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8/17/2019 Arthur Machen [=] Los arqueros http://slidepdf.com/reader/full/arthur-machen-los-arqueros 1/29  rthur Machen LOS  ARQUEROS

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  rthur M achen

LOS ARQUEROS

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He sido invitado a escribir una introduc-ción al cuento “Los Arqueros”, para su publica-

ción en forma de libro. Y he dudado. Esteasunto de “Los Arqueros” ha sido raro desdeprincipio a fin, a causa de diversas complicaci-ones y de varios rumores y especulaciones con-

cernientes al mismo, que honestamente no sepor donde comenzar. Propongo, entonces, re-solver la dificultad pidiendo disculpas antes decomenzar. Usualmente, ante la presencia de

una introducción se tiene a suponer que se va apresentar algo de importancia o consecuencia.Por ejemplo, si un hombre realiza una anto-logía de grandes poetas, bien podría escribir

una introducción justificando sus principios deselección, señalando una y otra causa, como suespíritu se conmovió, las supremas excelencias

 y altas bellezas, discurriendo acerca de los

señores y príncipes de la literatura, para quie-nes él sirve como mera compañía. Las introdu-cciones pertenecen, por lo tanto, al mundo de

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las obras maestras y los clásicos, a las grandes yantiguas cosas aceptadas; y yo vengo aquí a

introducir un cuento, una pequeña historia míaaparecida en The Evening News   hace cosa dediez meses atrás (septiembre de 1914).

 Aprecio lo absurdo y la enormidad de la

posición en todo su grosor. Y mi excusa paraestas páginas es la siguiente: creo que la histo-ria en sí, no es nada, y que solo reviste algúninterés sus extrañas e imprevistas consecuen-

cias. Hay cierta moraleja de matiz psicológicopara extraer del tema de la narración y la se-cuela de rumores y discusiones no son, segúncreo, merecedoras de consecuencia; y recién

estamos comenzando.Esto pasó a fines de agosto, para ser máspreciso, el último domingo de agosto. Habíanoticias terribles para leer en el periódico esa

mañana. Fue en The Weekly Dispatch  que leíel desagradable relato de la retirada de Mons. Ya no recuerdo bien los detalles; pero no olvi-

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daré nunca la impresión que dejó en mi mente.Me pareció ver tormenta, muerte y agonía, y

un terror infernal, y en el medio del fuego es-taba el Ejército Británico. En el medio de lasllamas, consumido y en forma de aureola, re-ducido a cenizas y aún triunfante, martirizado

 y por siempre glorioso. Así que vi a nuestroshombres con un resplandor encima de ellos, yfui a la iglesia con ese pensamiento, y, sientodecirlo, pero estaba imaginando la historia en

mi cabeza mientras el cura cantaba el Evange-lio.

Ese no fue el relato “Los Arqueros”, sino suprimer boceto, “El descanso de los soldados”.

Solo desearía haber sido capaz de escribirlo tal y como lo concebí. Aquel relato, según creo,era una mejor obra de arte que “Los Arqueros”,pero vino a mí como el incienso azulado que

flotaba sobre el libro de las Sagradas Escrituras:era una historia noble, tal y como todas aquel-las que nunca llegan a escribirse. Concebí que

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los hombres muertos se levantaban por entre elfuego, y eran recibidos en la Taberna de la

Eternidad con canciones y copas de alabanza.Pero cada hombre es el niño de su edad, a pe-sar de lo mucho que puedan odiarlo; y nuestrapropia religión ha determinado que la diversión

es perversa. Hasta donde se, el moderno pro-testantismo cree que el Cielo es algo así comoun salmo en una catedral inglesa, con un sa-cerdote predicando. Para aquellos opuestos a

dogmas de cualquier especie (hasta los más su-aves), supongo que esto les sonará como unCurso de Lecturas Éticas.

Bueno, durante mucho tiempo he mante-

nido que la iglesia común, considerada comolugar de predicamiento, es un lugar mucho más venenoso que la más corriente de las tabernas;sin embargo, la verdadera historia de “Los Ar-

queros”, con su “sonus epulantium in æternoconvivio”, fue arruinada al momento de su na-cimiento, y fue algún tiempo después que pude

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escribir la genuina idea del cuento. Y en el lap-so, la trama de “Los Arqueros” se me ocurrió.

Ha sido murmurado y sugerido que antes dellevar al papel el relato yo ya había escuchadoalgo. La más decorativa de estas leyendas estambién la más precisa: “Es un hecho que la

historia completa le fue dada por una dama enespera.” Este no fue el caso; y todo tipo de re-portes al respecto que yo había escuchado ru-mores o sugerencias son igualmente carentes

de cualquier validez. Nuevamente me disculpopor iniciar tan pomposamente el minutiæ   demi pequeño relato, como si se tratase de lospoemas perdidos de Safo; pero parecería que el

tema es de interés público y trato de cumplircon mi instrucción. Vamos ahora con el origen de la composi-

ción de “Los Arqueros”. Primero de todo, todas

las naciones han celebrado la idea que los seresespirituales pueden acudir en auxilio de los se-res humanos, que estos dioses, héroes y santos

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pueden descender desde sus inmortales hogarespara luchar por sus devotos. Entonces me vino

a la cabeza la historia de Kipling acerca del fan-tasmal regimiento indio y se mezcló con unlatente medievalismo; y así se escribió “Los ar-queros”. No me satisfizo, según recuerdo, y la

consideré (tal como sigo haciéndolo) como unahistoria ordinaria. Sin embargo, he tratado deescribir a lo largo de estos largos treinta y cincoaños, y como si nunca fuera hábil con las le-

tras, me creo un maestro en la Posada de laInsatisfacción.

Tal como fue, “Los Arqueros” apareció pu-blicado en The Evening News   el 29 de Septi-

embre de 1914.El periodista, como regla, no alberga mu-cho prospecto de fama; y sus anticipaciones deinmortalidad están presas hasta las doce de la

noche como máximo; esto puede ser como esosinsectos que inician su vida en la mañana ycaen muertos al atardecer, se crean a sí mismos

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inmortales. Luego de escribir mi historia, una vez que se imprimió y publicó, ciertamente no

pensaba volver a escuchar comentarios o pala-bras sobre la misma. Mi colega “The Londo-ner” la alabó cálidamente; una de sus sugeren-cias técnicas fue sobre el lenguaje de los arque-

ros. “¿Por qué arqueros ingleses deberían utili-zar términos en francés?” me preguntó. Repli-qué que la única razón posible era esta: que un“monseigneur” aquí y otro allá, hacían más

pintoresca la historia; y también le recordé que,como materia histórica, la mayoría de los ar-queros de Agincourt eran mercenarios deGwent (mi pueblo natal), que pudieron haber

parecido como ángeles para los sajones (Teilo,Iltyd, Dewi, Cadwaladyr Vendigeid). Creí queesa sería la primera y última discusión sobre“Los Arqueros”. Pero pocos días después de su

publicación, el editor de The Occult Review  meescribió. Quería saber si la historia tenía algunafundación en la realidad. Le contesté que no

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tenía ningún asidero histórico; ya olvidé si leañadí que tampoco lo tenía en rumores, pero

supongo que no lo hice, ya que tengo seguri-dad de que no hay rumores ni historias sobreintervenciones celestiales en aquella época. Ci-ertamente no había escuchado nada. Pronta-

mente el editor de Light  me escribió con unapequeña pregunta, y le repliqué brevemente.Me pareció que había terminado con cualquiermito en torno a “Los arqueros” en la hora de

su nacimiento.Uno o dos meses después, recibí varias pe-

ticiones de editores de revistas parroquiales pa-ra reproducir el cuento. Yo, o mejor dicho, mi

editor, rápidamente las permitió; y luego deotros dos meses, el director de una de estas re- vistas me escribió, diciéndome que el númerode febrero, que contenía la historia, se había

agotado, y aún seguía habiendo demanda poresa revista. ¿Permitiría una reimpresión de “Losarqueros” como panfleto, y le escribiría un cor-

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to prefacio dando las exactas fuentes de la his-toria? Repliqué que con todo mi corazón, po-

dría reimprimirse la historia como panfleto,pero que no podría brindar las fuentes, ya queno había tales, dado que el relato era pura in-

 vención. El vicario me volvió a escribir con la

sugerencia, para mi desconcierto, que debíaestar equivocado, que los “hechos” referidos en“Los arqueros” debían ser ciertos, que mi parteen la tarea seguramente habría estado limitada

a la elaboración y decoración de una história verídica. Parecía como si mi ficción hubierasido aceptada por la congregación de esa iglesiaparticular como la más sólida de las verdades; y

fue entonces que comenzó a tomar forma laidea de que habiendo fracasado en el campo delas letras, había logrado éxito, de manera invo-luntaria, en el campo del engaño. Esto sucedió,

creería, en algún momento de abril, y la bolade nieve del rumor ha ido creciendo desde en-tonces, haciéndose cada vez más grande, hasta

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haberse hinchado a monstruosas proporciones.Fue por esta época en que variantes de mi

historia comenzaron a ser contadas como he-cho auténtico. Al principio, esos relatos traicio-naron su relación con el original. En varias ver-siones aparecía el restaurante vegetariano, y

San Jorge era el personaje principal. En un casoun oficial (nombre y domicilio desconocido),dijo que había un cuadro de San Jorge en ciertorestaurant  de Londres, y que esa figura, tal co-

mo la pintura, se le apareció en el campo decombate, y fue invocada por él, con los másfelices resultados. Otra variante, esta creo quenunca se llegó a imprimir, hablaba de prusia-

nos muertos que habían sido hallados en elcampo de batalla con sus cuerpos traspasadospor flechas. Esta noción me divirtió, dado queimaginé una escena en que un general alemán

aparecía frente al Kaiser para tratar de explicarsu fracaso al tratar de aniquilar a los ingleses.“Su Excelencia”, tenía que decir el general,

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“es verdad, no es posible negarlo. Los hombresfueron muertos por flechas; fueron hallados así

por las partidas de rescate de cuerpos.”Rechacé la idea como muy precipitada, has-

ta para una mera fantasía. Pero me divertícuando supe que lo que había rechazado como

muy fantástico incluso para una fantasía, eraaceptado en ciertos círculos ocultos como he-cho verdadero.

Otras versiones de la historia citaban una

nube que se interponía entre los alemanes ata-cantes y los defensores británicos. En algunosejemplos, la nube servía para cubrir a nuestroshombres de los avances del enemigo; en otras,

adoptaba formas extrañas que asustaba a loscaballos alemanes. San Jorge ha desaparecido(aunque persiste en algunas versiones católicasromanas) y ya no hay arqueros, no más flechas.

Pero los ángeles siempre están listos para apa-recer, y creo haber detectado la maquinaria quelos inserta en la historia.

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En “Los arqueros” mi imaginario soldado veía una “larga línea de formas, como con un

resplandor encima de ellas.” Y Mr. A. P. Sin-nett, escribiendo en el número de mayo de The

Occult Review , reportaba que había escuchadoa “quienes decían haber visto ‘una columna de

seres resplandecientes’ entre los dos ejércitos.” Yo conjeturo que la palabra “resplandor” es el vínculo entre mi cuento y la forma derivada delmismo. En la visión popular, resplandores y

seres sobrenaturales de carácter benevolenteson ángeles, y según creo, los arqueros de micuento se han convertido en “los Ángeles deMons.” En esta forma han sido recibidos en la

creencia de las personas de todas partes. Y aquí, conjeturo, tenemos la clave de lalarga popularidad de la ficción (como yo laconsidero). Hace tiempo que ha cesado en In-

glaterra el excesivo interés en los santos, y en elreciente renacimiento del culto por San Jorge,el santo es casi una figura patriótica. Y el atrac-

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tivo hacia los santos no es ciertamente unapráctica inglesa; creo que ha sido sostenido por

las autoridades papales. Pero los ángeles, conciertas reservas, han mantenido su popularidad

 y, de esta manera, cuando se estableció que elejército británico había sido librado de un peli-

gro calamitoso por intervención celestial, fueclaro tanto para la creencia general y para losentusiastas de la religión como del hombrecomún. Y pronto surgió la leyenda de “los Án-

geles de Mons” y ya fue imposible de evitarlo. Y llegó a la prensa: no podría ser negado; apa-reció en las más disímiles publicaciones (enTruth   y Town Topics , The New Church

Weekly ” – de tendencias swedenborgianas – y John Bull ). El editor de The Church Times ,que ejerció una amplia reserva, esperó a que laevidencia estuviera lejana; pero en un número

de su publicación, noté que la historia estabaequipando uno de los sermones, era sujeto deuna carta y materia de un artículo. La gente me

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enviaba cartas de periódicos provinciales con-teniendos fuertes controversias sobre la exacta

naturaleza de las apariciones; el Office Window  del The Daily Chronicle   sugiere explicacionescientíficas de una alucinación; el Pall Mall   enuna nota sobre San Jaime, señala que él perte-

necía a la hermandad de los Arqueros deMons. Los púlpitos de ambos bandos, la Iglesia

 y los no conformistas, han estado ocupados: elobispo Welldon, el canónigo Hensley Henson

(un incrédulo), el obispo Taylor Smith (el ca-pellán general), y muchos otros clérigos seocuparon del tema. El Dr. Horton predicóacerca de los ángeles en Manchester; Sir Joseph

Compton Rickett (presidente de la FederaciónNacional de los Consejos de la Iglesia Libre)declaró que los soldados en el frente habían

 visto visiones, y que habían testimoniado de

poderes y principados luchando a su favor o ensu contra. Desde todos los confines de la Tierrallegaron cartas al editor del The Evening News  

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con teorías, creencias, explicaciones, sugerenci-as. Todo eso es maravilloso; uno puede decir

que el asunto entero es un fenómeno psicológi-co de considerable interés, tal vez comparable ala gran ilusión rusa de agosto y septiembre úl-timos.

Es posible que algunas personas, a juzgarpor el tono de estas remarcaciones, puedan au-nar la impresión que soy un profundo ateo a laposibilidad de cualquier intervención de fuerzas

de orden supra-físicas en lo concerniente al ór-den físico. Estarían errados si razonaran de estamanera; se equivocarán si suponen que yo creolos milagros ocurridos en Judea pero no doy

crédito a los milagros producidos en Flandes oFrancia. No sostengo cosas tan absurdas. Peroconfieso con franqueza, que no brindo la mí-nima credibilidad a la leyenda de estos “ángeles

de Mons”, debido en parte a que se, o creo sa-ber, que derivan de mi propia ficción y tambiénporque no tuve un ápice de evidencia que me

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dispusiera a creerla. Sin embargo, es inválido yestúpido el razonamiento de que “creo que esta

historia es una mentira, debido a que incluyeun elemento sobrenatural”; aquí, en cambio,tenemos el gusano retorciéndose en el mediode los despojos corruptos, negando la existen-

cia del sol. Pero si esta persona es estúpida,igualmente lo es quien afirma: “si el relato noposee nada sobrenatural, es verdadero, y lamenor evidencia es confiable”; y me temo que

esta es la actitud a la que tienden la mayoría dequienes se denominan ocultistas. Espero nuncallegar a ese estado mental. Así que digo, no quelas intervenciones sobrenaturales sean imposi-

bles, no que no hayan tenido lugar durante estaguerra (desconozco otros relatos al respecto),solo que no hay un átomo de evidencia paraapoyar las actuales historias acerca de los ánge-

les de Mons. Por lo tanto, debemos remarcar,estas historias son tan solo historias. Todas sebasan en relatos de segunda, tercera, cuarta y

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quinta mano, contados por “un soldado”, por“un oficial”, por “un corresponsal católico”, por

“una enfermera”, y por otras personas anó-nimas. Sin embargo, han sido mencionadosalgunos nombres. Una de las supuestas “testi-gos”, nombrada en uno de los casos, se ha con-

 vertido en objeto de molestia y fastidio, y escri-bió al editor de The Evening News  para negartodo conocimiento del supuesto milagro. Unade las representantes de la Sociedad de Investi-

gación Psíquica confesó que no hubo evidenci-as reales enviadas a su sociedad. Y entonces,para mi sorpresa, ella dio por sentado que al-gunos hombres en el campo de batalla habían

sufrido una “alucinación” y luego dio la teoríade la alucinación sensorial. Olvidó que, al mo-mento presente, no hay razón para suponerque nadie hubiera alucinado nada. Alguien

(desconocido) conoció a una enfermera (sinnombre) que había hablado con un soldado(anónimo) quien había visto ángeles. Pero ESO

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no es evidencia; y ni siquiera Sam Weller en suestado de mayor alegría, se atrevería a sostener-

lo en la Corte de Declaraciones Comunes. Asíque ninguna prueba remótamente aproximadaha sido ofrecida de una intervención sobrena-tural durante la retirada de Mons. Empero, las

pruebas pueden llegar, y si así fuera, sería másque interesante.

Pero tomando el asunto al momento pre-sente, ¿cómo es que una nación firmemente

anclada en el materialismo más ordinario hayaaceptado vagos rumores y chismes de lo sobre-natural como verdad absoluta? La respuestaestá contenida en la pregunta: es precisamente

por nuestra entera atmósfera materialista, laque nos predispone para dar crédito a cualquiercosa salvo la verdad.

Separe a un hombre de la buena bebida, y

comenzará a ingerir espíritu metílico con ale-gría. El Hombre ha sido creado para estar so-brio; para ser “noble, no loco.” Sufrir las Profe-

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cías de Cocoa y su compañía le seducirá en cu-erpo y alma, y el individuo se convertirá en

“innoble y muy loco”. Y resulta que hombresprácticos, hombres de negocios, pensadoresavanzados, libre-pensadores, creen en MadameBlavatsky, Mahatmas varios y en el famoso

mensaje de la Golden Shore. “El plan del Juezes correcto; síguelo bien recto.”

 Y la principal responsabilidad para estetriste estado de cosas recae indudablemente en

los hombros de la mayoría de la clerecía de laIglesia de Inglaterra. El Cristianismo, como elSr. W. L. Courtney admirablemente señaló, esuna gran religión de misterios; es la Religión

Misteriosa. Sus sacerdotes son llamados a con- vertirse en un puente entre el mundo de lossentidos y el espiritual. Y, de hecho, pasan sutiempo predicando, no los eternos misterios,

sino la moral de dos peniques, cambiando el Vino de los Ángeles y el Pan del Cielo en cer- veza y gin y bizcochitos surtidos: una lamenta-

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ble transustanciación, una triste alquimia, talcomo me parece a mí.

* * *

LOS ARQUEROS

Pasó durante la Retirada de los 80 mil, y laautoridad de la censura es suficiente excusapara no ser más explícito. Pero pasó durante elmás terrible día de aquella terrible época, el día

en que la ruina y el desastre llegó tan cerca quesu sombra cayó sobre Londres; y, sin ningunanoticia certera, los corazones de los hombres seangustiaron; como si la agonía de los ejércitos

en el campo de batalla hubiera ingresado ensus almas.

En este amargo día, cuando trescientos milsoldados con sus artillerías se desbordaron co-

mo una inundación contra la pequeña compa-ñía inglesa, había un punto específico en nues-tra línea de batalla que estaba en peligro atroz,

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no de mera derrota, sino de suprema aniquila-ción. Con el permiso de la Censura y de los

expertos militares, esa posición podía ser des-cripta como una saliente, y si esa unidad que ladefendía era aplastada y quebrada, entonces,todas las fuerzas británicas serían despedaza-

das, y los Aliados deberían retroceder y se per-dería inevitablemente el Sedán.

Durante toda la mañana los cañones ale-manes habían tronado y desgarrado el área, y a

los cientos o más de hombres que la defendían.Los hombres bromeaban sobre los cañonazos yencontraban nombres graciosos para estos, ha-cían apuestas y los recibían con pequeñas can-

ciones. Pero las balas seguían explotando ydesgarrando las extremidades de buenos ingle-ses, y a medida que las horas del día avanza-ban, también lo hacían los terribles cañonazos.

Parecía que no había auxilio. La artillería ingle-sa era buena, pero no había suficientes unida-des cerca y las que quedaban, habían sido rápi-

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damente reducidas a chatarra por las explosio-nes.

Hay momentos en una tormenta en el maren que la gente se dice entre sí, “esto es lo pe-or; no puede ser más duro”; y entonces hay untrueno diez veces más fiero que todos los ante-

riores. Así estaban en esa trinchera los británi-cos.

No había corazones más fuertes en elmundo entero que los de aquellos hombres;

pero igualmente se veían espantados por esosmortíferos cañonazos alemanes que les caíanencima y los aplastaban. Y en un momentopudieron divisar desde sus cubrimientos, que

una tremenda muchedumbre se estaba movili-zando hacia sus líneas. Los quinientos supervi- ventes que aún resistían pudiero divisar a lolejos a la infantería alemana que venía a presi-

onarlos, columna tras columna, una hueste dehombres grises, diez mil de ellos.No había mucha esperanza. Algunos de el-

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los se chocaron las manos. Un hombre impro- visó una nueva versión del canto de batalla,

“Adiós, adiós a Tipperary”, terminando con “yno volveremos más”. Todos se comenzaron adespedir con rapidez. Los oficiales creían queesta sería una buena oportunidad de ascenso;

en tanto los alemanes avanzaban línea tras lí-nea. El humorista de Tipperary preguntó:“¿qué precio tiene en Sidney Street?” Y un parde ametralladoras hicieron lo mejor posible.

Pero todos sabían que era inútil. Los cuerposgrises seguían su avance en compañías y ba-tallones, y otros se les unían, y se expandían yavanzaban más y más.

“Mundo sin fin. Amen”, dijo uno de lossoldados con cierta irrelevancia, mientras apun-taba y disparaba. Y luego recordó, no podíasaber el porque, un extraño restaurant  vegetari-

ano en Londres, donde había ido una o dos veces a comer excéntricos platos de coteletashechas de lentejas y nueces que pretendían ser

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bistecs. Todos los platos de ese restaurant  tení-an impresos una figura azulada de San Jorge,

con la consigna Adsit Anglis Sanctus Georgius ,“que San Jorge ayude a los ingleses”. Este sol-dado resultó que sabía latín y otras cosas inúti-les, y en ese momento, mientras disparaba a su

hombre en la masa que avanzaba, a 300 yardasde distancia, vociferó aquella pía frase vegetari-ana. Y siguió disparando hasta el fin, y al finalBill, a su derecha, tuvo que abofetearlo alegre-

mente para obligarlo a detenerse, diciéndoleque si seguía así, malgastaría las municiones deSu Majestad y no podía desperdiciarlas en ho-radar pequeños parches de alemanes muertos.

El estudiante de latín, luego de pronunciarsu invocación, sintió algo así como una sensa-ción de entre estremecimiento y shock eléctri-co. El rugido de la batalla se acalló en sus oídos

 y se trocó en un apacible murmullo, y en vezde tal sonido, escuchó, según dijo luego, unagran voz, que resonaba como el trueno: “¡For-

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mación, formación, formación!”Su corazón comenzó a arder como una

brasa y luego se enfrió como el hielo, ya que lepareció escuchar como un tumulto de vocesrespondía al llamamiento. Escuchó, o creyóescuchar, a cientos que gritaban:

“¡San Jorge, San Jorge!”“¡Ha! Señor; ¡ha! ¡dulce Santo, sálvanos!”“¡San Jorge por la feliz Inglaterra!”“¡Salve! ¡Salve! Monseigneur San Jorge, so-

córrenos.”“¡Ha! ¡San Jorge! ¡Ha! ¡San Jorge! Un fuer-

te y enorme arco.”“¡Caballero del Cielo, ayúdanos!”

 Y mientras el soldado escuchaba esas voces, vio frente a sí mismo, más allá de la trinchera,una larga línea de formas, con aureólas res-plandescientes a su alrededor. Eran como ho-

mbres que llevaban arcos, y luego de un grito,lanzaron su nube de flechas, silbando y zum-bando a través del aire, hacia la masa de ale-

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manes.Los otros hombres en la trinchera seguían

disparando. No tenían esperanza; pero seguíanapuntando como si estuvieran disparando enBisley. De pronto uno de ellos elevó su voz eninglés, “¡Dios nos ayuda!” gritó al hombre que

estaba a su lado, “¡esto es maravilloso! ¡Mira aaquellos hombres, míralos! ¿Los ves? No estáncayendo por docenas, ni por cientos; caen pormiles. ¡Mira, mira, mira! Mientras te digo esto,

ha caído un regimiento.”“¡Cállate!” dijo el otro soldado, tomando

un blanco, “¡que estamos por ser gaseados!”Pero luego de hablar tragó saliva del asom-

bro, ya que era verdad que los hombres grisesestaban cayendo por miles. Los ingleses podíanescuchar los gritos guturales de los oficialesalemanes, el crepitar de sus revólveres al dispa-

rar a los renuentes; y como línea tras línea, caí-an todos por tierra.En todo momento el soldado cultivado en

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el latín escuchaba el grito:“¡Salve, salve! ¡Monseigneur, santo, rápido

en nuestra ayuda! ¡San Jorge, ayúdanos!”“¡Sumo Caballero, defiéndenos!”Las zumbantes flechas volaban tan rápido y

en espesas nubes que oscurecían el cielo; la ma-

sa pagana se iba disolviendo frente a los solda-dos.

“¡Más ametralladoras!” gritó Bill a Tom.“No los escuches”, respondió Tom. “Pero,

gracias a Dios, de todas maneras; hemos triun-fado.”

De hecho, hubo diez mil soldados alema-nes muertos antes de llegar a esa saliente de la

tropa inglesa, y consecuentemente no alcanza-ron Sedán. En Alemania, un país regido por losprincipios científicos, el Alto Mando Generaldecidió que los indignos ingleses habían utili-

zado tanques que contenían un gas venenosode naturaleza desconocida, y no hallaron heri-das reconocibles en los cuerpos de los soldados

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muertos. Pero el hombre que había probadonueces que sabían como bistec, supo que San

 Jorge había traído esos arqueros de Agincourt aauxiliar a sus pares.