadora de azul
(Cf., Hering, 1872/1964, 307). Con esta aclaración, imaginemos una situación experimental:
si se somete a un observador a un estímulo de luz que genera la contemplación de amarillo
(i.e. luz de valencia amarilla) y luego poco a poco este amarillo va perdiendo su
“amarollisidad” hasta convertirse en blanco, “entonces podemos decir que la anterior luz
productora-de-amarillo en la región iluminada del campo somático [fisiológico] ha invocado
una fuerza antagónica a la valencia amarilla de la luz, a través de la cual la fuerza
productora-de-amarillo es cancelada o neutralizada.” Si el observador luego comienza a ver
este blanco cada vez más azul, podemos decir que “la fuerza opuesta excitada en la región
iluminada de la sustancia vital ahora ha ganado dominancia sobre la fuerza productora de
amarillo de la luz, y que dicha fuerza es productora de azul.” (Hering, 1872/964, 307).
Hering concibió experimentos para poder dar cuenta, primero, de estos procesos
antagónicos correspondientes a los colores cromáticos y, segundo, de los procesos de auto-
regulación y de interacción entre las diversas regiones de la retina. En el primero, el autor no
llevó a cabo los experimentos, aunque sí sugiere cómo poderlos realizar (como presentaré
más adelante). En el segundo aspecto, el autor diseñó muchísimos montajes experimentales.
En la figura 10 se exhibe uno de estos experimentos. En la situación representada en la
izquierda, tenemos una fuente de luz l que ilumina una pared blanca al frente; tenemos otra
fuente de luz L que es obstaculizada por una hoja negra. Adicionalmente, el punto negro es
un objeto negro. El observador está ubicado al frente de dicha pared y observa esta pared
como iluminada por una cantidad l de luz. En la situación de la derecha, se remueve la hoja
negra que obstaculizaba el paso de la luz L, haciendo que en la pared haya unas regiones más
iluminadas (l+L) y que se mantenga un sector iluminado únicamente por l. Lo interesante del
36
experimento es que el observador reporta lo que ve no como un aumento de luz en las otras
regiones sino, más bien, como si ese sector se hubiese oscurecido mucho más.
Figura 11. Experimento para dar cuenta de la interacción recíproca de la retina21
Como ya mencioné, los experimentos para los procesos de oposición de colores
cromáticos no fueron realizados por Hering. No obstante, los trabajos de Hurvich y Jameson
(1955) a mediados del siglo XX sí muestran de manera precisa cómo se pueden realizar y
citan a Hering al presentar el diseño: “el abordaje experimental permitiendo la diferenciación
de las diversas respuestas cromáticas está per se implícito en la teoría de colores opuestos de
Hering.” (Hurvich & Jamseon, 1955, 547). En la figura 12 se exhibe el instrumento ideado
por estos dos autores.
Figura 12. Instrumento óptico para realizar el experimento de Hurvich & Jameson22
21 Tomado de Hering (1872/1964), p.220 22 Tomado de Hurvich & Jameson (1955), p. 548
37
En un principio, el observador es estimulado con luz productora de un color cualquiera,
digamos, un naranja. El objetivo es identificar cuánta cantidad de rojo tiene este naranja y,
para ello, se somete al observador a un estímulo de una luz generadora del color opuesto al
rojo, i.e. verde. Ahora, dado que el observador no podría ver un naranja verdoso, lo que éste
contempla es que el naranja poco a poco va perdiendo su “rojizidad”. En el momento en el
que el observador deje de ver algo de rojo en el color y vea un amarillo blancuzco sin aún
observar algo de verde, se puede determinar que la cantidad de verde utilizado para anular el
rojo indica la cantidad de rojo que estaba en el naranja inicial. Este proceso se hace con cada
color del espectro y, finalmente, se obtiene una gráfica como la siguiente (Figura 13):
Figura 13
En ese sentido, incluso si Hering no llevó a cabo los experimentos citados, sí los concibió y,
por otro lado, realizó otros experimentos para dar cuenta de los otros procesos postulados.
En síntesis, si analizamos la metodología de Hering, podemos ver que se sigue un
estilo experimental y que, a diferencia de Helmholtz, el autor no parte de un modelo previo
dominado por variables que impone la física para organizar el fenómeno. Es el color mismo
el que indica cómo éste debe ser organizado y cuáles son sus variables fundamentales; luego
se formula una hipótesis fisiológica. En otras palabras, la cartografía de colores no es
impuesta por el investigador; es el color mismo el que la impone. Luego esto dicta la pauta,
teniendo en cuenta el principio heurístico de Hering, de qué tipo de mecanismos fisiológicos
son los que están sucediendo en nuestro aparato receptor. El comportamiento de estos
38
procesos puede incluso ser extraño o incompatible con lo que hasta ahora conocemos de los
fenómenos físicos o químicos. Finalmente, Hering concibe montajes experimentales para dar
cuenta de cómo se dan los procesos de oposición y para dar evidencia empírica a favor de su
hipótesis.
V. Conclusión: fuente de las diferencias estilísticas
Hasta ahora he reconstruido las teorías de los autores y la manera como llevaron a
cabo su investigación. He mostrado que los dos hacen parte de un estilo experimental, pero
que Helmholtz adicionalmente hace uso de un estilo analógico: es un modelo matemático el
que le indica cuál es la manera de acercarse al fenómeno, las variables a controlar
experimentalmente y, sumado a esto, cuáles podrían ser los correlatos fisiológicos. Esto no
sucede, como acabamos de ver, en la metodología de Hering. Ahora bien, uno podría pensar
que estas diferencias estilísticas fueron fortuitas. De pronto, sencillamente, los autores
decidieron llevar a cabo su investigación de distintas formas. No obstante, las diferencias de
estilos de razonamiento podrían emerger de diferencias en las presuposiciones que los dos
científicos adoptaron antes de comenzar su investigación. Como lo anuncié en la segunda
sección, creo que la polémica emerge debido a presuposiciones sobre la naturaleza del
fenómeno que ambos quieren estudiar. Estas presuposiciones fueron las que determinaron,
precisamente, qué tipo de preguntas eran las que se podían hacer, qué respuestas se podían
dar y qué maneras de llegar a esas respuestas eran legítimas.
Tanto Hering como Helmholtz, siguiendo a Müller, se alejaron de la medicina
romántica y adoptaron una fisiología experimental, pero no acogieron los mismos criterios y
presupuestos para poder hacer una ciencia de la vida. Uno acogió los criterios y presupuestos
de la física y la química. El otro, a pesar de recibir con gusto la rigurosidad experimental,
defendía la autonomía de la vida como fenómeno particular que exigía un acercamiento
completamente diferente. ¿Qué presuposiciones había a la base de estas diferencias? Para
poder sacar esto a la luz, me gustaría remitirme a un pasaje en el que Helmholtz evalúa las
discusiones entre Goethe y Newton sobre el color:
Por un lado, está un grupo de físicos que, a través de una serie de juiciosas
investigaciones, de los cálculos más elaborados y de las invenciones más ingeniosas, han
llevado a la óptica a tal grado de perfección que ella, y ella sola, entre las ciencias físicas,
ha llegado a competir con la astronomía en términos de precisión […]. Todos estos
científicos han tenido la oportunidad de someter las inferencias deducidas de las posturas
de Newton al examen del experimento, y todos, sin excepción, han estado de acuerdo en
aceptarlas. Por otro lado, hay un hombre [Goethe] del cual hemos tenido la oportunidad
39
de conocer sus admirables capacidades mentales y su talento no sólo en poesía, sino
también en las partes descriptivas de las ciencias naturales; y este hombre nos asegura
con el entusiasmo más fuerte que los físicos están equivocados. Él está tan convencido
de la corrección de su teoría que él no nos puede explicar la contradicción que identifica
en las teorías físicas excepto asumiendo malicia o ineptitud por parte de los físicos, y
finalmente declara que él no puede evitar mirar a sus propios logros en la teoría del color
como lo más valioso que ha logrado, incluso más que en poesía. Esto nos lleva a
sospechar que debe haber un antagonismo de principio más profundo detrás, una
diferencia en la organización de su mente y la de ellos, lo cual no les permite entenderse.
(Helmholtz, 1853/1995, 8. Énfasis propio)
Es interesante ver a Helmholtz caracterizar esta discusión como emergiendo a partir de un
antagonismo de principios. Es iluminador, también, ver la manera como él describe los
acercamientos de un físico newtoniano y de un científico romántico a su objeto de estudio.
A mi modo de ver, algo similar ocurre en la controversia que estamos estudiando. Al hablar
sobre Goethe y su metodología, dice Helmholtz:
Goethe es, por excelencia, un poeta. En poesía, como en cualquier otro tipo de arte, lo
esencial es hacer del material del arte, sea palabras, música o color, el vehículo directo
de una idea. En una obra de arte perfecta, la idea debe estar presente y dominar el todo,
no como resultado de un largo proceso intelectual, sino como inspirada a través de una
intuición directa del ojo interno. […] En vez de organizar los fenómenos de la naturaleza
bajo unas concepciones definidas e independientes de la intuición, él se sienta a
contemplarlos como si fuesen una obra de arte completa en sí misma, la cual puede, tarde
o temprano, comunicar con certeza su idea central a un estudiante lo suficientemente
susceptible. (Helmholtz, 1853/1995, p. 8-9)
En cambio, el científico que parte de la perspectiva newtoniana ve su fenómeno de estudio y
sus herramientas de la siguiente manera:
Un fenómeno natural no puede ser considerado en las ciencias físicas como
completamente explicado hasta que no hayamos rastreado las fuerzas últimas que están
relacionadas con su producción. Ahora, dado que nunca podemos conocer dichas fuerzas
como fuerzas sino sólo por sus efectos, estamos obligados, en toda explicación de un
fenómeno natural, a abandonar la esfera de los sentidos y a pasar a cosas que no son ellas
mismas objeto de nuestros sentidos y que sólo son definidas por concepciones abstractas.
[…] Pero este paso a la región de concepciones abstractas, que necesariamente debemos
tomar si queremos penetrar a las causas del fenómeno, espanta al poeta. [Para el
científico natural] las impresiones de los sentidos no son una autoridad absoluta; él
examina qué podemos tomar como confiable de estas impresiones; él pregunta si las
40
cosas que ellos muestran como similares son realmente similares, y si las cosas que ellos
muestran como diferentes son realmente diferentes; y muchas veces encuentra que la
respuesta debe ser “¡No!”. (Helmholtz, 1853/1995, p. 12-13)
Considero que una diferencia de esta naturaleza subyace en la discusión entre Helmholtz y
Hering: ¿cómo debe ser estudiado el fenómeno, qué cosas podemos decir de dicho fenómeno
y cómo justificamos eso que decimos? Por un lado, existe un punto grande de desacuerdo es
la manera de concebir el papel del experimento y, adicionalmente, de dónde se debe partir
para hacer observación o experimentación. Por otro lado, esta diferencia está fuertemente
atada a qué es lo que es legítimo decir acerca de los fenómenos vitales. En otras palabras,
veo en estos autores una diferencia de estilo de razonamiento que emerge de presuposiciones
sobre la naturaleza de todo fenómeno vital. Son precisamente estas presuposiciones las que
determinan qué descripciones y preguntas se pueden hacer en la investigación.
Como ya se expuso, Hering y Helmholtz hicieron parte de una generación de
fisiólogos que tomaron las riendas de una transformación en su campo. Sin embargo, Hering
consideraba que los estudios sobre fisiología de la percepción y, en este caso, fisiología sobre
la visión del color, debían comenzar poniendo el conocimiento del mundo entre paréntesis.
En otras palabras, Hering esperaba que el fenómeno, como lo exige un acercamiento
cuidadoso, le diera la pauta para poder organizarlo. Todo conocimiento en física o en
química, a la hora de hacer el ejercicio de observación, debía ser ignorado; el color, como
cualidad visual, debía indicar las variables de análisis y su manera de organización. Esta
organización interna del fenómeno determina qué cosas deben darse en el ámbito de lo
fisiológico; y si dicho fenómeno nos sugiere algún mecanismo que aún no sabemos cómo
explicar, esto no debería disuadirnos de postularlo. Hering mismo nos hace dicha sugerencia
cuando habla de la hipótesis de la interacción recíproca de regiones en la retina: “Para
comenzar […], no es un asunto acerca de explicar las interacciones recíprocas ellas mismas,
sino más bien de explicar los hechos bajo la suposición de dichas interacciones recíprocas.”
(Hering, 1872/1964, 176)
En el caso de Helmholtz, el punto de partida eran las herramientas ya ideadas por los
físicos y los químicos. Si nos remitimos al pasaje extenso que acabamos de citar, podemos
entrever grandes diferencias con su rival: dado que la observación por sí sola no puede dar
las causas o las explicaciones que busca un científico, es necesario acudir a teorías y a los
instrumentos ideados previamente para organizar los fenómenos que se pretenden estudiar.
Con el círculo de color de Newton (obviamente con modificaciones) se formulan las hipótesis
y se conciben experimentos para construir un espacio. Luego, con esto a la mano, se postula
un mecanismo fisiológico que siga estando acorde con aquello que dicta la física o la química:
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hay tres receptores que son activados (probablemente es una activación eléctrica) al ser
afectados por rayos de luz con una longitud de onda particular. Lo que va más allá, y que
parece ser de carácter psicológico, debe estudiarse como un fenómeno que ya se sale del
ámbito de lo físico y que se debe a cuestiones como la experiencia y el aprendizaje del sujeto.
Como científicos, sobre cualquier cosa, debemos buscar que la mayor cantidad de fenómenos
puedan ser explicados con teorías que sean consistentes con las leyes de la física. En otras
palabras, como científicos debemos tener en el horizonte el objetivo de una ciencia unificada:
Cada hecho individual, tomado en sí mismo, puede en efecto animar nuestra curiosidad
o nuestra sorpresa, o puede ser útil para nosotros en sus aplicaciones prácticas. Pero la
satisfacción intelectual la obtenemos únicamente a partir de la conexión con el todo,
sólo a partir de su conformidad con la ley. […] Hay también, podría casi decir, una
satisfacción artística, cuando somos capaces de observar la enorme riqueza de la
naturaleza como un todo regularmente organizado […]. (Helmholtz, 1862/1995, 97.
Énfasis propio)
Si en efecto las diferencias son profundas, entonces podríamos comenzar a entrever
por qué tuvieron tanta dificultad a la hora de ponerse de acuerdo: de pronto ninguno de los
dos lograba considerar las explicaciones y los argumentos del otro como totalmente
legítimos. Helmholtz veía a Hering como postulando mecanismos innecesarios que no
explicaban nada y que, incluso, ellos mismos demandaban de una explicación. Hering veía a
Helmholtz como acudiendo a un deus ex machina, i.e., la conciencia, cuando el modelo de la
física no podía ir más allá. Helmholtz, hablando de la forma de proceder de su rival, dice lo
siguiente:
En mi opinión, muchos filósofos naturales han estado demasiado dispuestos a
presuponer todo tipo de estructuras anatómicas en la teoría de la percepción visual y
además a postular nuevas cualidades a la sustancia nerviosa que son contrarias a lo que
actualmente sabemos de las propiedades químicas y físicas de los cuerpos en general y
de los nervios en particular. (Helmholtz, 1962, vol. 3, 531)
Introducir estas hipótesis anatómicas no tenían siquiera un sustento experimental. Era, hasta
cierto punto, adscribir propiedades tomadas de fenómenos psíquicos al cuerpo que es, y se
debería comportar, como un objeto físico. En ese orden de ideas, para Helmholtz, lo más
importante era siempre buscar, en sus teorías, conformidad con las leyes y los principios
que nos ha dado la física y la química: “Los fisiólogos, entonces, deben esperar encontrarse
con una conformidad incondicional a las leyes de las fuerzas de la naturaleza en sus
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investigaciones concernientes a los procesos vitales; deben dedicarse a la investigación de
procesos físicos y químicos que se dan en el organismo.” (Helmholtz, 1869/1995, 217).
Por otro lado, Hering, hablando de los enigmas que han surgido a partir del abordaje
físico a los fenómenos vitales, dice lo siguiente:
La vida sigue el siendo el mismo acertijo sin resolver como lo era cuando la
denominada concepción mecánica del fenómeno vital superó a la concepción
vitalista […]. En cualquier punto al cual ha penetrado la investigación física o
química del organismo, siempre se ha encontrado, tarde o temprano, con la
acción misteriosa de la substancia vital de aquellos organismos elementales que
componen al cuerpo animal y humano. (Hering, 1900, 170)
Por esta razón, las categorías y los mecanismos que postulamos deben ser acordes a los
comportamientos que observamos en el fenómeno que nos interesa. Así esto implique hablar
de hipótesis o procesos que tienen aires de vitalismo, la vida sigue siendo un fenómeno que
exige categorías y formas de explicación propias.
Hay muchos que de entrada rechazan mi esfuerzo para una teoría del sentido de la luz
[i.e. visión del color] porque tienen una opinión diferente acerca de la naturaleza de la
vida, de los procesos físico-psíquicos y de la relación entre cuerpo y mente; entonces
ignoran el hecho de que el valor de una hipótesis depende de lo que ella logra, y no de
las ideas que ella genere sobre los puntos de la verdadera esencia de los eventos
subsumidos por esa hipótesis. (Hering, 1872/1964, 107-108)
Hacer la proyección de los modelos físicos a la fisiología y, más aún, en el aspecto que ahora
nos ocupa, es no dejar “hablar” al objeto de estudio. “Él [el fisiólogo que adopta el punto de
vista del físico] se ubica detrás del escenario y cuidadosamente observa el funcionamiento
de la maquinaria y el movimiento de los actores, pero ignora el significado de la acción, la
cual es entendida por el espectador. Ahora, ¿no puede un fisiólogo cambiar su punto de
vista?” (Hering, 1900, 4). En vez de estar centrándonos en todas las causas que hay detrás de
lo que nos interesa, podemos observar el fenómeno y encontrar un sentido; de pronto ahí está
la pista de cómo es la naturaleza de aquello que queremos develar. Al analizar la metodología
de Hering, es inevitable no pensar en Goethe y en su llamado a centrarse en el fenómeno
mismo en vez de imponer categorías sobre dicho fenómeno.
Los críticos de Goethe (como Thomas Young, Helmholtz y Emil du Bois-Reymond)
generalmente atribuyeron su fracaso en la ciencia del color al hecho de ser un poeta, o
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al hecho de intentar hacer ciencia romántica. […]. Goethe no sólo rechazo esta dicotomía
entre poesía y ciencia; él también intentó mostrar que lo opuesto era cierto, que mientras
más se divorciaba la ciencia de los contextos abarcadores de la vida humana y la
naturaleza, más atrapada quedaba la imaginación científica en maneras particulares y
abstractamente fantásticas de concebir las cosas […]. Él veía tanto a la ciencia como a
la poesía, cada una a su manera, como teniendo la intención última de ser fieles a la
naturaleza, a sus actualidades y sus posibilidades. (Sepper, 1990, 197)
De forma cercana a Goethe, las reservas de Hering son, precisamente, que, al concentrarse
en las categorías y conceptos para entender toda una maquinaria física y química, se nos
escapa lo que queremos estudiar.
Podemos ver que cada uno de ellos, al partir de presuposiciones tan distintas sobre su
objeto de estudio, admitía diferentes enunciados acerca de lo que les interesaba y, además,
permitía o no permitía la postulación de ciertos correlatos fisiológicos en nuestro aparato
receptor. Por ejemplo, para Hering concebir mecanismos de autorregulación no era
problemático; más aún, estos mecanismos son la esencia de los fenómenos vitales. En el caso
de Helmholtz, esto no podía contar como una explicación; el modelo y los instrumentos que
él tenía a la mano no permitían estos enunciados. Ahora bien, Helmholtz, y muchos otros
científicos dentro de la disciplina, tenían buenas razones para ir en contra de las explicaciones
que parecían introducir fuerzas o procesos extraños que contradecían los conocimientos en
física y química. Éstas parecían ser pseudo-explicaciones que podían llegar a oscurecer los
fenómenos que precisamente querían ser desentrañados. Afirmaciones e hipótesis como las
de Hering, desde el lugar de Helmholtz, parecían esconder visos de vitalismo y de
especulación que debían ser eliminados a toda costa. Así las cosas, a la hora de explicar
fenómenos de percepción, el organismo debía ser concebido como un cuerpo pasivo que
contaba con la capacidad de ser afectado por ciertos estímulos para generar una sensación
determinada.
En conclusión, en el texto he defendido que las diferencias de estilos de razonamiento
entre los dos autores pueden ser rastreadas a presuposiciones sobre los fenómenos a estudiar,
las cuales, a fin de cuentas, les dictaban qué preguntas podían formular y cómo podían
responderlas. La presuposición de Hering que moldeó toda su forma de proceder era que la
vida era un fenómeno que, dadas sus particularidades, exigía conceptos y métodos autónomos
para poder ser estudiada. Adicionalmente, creía que la relación entre mente o cuerpo debía
entenderse de esta manera: existe un paralelismo entre todo fenómeno psíquico y todo
fenómeno físico y, por eso mismo, “el fenómeno de la conciencia es una función de cambios
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materiales de la substancia organizada, y viceversa.” (Hering, 1897, 5).23 La presuposición
de Helmholtz era, a fin de cuentas, la idea de que era posible hacer una ciencia unificada o
una forma de explicación unificada para todo fenómeno en el reino físico, entre esos, los
fenómenos vitales. La fisiología, y la fisiología de la percepción, debía intentar buscar cuáles
eran los elementos físicos y químicos que se daban en el cuerpo (que hace parte del reino de
lo físico) para poder explicar aspectos psicológicos. Todo lo que quedaba por fuera de este
acercamiento podía luego ser sujeto a explicaciones a través leyes psicológicas (i.e. las
inferencias inconscientes) sobre las cuales sí teníamos algún conocimiento, incluso a pesar
de no contar con una explicación para ellas mismas:
No importa qué visión es tomada sobre las actividades psíquicas [idealismo o
materialismo], y no importa qué tan difícil pueda ser considerado explicarlas, no
hay duda de su existencia, y hasta cierto punto nosotros estamos familiarizados
con sus leyes a partir de la experiencia cotidiana. Es más seguro, en mi opinión,
conectar el fenómeno de la visión con otros procesos [psíquicos] que ciertamente
están presentes y que son efectivos, a pesar de que ellos mismos requieran una
explicación, en vez de intentar basar estos fenómenos en hipótesis perfectamente
desconocidas como mecanismos del sistema nervioso y propiedades del sistema
nervioso, las cuales han sido inventadas sólo con ese propósito y no tienen un
análogo de ningún tipo. (Helmholtz, 1866/1962, 532)
Estas presuposiciones guiaron las preguntas y las explicaciones ofrecidas por cada
uno de ellos y, muy probablemente, jugaron un papel crucial en las decisiones estilísticas.
Por esta razón, probablemente los autores nunca pudieron encontrar un punto de resolución
y pasaron sus carreras académicas discutiendo, no sólo alrededor del color, sino sobre
muchos otros aspectos de nuestra percepción visual. Considero que ver la controversia en
estos términos puede ser interesante y puede dar pistas para estudiar otros ámbitos de la
discusión entre los dos.
La controversia en el siglo XX
23 Ernst Mach, quien fue colega de Hering en la Universidad de Praga durante 25 años, tenía un presupuesto
muy similar en sus investigaciones sobre las sensaciones. En palabras de él, “para todo detalle psíquicamente
observable en B [una sensación] debemos buscar los detalles físicos correspondientes de N [un proceso
nervioso]. Debemos entonces establecer un principio guía para nuestras investigaciones, que puede ser llamado
el principio de paralelismo completo entre lo psíquico y lo químico. […] Si la aparente multiplicidad ilimitada
de sensaciones de color es susceptible de ser reducida, a través de un análisis psicológico (auto-observación), a
seis elementos (sensaciones fundamentales), entonces una simplificación análoga puede ser esperada para el
sistema de procesos nerviosos.” (Mach, 1897, 30-31).
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¿Cómo continuó la controversia en el siglo XX? ¿Hubo un “ganador”, hubo algún
consenso, o aún continúa? Durante casi toda la primera mitad del siglo, la comunidad
científica acogió las tesis de Helmholtz, pero no necesariamente porque se hubiesen falseado
las ideas de Hering. Durante mucho tiempo Hering continuó con la polémica a pesar de que
ya la comunidad se estaba decantando por las posturas de Helmholtz; y después de la muerte
de Hering en 1918 la urgencia de ofrecer una solución o cierre disminuyó, a pesar de que sus
discípulos continuaron durante algunos años la discusión. En ese sentido, los dos autores no
vieron un final a la polémica que fue transversal en todo su trabajo.
“El interés especial de la controversia Helmholtz-Hering yace en el hecho de que en este
caso la negociación falló. Los problemas de la controversia no fueron ni resueltos ni
fueron tratados exitosamente […] Resolver la controversia o alcanzar algún compromiso
dejó de ser una necesidad apremiante en estudios sobre la visión, incluso antes de que
sus mayores participantes comenzaran a morir en la década de 1920.” (Turner, 1994,
278)
No hay una respuesta clara para entender por qué se desarrollaron así los eventos. La fuerza
e influencia que Helmholtz tenía en el ámbito de la ciencia alemana era mucho mayor que la
que Hering pudo haber llegado a tener (Cf., Hurvich 1969). Adicionalmente, Hering trabajó
gran parte de su vida en Praga, y sólo hasta muy adelante en su carrera logró obtener un
puesto en Leipzig en el cual pudiese estar más cerca del corazón de la producción y la
discusión científica en Alemania. Este contexto pudo haber afectado la manera cómo se
acogieron las propuestas de Hering. Sólo a mediados del siglo sus ideas volvieron a tomar
relevancia. En los experimentos realizados en 1961 por DeValois y Jones, además de
identificar procesos con patrones de activación principalmente del rojo, verde y el violeta
como los que sugería Helmholtz, hubo también evidencia de procesos de oposición con un
comportamiento parecido al que proponía Hering en capas más profundas de la retina.
Parece que la información de la visión del color está codificada de dos formas distintas
en el sistema nervioso retiniano, una de una manera “Helmholtziana” en el sentido de
caminos independientes para las distintas regiones espectrales, y la otra de una manera
esencialmente “Heringniana” con relaciones de oposición entre regiones espectrales
complementarias. (DeValois & Jones, 1961, p. 181)
Los estudios que ya citamos de Hurvich y Jameson (1955 y 1957) permitieron un
control experimental y cuantitativo riguroso que Hering no había logrado ofrecer
satisfactoriamente. Teniendo esto en cuenta, ¿estaríamos dispuestos a afirmar que hubo una
conciliación o “empate” entre los dos científicos? Creo que no. A pesar de que en cierto
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sentido se ha dado la razón a ambos autores, las tensiones entre las presuposiciones que
finalmente desembocaron en diferentes estilos y teorías no son algo que puede ser resuelto a
partir de información empírica. Las inconformidades y reservas que cada autor tenía acerca
del trabajo de su rival eran sobre la naturaleza del objeto de estudio, sobre las preguntas que
podían hacerse, sobre el tipo de descripciones y explicaciones que se podían ofrecer y,
además, sobre las pretensiones que la ciencia debía tener. Esto, sin duda alguna, va mucho
más allá de la evidencia.
47
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